domingo, 3 de noviembre de 2019

Liborio Justo. Perfil de un indomable



Dirigente de agrupaciones encuadradas en la izquierda radical por los últimos años treinta y los primeros cuarenta, narrador de relatos realistas, historiador con varias obras sobre Argentina y América Latina, fotógrafo tan amateur como eximio, viajero inveterado por latitudes disímiles y a veces insólitas, estudioso de la geografía y la fauna de regiones alejadas, habitante solitario por largos años de unas islas entrerrianas. Esos rasgos parecerían englobar varias biografías, sin embargo todos convergen en una sola persona: Liborio Justo. Vivió entre los años 1902 y 2003, dueño así de una vida centenaria que abarcó todo el siglo pasado y le permitió asistir al comienzo del actual.
Fue un personaje múltiple, proteico. Ello incluyó el uso de seudónimos, ya que solía firmar sus producciones narrativas como Lobodón Garra, mientras que la mayoría de sus intervenciones políticas aparecían con el apelativo Quebracho, que en ocasiones utilizaba también para firmar su producción de temática histórica (En las primeras épocas de su militancia aparece también el seudónimo “Bernal”, apellido de uno de sus antepasados.)
Su temprana autobiografía, escrita antes de los 40 años, y titulada Prontuario lo muestra con una personalidad celosa de su independencia, un intelectual autodidacta (pasó sólo brevemente y sin graduarse por la universidad) con intereses muy vastos, que en lo ideológico se acerca primero al ideario democrático de la Reforma Universitaria, para definirse luego hacia la izquierda marxista.
Mientras reside en Nueva York, en los primeros años treinta, milita vendiendo el Daily Worker, periódico del Partido Comunista, y culminará un giro de 180 grados respecto al tipo de ideas y acciones que podrían esperarse de su pertenencia de clase original, ligada a apellidos patricios y a vastas fortunas. A la hora de dar una explicación a ese giro, menciona tres factores que signan su itinerario: “a) la opresión social provocada por el orden existente que me impedía lograr la plenitud del desarrollo de mi personalidad, b) la opresión circunstancial derivada del encumbramiento político de un familiar… y c) la opresión nacional que resulta de la acción del imperialismo sobre la sociedad a que pertenezco”.
Con respecto al segundo factor mencionado, haber pasado a ser el hijo del presidente argentino, Liborio ofreció una respuesta, en su provocativo estilo. Nos referimos al famoso grito ¡Abajo el imperialismo norteamericano! que profirió en 1936, en presencia del mandatario norteamericano, Franklin D. Roosevelt, y de su padre, el presidente argentino Agustín P. Justo, ambos reunidos en el recinto del Congreso Nacional.
Sus cuentos sobre la Patagonia, publicados con éxito bajo el título La tierra maldita –cuya primera edición fue de 1933, y que podrían ubicarse en un realismo social característico de la izquierda– le habían dado cierta notoriedad literaria, y preanunciaban su definición ideológica. Al tiempo de regresar de EE.UU. se vinculó con el Partido Comunista de Argentina, para producir poco después una ruptura pública con esa organización, que volcó en una carta abierta publicada en la revista Claridad. Condenaba en ella el viraje comunista a la política de frentes populares y se declaraba trotskista.
A su ruptura con el PC hace referencia en Prontuario, fundándola en el rol jugado por el comunismo en torno a la revolución española: “Fue allí donde el papel nefasto del llamado partido ‘comunista’ aplastando la revolución popular junto con el ‘socialismo’ amarillo y apuntalando con todo su aparato policial el carcomido régimen burgués de la República, se hizo tan evidente, que juzgué imposible, en ninguna forma, seguir como cómplice de actitud de tal naturaleza”; y luego continúa: “… ese partido, para mayor escarnio nuestro, está dirigido por un individuo lleno de grasa en el cuerpo y en el cerebro, y sin otra condición destacable que la flexibilidad de su columna vertebral frente a la burocracia del Kremlin: el súbdito italiano Vittorio Codovilla… Si todavía hay algún tonto que lo siga, la altura del maestro está indicando a las claras la altura de los discípulos”. El último pasaje constituye un buen ejemplo del furibundo estilo polémico que Liborio Justo conservó toda la vida, sin detenerse ante consideraciones personales o burlas de trazo grueso.

