domingo, 1 de febrero de 2015
WikiStiusso
El periodista Santiago O’Donnell, autor de los libros “Argenleaks” y “Politileaks”, publicó en su blog personal el siguiente artículo sobre la muerte de Nisman y el tratamiento que le dieron históricamente a la causa AMIA. Con la autorización del autor lo publicamos para los lectores de La Izquierda Diario.
A menos de una semana de la muerte de Nisman sería prematuro avanzar demasiado sobre cómo terminó la vida del magistrado. Pero alcanza para analizar algunos comportamientos mediáticos alrededor del fiscal y de la causa AMIA y algunas de las opacas zonas fronterizas entre la política, el espionaje y el periodismo.
La fiscalía especial para investigar el atentado a la AMIA fue creada en el 2005 por el entonces presidente Néstor Kirchner y dotada de significativos recursos humanos y económicos para relanzar una investigación moribunda que diez años más tarde seguía sin condenas y con el juez y los fiscales que habían llevado adelante del caso procesados por encubrimiento.
Desde entonces y hasta hace muy poco tiempo, la investigación de Nisman había estado bajo el amparo de una política de Estado que incluía al gobierno argentino, al juez, a los principales diarios y noticieros del país (tanto k como anti k), a los principales políticos del gobierno y de la oposición y a los dirigentes de las principales organizaciones de la comunidad judía. Entre todos ellos regía un acuerdo patriótico de no cuestionar la causa ni plantear objeciones al trabajo del fiscal. Como le explica un dirigente de la DAIA a diplomáticos estadounidenses en un cable filtrado por el sitio Wikileaks, aunque existían dudas sobre la investigación, eran calladas porque la opinión pública no soportaría otro fracaso en un tema tan sensible.
Después del peor atentado terrorista en la historia argentina, 85 muertos, después del bochorno vergonzoso en el que había terminado la primera investigación, si la segunda investigación iba a ser como la otra, con los mismos acusados, con los mismos testigos entre misteriosos y truchos, básicamente las mismas pruebas endebles, pues entonces por lo menos que no se note. Busquen los clips de los noticieros en YouTube. Relean las tapas de los diarios. Googleen el declaracionismo. Repasen todas las decisiones de Canicoba Corral y verán que rara vez lo criticaron al fiscal estrella de la causa AMIA y que nunca le dijeron no.
Todos ellos, funcionarios, dirigentes comunitarios y periodistas que se ocupaban del tema, sabían que la fiscalía de Nisman se nutría básicamente de una fuente. Nisman nunca lo ocultó. Sabían que el peso de la investigación lo llevaba el director de Contrainteligencia de la Secretaría de Inteligencia, alias “Jaime” Stiusso, y a través de él, los servicios de inteligencia extranjeros, especialmente de Estados Unidos e Israel. ¿Y cómo es que Stiusso se había ganado la confianza de los americanos y los israelíes? Más allá de su cargo y permanencia, la verdad es que ni idea, no lo conozco, ni siquiera sé si habla inglés, aunque muchos que escribieron sobre él lo describen como una especie de genio de la tecnología especializado en “pinchaduras”. Si conociera a los manejadores extranjeros de Stiusso me encantaría preguntarles. La cosa es que todos sabían: Néstor, Cristina, Canicoba, los presidentes de la AMIA y la DAIA, los tres periodistas de La Nación, Clarín y Página 12 que llevan el tema por lo menos desde el 2005, sus editores responsables y unas cuantas personas más. Yo me enteré en el 2011 cuando Nisman me citó para hablar de los cables de la embajada estadounidense que acababa de publicar en mi libro Argenleaks.
Había descubierto que los cables decían que Nisman recibía órdenes directas de la embajada estadounidense de no investigar la pista siria y la conexión local y de dar por cierta la culpabilidad de los iraníes, aunque ningún juicio se había realizado. Que Nisman le anticipaba sus dictámenes y los fallos del juez Canicoba Corral a la embajada con varios días de anticipación. Que una vez Nisman llevó a la embajada un dictamen de dos carillas y que la embajada lo mando a corregirlo, entonces Nisman volvió unos días después con un dictamen de nueve carillas que sí fue aprobado por la embajada y recién entonces presentado en la causa. Y que otra vez Nisman pidió perdón tantas veces por no avisar que pediría la captura de Menem, que los diplomáticos tuvieron que escribir tres cables distintos para dar cuenta de sus sucesivas ampliaciones de sus pedidos de perdón y de sus promesas de que no volvería a suceder. Todo eso reflejaba una falta de independencia del fiscal nada menos que ante una potencia extranjera, por muy amiga que fuera, y enseguida me pareció que la información era de indudable interés general. Pero mi diario (Página 12 NdE) no quiso publicarla y a medida que los Wikileaks iban pasando de manos, me di cuenta que los demás medios tampoco publicaban ni ponían al aire nada. Así conocí la pata mediática de la política de Estado con respecto al atentado a la AMIA, una de las razones que me impulsó a escribir los capítulos "AMIA" en Argenleaks y "Nisman" en Politileaks, mis dos libros.
