miércoles, 6 de noviembre de 2019
Revolución mundial
«Un fantasma recorre Europa». Con esta famosa frase, los autores del Manifiesto Comunista proclamaron el comienzo de una nueva etapa en la historia de la humanidad. Fue en 1848, un año de agitaciones revolucionarias en Europa. En la actualidad, un fantasma recorre, no sólo Europa, sino el conjunto del globo. Es el fantasma de la revolución mundial.
La revolución mundial no es una frase vacía. Describe con precisión la nueva etapa en la que estamos entrando. Tomemos como ejemplo lo sucedido en los últimos 12 meses. Francia, Irán, Sudán, Argelia, Túnez, Hong Kong y Chile han vivido agitaciones revolucionarias, protestas antigubernamentales han conmocionado a Haití, Ecuador, Irak y Líbano, protagonizando manifestaciones de masas en las calles y huelgas generales que dejaron paralizados a sus respectivos países.
En Francia, el movimiento de los chalecos amarillo tomó a todos por sorpresa. Antes de este levantamiento masivo, el «centro político» liderado por Emmanuel Macron parecía tenerlo todo bajo control. Sus reformas (en realidad contrarreformas) se estaban llevando a cabo sin problemas. Los líderes sindicales se comportaban de manera responsable (es decir, capitulando). Esta situación fue interrumpida bruscamente cuando las masas tomaron las calles de Francia siguiendo las mejores tradiciones revolucionarias de su país, y sacudieron al gobierno hasta sus cimientos. Este movimiento de millones de personas pareció surgir de la nada, como un rayo en un día de sol.
Así sucedió en Hong Kong. Cualquiera que tenga alguna duda sobre el potencial revolucionario que existe hoy en día debería prestar mucha atención a estos acontecimientos. Los hombres de Pekín y sus agentes locales parecían tenerlo todo controlado. Sin embargo, un poderoso movimiento de masas de millones desafió a una terrible dictadura en las calles. Y al igual que el movimiento en Francia, éste pareció emerger de la nada.
Y lo mismo ha sucedido con todos los movimientos de masas que han estallado en un país tras otro. Si se tratara de uno o dos países, se podría objetar que se trata de fenómenos accidentales: episodios transitorios, de los cuales no se pueden sacar conclusiones generales. Pero cuando exactamente el mismo proceso ocurre en un país tras otro, no es posible descartarlo como si fueran un accidente. Más bien, estos desarrollos son una manifestación del mismo proceso general, que refleja las mismas leyes y tendencias subyacentes.
Desarrollos revolucionarios en América Latina
La victoria de Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de Argentina de 2015 se anunció como una prueba más de la «ola conservadora» que barría América Latina. Pero las recientes elecciones ponen fin a los sueños económicos de Macri y sus amigos “empresarios”.
El hombre que prometió «pobreza cero» terminó su mandato con un desplome del peso argentino y una tasa de inflación anual del 56 por ciento. El número de personas que viven por debajo del umbral de pobreza aumentó del 29% al 35%. Un préstamo de emergencia del FMI no fue suficiente para restablecer el equilibrio.
Si hubiera habido una dirección clara del movimiento obrero, el gobierno de Macri podría haber sido derrocado por un movimiento revolucionario desde abajo. Así demostraron los recientes acontecimientos en el país vecino. En Chile, una explosión de ira popular estalló tan sólo una semana después de que el odiado gobierno de Piñera declarara el estado de emergencia, la militarización de las calles y el toque de queda. Pero ni la represión brutal, ni la tortura, ni el toque de queda, ni las concesiones falsas detuvieron un movimiento que está adquiriendo características insurreccionales.
Este movimiento comenzó cuando los estudiantes de secundaria lanzaron una protesta contra los aumentos de las tarifas del Metro de Santiago. Pero se transformó rápidamente en un movimiento nacional dirigido al derrocamiento de todo el régimen. Fue la culminación de 30 años de recortes, privatizaciones, ataques a la clase trabajadora, desregulación y aumento de la desigualdad.