Militancia política y trotskismo

Al tiempo, Justo hará efectiva su incorporación a las corrientes trotskistas, que si bien desde hacía unos años habían iniciado su trayectoria en el país, todavía estaban reducidas a pequeños grupos, sin influencia real en el movimiento obrero ni cohesión entre ellas. Él intenta jugar como un elemento dinamizador, apoyado en que era alguien con recursos intelectuales e incluso sociales y materiales aptos para cumplir un cierto papel de liderazgo, o al menos para instaurar una discusión más rica y más ligada a la acción que la existente hasta entonces. Al tiempo de comenzar su actividad, y vivir los choques entre personalidades y pequeños grupos, lanzó una fuerte crítica al accionar trotskista de toda la década anterior, en un folleto titulado “Cómo salir del pantano”. Su énfasis teórico particular estaba puesto en el carácter semicolonial de Argentina: “… ha sido, durante largos años, una especie de apéndice económico de Inglaterra (…) Esta situación deformó por completo el desarrollo armónico de las fuerzas productivas del país, paralizando su evolución industrial y la consiguiente creación de un mercado interno, al mismo tiempo que permitiendo a la oligarquía ganadera argentina (en connivencia con la burguesía comercial porteña) (…) eternizarse en el poder hasta llegar a constituir el principal freno al progreso de la República…”.
Esa interpretación lo llevó a debatir con los trotskistas que postulaban que Argentina poseía un mayor grado de desarrollo y era, por tanto, susceptible de que allí se desenvolviera un proceso revolucionario de carácter socialista desde el inicio, sin atender al problema de la liberación nacional que planteaba Justo. Se entabló así un debate destinado a tener una duración muy prolongada, y que dio lugar a una profusa producción teórica e histórica dentro del trotskismo en particular y en el campo de la izquierda en general. La organización creada por Liborio, el Grupo Obrero Revolucionario (GOR), se dispersó al poco tiempo de su creación, quedando reducido a pequeños grupos, con Liborio haciendo su balance en Centrismo, ooortunismo y bolchevismo, un trabajo que publicó en 1940. Luego logró reconstruir un núcleo que pasó a denominarse LOR (Liga Obrera Revolucionaria) polemizando con otra corriente, llamada LOS (Liga Obrera Socialista).
El grupo de Justo sostenía la necesidad de un proceso de liberación nacional, con tareas democráticas, antiimperialistas y de transformación agraria. También reivindicaba la composición social de la LOR, con predominio obrero, frente al grupo “pequeño burgués” que lo enfrentaba. Cuando los otros grupos trotskistas se unifican en el Partido Obrero de la Revolución Socialista (PORS), en 1941, Liborio respondió acusando al representante de la Cuarta Internacional, que había sido mentor de esa unificación, de “agente imperialista” y, poco después, en 1942, planteó directamente la ruptura con la Cuarta Internacional. En esas circunstancias la LOR se dispersa y Liborio se queda prácticamente solo. Escribió tiempo después el libro Trotski y Wall Street, en el que acusaba al revolucionario ruso de haber capitulado frente al gobierno burgués de Lázaro Cárdenas, e incluso achacándole haberse puesto al servicio del imperialismo. Seguirá sustentando esa peculiar posición sobre Trotski hasta el final de sus días, como lo atestigua una declaración de 1994: “León Trotski, detrás del palabrerío revolucionario que lo acompañó siempre, se alió al gobierno burgués de Lázaro Cárdenas, atado al imperialismo yanqui, hizo expulsar a sus partidarios revolucionarios declarándose demócrata, buscando salvar su vida o luchar mejor con su rival Stalin, y hasta se transformó en informante del gobierno de EE.UU.