"¿Cómo? ¿No lo conocés a Jaime?" me preguntó Nisman entre extrañado y sorprendido en aquel encuentro del 2011. Acababa de decirme que en una causa tan compleja, en la que uno básicamente depende de lo que puedan averiguar los servicios de inteligencia extranjeros, su información provenía de Stiusso, ya que Stiusso era el que manejaba la relación con los servicios israelíes y estadounidenses. Me dijo que su tarea consistía en chequear la inteligencia en bruto que le mandaba el agente, y tratar de confirmar datos para que se puedan judicializar, ya que no todo lo que le mandaba servía. Fue la única vez que lo vi y me lo dijo sin conocerme. O sea, no era ningún secreto: Stiusso manejaba la investigación.
Y yo no conocía a Stiusso, pero por supuesto que sabía quién era. Un espía legendario de los tiempos de la dictadura, que había trabajado con Nisman en la bochornosa primera investigación de la AMIA, él como informante, Nisman como fiscal auxiliar. Un personaje oscuro al que por entonces se le atribuían todo tipo de "carpetazos" (operaciones de prensa) contra distintos personajes del gobierno y la oposición. Desde Boudou y De Narvaez, hasta Enrique Olivera y el jefe de la bonaerense. Y sabía, sabíamos quién era porque Stiusso se había hecho famoso, y lo peor que le puede pasar a un espía es hacerse famoso. Fue en julio del 2004 cuando el entonces renunciante ministro de Justicia, Gustavo Béliz, mostró una foto del agente en el programa de Mariano Grondona y denunció que Stiusso había montado "un ministerio de seguridad paralelo", al que describió como "una especie de Gestapo."
La denuncia y la exhibición de la foto le costaron años de exilio y una batalla judicial a Béliz y su familia, pero a Nisman ni siquiera lo despeinó. La fiscalía siguió su trabajo como siempre.
Era como si existiera un Stiusso bueno y un Stiusso malo. El Stiusso bueno avanzaba con la causa, sobre todo con los pedidos de captura contra los funcionarios y ex funcionarios iraníes acusados de haber planificado el atentado, con un dictamen que sería confirmado primero por el juez y luego por Interpol en el caso de cinco de los ocho requeridos, por votación unánime del directorio. (Esto, luego de un intenso trabajo de cabildeo conjunto secreto entre el Departamento de Estado estadounidense y la cancillería argentina, al filo de la presión política, con distintos países miembro del directorio de Interpol, según consta en una serie de cables filtrados por Wikileaks, a los que se puede acceder en www.cablegatesearch.net, ponchando el país "Argentina" y la palabra "Nisman".)
El Stiusso bueno tenía la cara del fiscal Nisman que seducía a los periodistas con sus promesas de exclusivas de documentos secretos con revelaciones explosivas que nunca terminaban de estallar. Funcionaba así: cada vez que iba a hacer una presentación judicial avisaba a sus contactos mediáticos, generaba expectativa. Después, el día de la presentación, entregaba un resumen de diez o quince páginas, como hizo con la denuncia contra la presidenta. Con eso, los diarios hacían sus tapas y echaban a rodar el ciclo informativo. El resto era material clasificado, sensible, que debía permanecer bajo estricto secreto de sumario, porque estaba en juego la vida de agentes secretos. Cuando se terminaba de filtrar el escrito completo resultaba ser una zaraza de los servicios que no terminaba de probar nada, pero el ciclo informativo ya había pasado hacía varios días y a nadie le interesaba demasiado si las pruebas era endebles o secretas porque el juez bancaba, el gobierno bancaba, la “opo” bancaba, la AMIA bancaba y había que meterle para adelante.
Pasó con el supuesto chofer del coche bomba que habría volado la sede mutual judía, Ibrahim Berro. Cuando Nisman anunció el 2005 que sus hermanos en Michigan habían confesado que Ibrahim era el atacante suicida, el resumen de diez páginas de una presentación judicial de cientos de páginas que Nisman había entregado a los medios, fue tapa de todos los diarios y cabeza de todos los noticieros. Pero cuando se conoció la transcripción de la entrevista a los hermanos de Berro semanas más tarde, se supo que los hermanos habían negado que Irahim tuviera algo que ver con el atentado. Entonces Nisman dijo que los hermanos mentían y a partir de ahí los grandes diarios y noticieros dieron por hecho en innumerables noticias que Ibrahim Berro era el atacante suicida.
Había excepciones, claro, sobre todo algunos familiares de las víctimas y periodistas rebeldes. Los autores de los tres libros de investigación más importantes que se hicieron sobre el atentado, Salinas, Levinas y Lanata-Goldman, rechazaron la hipótesis central de Nisman. Esto es, que fue un atentado con coche bomba y conductor suicida llevado adelante por una célula de Hezbolá, con apoyo logístico desde la Triple Frontera, por orden de la entonces cúpula del gobierno iraní. Los cuatro autores hoy aseguran que el coche bomba no existió, dato a partir del cual descreen de toda la historia.
Pero el apoyo para Nisman era tan sólido que hasta parecía abrumador. El juez confirmaba, la prensa avalaba, el gobierno financiaba, la “opo” otorgaba, las fuerzas vivas de la comunidad acompañaban. Algunas críticas aquí y allá cerca del aniversario como para no perder la costumbre, sí, pero con crédito abierto para el fiscal especial y para el Stiusso bueno.
El Stiusso malo no tenía cara y era un personaje oscuro y poderoso que metía mucho miedo. Aparece en un cable del 9 de julio del 2008, en el que Julio y Fernán Saguier, dos de los dueños del diario La Nación, según describe el título del despacho, van a la embajada estadounidense a quejarse de las "presiones" del gobierno contra el diario. En el párrafo siete, el cable dice así:
La cobertura investigativa de La Nación en los días previos había implicado a Jaime Stiuso, Director General de Operaciones en la agencia de inteligencia del Gob. de Arg. (SIDE) en el caso Antonini Wilson. Los Saguier consideran a Stiuso una figura ponzoñosa ("noxious") que usa información, presumiblemente del Gob. de Arg., en contra de argentinos con varios propósitos. Explicaron que La Nación publicó registros que mostraron que Stiuso había estado en contacto con el ex funcionario argentino Claudio Uberti poco tiempo después del descubrimiento de U$S 800,000 en un aeropuerto de Buenos Aires en una valija que llevaba Antonini Wilson. El artículo rastrea muchas llamadas hechas por Uberti a la residencia presidencial en el suburbio de Olivos y otros inmediatamente después de la incautación de la valija con U$S 800,000 hecha por agentes de Migraciones en el aeropuerto. Stiuso habría hecho tres llamadas a Uberti tres días después del descubrimiento. Los Saguier le mostraron al embajador un artículo posterior que había salido en el diario pro-gobierno BAE sobre otro caso que involucraba a Stiusso, en el que el ex Ministro de Justicia Béliz está siendo juzgado por haber revelado la identidad de Stiusso por televisión. El artículo dice que La Nación es un apoyo posible para la defensa de Béliz. Los Saguier se lo tomaron como una advertencia sutil.
Y más abajo, en el párrafo nueve:
Julio dijo que estaba seguro que los teléfonos y las computadoras del diario habían sido pinchados y hackeados. El propio Fernán había sufrido un "secuestro virtual" la semana anterior. Mientras tomaba café con alguien su esposa recibió una llamada diciendo que había sido secuestrado. Los que llamaban tenían detalles precisos sobre el auto que estaba usando en ese momento. Su esposa no podía localizarlo porque su celular estaba apagado. Todo transcurrió en un par de horas. Cuando la policía le dijo que probablemente se trató de un hecho policial común, tuvo serias dudas, Otro crimen contra el staff del diario fue el robo en la casa de Obarrio (el periodista de La Nación acreditado en la casa Rosada), hace más o menos un año, el mismo día en que tenía una suma importante de efectivo para comprarse un departamento nuevo. Los ladrones tenían algún tipo de conocimiento previo, ellos creen, basado en evidencias de que su teléfono habían sido pinchados y que aparentemente habían entrado usando llaves. (Obarrio luego le dijo al agregado de prensa que había presentado una querella criminal y que los abogados de La Nación estaban empujando a los fiscales para que investiguen.) También se habló del publicitado robo esa semana al popular periodista radial Chiche Gelblung.
