domingo, 13 de diciembre de 2015

Los trabajadores y Malvinas: las dos plazas



Mientras las fuerzas armadas cumplían 6 años en el poder, en el transcurso de tres días la Plaza de Mayo fue escenario de dos concurrencias multitudinarias pero de signo antagónico. ¿Se acudió a aplaudir al dictador Galtieri después de la sangrienta represión del 30 de marzo de 1982?

Resistencia obrera a la dictadura

Hasta el músico inglés Roger Waters en su reciente visita al país repitió un análisis muy difundido, que explica el agotamiento de la dictadura como consecuencia directa del fracaso de la guerra, como si un resultado bélico menos desastroso hubiera perpetuado al régimen militar. Pero lo cierto es que, aún antes de Malvinas, el descontento social se mostraba en expansión y asomaban, tímidas pero firmes, audaces voces públicas de protesta después de los años más sangrientos de persecución y terrorismo de Estado. “Muchos dirigentes obreros niegan que hubo resistencia. En la sociedad no está, se niega que hubo resistencia obrera a la dictadura”, explica Gonzalo Cháves, autor del libro “La Masacre de Plaza de Mayo”. Los gremios habían sido disueltos con el golpe y el activismo gremial había comenzado a agruparse en comisiones clandestinas. Por otra parte, la expresión más tradicional del sindicalismo peronista tenía en la figura del secretario general de los cerveceros, Saúl Ubaldini, a un dirigente dispuesto a reimpulsar huelgas contra la dictadura. El 27 de abril de 1979 surgió una primera convocatoria que logró un importante acatamiento en el cordón industrial del gran Buenos Aires; fue reprimida y cientos de trabajadores fueron detenidos. A partir de esa huelga y de la trascendencia pública de la figura de Ubaldini se fue reorganizando un sector del movimiento obrero que adoptó la denominación de “CGT Brasil” para diferenciarse de los dirigentes que habían negociado con los militares y mantenían el control de la sede de la calle Azopardo de la Central Obrera.En 1981, otro paro coincidió con la conmemoración de San Cayetano, bajo el lema “Paz, Pan y Trabajo”. En una demostración de los límites y posibilidades que brindaba esa coyuntura se reunieron 50.000 personas alrededor de la iglesia que, en Liniers, está consagrada al patrono cristiano de los trabajadores. Meses después, al desgaste de un gobierno elegido por nadie se sumaba la crisis económica. Las automotrices suspendían y despedían obreros, la inflación crecía y los salarios perdían, aún más, su capacidad adquisitiva. En febrero de 1982 la CGT Brasil difundió volantes convocando a un plan de movilizaciones: “Son derechos y humanos pero reprimen en medio de la democracia”, y convocaba a un acto masivo “para decir basta a este Proceso que ha logrado hambrear al pueblo, sumiendo a miles de trabajadores en la indigencia y la desesperación”. El malestar general alimentaba una larga trayectoria de recomposición popular, clandestina, de sabotajes e intentos de recuperar las herramientas gremiales de los trabajadores, lo que presentaba un escenario en donde la convocatoria amenazaba con ser masiva y desafiante para las juntas militares.
La fecha prevista inicialmente fue el 24 de marzo, aniversario del golpe, “pero como resultaba demasiado provocativa, se postergó para el 30”, relata el periodista Horacio Verbitsky en su libro “La última batalla de la Tercera Guerra Mundial”. Finalmente el 30 de marzo se produjo una movilización que resultó un punto de inflexión: en Mendoza, Rosario, Córdoba, Mar del Plata, Tucumán, La Plata y Capital Federal, marcharon miles de trabajadores organizados y “gente suelta” constituyendo la primera gran convocatoria contra la dictadura que alcanzaba despliegue nacional.
La respuesta del gobierno fue tan coherente como criminal: prohibió la movilización y luego ordenó una represión cuyo resultado inmediato fueron dos asesinados (en Mendoza José Benedicto Ortiz, trabajador textil, y frente al Cabildo de Buenos Aires, Dalmiro Flores, obrero mecánico), más de 2500 heridos y unos 4000 detenidos en todo el país. Pero, a la vez, la dictadura respondió en forma desesperada: Pedro Troiani relató a Marcha la forma en que a él y a otros ex delegados de la Ford de Pacheco, que habían sobrevivido al secuestro y la tortura en los comienzos del Proceso, los fueron a buscar la noche del 29 de marzo a la puerta de sus respectivas casas por orden del primer cuerpo del Ejército. ¿El argumento? La presunción de estar capitaneando la huelga que se preparaba. Pero en ese momento, Pedro ya no trabajaba en la Ford, se había puesto un tallercito mecánico.
Mientras esto ocurría a la vista de los trabajadores perseguidos y de los ciudadanos que se enteraban sólo cuando los hechos de salvajismo militar se volvían inocultables a la maquinaria del terror, la “operación Virgen del Rosario”, como las juntas denominaron al operativo de recuperación de las Malvinas, estaba secretamente en marcha. En Puerto Belgrano, el 26 de marzo se prepararon buques argentinos para llevar a cabo una posible acción como la que aconteció días después; el 28 zarpó una Fuerza de Desembarco argentina, con 911 hombres, rumbo a las islas; el 30, mientras ordenaban la represión, los mandos de las juntas militares eran anoticiados por Gran Bretaña sobre la puesta en conocimiento de la maniobra, que concluyó con el desembarco el 2 de abril.

Tres días después…la otra plaza

Marcha consultó a Adolfo Perez Esquivel, un firme denunciante de la dictadura, acción por la que ganó el Premio Nóbel de la Paz. Su memoria resulta ilustrativa del vuelco que se vivió en Argentina: “el 30 de marzo estaba en Washington y mi hijo Leonardo va preso en la movilización, así que comenzamos una campaña para la liberación de los detenidos. El 2 de abril nos enteramos del inicio de la guerra: países y grupos que apoyaban la resistencia a la dictadura interpretaban que el apoyo que se daba a Malvinas era el apoyo que se daba a la Junta Militar, era una confusión muy grande”.
Efectivamente la plaza del 2 de abril estuvo colmada de gente. Miles y miles con un nivel de fervor que Leopoldo Fortunato Galtieri se permitió, antes de hablar desde el balcón presidencial, tomar cierto contacto con la multitud. El dictador habló como pudo frente a una Plaza de Mayo que, en su composición mayoritaria, reflejaba a una sociedad porteña despolitizada: sólo banderas argentinas, sin ninguna leyenda visible, cantando juntos contra un enemigo que estaba afuera (y con el que la dictadura no tenía importantes acuerdos económicos). Allí se escucharon consignas de apoyo al dictador (“y pegue, Galtieri pegue”) junto a otras más ingenuas (“no cabe duda, no cabe duda, la reina de Inglaterra es la reina más boluda”). Hubo también, en esa Plaza, manifestantes que habían sido reprimidos los días previos (ver artículo de Aldo Casas, “Nuestra militancia se incrementó a partir del 2 de abril”). La izquierda en particular y los sectores populares en general, apoyaron la incursión bélica en las islas aunque buscaron formas de erosionar a la dictadura a partir del sentir popular de adhesión a una causa justa.
A partir de allí comenzó una dinámica común a todas las sociedades modernas en guerra: manipulación mediática, control social, apuestas cada vez más elevadas al resultado victorioso de la contienda. La última variable común es justamente el lazo de acero entre el resultado militar y la suerte del gobierno de turno.

F. Araya y P. Solana.

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