Mas allá de esas opiniones, la obra del fundador del Ejército Rojo siguió siendo una de sus fuentes de inspiración. En su libro Estrategia revolucionaria, de 1957, hará un balance de estos momentos fundacionales del trotskismo argentino, criticándole "un criterio erróneo y metafísico que trató de trasplantar al medio semicolonial de América Latina las consignas aplicables a los países europeos… Ignoraron la unidad de América Latina así como negaron la necesidad de su liberación nacional…”.

Algunos apuntes sobre la obra de Justo

A partir de la disolución de la LOR en 1943, Justo ya no será un militante encuadrado en ninguna agrupación de izquierda, pero mantendrá inalterables sus ideas fundamentales, expresadas a través de su nada desdeñable producción escrita, volcada en buena parte a la temática histórica y política, con algunas incursiones cercanas a la ficción, y otras en la crítica literaria, sin descartar acercamientos a estudios geográficos y de ciencias naturales.
Mas allá de su alejamiento del trotskismo, seguirá definiéndose marxista-leninista, asignándole centralidad a la problemática de la “liberación nacional” y adoptando posiciones de izquierda radical. El “latinoamericanismo” fue una característica permanente de Justo, asociado a un potente antiimperialismo que supo ver en su momento el giro desde la preeminencia del capital británico al período signado por el predominio no sólo económico sino político-militar de Estados Unidos. Dedicó parte de su obra a predicar la integración latinoamericana, y en particular un libro completo a la integración argentino-brasileña, Argentina y Brasil en la integración continental.
En 1956, Milcíades Peña lo invitó a formar parte de la revista Estrategia, un intento unificador de la intelectualidad de izquierda. Tras una aceptación inicial, Justo rechaza el ofrecimiento, diciendo textualmente “prefiero quedarme solo”, y eso pasa a ser una decisión cuasi definitiva. Liborio seguirá siendo un atento observador y estudioso de la realidad argentina, latinoamericana y mundial, pero sin formar parte de ninguna organización política, ni dar lugar a discípulos o escuelas de pensamiento por él inspiradas.
En publicaciones como Fray Mocho, Revista Geográfica Americana, El Hogar, Caras y Caretas, entre otras, se publicaron artículos sobre los viajes y exploraciones de Liborio Justo, con frecuencia acompañados de fotografías tomadas por él mismo. El trabajo en soledad se convierte en una característica suya inalterable.
En otro orden está su obra narrativa, en la que refleja sus propias experiencias de vida, de viajero y explorador. La tierra maldita, original de 1933, es producto de sus viajes por la Patagonia austral. Su experiencia de poblador de las islas del Ibicuy durante varios años dio como resultado Río Abajo, también una serie de relatos.Su estancia en el Ibicuy tal vez haya tenido que ver con el abandono de la militancia política activa, contrapesando el tiempo pasado en el febril mundillo de las agrupaciones trotskistas con la vida en parajes poco poblados y aislados.
El “Quebracho” de las fuertes polémicas y los folletos críticos del orden de cosas existente y de las otras corrientes revolucionarias, parece haber dejado paso a un período signado por la soledad y la reflexión, quizá no casualmente contemporáneo a la entronización del peronismo, situación política difícil para quienes no cultivaban el justicialismo pero tampoco el antiperonismo clásico, como era el caso de Justo. Al volcar esa experiencia en la escritura, se reafirmó su tendencia realista, hasta despiadada, a la hora de pintar al ser humano en conflicto con la naturaleza y sumido en la soledad.