Aún así, el diario nunca dejo de apoyar las investigaciones del tándem Nisman-Stiusso. Con honrosas excepciones, hasta el día de hoy sigue siendo uno de los más entusiastas seguidores de la última obra del dúo, la canción de despedida, la denuncia de un complot encabezado por la Presidenta para garantizar la impunidad de los asesinos que bombardearon la AMIA.
Como ya es público y notorio a esta altura del partido, la política de Estado para proteger la investigación Nisman Stiusso se empezó a romper hace dos años cuando el gobierno argentino firmó un memorándum de entendimiento con el gobierno iraní para que una Comisión de la Verdad compuesta por juristas propuestos por ambos países determine la culpabilidad o no de los acusados iraníes, eje de un brusco giro geopolítico que emprendió el gobierno en la segunda parte de la presidencia de Cristina. Se rompió todavía más el mes pasado cuando el gobierno echó a Stiusso de la Secretaría de Inteligencia y se terminó de romper del todo hace diez días cuando Nisman denunció a la presidenta.
A partir del acuerdo con Irán, el caso AMIA cayó en la grieta: para los medios anti k, Nisman fue más que nunca un valiente fiscal de la patria. Mientras que para los medios k pasó a ser una mezcla entre demonio, inepto y vende humo. El gobierno quedó de un lado, la oposición del otro, y las organizaciones judías en el medio, tironeadas desde los dos costados. Primero apoyaron el acuerdo en una conferencia de prensa conjunta con el canciller Timerman. Después cambiaron de parecer y se pronunciaron en favor del rechazo antes de que el Congreso aprobara el acuerdo. Después jugaron más fuerte: fueron a la justicia y consiguieron que un tribunal lo declare inconstitucional. Pero cuando el fiscal denunció a la presidenta, dudaron y terminaron retaceándole el apoyo ante la certeza de que Nisman se presentaría en el Congreso, digámoslo así, como de costumbre, con mucho entusiasmo y convicción, pero bastante flojo de papeles.
Para entender cómo las líneas editoriales de las dos grandes corporaciones mediáticas atraviesan la causa AMIA, tanto como las operaciones de inteligencia y los intereses geopolíticos para generar una gran ensalada que termina obturando la búsqueda de la verdad, tal vez convenga detenerse en el cruce informativo que protagonizaron los dos periodistas más importantes de la Argentina.
Por un lado Jorge Lanata, el editor más creativo y el mejor formador de equipos periodísticos del país, legítimo heredero de Natalio Botana y Jacobo Timerman. Desde de que escribió su libro "Cortinas de humo", meses después del atentado y durante años Lanata se la pasó denunciando, muchas veces en soledad, que la causa AMIA era una truchada y que Nisman era un trucho. En este video de Día D se lo ve a Lanata diciendo que la causa AMIA es miles y miles de páginas de "nada". Pero ya con la camiseta de grupo Clarín cuando el fiscal denunció a la presidenta, Lanata decidió que la denuncia de Nismanera tan seria que ameritaba dejar en suspenso todo lo anterior. Desde entonces es uno de los fogoneros de la línea Clarín: a Nisman lo mataron o lo suicidaron para callarlo por la gravedad de lo que iba a denunciar.
Por el otro lado, Horacio Verbitsky, el mejor periodista de investigación de la Argentina, legítimo heredero de Rodolfo Walsh. La semana pasada, después de la denuncia de Nisman contra la presidenta, Verbitsky escribió en el diario oficialista Página 12: "La gravísima denuncia del fiscal Alberto Nisman contra la presidente CFK intenta apuntalar la versión sobre el atentado a la sede de la DAIA que acordaron hace más de veinte años los gobiernos de Israel y la Argentina, con el respaldo de Estados Unidos, cuando aún no había terminado la remoción de los escombros: acusar a Irán y no investigar la participación de Siria, pese a que las condiciones internacionales han cambiado.
