La funcionalidad del sindicalismo tradicional en la nueva etapa del gobierno kirchnerista
Hay mucho más que la simple consecuencia de un conflicto de simpatías o antipatías personales o de ambiciones, en la pelea desatada en el seno de la burocracia cegetista entre los sectores que lidera Hugo Moyano, por un lado, y los que comandan Luis Barrionuevo y los “Gordos”, por el otro. Se trata de un correlato de la tensión que se opera en el kirchnerismo entre la corriente interna que sostuvo el barniz “neodesarrollista” de la gestión de Néstor Kirchner y la que, para la segunda etapa del proyecto -la que tendrá a Cristina Fernández en el protagónico-, se propone darle a la propuesta de “pacto social” planteada por la candidata un carácter de redisciplinamiento de la puja distributiva y de la organización social de la producción que permita menos sobresaltos en un presumible retorno a las fuentes más ortodoxas del neoliberalismo, en los términos exigidos por Estados Unidos, el FMI y el Club de París.
Ya es un secreto a voces que fue el ministro de Planificación Julio De Vido el principal velador, en el gobierno, de la variante Moyano al frente de la CGT, la que garantizó el rol de contención de los reclamos salariales en estos años, a medida que el proceso de crecimiento económico -basado en balbuceos de sustitución de importaciones posterior a la declaración de la moratoria de la deuda en 2002, los agronegocios y el petróleo- permitió reducir los índices de desempleo y devolver centralidad a los trabajadores asalariados en la pelea por la distribución del ingreso.
El presumible inicio de la etapa de Cristina en el gobierno coincide con la multiplicación de los signos de agotamiento del esquema neodesarrollista. Empieza a pesar de manera significativa el agujero de infraestructura energética, los problemas que genera ese agujero, junto con el déficit de inversión, en la relación entre la oferta y la demanda, con el consecuente crecimiento de la inflación que los manoseos en el INDEC no consiguen tapar. Los factores de poder internacionales golpean sobre esos problemas y, ante la inminencia del cambio en el gobierno, presionan por el acuerdo por la deuda con el Club de París, por una “solución” para los tenedores de bonos que no aceptaron la reestructuración de la deuda privada con quita de 2005, y por el aumento de las tarifas de los servicios públicos privatizados en manos de multinacionales.
En el oficialismo, el instrumento de esas presiones está encarnado desde siempre por el antiguo colaborador de Felipe Cavallo, Alberto Fernández, el jefe de Gabinete llamado a ser el hombre fuerte del equipo de Cristina casi con exclusividad.
No es una casualidad que sea Alberto Fernández quien motoriza la ofensiva de barrionuevista y “Gordos” para hacerse del control directo de la CGT. Ni que los sindicatos más fuertes que la llevan adelante sean casi todos gremios de servicios: gastronómicos, Luz y Fuerza, sanidad, comercio, ferroviarios y demás.
En la emergencia de una etapa en la que puede haber dólar más bajo, enfriamiento de la economía y el consumo y fuerte aumento de tarifas, con caída aún más pronunciada del valor real del salario, el “pacto social” de Cristina no aceptaría ni siquiera la verborragia “combativa” del neovandorismo a la Moyano, tan funcional al neodesarrollismo en fuga como lo fue el propio Augusto Vandor al desarrollismo frigerista de los primeros ’60.
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