El viernes 25 de octubre, más de un millón de personas se manifestaron en la capital. Esta movilización se repitió en ciudades y comunas de todo el país. Un total de más de dos millones de personas salieron a las calles. Este no es un caso aislado. Anteriormente a lo ocurrido en Chile, vimos una explosión revolucionaria similar en Ecuador, donde el movimiento, que comenzó como una protesta contra el paquete del FMI impuesto por el presidente Lenín Moreno, se convirtió en una insurrección nacional que obligó al gobierno a huir de la capital Quito y cerrar la asamblea nacional.
Al igual que en Chile, este movimiento ha alcanzado proporciones insurreccionales que plantean abiertamente la cuestión de la toma del poder. La pregunta central en esta situación no gira en torno a esta o aquella reforma, sino a ¿quién manda? El gobierno declaró el estado de emergencia y ordenó a la policía y al ejército aplastar la rebelión, dejando un muerto, docenas de heridos y cientos de arrestos. Pero ante el levantamiento de las masas, todos los instrumentos normales de represión estatal han demostrado ser impotentes.
La capital Quito fue abandonada por el gobierno. El miércoles 9 de octubre, una poderosa huelga general paralizó el país y una gran marcha de entre 50.000 y 100.000 manifestantes se dirigió nuevamente al palacio presidencial de Carondelet, abandonado rápidamente el día anterior por el presidente Moreno. Por unos momentos, el movimiento tomó el control de la Asamblea Nacional también vacante, con la intención de instalar una Asamblea del Pueblo.
Es una prueba muy llamativa del colosal potencial revolucionario que existe, no sólo en Chile y Ecuador, sino a escala mundial.
Líbano
Al otro lado del mundo, en Oriente Medio, parecía que la reacción había triunfado decisivamente en todas partes. La revolución árabe parecía estar muerta y enterrada. Sin embargo, las fuerzas de esa gran revolución están nuevamente en marcha una vez más.
En Líbano, un país de no más de seis millones de habitantes, más de dos millones han salido a las calles. También en el Irak devastado por la guerra, decenas de miles han estado luchando contra los militares y paramilitares en las calles. En Líbano e Irak, poderosas protestas masivas han provocado la caída de sus primeros ministros tras apenas unas pocas semanas de lucha.
Durante años, los regímenes reaccionarios se han apoyado en las divisiones sectarias de la sociedad entorpeciendo la lucha de clases, pero estas tácticas ya no funcionan. Los movimientos de protesta están poniendo en evidencia las contradicciones de clase. Las demandas en las calles reclaman empleo, educación, atención médica y el fin de los escandalosos robos y la corrupción de las élites. En Jordania, en 2018, una huelga general y protestas masivas generalizadas condujeron a la caída del primer ministro Hani Mulki.
Lenin dijo que la política es economía concentrada. Todos los ejemplos mencionados hasta aquí corroboran esa declaración. Por supuesto, los problemas económicos no son el único elemento en la ecuación. Pero qué duda cabe de que la combinación de una crisis económica aguda y décadas de corrupción por parte de una clase de sanguijuelas adineradas y sus títeres políticos es lo que empuja a la sociedad al límite.
El Líbano es un buen ejemplo. Tiene una de las relaciones deuda/PIB más altas del mundo. El desempleo se acerca al 25 por ciento, y decenas de miles de jóvenes cualificados se ven obligados a abandonar el país cada año debido a la falta de oportunidades. Todos estos factores son una receta para una explosión social.
Los principales partidos políticos que dividieron el país en líneas sectarias durante la Guerra Civil todavía están en el poder hoy, derrochando los fondos públicos y acumulando déficits presupuestarios año tras año. Parecía que esto nunca cambiaría, pero un poderoso movimiento revolucionario, que abarca todo el país, ha estallado en Líbano, cambiando dramáticamente la situación política.
