lunes, 9 de junio de 2008
Raymundo Gleyzer: la esperanza quema
Raymundo Gleyzer nació en Buenos Aires el 25 de septiembre de 1941. Periodista, crítico y director de cine especializado en el género Documental. Desaparecido el 27 de mayo de 1976.
Por Néstor Kohan
No volví a saber de Raymundo hasta que llegó la noticia de su desaparición. Recordé entonces sus palabras, su vitalidad, su decisión. Y estaba seguro –como lo estoy ahora– de que algún día volvería a aparecer Raymundo en medio de su pueblo. Todo parece indicar que así ha de ser.
Pocas personalidades de la cultura política latinoamericana resumen con tanta nitidez las apuestas vitales de la izquierda revolucionaria.
El cineasta y militante guevarista argentino Raymundo Gleyzer (19411976) representa el escalón más alto al que llegó su generación. Repensar su obra, su vida y su militancia implica recuperar del olvido una perspectiva ideológica sepultada por el establishment intelectual argentino, aquella que vivió el cine como militancia y la cámara como un arma de combate.
El nombre de Gleyzer ha sido durante años sinónimo de todo lo prohibido y todo lo reprimido por la cultura oficial. En estas apretadas líneas de homenaje no nos interesa recordarlo como un cadáver «prestigioso», una «víctima inocente» o un bronce de mausoleo repleto de hipócritas monumentos oficiales. Recordamos a Raymundo como un militante revolucionario, como alguien vivo e indomesticable, un hermano mayor del cual las nuevas generaciones debemos seguir aprendiendo.
Hijo de una familia judía argentina en cuya casa se fundó el célebre teatro IFT (ubicado en el popular barrio Once de la ciudad de Buenos Aires), Raymundo recibió su nombre de un guerrillero francés – Raymond Guyot– asesinado por los nazis. Este joven rebelde trabajó desde muy chico y llegó a ser uno de los principales realizadores de cortos y largometrajes documentales, políticos y de ficción, sobre la Argentina y la América Latina.
Tanto él como su cine, silenciados, censurados y perseguidos con odio irracional fueron, durante décadas, innombrables. Desde que fue secuestrado, salvajemente torturado y desaparecido a fines de mayo de 1976, muchos de sus filmes se hicieron inhallables. Símbolos de una rebeldía y una esperanza colectiva que había que borrar –literalmente– del mapa a sangre, tortura y fuego.
Raymundo comenzó su temprana militancia en la juventud del Partido Comunista (PC). Esa fue su primera experiencia política. Pero aquel viejo reformismo no lo conformó. Por ello, conmocionado íntimamente por la vida y el pensamiento del Che Guevara, de Fidel y por toda la Revolución Cubana (visitó la Isla y tomó contacto con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAIC, por primera vez en 1969), se integró al PRT-ERP, y desde esa experiencia política generó uno de los grupos más radicales e iconoclastas en el ámbito de la cultura crítica argentina: el Cine de la Base, uno de los dos principales núcleos del cine político de aquellos años, paralelo al grupo Cine Liberación (que realizó La hora de los hornos), de Fernando Solanas y Octavio Getino. Con ellos Gleyzer mantuvo estrecha colaboración, pero también duras polémicas. Sobre todo cuando aquellos cambiaron el final de la primera versión de La hora de los hornos (Raymundo la había visto en Venezuela y quedó muy impresionado) en 1973 –año en que el general Perón regresa a la Argentina, luego de dieciocho años de exilio–. El final original de este documental famosísimo tenía una imagen del Che Guevara de varios minutos acompañada por una voz en off. En el segundo final, trastocado en 1973, aparecían el general Perón y su tristemente célebre esposa Isabel Martínez, enrolada en el macartismo de la extrema derecha peronista. Gleyzer y el Cine de la Base se mantuvieron firmes en la defensa de una perspectiva clasista y socialista, obrera y popular, aun frente al regreso del general.
También fue camarógrafo de Telenoche, de Canal 7, y realizador de documentales para la televisión alemana y varias secretarías de turismo argentinas. Incluso fue uno de los primeros argentinos en filmar en las Islas Malvinas en los 60, dos décadas antes de la guerra con Gran Bretaña. Esos materiales fueron utilizados en los documentales Malvinas, historia de traiciones (1985), de Jorge Denti y Hundan al Belgrano (1986), de Federico Urioste. Asimismo, tuvo a su cargo una de las cuatro cámaras de Adiós, Sui Generis (1975, de Bebe Kamín, filme que retrata el último recital del mítico conjunto de rock nacional formado por Charly García y Nito Mestre).
La filmografía de Gleyzer abarca entonces su producción militante –la más voluminosa y perdurable realizada para la insurgencia guevarista– y también la obra «alimenticia», que si bien fue medio de supervivencia, reviste un interés más que anecdótico o coyuntural. Algunos de sus filmes más renombrados son: El ciclo (1963); La tierra quema (1964), Ceramiqueros de Tras la Sierra (1965), Ocurrido en Hualfín (1965), Pictografías de Cerro Colorado (1965), Nuestras Islas Malvinas (1966), Quilino (1966), México, la revolución congelada (1971), Comunicado cinematográfico del ERP (1972), Ni olvido ni perdón (1972), Los traidores (1973), Me matan si no trabajo y si trabajo me matan (1974), entre otros.