El abandono de la militancia organizada no implicó que Justo dejara de intervenir políticamente a través de sus escritos, sobre todo en la década de los 50 y los 60, desde su ya citada Estrategia revolucionaria, hasta su enfoque crítico sobre las guerrillas en Bolivia, pasando por escritos sobre experiencias como la Unidad Popular chilena o la llamada Revolución Peruana. Una obra destacable es su libro dedicado a la revolución boliviana de 1952, Bolivia, la revolución derrotada. Ese trabajo aparece entroncado en un internacionalismo ligado a la visión de “revolución continental”. Lo recorre un entusiasmo reflexivo pero muy intenso frente a la gran movilización de masas trabajadoras e indígenas y al extraordinario hecho del ejército derrotado en lucha abierta por los mineros y otros sectores obreros. En su capítulo final no se ocupa tanto de la “traición” de los dirigentes “burgueses” como de las falencias de los revolucionarios a la hora de comprender la situación y tomar el proceso revolucionario efectivamente en sus manos. Su publicación en 1967, por la misma época de la guerrilla del Che, puede tener que ver con el propósito de presentar como contracara del llamado “foquismo” a una revolución proletaria, con una situación en su momento de “doble poder”, que la dirigencia revolucionaria habría malogrados.
De la misma época es su folleto sobre la guerrilla boliviana, en el que defiende la tesis de la “excepcionalidad” del proceso revolucionario cubano, triunfante a raíz de haber sido la primera experiencia de ese tipo y por tanto irrepetible en otros países de América Latina. Además señala como un error específico el intento en Bolivia, donde existía un campesinado que ya había vivido un proceso de reforma agraria tras la revolución de 1952, y un movimiento obrero minero que no había recibido apoyo en sus luchas de los años inmediatos anteriores. Su posicionamiento es, por tanto, contrario a la estrategia guerrillera, y apuesta a los levantamientos de masas, con amplio protagonismo obrero.
En torno a los años sesenta comenzó a cultivar la escritura sobre la historia argentina, a la que percibía como estrechamente entrelazada con su historia familiar. Realizó un intento de historia argentina integral, en cinco tomos y un apéndice; Nuestra Patria Vasalla (historia del coloniaje argentino), cuya publicación abarcó cerca de un cuarto de siglo. Desde el tatarabuelo que luchó en las invasiones inglesas, hasta la india pampa que participó de su crianza, Justo parece considerarse a sí mismo un paradigma de identificación prolongada con estas tierras. Antes de comenzar la serie, Justo escribe: “En los años 1806 y 1807, Pedro Padroza, español, tatarabuelo del autor de este libro luchó contra los invasores ingleses (…) Cuatro años más tarde, James Harris, inglés, también tatarabuelo del autor, integró la tripulación de la escuadra de Buenos Aires que, al mando de Guillermo Brown, emprendió la lucha contra los españoles de Montevideo…”. Liborio Bernal, su abuelo, luchó contra las montoneras de Chacho Peñaloza, intervino en la guerra del Paraguay, fue comandante del fuerte de Carmen de Patagones, gobernador militar de Río Negro, y en 1893 fue nombrado interventor federal en la provincia de Santa Fe, donde participó en la represión a la insurrección de inspiración radical de ese mismo año. Sus antepasados de apellido Justo también tuvieron destacada actuación pública: uno fue gobernador de Corrientes, y su padre, general, primero llegó a ministro de Guerra y después a presidente de la Nación. Liborio escribe: “La historia de la República Argentina es, pues, en cierto modo, para el autor de este libro (…) la historia de su familia y, en ese sentido, considera tener derecho de hablar sobre ella y decir al respecto todo lo que tiene que decir”. Aquí parece resonar cierto tono aristocratizante en la apostura de Liborio: escribe la historia del país, entre otros motivos, porque ésta se confunde con la historia de su familia. Apunta allí a exponer la historia argentina desde su punto de vista antiimperialista y de necesidad de liberación nacional, algo que explicita desde el título y subtítulo de la obra.
El conjunto de la serie está presidido por la idea de que Argentina nunca ha alcanzado a ser una nación, que el sentimiento nacional quedó diluido detrás de un cosmopolitismo hijo del sometimiento a las metrópolis del gran capital. Su trabajo está atravesado, a nuestro juicio, por la tensión irresuelta entre el afán de producir un relato general sobre la historia nacional, y el de aplicar la modalidad interpretativa que sostiene sobre el origen y desarrollo de la sociedad argentina. Tiene apuntes interesantes, sobre todo en lo relacionado al vínculo de Argentina y sus clases dominantes con Gran Bretaña primero y con Estados Unidos posteriormente.