Manifestaciones masivas arrasan el país desde el 17 de octubre. La lista de quejas es larga, entra las cuales se incluyen la corrupción rampante, la falta de servicios públicos y la crisis económica cada vez más grave. Los bancos han permanecido cerrados por temor al colapso financiero, cientos de miles de manifestantes han bloqueando carreteras y llenado plazas.
Las protestas han surgido de forma espontánea y completamente desorganizadas; ninguna organización se ha puesto al frente porque se trata realmente de una revolución popular. Personas de diferentes sectas religiosas, clases sociales y antecedentes políticos han salido a las calles para expresar su indignación por el mal manejo actual de la economía y exigiendo la caída del régimen cleptocrático.
Aunque los manifestantes provienen de diferentes orígenes políticos, les une su hartazgo ante el ataque a sus niveles de vida. En última instancia, esta rabia proviene de una creciente división económica entre el 10 por ciento más rico del Líbano (que está formado por los políticos gobernantes y las élites corporativas) y los trabajadores.
El creciente descontento alcanzó un punto de inflexión en un enorme movimiento de masas de dos millones de personas que se extendió por cada provincia, superando todas las divisiones sectarias. Personas de todas las religiones se han unido al movimiento. Sin ninguna organización o dirección política, las masas revolucionarias se han enfrentado a la opresión violenta para luchar contra sus gobernantes ladrones.
Al igual que en Ecuador y Chile, el gobierno trató de acallar las protestas con el uso de gases lacrimógenos por las fuerzas armadas, varias imágenes y videos de violencia policial contra manifestantes aparecieron en las redes sociales. Los partidarios del movimiento libanés de Hezbolá y su aliado político, Amal, atacaron a los manifestantes en el centro de Beirut.
Durante muchos años, los movimientos chiítas respaldados por Irán podían esconderse detrás del conflicto que mantienen con Estados Unidos y los imperialismos saudita e israelí. Pero ahora son parte de la élite gobernante. Ante el creciente movimiento revolucionario, todos cierran filas para defender sus intereses de clase.
Los ataques contra los manifestantes finalmente sirvieron para desenmascarar su verdadera naturaleza reaccionaria. Así, la ira de las masas en Líbano también se dirige contra Hezbollah, el «Partido de Dios» chiíta que se hizo pasar por un defensor de los pobres y los oprimidos. Cuando su líder, Hassan Nasrallah, apoyó al gobierno libanés, consignas como la siguiente podían leerse en las calles: «todos significa todos, Nasrallah es uno de ellos».
Finalmente, el primer ministro, Saad Hariri, se vio obligado a renunciar, diciendo que había llegado a un «callejón sin salida» después de 13 días de agitación. The Independent comentó:
“Las protestas han sumido a la clase política del Líbano en el caos. Por primera vez, el orden político sectario que ha gobernado esta nación del este del Mediterráneo desde el final de la guerra civil en 1990 se enfrenta a un movimiento de masas dirigido a su derrocamiento».
Continúa:
“Lo que comenzó como un estallido espontáneo de indignación por un nuevo conjunto de impuestos, rápidamente se convirtió en algo más grande. En lugar de atacar al gobierno o a cualquier líder político, los manifestantes se refirieron a la clase política corrupta del Líbano en su totalidad».
¿Suena familiar? ¡Por supuesto! Es exactamente el mismo proceso que hemos visto en Ecuador y Chile. Un movimiento que comenzó como una protesta masiva por demandas económicas inmediatas y concretas, se convirtió rápidamente en «algo más grande». Es decir, las masas, basándose en su propia experiencia, están comenzando a sacar conclusiones revolucionarias. Lo que se necesita no es esta o aquella pequeña reforma, sino una transformación de raíz: derrocar a «la clase política en su totalidad» ¡Pero eso es exactamente lo que significa una revolución!
