lunes, 29 de octubre de 2007

"Que éste sea el último juicio contra un solo genocida"




En la segunda audiencia testimonial del juicio contra el represor Héctor Antonio Febres, declararon cuatro sobrevientes de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA). "Este juicio es un homenaje a los compañeros que nos marcaron este camino de resistencia", sostuvo Graciela Daleo. Aunque tanto ella como Víctor Basterra, Adriana Marcus y Miriam Lewin exigieron que se ponga fin a los juicios por genocida.

Por ANRed - Sur

Un nuevo día para dar testimonio. "Si, juro" o "si, prometo" antes de cada relato, antes de aquellas palabras que suscitan y alimentan la bronca necesaria que genera el reiterar una vez más las vivencias y los sucesos que ya deberían determinar una realidad procesal que se demora extendida en el tiempo, un tiempo que escucha un reclamo constante, claro e imperioso: "Todos los genocidas condenados por todos los compañeros" .

Nuevamente se revive el secuestro, la tortura y sus detalles, los anuncios de traslado y su significado aterrador. La capucha endurecida por la sangre de otros secuestrados, aproximación del olor de la muerte en el mismo acto de arrancar la propia la propia vida para ponerla a disposición del diseño represivo de aniquilamiento sistemático.

¿Qué dudas caben de la sistematicidad asesina con la que actuaban los genocidas? "Ninguno de los prisioneros que hemos pasado por la ESMA hemos creado historias. Si en algo no mentimos es en lo que nos pasó durante esa época, por eso doy crédito de lo que contó Carlos García", respondió Victor Basterra, uno de los testigos que declaró en la audiencia del 25 de octubre, a la pregunta efectuada por la fiscalía sobre el testimonio de una de las víctimas.

Expresión significativa que demuestra una vez más que, en cada relato, nada carece de veracidad, que la auténtica historia del genocidio, es aquella que desde 1983 a esta parte, sale de cada voz testimonial, de aquellas y aquellos que lograron sobrevivir y que se instalan en un presente que retiene la memoria tangible de las y los militantes secuestrados, encapuchados, esposados, torturados, asesinados y desaparecidos por un sistema planificado de exterminio.

El 10 de agosto de 1979 un grupo de tareas secuestró a Víctor Basterra. Ingresaron por los techos de su domicilio y lo secuestraron a él, su mujer y su hija quienes fueron liberadas al quinto día. "Fui conducido a la ESMA y allí fui sometido a picana eléctrica que ha dejado en mi secuelas cardíacas", relató Basterra. En esa primera sesión de tortura especificó: "Alcancé a ver un rostro riéndose, después supe que era el 'Gordo Daniel' y después supe que tenía un nombre, Febres. También me amenazaron con ponerme a mi hija sobre el pecho mientras me picaneaban".

El genocida imputado sólo por cuatro casos. Un genocida por un puñado de víctimas. No por Víctor Basterra, ni por los más de 5000 que estuvieron secuestrados en la ESMA.

Y aquí, como en todos los casos en donde nuevamente se presta testimonio, se genera una instancia en donde se revictimiza a esas víctimas: "Al no ser condenado el genocida por su rol con respecto al secuestrado en determinado centro de detención, vuelve a quedar impune y el sobreviviente solo, con su historia, frente a esa impunidad sabiendo que al genocida se lo juzgará sólo por un puñado de casos", señalaba tiempo atrás Enrique Fukman en una entrevista realizada por ANRed.

"Hacía cinco copias en vez de cuatro y la restante la guardaba en un papel fotosensible, se iba incrementando la cantidad de fotos que yo les iba sacando a los represores. Logré casi 76 rostros de torturadores". Basterra fue sometido a trabajo esclavo. Su condición de gráfico y fotógrafo le marcó ese destino: la servidumbre dentro de un campo de concentración. Pero de esa situación de humillación, que respondía al denominado proceso de recuperación, él como tantas y tantos otros en similares instancias de esclavitud, trabajó el compromiso de generar una "la memoria colectiva": "Los sobrevivientes hemos dado muestras claras de dignidad luchando por justicia", expresó Basterra en relación a los fallidos intentos del aparato represor de generar la "recuperación" de las y los militantes para que respondieran a "los valores cristianos y occidentales".

El testigo también dejó en claro que: "Febres era el responsable de los interrogatorios, un especializado en la tortura. La posibilidad de producir la muerte estaba en sus manos y esto yo lo padecí en la tortura y en estas sesiones murieron muchos. Esto lo incrimina gravemente".



"Febres salía con los bebés de la ESMA"



Minutos después de que Basterra terminara su testimonio, llegó el momento en que declaró Adriana Marcus, ex detenida-desaparecida de la ESMA que fue secuestrada en agosto de 1978. La sobreviviente narró cómo Héctor Antonio Febres se había presentado como el "comisario Lago" en el departamento de sus padres. En tercer lugar, le tocó el turno a Miriam Lewin de declarar. Lewin fue secuestrada el 17 de mayo de 1977 cuando trataba de llamar por teléfono a su casa. Estuvo meses en poder de la Aeronáutica hasta que entre el 26 y el 27 de marzo de 1978 fue trasladada a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA).

Quien le dio la bienvenida al infierno de la ESMA fue el mismísimo Héctor Febres. "Vino el Gordo Daniel y me dijo que iba a ser el caso 090 y me hizo desvestir. Yo supuse que era para revisar si tenía alguna marca", recordó la periodista. Aunque esa suposición entró en duda a partir de conversaciones con otros secuestrados quienes les dijeron que esa "revisación" no era una práctica común en ese campo de concentración.

Pero esa no fue la única vez en que la ex detenida- desaparecida se cruzó con el ex prefecto acusado de cuatro casos de torturas. "La frecuencia con la que lo veía era casi diaria". Lewin reconoció haberlo visto circular por varias de las dependencias de la Escuela de Mecánica. "Recuerdo haberlo visto entrar a la sala de tortura. Tenía como una función de intendente del lugar. Lo he visto, también, salir en operativos".

"Se comentaba que Febres era el que tenía contacto con las embarazadas, que les hacía escribir una carta a las familias pidiéndoles que cuidaran del bebé hasta que ellas pudieran salir en libertad", detalló cuál era el procedimiento para la apropiación de los hijos de los desaparecidos. "Era Febres el que salía con los bebés de la ESMA". A su vez, Lewin recordó haber tenido contacto durante su cautiverio con las embarazads Alicia Alfonsín de Cabandié, Liliana Pereira y Patricia Roisinblit, cuya madre- Rosa Roisinblit- se encontraba entre el público escuchando el testimonio de la periodista.

Miriam Lewin recalcó su oposición a que Febres, un solo represor, fuera juzgado sólo por cuatro casos de tormentos dentro de un centro clandestino por donde pasaron más de 5000 detenidos- desaparecidos. "Declaré innumerables veces. Empecé a hacerlo en 1983. Para nosotros significa un stress que preferiríamos evitar", subrayó. Al respecto, narró una anécdota más que gráfica. "Cuando declaré en el juicio a las juntas alguien me dijo que iba a tener que volver a hacerlo. Me reí y le dije que cuando Juan, mi hijo, tuviera 18 años me iba a llevar a testificar en auto. Hoy, Juan tiene 27 y sigo declarando". Las víctimas siguen siendo víctimas. "Para nosotros no es gratuito venir a revivir estas situaciones".



"Que éste sea el último juicio contra un solo genocida"



Graciela Daleo fue la última en prestar testimonio. Con una rigurosidad ya característica detalló todo el diseño represivo de la Escuela de Mecánica. Daleo fue secuestrada el 18 de octubre de 1977en la estación Acoyte del subterráneo y conducida al campo de concentración de la Marina. "Estar en la ESMA era una tortura permanente".