Es otro de sus trabajos historiográficos, Pampas y lanzas, el que marca un punto más alto en este campo, sobre todo por la radical y fundamentada defensa que hace de los indígenas en su lucha con los terratenientes y el Estado nacional argentino, sumándole la presentación de la guerra en la frontera como una gesta de vastos alcances.
Logra ser convincente en transmitir lo que desde la “civilización” se visualizaba como “la guerra al malón”; como una epopeya en defensa de una identidad, un modo de vida y un territorio: “Fue una guerra extraordinaria, sin tregua ni perdón, salpicada de hechos heroicos y portentosos, algunos de los cuales oscurecen a los más grandes ocurridos en toda la historia del país: el indio su suelo, sus propiedades, sus familias, sus costumbres, su libertad; el cristiano, valido de todos sus recursos y de su mayor número, pugnando por arrebatarle las tierras y los animales y tratando de reducirlo a la esclavitud”. Liborio considera la herencia indígena como un componente olvidado pero insustituible de lo nacional, por eso su pregunta retórica: “¿Quién se acuerda del indio de la Pampa al reivindicar lo nacional?”
Justo propone la entronización del indio como figura fundante y simbólica de la identidad nacional, en tanto que representante de una verdadera guerra contra la oligarquía dominante. Llama también la atención en la obra, la apreciación poco benévola que hace de la figura social del gaucho, Para su particular prisma, el gaucho equivale al lumpenproletario, sometido por su miseria y sin espíritu de rebeldía, mientras que el indio, en particular el de la llanura pampeana encarna, a su juicio, una larga y heroica lucha contra el poder estatal y los terratenientes: “… el gaucho no solamente se sometió a los patrones estancieros y a los comandantes militares, sino que éstos, manejándolo como esclavo, lo amaestraron para hacerlo servir de perro de presa en las guerras contra el indio araucano de la Pampa, indomable e irreductible”.
A ello agrega la impugnación de la utilización del gaucho (una vez extinguido como tal, podría agregarse), como figura emblemática de los valores y tradiciones argentinas, operación de las clases dominantes que tiene como una pieza fundamental la consagración de Martín Fierro, como gran libro nacional, incluyendo el papel jugado por Leopoldo Lugones, cuando ante lo más granado del establishment proclamó al libro de Hernández “nuesto poema máximo y la fuente más pura de nuestra tradición”.
En cuanto a Masas y balas, es un libro que se ubica en un impreciso punto intermedio entre la narrativa y la escritura historiográfica. Justo incursionó también en la crítica literaria, en la que se dedicó a opinar sobre los escritores argentinos. Lanzó juicios lapidarios sobre variados “próceres” de las letras nacionales, haciendo gala una vez más de un estilo fuertemente polémico, ajeno por principio a cualquier “diplomacia” o respeto de reglas preestablecidas. Valga como ejemplo un juicio en el que asocia a Lugones y Borges: “… podemos afirmar que si Leopoldo Lugones fue el poeta del Shorthorn y del ‘chilled beef’, en la época del predominio de la oligarquía, hoy Borges, con la decadencia de ésta, y la preponderancia del imperialismo, lo es del Fondo Monetario Internacional”.23 Su mirada es más benévola, sin dejar de ser crítica, 22. Ibídem, p. 282. 23. Garra, Lobodón, 1900-2000 “Cien años de Letras Argentinas” (Enfoque polémico sobre nuestra expresión), Buenos Aires, Badajo, 1988. 22 | Liborio Justo cuando se ocupa del grupo Boedo y de Roberto Arlt, en gran medida porque los consideraba parte de un esfuerzo literario procedente de las clases subalternas y vinculado a un ideal de revolución social. La actuación pública y la escritura de Liborio Justo reconocen una coherencia indudable. Siempre se orientó al combate contra las fuerzas del establishment en sus variadas expresiones, oponiéndoles de modo invariable sus posiciones revolucionarias, articuladas en un antiimperialismo latinoamericanista, en clave de liberación nacional. El mismo espíritu impregna todas sus páginas, y a su servicio desarrolló su vitriólica vena polémica, que no perdonó ninguna