jueves, 5 de febrero de 2009

NUESTRO YUNQUE

Por ALFREDO VARELA – Cuadernos de Cultura – mayo/junio 1969 - Homenaje a los 80 años de Alvaro Yunque.

--------------------------------------------------------------------------------

Hubiera querido poder hablar de Yunque con la penetrante sencillez con que él se refiere a figuras como las de Roberto Payró, o de ese otro inolvidable, Carlos Giambiaggi. Porque hay seres a los que sólo es posible acercarse con palabras simples, despojadas de cualquier artificio – como si su modestia resultara contagiosa.
“… y su poema es una parte de su vida. Lo escribe como ciudadano afanoso de servir a su tierra, de contribuir a limpiarla de injusticias, no como literato persecutor del éxito […] tan campechano, tan ansioso de conocer hombres (el conocimiento más importante), tan sin parada… y por eso mismo, tan auténtico, tan hondo artista”.
No es casual que Alvaro Yunque dé relieve a estor rasgos que descubre en su admirado José Hernández. Porque en verdad se emparentan con su propia vocación dadivosa, su manera de ser, su estilo de hombre, su rumbo. Un rumbo que nunca torció.
“Tan sin parada…”
El sabroso argentinismo ayuda a ubicar a nuestro Yunque, enemigo de convenciones, engolamientos y prejuicios, adicto a la llaneza tanto en el arte como en la vida. La naturalidad, la limpieza de corazón y de miras, le son consustanciales, cuando escribe, cuando alterna con los demás, en el combate social. Su conducta de siempre podría definirse como la sencillez en la dignidad. La dignidad con mayúscula.
Quién sabe si esa ausencia poco común de afectación y engreimiento, en un ambiente donde tantos literatos han creído indispensable el cuello duro de la solemnidad, no influyó en la subestimación de su obra por algunos…
Que otros corran tras el deslumbramiento de famas y honores. En cuanto a él, no le interesa el estrépito vacuo:
“Dejadme ser un río silencioso,
Dejadme ser profundo y navegable”.

* * *

Tendría yo menos de 20 años cuando un día golpeé tímidamente a su puerta, la puerta del autor de cuentos fervorosamente releídos, algunos de cuyos Poemas gringos sabía de memoria. Como les ocurriera a tantos otros, mi timidez se disolvió enseguida, ante su acogida cordial y sin vueltas, y al descubrir que el hombre correspondía, lo que no ocurre frecuentemente, a lo que imaginaba por el escritor. Fue el comienzo de una amistad entrañable. Volvimos a visitarlo a menudo, un grupo de muchachos igualmente inquietos que bullíamos en nuestras primeras incursiones por el arte y la política, y mateábamos largamente en su casa de entonces de Vicente López, de donde salía para largas excursiones en su “pingo del asfalto”, como bautizara a su sufrida bicicleta. Y encontrábamos en él tanta tolerancia y comprensión afectuosa que terminamos tratándolo – pese a la diferencia de edades – como a un muchacho más. De ahí que en 1938 prologara el libro inicial de uno de nosotros, el Payró de Raúl Larra a quien le debemos unas páginas hermosas y perspicaces sobre Yunque.
Y hasta hoy se conserva así: celoso de su soledad ensoñadora y a la vez pródigamente abierto a la amistad; reticente o esquivo ante situaciones y gente que le desagradan, pero efusivo y familiar con los que merecen su estima; manso, si se quiere, pero pronto a la indignación violenta frente a la injusticia y a los opresores de hombres y de pueblos.
No sé si tiene enemigos personales, pero lo dudo. Porque aunque ponga vehemencia en la polémica, su franqueza y rectitud son realmente desarmantes. Sigue manteniendo trato aún con aquellos que están muy lejos de sus convicciones, siempre que no se hayan emporcado. Sus adversarios ideológicos pueden combatirlo, negarlo, silenciarlo, pero quiéranlo o no, se sienten obligados a respetarlo.
Se irrita y ofende cada vez que choca con la mezquindad, el egoísmo, la hipocresía. Una de las condiciones que más aprecia es la capacidad de jugarse y arder por las grandes causas. En cuanto al que queda al margen, al escéptico, lo definió en forma tajante: “Ya no eres más que piedras, río seco”.

