lunes, 29 de octubre de 2007

Las tizas y la sangre.


Por Osvaldo Bayer
Mañana habrá elecciones. La pena y la vergüenza íntima es ver candidatos en cuya gobernación se mató a maestros u otros cuya filosofía fue el tiro fácil. Los “eslogans” partidarios cada vez más parecen de venta de productos: “Ciento por ciento preparados”, “Votá en defensa propia”. (Estoy en la escuela del barrio muy humilde de Neuquén donde enseñaba Carlos Fuentealba, asesinado en la forma más vil. Lo que poco se sabe es que meses antes de su muerte, los alumnos de ese colegio habían elegido a Fuentealba “el maestro más querido”. Hoy, en el mismo colegio que ahora se llama precisamente Compañero Carlos Fuentealba, hay un cartel que dice: “Sobisch, ciento por ciento preparado para manchar las tizas de sangre”. Nunca jamás, Sobisch, candidato a presidente, podrá lavar esa frase de su currículum.)

Volvamos a los comicios. Ningún partido se compromete y lo expresa: “Terminaremos con los niños hambrientos” ni “Trataremos de reducir el nivel de pobreza a cero”. Tampoco “En cuatro años reduciremos las villas miseria a la mitad dando techo a las familias que allí viven”. Ni “Crearemos planes trabajar para eliminar la desocupación”. O “Mientras haya niños con hambre no hay verdadera democracia”. O, por lo menos, pensando en la calidad de vida: “Terminaremos el caos de tránsito que envenena nuestras ciudades regulándolo, construyendo túneles en todos los pasos a nivel, apostando a los trenes y a los subtes”. Para saber lo que quieren. Y si no cumplen, pues no se los vota más.

No, todo es generalidad superficial, promesas de palabras, que se traducen como falta de responsabilidad.

Esto también forma parte del interrogante fundamental que se hace en el mundo acerca de nuestro país: ¿cómo es posible que con tantas riquezas y relativamente poca población muestre tales estadísticas de pobreza y violencia y catorce golpes militares en menos de un siglo del comienzo de elecciones democráticas? Todo esto para llevarnos a la dictadura con la represión más cruel de la historia universal y la desaparición de personas (sólo comparable con la del nazismo y con la de la conquista española –bendecida por los obispos católicos hispanos– y para eso basta citar la ejecución de Tupac Amaru, su hijo, su esposa y su hermano).

Todo fue posible en el país argentino por ese “mirar hacia delante” de nuestra cultura política, basada en el “progreso” dictado desde la ávida Europa.

Y vayamos al espejo donde nos miramos todos los días. Tenemos un monumento al primer golpista, fusilador de obreros, el general Uriburu. El más grande de la ciudad de Balcarce. Eso lo dice todo acerca de nuestro “coraje civil”. Tenemos una ciudad en la Patagonia que se llama General Roca. Es como diría el escritor alemán Sebastián Schoepp: “Tener un monumento de Hitler en Auschwitz”.

Más preciso, imposible.

Y nos quedamos en Schoepp. Hace poco, en una brillante nota hizo un profundo análisis de la medida tomada por el alcalde de la ciudad de Lima, Luis Castañeda, quien decidió quitar para siempre del centro de la ciudad el monumento del conquistador Francisco Pizarro, el destructor de la nación inca. Porque Pizarro fue un asesino masivo, así lo dijo el alcalde peruano, y todo lo contrario de un héroe del pueblo. La estatua de Pizarro la había llevado a cabo el norteamericano Charles Ramsay, escultor y apasionado jugador de polo de Buffalo, EE.UU. Siempre había modelado en bronce cow-boys, caballos y bisontes. El yanqui quería representar “la conquista y el progreso” en la figura del verdugo de Atahualpa, a quien asesinó después de robarle una habitación llena de oro. Luego, Pizarro hizo asesinar a su compañero de aventuras Diego de Almagro. Pero lo pagó caro porque luego fue muerto por españoles partidarios de Almagro. Progresistas, los europeos. Nuestro general Roca repetía en cada discurso “los salvajes, los bárbaros” para referirse a nuestros pueblos originarios. Habría que preguntarse quiénes fueron los verdaderos bárbaros y cuál fue el verdadero progreso. Todo se hizo por dinero y nada más que por eso. Entre 15O3 y 1660 llegaron a Sevilla 3,5 millones de kilos de plata y una cantidad similar de oro desde Latinoamérica. El oro de los incas –sostiene Schoepp– enriqueció a la Europa occidental y le dio el empuje para su enriquecimiento económico. Latinoamérica paga todavía hoy esa conquista y la esclavitud sufrida por su gente autóctona,

En cambio, todavía hoy, España sigue considerándolo un héroe. Y se sigue aprovechando. Miles de turistas van a visitar por año a Trujillo, en Extremadura, donde nació el asesino de Atahualpa. Agrega Schoepp: “Las estatuas del fascista Franco –fusilador de poetas– han sido casi todas eliminadas de España, pero la de los conquistadores que mataron a miles de pobladores latinoamericanos, esas continúan”.

El único que criticó la decisión del alcalde Castañeda de acabar con Pizarro fue, por supuesto, el escritor Vargas Llosa, quien se borocoteó desde hace más de una década desde la izquierda a la derecha. El alcalde de Lima hizo poner donde estaba el monumento a Pizarro la bandera multicolor del Tahuantisuyu, de los pueblos andinos.

Esto hubiera sido imposible en la Argentina. Hace tres años pedimos a la Legislatura el alejamiento del monumento al genocida Roca del centro de Buenos Aires y hasta ahora no fuimos recibidos. El Chango Farías Gómez, presidente de la Comisión de Cultura, nos prometió recibirnos en febrero pasado y ya estamos en octubre. Tiempos argentinos. Se nos dice que están todos esperando la asunción de Macri. El ama desbordadamente a Roca, como corresponde. Después de todo el general entregó 41 millones de hectáreas de nuestras mejores pampas a 1300 estancieros encabezados por Martínez de Hoz, bisabuelo directo de nuestro conocido. Nada cambia, todo se mantiene.

Pero hay cosas del pueblo que a uno lo llenan de emoción. Entro a Chos Malal, sí, allí en el Neuquén, y veo que a la calle Roca en la mayoría de los carteles le han adherido un papel impreso con la palabra asesino. La Legislatura de Morón me invitó a exponer los motivos de por qué hay que eliminar al coronel Ramón Falcón de las calles de ese partido. Hablo de la represión bestial del 1º de mayo de 1909 contra los obreros, hablo de la represión contra las mujeres por la huelga de conventillos de 1907... y más y más. Ha comenzado el debate, al parecer. Y luego habrá que responder el porqué nuestra democracia nunca se defendió contra los golpes militares. Y por qué hemos levantado monumentos a Roca por doquier sin preguntarnos si con eso no aceptábamos la premisa que para “progresar” hay que matar. Y endiosar a quienes, como ese militar, pronunciaba la palabra “exterminar” en el Congreso de la Nación para referirse a los que poblaban estas enormes distancias desde sus orígenes.

Treinta y seis monumentos a Roca. Hitler en bronce en Auschwitz. Votá en defensa propia. Estamos ciento por ciento preparados.

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