expresión del poder, desde los gobernantes hasta los representantes de la cultura oficial, pasando por las grandes empresas, en particular las extranjeras. Su soledad fue sin duda expresiva de características personales, pero también de las deficiencias de articulación de una izquierda argentina aquejada de debilidad y dispersión. Masas y Balas | 23 Masas y balas: Escritura sobre la crisis y la revolución Masas sufrientes, en movimiento, en lucha contra las patronales y el Estado. Balas lanzadas contra ellas por uniformados o por servidores privados de los patrones. Allí está la clave transparente del título de este libro, publicado en el año 1974, cuatro décadas después de los diferentes sucesos históricos que en él se narran. En la “Advertencia” de Justo que precede al libro se lee: “Todos los sucesos que se relatan en este libro son históricos y ocurrieron –salvo algunas narraciones retrospectivas– entre los años 1931 y 1935, durante los días más dramáticos de la gran crisis económica mundial”.1 Para la militancia revolucionaria de la época, la gran crisis marcaba el cumplimiento de la profecía del ocaso definitivo del capitalismo. Así lo vio el propio Justo, tal como lo atestigua en Prontuario, cuando profetiza la extinción del capitalismo y la conversión del Empire State en “un museo de la opresión imperialista”.2 La revolución mundial, no realizada inmediatamente después del Octubre ruso, debería tener entonces, lugar ante la evidencia de un capitalismo que se derrumbaba desde la base, y en su principal metrópolis, Estados Unidos. Allí estaban para atestiguarlo poderosas organizaciones sindicales; los partidos comunistas, volcados durante ese lapso a la política ultraizquierdista de “clase contra clase”, y grupos trotskistas o de otras líneas críticas del comunismo oficial. Pero sobre todo, la existencia de un clima de empobrecimiento y descontento, que podía convertirse en actitud rebelde y de allí en rebelión franca y organizada, sobre el que actuaba una militancia experimentada y a menudo heroica. 1. Garra, Lobodón (Liborio Justo), Masas y balas, Ediciones de la Flor, 1974, p. 9. 2. Justo, Liborio, Prontuario… p. 300. 24 | Liborio Justo Masas y balas es una obra en la cual el enfrentamiento entre clases es tema central y excluyente. Todo remite, directamente o de modo apenas oblicuo, al antagonismo, activo o larvado, entre empresarios y trabajadores, explotadores y explotados, ricos y pobres, propietarios y desposeídos. El conjunto de la sociedad, incluyendo instituciones pretendidamente no penetradas por el conflicto social, como las fuerzas armadas, se sacude la inercia y la tradición para dar paso a la confrontación, portando proyectos de transformación social radical, o de defensa violenta del orden existente. Sobre ese escenario cada relato refleja episodios de combate social en uno o más países del continente americano. Hay dos espacios: el Cono Sur en los cuatro primeros capítulos, y el centro imperial norteamericano, atravesando su momento más crítico, en el último. Justo entrega unos relatos difíciles de clasificar entre la narrativa, las memorias y la historiografía. Tiene elementos de las tres, aunque a nuestro juicio predominan las dos últimas. Cada capítulo contiene uno o más episodios reales, expresivos del agudo conflicto social de la época. En el contexto de la crisis económica mundial desatada en 1929, aparece claramente el interés de Justo de reflejar la reacción que frente a ella expresan las luchas populares y lo que él entiende como su potencialidad revolucionaria. Justo no busca “ficcionalizar”, no construye una trama de cuento, ni se detiene mayormente en describir caracteres individuales o explicar reacciones personales. Toda su labor en la escritura parece orientada a transmitir la sensación de que estamos asistiendo a un pasaje de la vida real, sin modificaciones, agregados ni adornos de ningún tipo. Sus relatos no tienen “protagonistas” en el sentido clásico del término. Siempre el rol central lo juegan las clases trabajadoras en su Masas y Balas | 25 conjunto, con prioridad de sus sectores activos y rebeldes. Cuando se ocupa de la sublevación de la escuadra