* * *

El joven Gandolfi Herrero ya había llenado no pocas carillas durante 15 años y el seudónimo que lo distinguiría luego se veía con frecuencia en las revistas de izquierda. Pero fue el hombre de 35 el que – “abandonados quedan tres libros” – publicó en 1924 el primero, Versos de la calle, en la tan rústica como barata edición de “Los Nuevos”. El título reflejaba una concepción del arte enriquecida por la vida cotidiana y popular.
Poesía de la calle,
Cosa de todos, sin dueño,
Yo te aprisiono un segundo,
Sólo un segundo, en mi verso.
Poesía de la calle,
Vuelve a la calle de nuevo;
De todos sé, y de ninguno,
Riqueza de todos, verso.
Y, desde entonces, no ha cesado de escribir, de darse plenamente, en una porfiada militancia artística y humana.
Entre aquellas fechas transcurre un período interesante de la cultura argentina, que Yunque ha contribuido tan empeñosamente a elaborar desde su mesa de trabajo, donde hoy, en sus increíbles 80 años su mano incansable sigue corriendo sobre el papel durante bastantes horas. La obra que labrara a lo largo de decenios difíciles para él y para el país, tiene facetas múltiples: ensayos y trabajos históricos, cuentos y poemas, novelas y biografías, piezas teatrales, comentarios críticos, artículos, antologías, compilaciones…Su producción está inspirada en las fuentes progresistas de la literatura nacional y en un objetivo que siempre consideró ineludible: “El artista debe militar entre los hombres que cambian el mundo. El artista no ha venido a contemplar sino a vivir. Arte es acción”.
Mucho es lo publicado, pero mucho también lo que permanece inédito, a menudo porque le faltó editor. Pero él, que jamás fuera un “literato persecutor del éxito”, sigue creando sin inmutarse. Es su modo de existir y de darse a los demás.

