sábado, 28 de febrero de 2009

El capitalismo en calzoncillos


El teólogo Gerd Lüdemann.

Todos los días viene el susto. Aquí ya es una moda de los últimos días. La gente prende el televisor a las ocho de la noche, la hora de las noticias, para informarse de la última novedad sobre la crisis mundial de la economía. Todos las mañanas se lee la primera página con curiosidad y miedo. Si el sistema se derrumba o si no la vamos a pasar tan mal. Siempre aparece un gurú que, sonriente, augura que “el año siguiente se van a arreglar todas las cosas”. Hoy, tapa de los diarios: “Ultima salida: jornada reducida”. El recurso de decenas de grandes empresas. Reducir los horarios y así reducir los salarios para no despedir gente. Pero en páginas interiores se nos informa que hay, este mes, nada menos que 350.000 desocupados más. Un diputado de la izquierda propuso aumentar el dinero que se da a los desocupados para así lograr más poder de compra y que se muevan los mercados. Pero un diputado demócrata-cristiano, nada menos, señaló que aumentar la ayuda a los desocupados sólo va a traer movimiento en la venta de alcohol y de tabaco. Justo la filosofía de los que han ordenado así el mundo, con la llamada “economía de mercado”. Y otro hecho que deja al desnudo que en el sistema capitalista sólo se aplica la llamada justicia a los pobres. Los supermercados Kaiser dejaron cesante sin indemnización a una cajera, con treinta años de servicio, acusada de que se había quedado sin rendir un vale de un euro con treinta centavos por la devolución de botellas. Es decir, moneditas. La Justicia ratificó la decisión de la empresa y la mujer quedó sin trabajo. (Todo se hubiera podido arreglar con tres días de suspensión o una severa advertencia.) Pero no, el puntapié de punta para que aprenda. En cambio, la misma Justicia, al presidente del consorcio de correos de todo el país, el multimillonario Zumwinkel, acusado de estafar al Estado en el pago de impuestos en una suma de varios millones, lo condenaron a dos años de prisión en suspenso y a pagar una multa, y el sensible Zumwinkel se retiró de la vida pública a vivir en su fastuoso castillo en la montaña para no caer en la depresión.
Todo esto es la moral del sistema. En el corso de carnaval de la ciudad renana de Köln (Colonia), el carruaje más aplaudido fue el que llevaba a un muñeco gordo, en frac y galera, pero en calzoncillos, que representaba al capitalismo en su estado actual, haciendo equilibrio en una cuerda, mientras abajo, muñecos que representaban al pueblo hacían una verdadera red entrelazando brazos y piernas para salvar al todopoderoso capitalismo, hoy en calzoncillos. Claro, cuando el sistema peligra, el pueblo es el que paga, con despidos, más impuestos y carencias.
Pero entre tanto cinismo político y ético surgen nuevas fuerzas que mueven a la discusión como pocas veces se ha visto. En las universidades, en los círculos culturales y gremiales y últimamente también en la iglesia, que había guardado silencio ante un mundo al revés de lo que tendría que ser la convivencia racional. Y la voz cantante la lleva un teólogo, el profesor Gerd Lüdemann, de la Universidad de Goettingen. Su voz se ha alzado con una nitidez de pensamiento que no se escuchaba en Alemania desde los tiempos de Lutero o de aquel mítico obispo Münzer, el de las huelgas campesinas alemanas de 1511, que se puso al frente de los trabajadores rurales contra los príncipes dueños de la tierra. El obispo y miles de esos explotados de la tierra fueron finalmente vencidos y ejecutados por los militares, como siempre ha ocurrido en la historia.
El teólogo Gerd Lüdemann con sus ideas revolucionarias ha llevado a una polémica apasionada de miembros de todas las iglesias cristianas. Lüdemann ha afirmado taxativamente que la “Teología no es ninguna ciencia”, porque es confesional. La Teología no se basa en ninguna comprobación científica, sino en creencias, en lo que se titula la fe, en el caso del cristianismo “porque lo sostiene la Biblia” y es “la palabra de Dios”, sin demostrarlo. Y exige que no haya más universidades teológicas y menos que éstas sean solventadas por el Estado, como ocurre en Alemania desde la Edad Media. Esto ocurre por el poder de las iglesias, tanto católica como protestante. Cuando –dice y lo comprueba– ahora la realidad es otra, ya que apenas una tercera parte de la población alemana pertenece a una religión y, pese a eso, el gobierno acaba de firmar nuevos contratos de enorme generosidad para con las universidades confesionales. E insiste el teólogo Lüdemann: “La Biblia es un producto del hombre y contiene un sinnúmero de imágenes de quién es Dios. ¿A qué Dios, visto del punto científico, se quiere describir? Los teólogos cristianos lo demuestran todo a través de la fe. Pero eso nada tiene que ver con la ciencia, sino que es sencillamente confundir la cátedra con un púlpito. (Lüdemann textual: “Sorprende el status académico de la Teología ya que no es ninguna ciencia”.) La ciencia toma ante todo como principio, en su búsqueda, la falta total de presuposiciones y está obligada a la absoluta búsqueda de la verdad y debe demostrarla. Y prosigue diciendo que la universidad debe dedicarse sí, entre otras materias, a la historia de las religiones, al análisis de todos sus teologías, pero no consagrar universidades a la enseñanza de la religión aceptando sin discusión sus bases.