Irak, Túnez, Sudán…
También en Irak, varias oleadas de protestas masivas, originadas en las áreas chiítas, han sacudido toda la estructura política. Desde el 1 de octubre, protestas masivas y radicales han sacudido el país. Comenzando esta vez en Bagdad, se han extendido rápidamente por todo el país. Las fuerzas armadas y la policía irakíes respondieron con extrema violencia, causando la muerte de al menos 150 personas (algunas fuentes afirman más de 300) y provocando más de 6.000 heridos. Sin embargo, la brutal respuesta no ha detenido las protestas.
Túnez se ha visto sacudido por olas de protestas masivas. En Argelia, un poderoso movimiento revolucionario derrocó al enfermo Buteflika y sacudió al régimen de arriba abajo. El régimen pensó que conseguiría mantener la paz social en 2011 tras el aumento drástico del gasto estatal.
En Sudán, vimos un movimiento de masas con un tremendo potencial revolucionario, que sacudió a los círculos gobernantes en toda la región. El empuje y la determinación de los jóvenes, especialmente de las niñas y mujeres sudanesas, fueron realmente inspiradores. La clase obrera sudanesa desafió al régimen convocando huelgas generales, que plantearon la cuestión del poder.
Lo mismo sucedió en Argelia. Todo esto muestra que la Revolución Árabe todavía posee enormes reservas sociales. Pero, ¿cómo se explican tales fenómenos? ¿Y qué representan? Los observadores superficiales y los empíricos quedan boquiabiertos por los acontecimientos que no anticiparon y para los que no tienen explicación. Los empíricos superficiales de la burguesía sólo miran la superficie de los acontecimientos (los «hechos»). No se molestan en mirar debajo de la superficie para descubrir los procesos más profundos que se dan en todas partes.
El proceso molecular de la revolución
Trotsky dijo una vez que la teoría es la superioridad de la previsión sobre la sorpresa. Las manifestaciones repentinas y violentas de descontento popular siempre toman por sorpresa a la burguesía y a sus «expertos». Esto se debe a que los «expertos» burgueses no tienen ninguna teoría (excepto la teoría de que toda teoría es inútil) y, por lo tanto, se sorprenden constantemente cuando los acontecimientos explotan repentinamente en sus caras.
Para llegar a una comprensión real de estos procesos subterráneos, el método del análisis dialéctico es absolutamente necesario. Los burgueses, naturalmente, no entienden la dialéctica; los reformistas aún menos, si eso es posible. No es necesario mencionar a las sectas a este respecto, ya que no entienden nada en absoluto. Su completa falta de perspectiva es la razón principal por la que todas están en crisis.
Trotsky acuñó un concepto extraordinario: «el proceso molecular de la revolución». Vale la pena reflexionar sobre su significado. Trotsky se refería a la dialéctica, y sin una comprensión de la dialéctica uno no puede entender nada. El proceso de cambio de la conciencia de las masas normalmente tiene lugar gradualmente. Crece lenta, imperceptiblemente, pero también inexorablemente, hasta que alcanza un punto de inflexión donde la cantidad se transforma en calidad y las cosas se convierten en su opuesto.
Durante largos períodos, se expresa como una lenta acumulación de descontento, ira, rabia y sobre todo, frustración, por debajo de la superficie. En todas partes, hay síntomas, pequeñas señales, que pueden ser entendidas por el observador entrenado. Dichas señales son un libro sellado para el empírico duro de mollera, quien, aunque siempre insiste en «los hechos», no ve los procesos subyacentes más profundos.
El filósofo Heráclito expresó su desprecio por los empíricos con esta frase sarcástica: «Los ojos y los oídos son malos consejeros para gente de alma bárbara». La Biblia expresa la misma idea con diferentes palabras: «Ojos tienen, pero no ven”. Por muchos hechos y estadísticas que acumulen, nunca los entienden.
Gran Bretaña y Francia
Los cambios bruscos y repentinos están implícitos en la situación. Tales explosiones repentinas son un síntoma de la corriente subyacente de rabia acumulada y descontento de millones de personas, que en realidad se dirige contra el sistema. Son un síntoma claro de que el sistema capitalista ha llegado a un callejón sin salida a escala mundial.