chilena, en el segundo relato, no deja de destacar que los sublevados son proletarios o campesinos de uniforme. Afiches callejeros, titulares de diarios, discursos de oradores improvisados, son transcriptos para fortalecer el “toque de realidad” de lo contado. Muchas veces éstos remiten a hechos francamente atroces, a una miseria manchada de sangre: “En el interior de la celda del Reformatorio de Menores, Sabino Godio, argentino, de 10 años de edad, se ahorcó empleando un cinturón que había trenzado con un alambre”.3 “Cuando las llamas llegaban al abdomen del negro, alguien se adelantó y le arrojó gasolina a todo el cuerpo. En sólo pocos minutos el negro quedó reducido a cenizas."4 El primero y más extenso de los capítulos transcurre en Buenos Aires, en un momento de conflicto obrero (huelga de los frigoríficos y también de la construcción), llegada de inmigrantes europeos y de las provincias del Norte y formación de las "villas desocupación” en las que se apiñan los desempleados. El relato sigue un ritmo acelerado, casi cinematográfico, en el que carteles, titulares de diarios, proclamas sindicales, ofrecimientos de trabajo, se incorporan con fuerza al clima del relato. En esas páginas se apretujan episodios, como la construcción del subterráneo Lacroze, el desempeño de las agencias de colocaciones, la mencionada huelga en los frigoríficos, el relato retrospectivo de los sucesos de la “Semana Trágica”. Todos resultan vívidos, contiguos o mezclados entre sí, componiendo una visión de conjunto signada por la 3. Garra, Lobodón (Liborio Justo), Masas y balas… p. 62. 4. Ibídem, p. 150. 26 | Liborio Justo pobreza lacerante y una lucha de clases directamente relacionada con ella. Por momentos se proyecta hacia otra época, como la ya mencionada Semana Trágica, o a otro lugar (las provincias del interior en los recuerdos de una muchacha que emigra a Buenos Aires). El clima de angustia y opresión está indudablemente logrado. Buenos Aires es descripta ampliamente como una ciudad en agonía, en trance de disolución o conmoción social generalizada. El capítulo sobre la sublevación de la escuadra chilena apunta a un momento histórico muy especial, de grandes luchas sociales en Chile, con protagonismo del proletariado minero, y del Partido Comunista. En ese clima se inserta la sublevación de la escuadra, que logró alzar contra el gobierno a casi toda la marina chilena y llegó a adoptar por un momento consignas socialistas y a favor de la formación de soviets. Liborio logró entrevistar a uno de los máximos protagonistas, el cabo Astica, y de allí surge el relato,5 precedido por la descripción de un viaje en tren por el norte minero de Chile que Liborio había realizado, que sirve para presentar un cuadro de pobreza y desesperanza, que constituye el telón de fondo de la sublevación de la marinería. Justo logra transmitir la especial fuerza de un acontecimiento histórico fuera de lo común: la rebelión de una fuerza armada casi completa, bajo el mando de sus suboficiales, con un cabo despensero como principal líder. Destaca la participación y solidaridad obrera en el alzamiento, y valora lo inusitado del episodio, mas allá de la posterior dispersión y represión del movimiento. Luego se ocupa del estallido de la guerra boliviano-paraguaya por el llamado Chaco boreal. Es el más “internacional” 5. Ibídem, p. 9. Masas y Balas | 27 de los relatos. Pinta el reclutamiento de indígenas y campesinos para marchar al matadero bélico tanto del lado boliviano como del paraguayo, y transcribe una extensa proclama antibélica emitida en Uruguay, país que de esa forma entra en el libro. La guerra del Chaco sirve de marco para la denuncia de las opresivas condiciones de vida en obrajes madereros e ingenios yerbateros. Y de nuevo se remonta hacia atrás en el tiempo para referir la huelga de La Forestal, en el norte argentino, sangrientamente reprimida en los albores de los veinte. Ese relato articula los distintos países: remite a Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay, mostrando las migraciones de los trabajadores y las condiciones similares de explotación y represión. Además muestra, sobre todo en el pasaje referido