Después de haber sido salvajemente picaneada y golpeada por el teniente de navío Antonio Pernía y por el capitán de corbeta Francis William Whamond, Daleo reconoció que sólo su silencio podía proteger a los compañeros del calvario que ella padecía. Whamond, quien había llegado a la ESMA pidiendo ser incorporado al grupo de tareas, le había dicho que si quería hablar, lo hiciera llamar. Ella decidió que les daría una cita falsa para proteger a su compañero. Cuando le pidió a un guardia que llamara al "Duque", quien acudió no fue Whamond sino Febres. "Vino el Gordo Selva. Yo mentí. Dije que tenía un novio en zona sur. Selva ordenó que se alistara un grupo de asesinos. Inventé una cita en una calle con mucho tránsito para poderme escapar o para tirarme para que un colectivo 85- que pasaba por ahí- me atropellara".

Las imágenes de Febres dentro de la ESMA se agolpaban. Daleo recordó cuando se llevaron a Ana María Ponce, quien pidió que la llamaran y le entregó unos manuscritos con unas poesías. "Loli" escribía poesías en ese lugar de muerte. Daleo dijo que nunca iba a olvidar la última mirada que cruzaron, esos ojos llenos de valentía que preveían el "traslado", el asesinato, la desaparición. "Me puse a llorar contra la pared para que nadie me viera. Sentí que me tocaban el hombro. Era Frankestein. Era Febres porque era el carnaval de 1978". Esa misma máscara detrás de la que se escondía el genocida fue usada una y otra vez para aterrar aún más a los detenidos-desaparecidos.

Era el invierno de 1978. El terror se mezclaba con una farsa futbolística, detrás de la cual se pretendía demostrar que los argentinos eran derechos y humanos. La ESMA no fue ajena a la "fiesta de todos". Algunos de los detenidos pudieron ver el último partido y hasta fueron obligados por sus captores a acompañarlos a "celebrar" la victoria. "A mí me subieron a un Peugeot verde musgo porque nos iban a mostrar cómo el pueblo festejaba ese triunfo. En un momento le pedí a Febres que me dejara parar para ver mejor". Graciela no quería contemplar el júbilo de quienes gritaban "Argentina" mientras en esa misma Argentina se torturaba y se desaparecía. Quería respirar un aire diferente al que respiraban los represores que la llevaban en ese auto. "Tuve una certeza. Si yo empiezo a gritar que soy una desaparecida, nadie me va a dar pelota".

Daleo tuvo que soportar otros "paseos" con el ex prefecto. "Febres me dejó en Paso de los Libres y siguió viaje hasta Misiones llevando a otra prisionera. Nos llevaban al puesto fronterizo para que marcáramos a algún compañero pero ninguno cayó por ese operativo". Asimismo confirmó que Febres fue uno de los represores que viajó a Asunción del Paraguay intentando recapturar a Jaime Dri, quien se había fugado mientras esperaba en la frontera.

Aunque esas no eran las únicas funciones del represor. "Supe que Héctor Antonio Febres tenía a su cargo a las embarazadas. El responsable específico era él. Esto no quiere decir que los otros oficiales del grupo de tareas no tuvieran conocimiento de esto", fue clara Graciela Daleo.

Por último, Daleo se refirió a los juicios y a la necesidad de que los represores sean castigados. "Es absolutamente imprescindible que todos los genocidas vayan a la cárcel por todos los crímenes que cometieron. Y, digo, no sólo los que tenían uniforme sino también los civiles".

La voz, la exigencia de Daleo fue la de todos los militantes de Derechos Humanos que detrás del vidrio blindado escuchaban su declaración. "Que éste sea el último juicio contra un solo genocida. Porque acá hubo una co-responsabilidad de la dictadura. Hay que establecer un límite al poder genocida del Estado para que los más viejos podamos decirles a los compañeros que algo pudimos hacer por lo que soñaron aún cuando estaban en capucha".

De pie la sala, desafiando la orden de "Silencio", estalló en un aplauso. Una vez más, haciéndose eco de las palabras de Daleo. "Este juicio es un homenaje a los compañeros que nos marcaron este camino de resistencia".

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