Algunas personas podrían tratar de argumentar que los desarrollos revolucionarios, como los que hemos citado aquí, sólo son posibles en países pobres y económicamente subdesarrollados. Pero es completamente falso. La dialéctica nos enseña que, tarde o temprano, las cosas cambian a su opuesto.
Un excelente ejemplo de esto es Gran Bretaña. Hace sólo cuatro años, Gran Bretaña era considerado el país más estable de Europa, tal vez del mundo –ahora está patas arriba y es probablemente el país más inestable de Europa. La «madre de los parlamentos» alguna vez fue famosa por su tranquila serenidad, pero de repente se vio convulsionada por la crisis y la división. La calma se ha transformado en caos absoluto.
La sociedad británica está fuertemente polarizada de una manera que no se ha visto en mucho tiempo. Es esta polarización lo que más alarma a la clase capitalista y sus apologistas ideológicos, porque son muy conscientes del hecho de que tal polarización contiene dentro de sí los gérmenes de futuros desarrollos revolucionarios.
Desde la crisis de 2008-09, ha habido un proceso lento, una acumulación gradual de descontento. Representó una ruptura fundamental en toda la situación internacional. Una ruptura en todos los sentidos de la palabra. Ahora podemos ver el proceso molecular de la revolución del que habló Trotsky. Un proceso silencioso e invisible. Es algo intangible. No puedes poner tu dedo sobre él porque tiene lugar debajo de la superficie. Pero está ahí todo el tiempo, excavando como un topo.
En el pasado, el pueblo británico era considerado intrínsecamente conservador y orgánicamente impermeable a cualquier tipo de impulso revolucionario. Tenían instituciones sólidas que actuaban como un baluarte inexpugnable contra la revolución: el parlamento, la cámara de los Lores, la monarquía y el Estado de derecho. La gente respetaba estas instituciones, que garantizaban la paz social y la estabilidad política.
Ahora todas esas ilusiones reconfortantes se han hecho añicos. La vieja fe puesta en la democracia parlamentaria ha dinamitado. Existe una creciente desconfianza en los políticos y un desprecio por la élite de Westminster. Es muy peligroso para la clase dominante. Si las personas ya no se contentan con dar la responsabilidad de sus vidas y destinos a la casta de políticos y burócratas profesionales («las personas que saben»), algún día pueden decidir tomar el asunto en sus propias manos. Eso fue precisamente lo que sucedió, no hace mucho, en Francia.
En noviembre de 2018, el movimiento de los chalecos amarillos surgió de repente, aparentemente de la nada, con un gran número de personas comunes y corrientes saliendo a las calles. Eso mostró claramente que existe un potencial revolucionario. Incluso el Brexit, de una manera peculiar, muestra el mismo proceso. En muchos otros países existe la misma sensación: un profundo estado de ánimo anti-sistema. También vimos cómo la llamada izquierda no logró proporcionar una expresión organizada a ese estado de ánimo revolucionario.
Cataluña ha vivido igualmente un explosivo movimiento de protesta en octubre, tras conocerse la sentencia de los presos políticos, que actualmente están en la cárcel por su participación en la organización del referéndum de independencia en 2017. Las duras penas de prisión (juntas acumulan un total de más de 100 años) por el «crimen» de ejercer un derecho democrático, se encontraron con un estallido de furia e ira, cientos de miles salieron a las calles, bloqueando carreteras, líneas de ferrocarril y el aeropuerto de Barcelona.
Enfrentados a la brutal represión policial, decenas de miles de manifestantes, principalmente jóvenes, se defendieron y contraatacaron con barrcadas en llamas y batallas diarias durante toda una semana. Una huelga general tuvo lugar el 18 de octubre, en la que una gran multitud llegó hasta Barcelona, organizada en cinco columnas diferentes que marcharon a pie desde diferentes partes de Cataluña. Los partidos nacionalistas pequeñoburgueses que han estado a la vanguardia del movimiento por una república catalana están cada vez más desacreditados, pero no ha surgido una dirección alternativa.