El problema es que en la causa no abundan elementos que lo sostengan, por lo cual ese relato descansa en recursos políticos y publicitarios. Mientras, nada se ha avanzado en el caudaloso expediente judicial." El artículo dice que el mismo Verbitsky ya les había advertido a sus lectores en el 2004, esto es, antes de que Néstor les creara a Stiusso y Nisman la fiscalía especial, que se trataba de una investigación trucha, digitada de antemano. También recuerda que en 2005 informó sobre la necesidad de reformar los servicios de inteligencia tras un acuerdo amistoso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos entre el gobierno argentino y la entidad de familiares de víctimas Memoria Activa con representación legal del CELS el organismo derechos humanos que preside Verbitsky. La referencia al sus añejos escritos del 2004/2005 parecen reflejar que durante la década kirchnerista Verbitsky se fumó a dupla Nisman-Stiuso, priorizando en sus investigaciones periodísticas otros temas de indudable interés público y político.
O sea, cuando Verbistsky empezó a atacar Nisman y Stiusso en sintonía con la nueva línea editorial del gobierno, Lanata, que siempre los había atacado, empezó a defenderlos en sintonía con la linea editorial de Clarìn, su nuevo empleador.
Entramos en la era del posperiodismo. Los medios se han convertido en extremos de corporaciones y los periodistas giramos alrededor de ellas como satélites, algunos más cerca del eje, otros buscando más distancia, como intentando resistir ese centro de gravedad que se representa en el metamensaje de la corporación.
Yo, como editor de Pagina 12 y director de la Maestría de Periodismo de la UBA, prestigioso cargo al que accedí durante este final de la década kirchnerista, junto con el colega Verbitsky, parte de la corporación estatal. Lanata, parte de una corporación que no es ningún monopolio, pero que ejerce (o ejercía hasta la ley de medios) un posición dominante en prácticamente todos los mercados infocomunicacionales de país, superando en el análisis comparativo a gigantes como la red Globo de Brasil o Televisa de México, según documentó la investigación de Mastrini y Becerra, Periodistas y Magnates (Prometeo).
Entramos en una era en que las corporaciones y los actores comunican directamente y sin intermediarios. O que comunican a través de voceros que venden y compran de los dos lados del mostrador, fingiendo que se trata una novedad para poder llamarla noticia.
Entonces, ¿qué hacemos con la causa Nisman y con la causa AMIA?
En la causa Nisman esperar y dejar que la fiscal y la jueza trabajen tranquilas. Yo sé que esto puede sonar kirchnerista y que no es lo que piensa la gran mayoría de los argentinos, porque las conspiraciones siempre son seductoras y porque estamos en un año electoral. Pero hasta ahora, las evidencias que se conocen apuntan a un suicidio. Mejor dicho no apareció hasta ahora ni una prueba sólida que apunte a un asesinato. Lo que Nisman le dijo a su personal trainer no cuenta como prueba. Casi lo único que se sabe a ciencia cierta es que un colaborador de su máxima confianza le llevó un revolver, se fue, y a la mañana siguiente encontraron a Nisman con un balazo en la cabeza, tirado en el baño de su custodiado departamento de edificio inteligente. Con respecto a que lo suicidaron, hay presiones y presiones y hay que investigarlas a todas. Pero si Nisman tenía una custodia de diez personas, no una o dos hay que dar por bueno que ya lo habían amenazado de todas las formas posibles y en todos los idiomas. Por eso conviene ser prudentes y esperar. Revisar todo y estar muy atentos, como pide Lanata, reformar la ley de inteligencia y transparentar el accionar los servicios como pide Verbitsky.
Con respecto a la causa AMIA, un volver a empezar puede sonar doloroso, pero qué más decir: el camino se hace al andar. Pero no empezaremos de cero. Que la pista iraní no se haya probado no quiere decir que haya que dejarla. Al contrario. Dato por dato, folio por folio, los iraníes siguen siendo los principales sospechosos. Aunque todo debe ser revisado con ojos frescos, insospechados y debidamente consensuados, los principales proponentes tanto la pista siria (Escudé) como pista la narco (Salinas), ni hablar de la pista del autoatentado (Petrosino) hoy por hoy lejos están de producir las pruebas que puedan convencer a una opinión pública comprometida y a una justicia independiente, como va a hacer falta para esclarecer el atentado.
Mientras tanto, por ahora, esto es lo que hay. Tenemos a Stiusso en nuestras pesadillas, tenemos a un país entero conmovido por la muerte de un fiscal. Tenemos medios cruzados y operetas de espías. Tenemos a los iraníes con pedido de captura como principales sospechosos aunque sin demasiadas pruebas de un crimen atroz que ya cumplió 20 años de impunidad.
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