* * *

Nacido en un hogar donde la vieja estirpe hispano-criolla se mezcla con la impetuosa sangre italiana de su padre “¡gigante gringo rubio de los ojos celestes como una escuadra honrado, fuerte como un compás!”, no es allí donde ha de conocer privaciones y miserias. Son lecturas copiosas y heterogéneas las que van descubriendo a su espíritu la áspera realidad social, aprendizaje que iba a completar su aproximación al pueblo trabajador, a las luchas que entonces conmovían al país y al mundo. Practica la filosofía yoga, la gimnasia bajo el sol, el naturalismo (hasta hoy sigue practicando el ayuno como alivio a las dolencias). Influenciado por la prédica de Tolstoy, admirador de Bakunin, atraviesa una larga etapa de anarquismo romántico, colabora en La Protesta. Se reúne, discute afiebradamente y comparte iniciativas literarias con otros jóvenes que, como él, no sienten el arte como un juego gratuito y desaprensivo, sino que quieren llevarlo a la calle, entreverarlo con los sufrimientos y las ansias populares. Revistas sucesivas brotadas de su entusiasmo le sirven de trincheras para proclamar agresivamente sus convicciones. Se ha hablado tanto de la polémica Boedo-Florida, que se olvidan otras vivencias artístico-sociales de la época del 20, de sus comienzos. En libros y artículos, Alvaro Yunque ha aportado una información más amplia y a veces reveladora. Recuerda al grupo de plásticos Artistas del Pueblo animado por Facio Hebecquer, al periódico Acción de Arte (1920-1922) dirigido por el crítico Atalaya y Carlos Giambiaggi, a los colaboradores del suplemento literario de La Montaña a cargo del poeta Juan Pedro Calou. Es posterior la aparición de la revista Los Pensadores – luego Claridad – donde se agrupan los ubicados en Boedo; en 1925 colaboran en La Campana de Palo, co-director Yunque, quién reincidirá 15 años después reeditando Rumbo. En esas aventuras de entreveran muchos nombres, algunos de los cuales han dejado buena huella en nuestras letras: Gustavo Riccio, Juan Guijarro, Nicolás Olivari, Elías Castelnuovo, Aristóbulo Echegaray, Pablo Rojas Paz, Roberto Mariani, Leónidas Barletta, etc., además de otros que quedaron en el camino. Sus libros iban surgiendo en ese clima fervoroso, agitado por sueños de redención social, junto con la obra de artistas tan valiosos como Agustín Riganelli, Sibellino, Falcini, Facio Hebecquer, Arato, Abraham Vigo, Santiago Palazzo, Gómez Cornet, Giambiaggi, Bellocq.
Factores diversos habían contribuido a generar su rebeldía, su amor a los desposeídos, sus concepciones ideológicas tan bien intencionadas como a veces confusas y contradictorias; y entre ellos la obra de los escritores rusos – Andreiev, Gorki, Tolstoi, Dostoievski., Korolenko, etc. -, así como de Zola y otros. Pero también ejerció evidente influencia el contexto social. Desde principios de siglo la lucha de clases se acusaba en sucesos a menudo sangrientos, huelgas combativas, manifestaciones obreras baleadas por la policía, las primeras leyes represivas. El “Grito de Alcorta” había testimoniado el descontento campesino. La tempestad limpiadora de la Revolución de Octubre, el surgimiento triunfal del primer estado socialista, tuvo aquí una vasta repercusión. Comentando la frase de Aníbal Ponce, al hablar del 1917 –“Nadie ha contado aún como latía nuestro corazón de los 20 años en aquel momento decisivo de la historia” -, Yunque confirma: “Nuestra intuición juvenil nos decía, contra la opinión de los mesurados, los escépticos, los conservadores, los pusilánimes, que entrábamos en un nuevo ciclo, que la espiral de la vida ganaba un nuevo tramo a las sombras”. Y en otro lugar: “Nosotros – que nos decíamos o quizás sólo nos creíamos anarquistas – éramos simpatizantes de la Revolución de 1917. Teníamos la mente asomada al gran viento que de allá venía y que a nosotros llegaba confundido con todas las calumnias de la prensa burguesa, socialista y anarquista”. Coincidiendo, tal vez sin saberlo, con la posición marxista del Partido Socialista Internacional, Yunque y otros escritores de su generación que han marchado junto a él exaltaban el acontecimiento. “Desde La Montaña, un diario de Botana pero popular, ya comenzábamos a loar la obra de ese tal Lenin, nombre aún confuso, de ese que, desentendiéndose del pasado zarista y de sus compromisos, firmaba la paz”. En el memorable mitin de 1918 en el Teatro Nuevo, se alzó la voz vibrante de José Ingenieros. “El teatro, enrojecido de banderas, se caldeo con una juventud entusiasta. ¿Quién de nosotros no se hinchó las manos aplaudiendo, quién no enronqueció gritando?”.
Reforma universitaria de 1918, luchas ferozmente aplastadas en la Patagonia, huelga de Vasena, Semana Trágica… Todos acontecimientos ansiosamente vividos por Yunque y los otros pioneros del arte social.
En una nota que apareciera en el número 70 (1964) de Cuadernos de Cultura, con motivo del 75 aniversario de Alvaro Yunque, se apunta sagazmente: “Si se rastreara con algún cuidado su trayectoria literaria – y la de tantos escritores de su generación que han marchado junto a él -, podría descubrirse que ella es simultanea y coincidente con la curva que el paso y la maduración de la clase obrera argentina va marcando en la vida nacional durante los últimos 40 años”.
El tema es tentador, valdría la pena que alguien se ocupara de estudiarlo. Se vería entonces cómo Yunque y los mejores de sus compañeros fueron orientándose cada vez más claramente a medida que las fuerzas más avanzadas del proletariado superaban el período anarco-sindicalista, así como el oportunismo, para adoptar como guía certero de su acción al marxismo-leninismo.

* * *

Claro que él no es ni ha sido nunca un hombre de acción, un activista político. Ni sus características personales ni sus inclinaciones podían llevarlo a ello: su herramienta y su arma única pero eficaz ha sido siempre la pluma.
Felicidad mayor es imposible:
¡Ser revolucionario y ser poeta!
Poder sembrar verdades en los hombres
Pero poder sembrarlas con belleza.”
Es conocida su animosa colaboración con diversos movimientos culturales y políticos: los teatros independientes – del Pueblo, Rodante, Proletario -, la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), la ayuda a España Republicana, la lucha antifascista y el apoyo durante la segunda guerra mundial a los aliados, las campañas en defensa de Cuba, Vietnam y otros pueblos, por la paz mundial.
Cuando hubo que pedirle su concurso en momentos peligrosos, no hurtó la conciencia ni el cuerpo. Así ocurrió en 1945. La dictadura militar de entonces (Edelmiro J. Farrell) impedía la aparición de publicaciones de izquierda y antinazis. Se decidió tentar la suerte otra vez más con otro periódico, El Patriota. Hacía falta un director responsable. Yunque accedió. Cuando la policía intervino, fue al único que pudo hallar. Y entonces…
Voy esta noche, Buenos Aires
Viajando en carro celular,
Con prostitutas y rateros
Amontonada humanidad.