a Uruguay, el espíritu antibélico y la prédica de solidaridad supranacional entre los trabajadores de los países en guerra que, como en este caso, van a la muerte por los intereses de las grandes compañías petroleras. En el capítulo destinado a Brasil se combina el alzamiento comunista de 1935 con las imágenes de una década antes, las de la extraordinaria marcha de la columna encabezada por Luis Carlos Prestes por el territorio brasileño, desde el Nordeste al Mato Grosso y al extremo sur del inmenso país, de más de treinta mil kilómetros. El levantamiento de 1935 dirigido por comunistas ha sido objeto de más de un tratamiento histórico y literario, pero la seca crónica que del mismo y de su sanguinaria represión hace Liborio tiene una frescura e inmediatez difíciles de superar. El último capítulo tiene que ver con las paradojas del propio Justo. Liborio, en su momento admirado del progreso técnico y urbano de EE.UU., que le había parecido un paradigma de futuro deseable en su primer viaje, cierra este libro pintando una sociedad norteamericana en virtual estado de 28 | Liborio Justo disolución bajo los efectos de la gran depresión y sufriendo una ola de huelgas que recorría desde los trabajadores de las acerías de Ohio a los estibadores de los puertos de la bahía de San Francisco. El territorio de la prosperidad universal, del ascenso generalizado como vía de igualación, se revelaba marcado a fuego por la concentración capitalista monopólica y las desigualdades consiguientes; el discurso de una “sociedad de propietarios” se trastrocaba en las largas filas para recibir un plato de sopa. Y se mostraba atravesado por un combate de clases de singular intensidad, que los inicios del New Deal rooseveltiano procuraban atenuar. En ese escenario, el autor refiere los episodios de represión y también los linchamientos y las complicidades estatales en los mismos. Justo enhebra así cinco relatos, escritos “desde abajo”, con la atención puesta en los sufrimientos y las consiguientes rebeliones de las clases subalternas de distintos países de América. Masas y balas trae el eco de un clima social convulsionado, de una confrontación violenta, que es puesta por el autor bajo un apenas implícito signo constructivo, de fondo optimista. Las masas que describe Liborio se alzan por hambre material, pero también por sed espiritual de justicia. Por espontánea ira contra la explotación, los sufrimientos y humillaciones sufridas, y asimismo por la acción consciente de los militantes en su seno, por la labor perseverante, cuando no heroica, de los que dedican su vida a luchar contra el sistema social imperante. Las acciones espontáneas se combinan con los actos deliberados de los organizadores, y el todo parece converger en una acción emancipatoria con reales posibilidades de triunfo, en clave de una militancia que ve, incluso en las derrotas, lecciones que capitalizar y por tanto anticipo de victorias venideras. Masas y balas, las masas en movimiento y el poder que no trepida en prodigar las balas para reprimir la movilización Masas y Balas | 29 y la lucha. La fórmula se repite en los cinco relatos, el Estado burgués retoma sus posiciones perdidas o amenazadas, chapoteando sobre la sangre de los trabajadores y pobres sacrificados en nombre de “la ley y el orden”. Todo está redactado con una escritura despojada, que busca dar sensación de impersonalidad. Se trasunta un concepto de literatura identificado con una suerte de hiperrealismo o naturalismo de intención social, donde el objetivo central no excede el mostrar, de forma clara y comprensible, los hechos del proceso histórico, sin dar paso a ninguna expansión retórica, pero tampoco a la toma de distancia, o a la adopción explícita de una perspectiva valorativa o teórica. El punto de vista está implícito por el tipo de acontecimientos que se relatan y los sucesos que se exhiben, pero el autor parece tributar a la idea de que “los hechos hablen por sí mismos”. Y en efecto, logra producir en el lector la sensación de que se halla frente a documentos históricos, más que ante una pieza literaria.

Daniel Campione

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