El profesor Lüdemann fue alejado de su cátedra y la Justicia ratificó esa medida, dando la razón a los que tomaron esa resolución sin debate alguno. El profesor Lüdemann recibió esa sentencia declarando: “Eso es repetir la Inquisición y es un golpe en el rostro de la libertad necesaria que debe tener la ciencia”. El sigue sosteniendo –y ha prendido esto en la opinión pública– que no tiene que ser el Estado el que financie esas universidades, sino que esto deben hacerlo las propias religiones.
Lüdemann ha dedicado su vida a demostrar, con argumentos científicamente históricos, las grandes falsedades en que se basan las religiones. Y compara su actitud con “la investigación histórico-crítica de siglos pasados en la revisión del cristianismo que pudo desarrollarse pese al dogmatismo de la iglesia”. Y agrega: “El método histórico es parte del movimiento emancipatorio de la curiosidad científica” y, finalmente, la “Ilustración no permite, a la larga, ser atada con las cadenas del dogma. Se impulsa como una corriente incontenible contra la cual son impotentes todos los diques y esclusas”.
Lüdemann ha escrito varios libros para demostrar su tesis. Sobre la vida de Jesús de Nazareth señala que se lo puede calificar de un “mago”. Se trató de un hombre que, por sobre todo, sabía curar a enfermos y se hizo fama de eso y que fue San Pablo quien lo elevó a la categoría divina.
Y, por supuesto, la discusión seguirá por siempre. Hasta que la ciencia siga su infinita ruta de llegar a explicar el origen de la naturaleza y del hombre. Lo que sí, a las religiones les queda una misión: lograr los principios de un mundo de paz, sin guerras y sin miserias. Hasta ahora no lo lograron, ni siquiera se lo propusieron. Salvo algunos representantes, como en el caso argentino, el indiscutible obispo Angelelli, para nombrar a uno. Ante un mundo como el actual, dominado por desastres económicos, hambrunas y guerras interminables, los que se dicen representantes de Dios no tienen que reducirse a orar y arrodillarse para pedirle lo que hasta ahora no se ha logrado. Todo lo contrario, deben convertir sus templos en verdaderos centros de enseñanza y debate de cómo lograr sociedades pacíficas y generosas. No conformarse con el paraíso después de la muerte, sino buscar los caminos de cómo obtenerlo en la tierra. No puede haber un Dios tan malo que deje morir de hambre a miles de niños de hambre por día en el mundo o sonría gozoso viendo cómo los seres humanos fabrican armas para matarse entre sí con la mayor crueldad. Fundar, sí, una religión que propague el amor a la ciencia para descubrir todos los misterios que rodean al origen de la vida y enseñar a mantener viva la naturaleza que nos rodea para las generaciones venideras. Esa es la única religión en la que debemos creer.
Convertir los templos en centros del saber. Propender a la maravillosa tarea de descubrir todo lo que ignoramos y demostrar que el ser humano es capaz de lograr la paz eterna y no conformarse con la promesa de vidas futuras en paraísos y que los perdimos porque Eva le hizo comer una manzana a Adán.
Luchar con la base del raciocinio de las ciencias y lograr el beneficio de la ayuda mutua para construir un mundo como quien construye una casa con jardines y flores para sus hijos. Eso y nada más. Que es todo. Y dejarnos de ceremonias con señorones disfrazados que se dicen castos y nos recitan palabras de glorificación a quienes no conocemos y dé reprimenda a los que no creen que ése sea el camino para lograr un futuro sin violencias.
Por eso es buena la iniciativa del teólogo Lüdemann de poner sobre la mesa todo aquello fuera de la razón, para comenzar a discutir. Ojalá que la Teología se convierta en el camino de la razón para, con la sabiduría, llegar a saber qué es el ser humano, qué es el universo y su naturaleza.
Va a ser el mejor y tal vez único método de bajarlo al señor disfrazado de capitalismo –hoy en calzoncillos– y en vez de protegerlo con nuestros brazos, nos pongamos a sembrar la semilla de oro del trigo para todos.

Osvaldo Bayer

Desde Bonn, Alemania

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