viernes, 18 de diciembre de 2015

Muerte al cepo, larga vida a la fuga de capitales



Con el fin del cepo, se viene una devaluación que significará una fenomenal transferencia de ingresos desde los asalariados y jubilados hacia el sector financiero y los grandes exportadores.

El levantamiento del llamado “cepo cambiario” fue uno de los principales ejes de la campaña electoral de Cambiemos. Finalmente el día de ayer (16/12), el actual presidente cumplió sus promesas, claro que a costa de una fenomenal transferencia de ingresos desde los asalariados y jubilados hacia el sector financiero y los grandes exportadores. Estos últimos, además, se vieron beneficiados a comienzos de la semana también con la supresión de las retenciones a las exportaciones de todos los productos excepto la soja, lo cual tendrá un impacto directo en el bolsillo de los trabajadores.
La “unificación” del tipo de cambio a partir de la eliminación de las restricciones a la adquisición de divisas para atesoramiento y viajes al exterior tendrá efectos inmediatos a pesar de los dichos del ministro de Hacienda, quien aseguró que la economía ya funcionaba con el precio del dólar “blue”. Es indudable que ello no es así, dado que de otro modo la Argentina no estaría sufriendo las consecuencias de la actual restricción externa.
La magnitud de la devaluación dependerá de muchos factores, entre los que se encuentran la velocidad con que los agro-exportadores liquiden la cosecha retenida, los préstamos que consiga el gobierno y el nivel de la tasa de interés doméstica. De todos modos lo que interesa no es tanto la variación nominal de la moneda sino la depreciación real. Es decir, en qué medida la devaluación se puede considerar “exitosa” en tanto no se traslade casi en su totalidad a los precios.
Nadie tiene la bola de cristal, como dijo Prat Gay, pero teniendo en cuenta la historia económica argentina y las circunstancias actuales, es muy probable que la depreciación real del peso se esfume en un período de tiempo relativamente corto.
Ello se debe a que una medida aislada como la devaluación no genera cambios en la estructura productiva argentina, la cual presenta importantes desequilibrios entre los sectores vinculados a la producción agropecuaria y agroindustrial y la mayor parte del resto de la industria. Ni tampoco permite un sustancial incremento de las exportaciones, que dependen de múltiples factores, como el nivel de demanda externa, los precios internacionales, la calidad de los productos y las barreras proteccionistas de otros países. Máxime cuando desde hace unos años se asiste a un deterioro de los términos de intercambio y los principales socios comercial de la Argentina están devaluando sus monedas y atravesando fases de crisis económica manifiesta (Brasil) o de desaceleración (China).
Entonces, el principal objetivo de la devaluación es reducir los salarios a nivel doméstico y en dólares. De esta manera, el esperado incremento de la inversión en el mediano plazo no vendría a partir de una mayor demanda sino de la recuperación de la tasa de ganancia merced un incremento en la tasa de explotación. Se supone que, transcurrido un tiempo, los beneficios del incremento de la inversión “derramarán” sobre el conjunto de la sociedad a través de un mayor nivel de empleo y, con ello, mejoras en el ingreso. Ello fue lo que sucedió, con sus más y sus menos, tras el fin de la convertibilidad en 2002.
Sin embargo, el escenario actual es muy distinto a aquél en muchos sentidos. La devaluación de 2002 no sólo se produjo tras tres años seguidos de fuerte contracción del producto y el default de una parte de la deuda pública, sino que se dio en un contexto de altísimo desempleo, inexistencia de negociaciones salariales colectivas y fuerte retroceso de los sindicatos. En este sentido, el relativo bajo nivel de desempleo en la actualidad y las mejores condiciones en las que se encuentra la clase obrera para defender las conquistas obtenidas seguramente harán más difícil que la caída del salario real sea lo suficientemente significativa como para producir una salida de este tipo.
Ello supone que el mayor impacto inmediato de la devaluación recaerá sobre la porción de la clase obrera más desprotegida (los trabajadores no registrados e informales y los desocupados). Lo cual no quiere decir que el resto de los trabajadores esté a salvo dado que, como seguramente los efectos reales de la devaluación durarán poco, se requerirá de nuevas devaluaciones que vayan erosionando el salario real a partir de la degradación del mercado laboral local. Ello, a menos que se ingrese en un nuevo ciclo de fuerte endeudamiento externo que aporte las divisas que la economía “real” no alcanza a generar en la medida necesaria. Pero en este último caso sólo se estaría postergando parcial y temporalmente el sufrimiento de la clase trabajadora en tanto el costo del endeudamiento será afrontado por las próximas generaciones de trabajadores. Y ello sin contar las potenciales condicionalidades que puedan restablecer los organismos multilaterales de crédito y el capital financiero sobre la política económica local.
Nuevamente el grueso de los trabajadores argentinos va a pagar el costo de la debilidad competitiva de la burguesía argentina, la cual, para colmo, es premiada con la posibilidad de volver a fugar dólares libremente.

Andrés Wainer
Investigador CONICET/FLACSO
Martín Schorr
Investigador CONICET

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