lunes, 25 de noviembre de 2019

Imagen de una traición: el MAS y los golpistas negociaron sobre la sangre derramada



Jeanine Áñez y Eva Copa, presidenta del Senado y legisladora masista.

Los legisladores y las legisladoras masistas le otorgaron a Áñez la legitimidad que ésta requería para dar continuidad al golpe en curso.

“¿Cómo le digo a mi hijo que su papá está muerto? Los militares me lo mataron como a un perro”.
La mujer habla quebrada por el llanto. A su lado, otra mujer mayor la mira con el rostro a punto de estallar. Su bronca y tristeza parecen incontenibles. En la sala solo hay tensión. Es imposible no conmoverse, no sentir que el odio gana cada parte del cuerpo y llega por los dedos hasta el teclado.
A lo largo de la historia, para imponer sus intereses, las clases dominantes no temblaron a la hora de ejercer una brutalidad evidente. Lo sabe el pueblo trabajador de América Latina, que vivió múltiples y reiteradas dictaduras a lo largo del corto siglo XX.
Bajo ese lente, resulta chocante -por decir lo menos- que Argentina algunas fuerzas políticas hoy vengan a proponernos un “reequipamiento” de las Fuerzas Armadas. Esto ocurre al tiempo que los militares se empoderan o son empoderados a distintos niveles en Bolivia, Chile, Colombia o Brasil.
El accionar de los golpistas en Bolivia no es ni será la excepción a esa barbarie capitalista. Por estas horas empiezan a conocerse los testimonios presentados ante la Comisión Internacional de Derechos Humanos (CIDH). La palabra desgarrador describe con precisión lo que allí se escucha.
Allí, ante los funcionarios internacionales, María Cristina Quispe denunció que “la Áñez disque transitoria pero vino a matarnos: a mi marido una bala le destrozó el corazón”. Juan José Tenorio Mamani tenía, apenas, 23 años. Cayó asesinado por las balas policiales (o tal vez militares), el pasado martes.
Ante los ojos del mundo y los funcionarios de la CIDH, otra mujer testimonia que su hermano almorzó con su madre y cuando salió hacia el trabajo recibió un balazo. El plomo cayó desde el cielo, desde los helicópteros enviados contra la población de El Alto.
Aquel martes policías y militares avanzaron sobre la multitud que rodeaba la estratégica planta de combustibles de Senkata. A la memoria de las clases dominantes volvió el recuerdo de la Guerra del Gas. Aquel octubre caliente de 2003, donde la población alteña fue parte de los combates que terminaron derribando a Sánchez de Lozada.
La Bolivia de los golpistas, aquella que proclama la “defensa de las instituciones”, ya tiene en su haber más de 30 personas asesinadas por la represión desde aquel domingo 10 de noviembre.
La Biblia, las cruces y las balas. Todo junto contra las mayorías indígenas, obreras y campesinas. Todo junto en nombre de la libertad de mercado y de un país “unido” a fuerza de disparos, torturas y asesinatos.

La sangre derramada

Una tradición de lucha de los explotados y oprimidos sentencia que no se negocia sobre la sangre derramada. Que los asesinatos de luchadores obreros y populares no son prenda de cambio sino bandera de lucha.
Así lo gritó un joven alteño hace menos de una semana. Así lo sintieron los miles que lo aplaudieron y vivaron.
En la última semana, la bancada masista pisoteó esa tradición. Mientras las balas caían desde el cielo sobre Senkata, diputados y senadores del partido de Evo Morales eligieron la negociación con los asesinos el pueblo alteño.
Más allá de sus matices, “duros y blandos” legitimaron a la autoproclamada “presidenta interina”. Más allá de diferencias parciales, los y las parlamentarias del MAS acordaron una agenda electoral proscriptiva con el régimen represor de los Murillo, Lizárraga y Añez.
Los asesinos del pueblo boliviano tendrán la agenda electoral reclamada gracias a la colaboración de la bancada masista, al plomo lanzado sobre Senkata y Cochabamba, y el aval escandaloso de organismos como la OEA.
La derecha boliviana no pudo más que festejar. El golpista Página SIETE reseñó que “Añez no aparecía esta vez ante las cámaras rodeada de su gabinete, los mandos policiales o la cúpula militar, sino de la presidenta de la Cámara de Senadores, Eva Copa, del partido de Evo Morales, el Movimiento Al Socialismo (MAS)”.
Buscando la calma de la derecha, Eva Copa se encargó de confirmar que su cooperación es completa. Entrevistada por el mismo medio, llegó a afirmar que que “las personas que hayan infringido la ley se las tendrá que sancionar como corresponde, sea de uno o del otro lado”.
Entre los que podrían haber “infringido la ley” ya están Evo Morales y Álvaro García Linera. En el MAS la lealtad parece cotizar más bajo que en las filas del peronismo.
El mandatario derrocado no es ajeno a esta cuestión. A pesar de denunciar la represión golpista, desde su exilio reiteró los llamados a la pacificación y evocó la figura de un diálogo imposible con la derecha.
En esa tónica se inscriben también los encuentros entre el gobierno golpista y muchas de las organizaciones sociales que responden o respondían al MAS. El último sábado, el histórico Palacio Quemado fue testigo de una reunión entre Áñez y la COB, la Csutcb, la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano (Cidob), entre otros. Allí se acordó iniciar una "mesa por la pacificación y reconciliación del país". Detrás de los eufemismos está la voluntad negociadora de las cúpulas de esas organizaciones.
En la semana que pasó, el heroico pueblo alteño demostró su voluntad de lucha y su disposición a pelear contra el golpe de la derecha y el imperialismo. La bancada del MAS demostró todo lo contrario. La foto compartida entre Áñez y Eva Copa -que encabeza esta nota- patentiza esa realidad.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo
Lunes 25 de noviembre | 13:55

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