* * *

Innumerables son las anécdotas que guarda Yunque en su memoria. A veces las prodiga en la charla con los amigos, en cualquier café o caminando por las calles de este Buenos Aires que tanto conoce y al que cantó de tantas maneras. Ha sido actor y espectador atento de toda una larga época, en cuyo transcurso conoció a muchos escritores, artistas, dirigentes obreros y políticos de diversa filiación, figuras y también figurones, personajes dignos o pintorescos o repelentes, unos famosos y otros extraviados en el olvido. El ha evocado ciertos episodios aquí y allá, en alguna revista. Eso ha servido para demostrar lo interesantes que serían sus memorias, que aún no ha escrito – o no ha publicado, por lo menos. Tal vez lo retenga una especie de pudor o compasión, porque su franqueza lo obligaría a reflejar descarnadamente ciertas vidas y episodios, a arrancar velos… Sin embargo, Yunque nos debe esos recuerdos, esa crónica que podría ayudarnos a comprender mejor nuestro pasado reciente.

* * *

Este cumpleaños de Alvaro Yunque en 1969 constituye un feliz acontecimiento para la cultura nacional. Y como tal correspondería que fuera celebrado en esta tierra a la que tanto dio. Y no hablo de homenajes, porque cada vez que se ha querido prepararle algo semejante, se negó rotundamente, erizándose como un puerco espín.
Imaginemos que la Argentina de hoy es sólo una deprimente pesadilla, y que en realidad impera un régimen progresista, en el que las garantías democráticas no sólo son respetadas sino ampliadas por la inmensa mayoría; en que la educación, las artes, la cultura, en lugar de estar sometidas a criterios medioevales, a los censores cavernícolas, pueden desplegarse o florecer sin trabas. En esa Argentina tan radicalmente distinta, que será la de mañana (un mañana menos lejano de lo que algunos suponen), este cumpleaños de Yunque merecería actos alusivos en las escuelas, programas especiales de radio y TV, artículos y comentarios periodísticos, ediciones especiales de sus libros; y se le atribuiría, por fin, uno de esos premios que distinguen no sólo a un volumen, sino a toda una obra, una existencia creadora.
Hoy, esto resulta impensable. El caso de Yunque está lejos de ser el único, aunque sirve de barómetro, evidencia una de las tantas taras de este agrio momento argentino: la odiosa distinción entre aceptados o réprobos, “potables” o no. (*)
El perjudicado, naturalmente, es el país. En lo que se refiere a Yunque, sabe por experiencia propia cuántas espinas aguardan a los que no hacen concesiones ni se doblan, mantienen altivamente su independencia y prefieren situarse junto a su pueblo, compartir sus luchas y afanes, apresurar la quiebra de esta sociedad insoportable. Le cabe la frase de Alem que Alvaro Yunque reproduce en su biografía: “Prefiero una vida modesta y autónoma a una vida esplendorosa, pero sometida a tutelaje”.
Su popularidad cierta, la adhesión de sus lectores, se las ha ganado por sí mismo, duramente, pese a los dueños del país y a los que dominan en el campo literario, editorial, periodístico. Ajeno a intrigas, asqueado por la puja ladina en pos de distinciones y premios, ha tenido que afrontar otra forma del castigo impuesto a los que toman una posición valerosa: no tanto la diatriba, el ataque más o menos desembozado, como esa arma temible que es el silencio, la campana de vidrio destinada a acallar voces incómodas.
Si esto le duele a Yunque, será porque limita su vinculación con una masa más amplia de lectores, a los que quisiera conmover con su mensaje. Pero no se queja; y si se hace alguna alusión al respecto, reacciona apenas con una sonrisa irónica o encogiéndose de hombros. Conoce bien las razones de aquella táctica asfixiante: “Pero es una manera de combatir – la más cobarde – de los ideólogos al servicio de la clase detentadora del poder. Al escritor social revolucionario se le admira en silencio, se le tributan loas en baja voz; pero se le cierra el acceso a las colaboraciones, se le desconoce en el movimiento bibliográfico, se le niegan las editoriales, se le destierra de las antologías. A su alrededor, silencio. Para comer de la pluma, ¡doblar el lomo!”.
Por otra parte, en la breve introducción a su Antología poética, editada en 1949 con participación de artistas plásticos en ocasión de sus 60 años, decía expresivamente:
“Insistir en ser poeta, a través de tantos años y en un medio carente de todo estímulo, supone una esperanzada suma de obstinación silenciosa: Reconocérmela, me produce hoy un singular regocijo.”
Descuidado en la defensa de sus intereses e inerme ante la impavidez ajena, poco es lo que le ha redituado desde lo económico, su labor literaria. Durante muchos años, sus libros de cuentos u otros, vendidos en tirajes apreciables, le produjeron por todo beneficio…una decena de ejemplares o sumas ínfimas. Hay quienes han interpretado como candidez su inhabilidad para defenderse o imponer su valía; porque no pueden admitir tanta ingenuidad en un medio donde se cotiza la picardía o el lado negativo de la viveza criolla, que a menudo consiste en la agachada, el acomodo, que es alguna forma de prostitución moral o intelectual más o menos disimulada.
Conservar los ideales de la juventud y seguir en la huella “aunque vengan degollando”, afrontar estrecheces y sinsabores durante toda una larga vida, es tan meritorio como poco fácil. Cuando Yunque vuelve la vista hacia el pasado, tal vez experimente cierta melancolía al recordar a tantos que claudicaron, que fueron neutralizados con la mermelada de puestos y prebendas, y a costa de sucesivas concesiones obtuvieron un lugarcito tibio al abrigo de las tempestades.
Alvaro Yunque pertenece a la raza de los que no abdican y que ni siquiera imaginan que eso pueda ser posible. Es estimulante observar la actitud íntegra, la trayectoria consecuente de este muchacho que, al cumplir cuatro veces 20 años, afianza su adhesión a los ideales revolucionarios, su comunión jubilosa con todos los que ayudan al parto de un mundo nuevo.
(*) Se refiere al presidente de facto general Juan Carlos Onganía.