Estos son los temblores que anuncian el inminente terremoto. El ambiente de descontento de las masas, al no encontrar reflejo en las organizaciones de masas tradicionales, se expresa de diferentes maneras en diferentes países. Pero lo fundamental es el proceso irrefrenable de radicalización de las masas a escala global, que se expresa en violentos giros hacia la izquierda y la derecha. El proceso de radicalización se intensificará a medida que se desarrolle la crisis, provocando una polarización aún más aguda entre las clases y preparando el camino para explosiones revolucionarias aún más grandes.
La situación actual y las tareas de los marxistas
Los marxistas son optimistas por su propia naturaleza, pero nuestro optimismo no es algo falso o artificial. Se basa en análisis sólidos y perspectivas. Nos basamos en la solidez de la teoría marxista. Nuestra organización puede estar orgullosa de haberse mantenido absolutamente firme en los principios fundamentales y en el método dialéctico, lo que nos permite penetrar debajo de la superficie y ver los procesos más profundos que se desarrollan.
El período por el que atravesamos será visto como un momento de cambio fundamental, un punto de inflexión en toda la situación. No hace mucho esta afirmación parecía contradecirse por los hechos. La economía mundial parecía estar avanzando y, de hecho, los economistas burgueses destacan que esta es la recuperación más larga de la historia. Pero ahora los acontecimientos se aceleran a una velocidad impresionante. Sólo el método dialéctico del marxismo puede proporcionar una explicación racional de los procesos, invisibles a los ojos de los empíricos burgueses desesperanzados.
En muchos sentidos, la situación actual se asemeja a la decadencia y caída del Imperio Romano. Los banqueros y los capitalistas están constantemente haciendo alarde de su riqueza y lujo. El uno por ciento más rico del mundo está en camino de controlar hasta dos tercios de la riqueza mundial para 2030, ya que se sientan en billones de dólares, que no invierten en actividades productivas. La clase dominante es parasitaria y está completamente degenerada. Esto está avivando los fuegos de la ira y el resentimiento en todas partes.
Existe un enorme potencial para la difusión de las ideas marxistas, en lo que debemos concentrarnos principalmente. Debemos discutir los fundamentos: no los incidentes, sino la tendencia general. ¿Cuál es el hilo conductor en todas estas situaciones? Extrema polarización política y social. La lucha de clases está en aumento en todas partes.
Estamos creciendo y desarrollándonos, pero somos una fuerza demasiado pequeña para ser un factor decisivo en el desarrollo de los acontecimientos en el futuro inmediato. Desde nuestro punto de vista, no sería malo que las situaciones revolucionarias decisivas fueran pospuestas por un tiempo, por la sencilla razón de que aún no estamos preparados. Necesitamos tiempo para construir la alternativa revolucionaria.
Pero la historia avanza a su propio ritmo y no esperará a nadie. En un período como el presente, pueden ocurrir acontecimientos gigantescos antes de que estemos preparados. Los giros bruscos y repentinos están implícitos en la situación. Debemos estar preparados para enfrentarnos a grandes desafíos. Los trabajadores y jóvenes más conscientes ya están abiertos a nuestras ideas. Debemos encontrar el camino que nos lleve a estas capas y dar la espalda a aquellos elementos cansados y desmoralizados. Cualquier rastro de escepticismo y rutina debe eliminarse de nuestras filas, para infundirse de un espíritu de urgencia de arriba a abajo.
Ésta es realmente una carrera contra reloj. Grandes acontecimientos pueden sobrepasarnos. Debemos estar preparados. Construir nuestra organización, atrayendo a nuestras filas a más gente y formándola lo antes posible. Es el único camino hacia el éxito. Ya nos hemos adentrado en el camino. Que nada nos distraiga de esta tarea. Que nuestro lema sea:
¡Viva la revolución socialista mundial!
Alan Woods - CMI
Noviembre 4,2019
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