Raymundo Gleyzer había realizado una impiadosa radiografía de la burocracia sindical argentina. El título que eligió para su filme, hoy mítico, lo dice todo: Los traidores (el título original iba a ser Una muerte cualquiera). Esa película estaba basada en un cuento de Víctor Proncet, «La víctima», que narraba un hecho verídico, el autosecuestro del dirigente sindical peronista Andrés Framini (aunque el título Los traidores ya había sido utilizado por el escritor comunista José Murillo en la novela homónima –publicada en 1968– donde relataba la traición de la burocracia sindical a una huelga metalúrgica).
Al realizar cine político desde la ficción (incorporando a las imágenes del Cordobazo «La marcha de la bronca», del dúo de la canción de protesta Pedro y Pablo), Gleyzer apostó a la polémica y pensó el filme para ser exhibido en fábricas y barrios, apoyándose en las corrientes clasistas de los sindicatos SITRAC-SITRAM, de las empresas FIAT, afines al PRT y otras organizaciones revolucionarias, o en dirigentes sindicales como Agustín Tosco y René Salamanca (el primero muerto en la clandestinidad en 1975, el segundo secuestrado y desaparecido en 1976). El cineasta planeó incluso volcar Los traidores en fotonovela, para que circulara a un público más amplio.
Su otra gran película política –aunque todas fueron importantes– es México, la revolución congelada, donde trata la institucionalización del proceso político mexicano, el populismo represivo del PRI, el doble discurso permanente de sus dirigentes (similar al del peronismo en la Argentina), la explotación de los indígenas, la matanza de Tlatelolco, el papel sumiso y obediente de aquella «izquierda» que con lenguaje progresista y durante décadas legitimó al PRI, incluyendo la matanza de 1968, y el papel nefasto de la sempiterna burocracia sindical. Cabe destacar que esta película de Raymundo aparece retratada la miseria de Chiapas varias décadas antes de que surgiera el neozapatismo en los 90.
Luego de años de silencio inducido y «olvido» fabricado, comienzan a surgir libros, grupos de estudio, casas de cultura, talleres de video y películas que recuerdan a Raymundo Gleyzer. Entre otros, merecen destacarse el libro El cine quema, de Fernando Martín Peña y Carlos Vallina, y el largometraje documental Raymundo, de los jóvenes realizadores Virna Molina y Ernesto Ardito. En ambos casos, junto a documentos políticos de la época y a los testimonios de militantes y combatientes guevaristas que lograron sobrevivir al exterminio genocida de los militares argentinos, aparece retratado el Gleyzer padre, el amante, el amigo, el inquieto documentalista trotamundos, el revolucionario, el intelectual, con todas sus contradicciones, sus miedos, sus angustias, sus dudas, sus alegrías y su compromiso.
El cineasta fue secuestrado pocos días después del escritor Haroldo Conti, quien, junto con el periodista Enrique Raab, el profesor Silvio Frondizi y el propio Gleyzer, también, se adhirió al guevarismo del PRT-ERP. Conti y Gleyzer estuvieron en el campo de concentración El Vesubio, y el cineasta además había estado prisionero en el destacamento Güemes, cerca del barrio de Ezeiza.
Secuestrados y prisioneros que lograron sobrevivir a la represión relataron que los militares torturaron salvajemente a Raymundo. En sesiones de tortura, le habían cortado los ligamentos de los pies e incluso había quedado ciego. Mientras a Silvio Frondizi lo asesinó en 1974 la Triple A, Raab, Conti y Gleyzer permanecen desaparecidos. La dictadura militar fue implacable con todos los revolucionarios, especialmente con los de origen marxista y guevarista, a los que siempre clasificó como «irrecuperables».
Varios directores del mundo iniciaron en los festivales de cine una campaña mundial por la liberación de Gleyzer. Gabriel García Márquez escribió una carta pidiendo su aparición con vida. En tanto a sólo unos días de su desaparición, el 1 de junio de 1976, el Comité de Cineastas de América Latina suscribe una declaración exigiendo su inmediata excarcelación firmada por Alfredo Guevara, entonces presidente del ICAIC, y los miembros del Comité Walter Achúgar (Uruguay), Miguel Littin (Chile), Carlos Rebolledo (Venezuela) y Manuel Pérez (Cuba). Un año después, el 1 de junio de 1977, dicho Comité reunido durante las jornadas del V Encuentro de Cineastas de América Latina celebrado en Mérida, Venezuela publicaron otra declaración nombrándolo miembro de honor de dicho Comité. Entonces, la CIA informó, legitimando de hecho el secuestro y las torturas, que según su «expediente» en Buenos Aires, había albergado en su casa a refugiados chilenos perseguidos por el general Pinochet. Su mamá se convirtió a partir de entonces en una Madre de Plaza de Mayo. En el momento del secuestro Raymundo tenía apenas treinta y cinco años.
Lautaro Murúa, uno de los actores de Los traidores, lo rememora cálidamente afirmando: «A Raymundo lo veo como alguien muy valiente y romántico, algo que se repetía en miles de muchachos de su edad». Una caracterización sobre su vida que quizás sintetice a toda su generación.
Lo que Gleyzer generó en la cultura argentina y latinoamericana trasciende los circuitos del universo cinematográfico. Su obra expresa que se puede vivir de otra manera. El compromiso vital de Raymundo también demuestra que cuando el estudio y el talento van acompañados de una ética inquebrantable y una militancia insobornable, la cultura puede transformarse en un arma explosiva contra el poder opresor. Y que eso siempre tiene un costo. Raymundo Gleyzer estuvo dispuesto a pagarlo con la vida.
Conocía el peligro que corría. Es uno de los mejores. De los que no se olvidan. De los que luchan toda la vida. Un imprescindible, como planteaba Bertolt Brecht.
Buenos Aires, 22 de septiembre de 2006
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