* * *

Su visión nunca estuvo limitada por las fronteras; a través de ellas se confunde con la humanidad, solidarizado con los pueblos en lucha. Su internacionalismo convive, por supuesto, con un aguzado sentido nacional. De ahí su indagación apasionada del pasado argentino, recogida en tantos estudios amenos y de conclusiones inspiradoras. Se podrá disentir con algunos aspectos de su método interpretativo, pero nunca desconocer la seriedad de sus trabajos, la calidad indudable de sus aportes que justifican el éxito alcanzado, por ejemplo, con su Historia de los argentinos. Sumergiéndose en el siglo pasado, ha sabido establecer su conexión con el presente y con el futuro que necesitamos construir. Y por eso, al narrar en ese basto fresco que es Calfucurá, la conquista de las pampas; dedica significativamente el libro “a los argentinos que realicen la Reforma Agraria, verdadera conquista del desierto”.

* * *

Al que ha llegado a los 80 años se lo considera un venerable anciano. Pero a nadie se le ocurriría aplicar esas palabras – que evocan caducidad, decrepitud, arrumbamiento – a quien, como Yunque, sigue sólidamente plantado en la vida, trabajando sin pausa, impulsado por una curiosidad incansable y siempre nueva, con la mente y el entusiasmo al día, atento a los hombres y a su alentar, ayudando con su tenaz labor diaria a preparar el porvenir.
Esta gallardía del “viejo” Yunque es una garantía alentadora de lo que el ser humano puede ser – por encima de años y fatigas – cuando cumple su existencia plena y fecundamente, hasta en la culminación de una envidiable madurez.
En las cuartetas que dedicara al autor del Martín Fierro, Alvaro Yunque conversa confianzudamente con él, y le pregunta, finalmente:
“¿Quién a su gloria no le alcanza un mate?”.
Que a su vez Yunque pueda recibir, de las manos de su pueblo, un mate espumoso, con sabor a fraternidad y a la esperanza que él derramara a raudales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario