El domingo 24 se llevarán adelante las elecciones de ballotage en Uruguay. El favorito en las encuestas es el candidato opositor, Luis Lacalle Pou, miembro del Partido Nacional (Blanco). Frente a esta tendencia, el Frente Amplio, que gobernó el país durante tres periodos con amplio respaldo popular, se volcó a una campaña derechista y por una ‘transición ordenada’.
¿Recomposición de la derecha?
La derecha, tomada en su conjunto, logró levantar sus números electorales luego de décadas de ser relegada a un segundo puesto cómodo. Y, paradójicamente, ¡encabezada por Lacalle Pou, el hijo de uno de los presidentes más repudiados de Uruguay durante los 90s!
Sin embargo, mal que le pese a los dirigentes blancos y colorados, quienes se muestran cada vez más envalentonados por una posible victoria, su crecimiento no se debe a un renacer conservador en el ánimo popular, sino, principalmente, a los límites del Frente Amplio, en un contexto latinoamericano de alta volatilidad.
Los resultados de la primera vuelta son contundentes. Mientras que el Frente Amplio sale primero reteniendo parte de su votación (pero bajando) en Montevideo, se derrumba en las zonas rurales y las pequeñas ciudades. La crisis del agro uruguayo golpea especialmente, en los pequeños y medianos productores, otrora una base social del Frente Amplio. La caída de la exportación, discriminada por productos, da cuenta que la venta de lácteos bajó un 46% interanual. Las comercializaciones de ganado en pie, luego del cierre del mercado turco, pasaron de 32 millones de dólares a un volumen insignificante de 36 mil dólares (El Observador, 1/11). La caída de la demanda del Mercosur, que sigue concentrando una porción importante de las exportaciones uruguayas, ha asestado un golpe.
Mientras el oficialismo muestra cifras de crecimiento exultantes, motorizadas por la producción de las pasteras contaminantes y exenciones impositivas a empresas de bienes de consumo, hay un aumento de la desocupación, cuya media nacional trepa hasta el 9,5% con cierres y despidos. Este descontento ya había emergido antes de las elecciones, con la formación de movimientos de tinte conservador con base en el agro (Un Solo Uruguay). Los intentos del Frente Amplio por recomponer la situación, incluyendo el nombramiento de José “Pepe” Mujica como Ministro de Ganadería del futuro gobierno, no han logrado los resultados esperados.
En este cuadro, un lugar especial le corresponde a la votación hacia Cabildo Abierto, un partido recientemente constituido, encabezado por Guido Manini Ríos, un militar retirado que participó en la dictadura y fue nombrado Comandante en Jefe por el Frente Amplio. Con un discurso de salvación nacional y propuestas filobolsonaristas, logró cosechar más del 10% de los votos. Sin embargo, la confrontación, por el momento, se mantiene en el plano de las bravuconadas, sin que se hayan registrado agresiones fascistas de importancia contra la clase obrera o los movimientos de lucha.
Debemos ser claros: a pesar del apoyo de un sector importante de la población a la perdidosa propuesta plebiscitada de utilizar fuerzas militares para la seguridad interior, no puede hablarse de una traducción mecánica en un aval para una avanzada bolsonarista.
La burguesía uruguaya, en tanto y en cuanto pueda procesar un recambio ordenado en las urnas, sin tener que enfrentar aún un alza en las luchas, no quiere apelar a este recurso. La presencia de Manini y Cabildo Abierto se convertirá en una extorsión de la derecha tradicional contra la clase obrera, a quien le pedirá ayuda y colaboración para “contener” las pretensiones ultra nacionalistas. La tendencia bolsonarista debe ser fuertemente combatida y denunciada. Esta no se encuentra solamente en Cabildo Abierto, sino especialmente en el futuro gobierno encabezado por los blancos, que son quienes aplicarán la fuerza del orden (incluyendo las leyes anti terroristas aprobadas bajo el gobierno del Frente Amplio) para reprimir las luchas de la clase obrera.
En este escenario, la burguesía uruguaya ha hecho de la debilidad, virtud. De una votación que arroja un escenario fragmentado, en el cual ninguna de sus fracciones tendría mayoría, ha promovido un gobierno de coalición de todas las fuerzas de la derecha para lograr la victoria sobre el Frente Amplio. Esta coalición augura futuros choques, pero también acuerdos con un sector del Frente Amplio, en especial para poder pasar las leyes de reforma laboral que Lacalle Pou, sin mucho empacho, ya ha esbozado en campaña. Sus hostilidades hacia el candidato del FA, Daniel Martínez, tildándolo de tibio y cobarde, no son sólo una expresión de revanchismo, sino la voluntad de completar hasta el final el programa flexibilizador que el FA ha delineado en sus últimos años de gobierno, incluyendo la tendencia hacia un alineamiento mayor con Washington y la posibilidad de nuevas zonas francas y de libre comercio.
La responsabilidad del Frente Amplio
El Frente Amplio, lejos de impulsar la lucha contra la derecha tradicional, arribó al tramo final de la campaña con un calco de sus planteos: mayor seguridad, garantías empresariales, reforma de convenios colectivos, defensa de la institucionalidad. El FA, en caso de perder la elección, se prepara para ser una oposición ‘responsable’. Desarma a los trabajadores (y a sus propios militantes) de toda herramienta para dar la pelea contra un nuevo gobierno de blancos y colorados.
Consecuentemente, la derechización escaló al plano internacional. Los levantamientos de Chile y Ecuador, o la lucha contra el golpe en Bolivia, ocuparon un lugar genérico en la campaña, muy lejos de lo que correspondería a una fuerza política que se reivindica a sí misma como latinoamericanista. Mujica profundizó esta línea y hasta se ofreció como “mediador” en Bolivia, proponiendo sentarse en una mesa de diálogo con la presidenta autoproclamada Jeanine Añez. A diferencia del Papa Francisco, que fue explícitamente invocado por Evo Morales para ocupar ese rol, nadie convocó al Frente Amplio. El gesto de Mujica, puramente simbólico y contrario a la lucha por la derrota popular del golpe, debe ser leído como una ofrenda hacia el imperialismo, mostrando el lugar que aún puede ocupar el FA, y sus figuras, en la desarticulación de las rebeliones en América Latina.
El papel más lamentable fue el que jugó la burocracia de la central sindical PIT-CNT. En el último periodo, dejó pasar sin lucha las avanzadas patronales, incluyendo las perspectivas de convenio por empresa. El salario real, mal que les pese a los campeones de la distribución del ingreso, cayó a los niveles más bajos del gobierno del FA. La obsecuencia de la central, que hizo campaña por un voto cerrado a Daniel Martínez, repercutió negativamente en sus disputas internas, incluyendo algunas facciones -como Valeria Ripoll de municipales- que, intuyendo una caída electoral del FA, buscaron posar de independientes para preservar lo suyo.Mientras tanto, Fernando Pereira, presidente del PIT-CNT, declaró a todos los medios su voluntad de reconocer al ganador y evitar abrir conflictos antes de tiempo.
En un acto de cinismo absoluto, el FA, que abandonó todo atisbo de confrontación con la derecha, agita el fantasma del neoliberalismo para intentar captar los votos izquierdistas o combativos. No lo hace, como en el pasado, con planteos sociales ni con un discurso progresista, sino victimizándose, es decir, pidiendo un voto vergonzante. La perspectiva de apoyo al “mal menor” debe ser rechazada de plano por los revolucionarios. Las cartas públicas editadas por sectores ligados al FA o las campañas sindicales reclamando su voto (¡incluso teniendo la caradurez de responsabilizar a la izquierda, que tiene un peso electoral marginal, por el avance de Lacalle Pou!) muestran una fuerza política que ha perdido la potencia del pasado, que ya no genera el mismo entusiasmo popular y que busca un chivo expiatorio para lavar culpas. La izquierda debe responder con iniciativas concretas, con la organización de las luchas y con la recuperación de las calles, todo lo cual estuvo ausente en la campaña del Frente Amplio. Con esta orientación, nos pronunciamos por el voto en blanco.
Más allá del resultado electoral de este domingo, se impone, para propios y ajenos, un balance del Frente Amplio. Los sectores del nacionalismo o del stalinismo seguramente plantearán que el problema fue no haber ido hacia una asimilación aún más profunda con las demandas capitalistas. Argumentarán que la compleja situación de América Latina y los distintos avances represivos cambiaron la correlación de fuerzas. Justificarán la entrega de conquistas obreras y posiciones con la preservación de la “ideología”, que será archivada en un cajón para tiempos mejores.
Por el contrario, la izquierda revolucionaria debe insistir en el balance esbozado por el Partido Obrero y otras fuerzas en ocasión del Foro de San Pablo: que sus integrantes, revestidos de un tamiz progresista de circunstancia, se preparaban para ser gobierno con el FMI. Que la subordinación a la burguesía bloquearía la transformación de las estructuras productivas de la nación. Que la crisis mundial, tarde o temprano, los llevaría a un acuerdo con la derecha. El Frente Amplio, el mayor exponente de este proceso, contrajo una deuda exorbitante con el FMI, primarizó la economía, incrementó el latifundio, no resolvió el problema del ingreso ni desarmó la estructura legal y represiva del Pacto del Club Naval de 1984, que selló una ‘transición democrática’ acordada con las fuerzas armadas.
El retroceso del PT, las tareas de la izquierda
Este nuevo escenario, en Uruguay y en América Latina, puso a prueba a la izquierda. La intervención del Partido de los trabajadores (PT), estuvo lejos de tener el impacto y la proyección en influencia política que supo conquistar en el pasado.
El análisis de los resultados electorales debería tener en cuenta que, quienes aceptaron acríticamente la posición de Altamira sobre el supuesto “derrumbe” electoral del Frente de Izquierda de Argentina, recibieron, ellos mismos, un revés peor. Su retroceso se expresa en el pasaje de la elección en 2014, con el 0,13% (3218 votos), a un 0,06% (1387 votos) en 2019.Lamentablemente, no conocemos balance alguno por parte del PT.
Sus publicaciones ya no reflejan la experiencia viva de la lucha de clases, sino que se han convertido en un mero repetidor del grupo rupturista de Jorge Altamira.
Lamentablemente, la dirección del PT boicoteó los compromisos establecidos con el PO argentino de una campaña común (actos en Buenos Aires y en Montevideo con el PO y el FIT) aprovechando que las elecciones se realizaron incluso en la misma fecha. Ni siquiera quisieron apoyar políticamente la presentación del FIT en las elecciones argentinas (a diferencia incluso de los grupos de izquierda que integraron sus listas). Boicoteó también la convocatoria acordada de llamar conjuntamente a una Conferencia Revolucionaria Latinoamericana.
Empujados a una marginalidad política-electoral, estamos frente a un retroceso político que impacta en la posibilidad de que el PT actúe como un partido de combate, reduciéndolo cada vez más a una secta propagandística en su peor versión: de ideas rupturistas y ajenas.
Es llamativo que un partido aún pequeño, con pocos (aunque valiosos) cuadros militantes, dedique ríos de tinta a justificar (con argumentos prestados) la política rupturista contra el Partido Obrero argentino, y ni un solo renglón a un balance del retroceso en las elecciones y en influencia política.
Ese desprecio, por la lucha político-electoral no es de revolucionarios. Un balance es esencial, para rearmar al PT uruguayo y poner en pie un fuerte partido militante y de combate en Uruguay.
La crisis latinoamericana terminará por poner un punto final a la ilusión -fabricada por la burguesía- de la apacible democracia uruguaya. Un partido revolucionario probado en las luchas será la condición para lograr la victoria para la clase obrera.
Luciano Arienti
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