lunes, 3 de enero de 2022

30 años de la disolución de la Unión Soviética


El desenlace inevitable de la URSS bajo la dirección termidoriana de la burocracia.

 El 25 de diciembre de 1991 culminó el proceso de disolución de la Unión Soviética, coronando así una restauración capitalista de la que la burocracia termidoriana fue enteramente responsable. A 30 años de aquel entonces, hacemos un breve repaso sobre sus causas y su alcance en la posterioridad.

 Del estancamiento al retroceso 

A principios de la década del 70′ había un estancamiento económico en la URSS y en todo el bloque de los países del este. “La dominación totalitaria de una burocracia parasitaria –que obtenía sus privilegios del saqueo sistemático del presupuesto nacional– se convirtió en una traba insuperable para la economía soviética” (Prensa Obrera y la restauración del capitalismo en Rusia, 4/7/1996). El estancamiento se manifestaba en la baja productividad del trabajo, lo que producía la escasez de artículos de primera necesidad, de maquinarias y de repuestos industriales. La crisis en la agricultura soviética se relacionaba con el atraso de la industria, ya que esta no tenía la capacidad de proveer al campo con máquinas y medios técnicos. Era necesaria una sistemática inversión industrial: el problema es de donde saldrían los recursos para ello.
 A causa del retroceso del nivel de vida de las masas estallaron revoluciones políticas en toda Europa Oriental. Desde Berlín en 1953, pasando por Hungría, en 1956, también Checoslovaquia, 1968, y Polonia, 1980; le mostraron a la burocracia el peligro que afrontaba y la impulsaron con más fuerza a la restauración. A pesar de haber derrotado por la fuerza estos procesos, la burocracia, espantada por esta tendencia revolucionaria, retrasó un ataque contra las masas y realizó una costosa importación de alimentos y de bienes de consumo. Las importaciones de granos se comían las divisas necesarias para importar maquinaria y equipos imprescindibles para la industria.
 Ese mismo terror al levantamiento obrero le impedía recurrir al reforzamiento de la “disciplina laboral” o al incremento de la intensidad del trabajo. La burocracia pretendió salir de este encierro a partir de un pacto con el imperialismo y de esta forma obtener créditos para adquirir equipamiento industrial. A partir de estos créditos, el imperialismo comenzó a exigir garantías duraderas para los contratos. 
 El primer paso de la burocracia para otorgar esas “garantías duraderas” fue la firma, en 1975, de los acuerdos de Helsinki, relacionados con cuestiones de seguridad y cooperación (Este-Oeste), en los que la URSS realizó concesiones claves en lo relativo al derecho de la propiedad en el interior de su territorio; base necesaria para el desarrollo de la penetración imperialista y de las posteriores reformas (ídem anterior). Desde la firma de estos acuerdos comenzó un proceso de endeudamiento tumultuoso y de dimensiones catastróficas. Las burocracias se integraron a la economía mundial a partir del endeudamiento con el FMI. Lo cual trasladó la crisis capitalista a los países del este. 

 La Perestroika anti socialista 

Cuando asumió Mijaíl Gorbachov, en 1985, el estancamiento económico se había transformado en un profundo retroceso. La Perestroika fue una salida empírica para enfrentar la catástrofe, para salir de esta crisis. La burocracia produjo un entrelazamiento con el capital internacional y el desmembramiento de la planificación burocrática. “Se autorizó a las empresas estatales a independizarse de la planificación centralizada, a mantener relaciones directas con el mercado mundial y a usar autónomamente las divisas así obtenidas. Los ataques a la planificación centralizada y al monopolio estatal del comercio exterior demuestran que la Perestroika es antisocialista, porque objetiva y subjetivamente la burocracia disloca la economía planificada” (Prensa Obrera nº 169, 28/1/1987). La autonomía financiera otorgada a las empresas y la autorización para establecer relaciones directas con el mercado mundial permitió el enriquecimiento privado de los burócratas que estaban a cargo de las mismas; quienes también se postulaban para ser sus nuevos dueños.
 Gorbachov firmó con Ronald Reagan un conjunto de tratados armamentistas que convirtieron a Estados Unidos en la única potencia nuclear preponderante. Establecieron, además, una serie de acuerdos para acabar con las revoluciones sociales y los levantamientos nacionales en América Central, Sudáfrica y Medio Oriente. 
 Que la burocracia iba hacia la restauración lo demostraba el planteo de Gorbachov de establecer un Estado socialista de derecho. En suma: el derecho a la propiedad privada de la burocracia sobre los medios de producción. El derecho es un regulador de antagonismos sociales, es un producto histórico de la producción mercantil. Es entonces natural que la burocracia lo tenga en cuenta a la hora de desmantelar el monopolio del comercio exterior y la planificación económica. Había que fijar los derechos privados de los productores y los consumidores y el reparto del producto entre los primeros. 
 La Perestroika estuvo acompañada de la Glásnost (Apertura) que llevó adelante una política cosmética de liberalizar el sistema político, dejando que algunos periodistas critiquen al gobierno, denunciando una cantidad de crímenes atroces del estalinismo, aflojando un poco la enorme represión y liberando una cantidad de detenidos políticos. Pero esto solo intentaba lavar la cara de la burocracia restauracionista. “Lo que ha sido presentado como un paso hacia la democracia política es, en realidad, un planteo de liquidación de las conquistas sociales de las masas de la URSS” (Prensa Obrera n° 234. 20/7/1986). 
 La era de Gorbachov acentuó todas las contradicciones sociales. La batalla de la propiedad de las empresas puso en escena a los nuevos capitalistas del Estado y a los nuevos negociantes, los “viejos zorros” y los “lobos jóvenes”. Se entabló a partir de 1990 con la irrupción en el comercio y las finanzas del ala moderna de la “nomenklatura” (Revista En Defensa del Marxismo n°1). Un nuevo sector se transformó en nuevo cuerpo de la burocracia abiertamente restauracionista liderada por Boris Yeltsin. 
 La izquierda mundial, incluidos los ‘trotskistas’, saludó las «reformas» de Gorbachov e hizo suyo el slogan del secretario del PCUS: “más socialismo y más democracia”. Como Mandel (dirigente histórico del Secretariado Unificado), quien apoyó la Glásnost como posibilidad de autoreforma de la burocracia, y defendió también la progresividad de la Perestroika. Esta política fue también acompañada por Izquierda Unida de Argentina, compuesta por el PC y el MÁS. Mientras el Partido Obrero, desde el comienzo de este proceso (y como lo demuestran todas las citas antes puestas a consideración del lector) denunciaba el carácter contrarrevolucionario de la Perestroika. 
 La Perestroika generó una gigantesca desorganización económica. Los burócratas se aprovecharon de la fuga de divisas, el mercado en negro, el desabastecimiento y la hiperinflación para llevar adelante un proceso de acumulación privada, con la expectativa de su transformación en capitalistas. Paralelamente, y empujados por la situación, crecía la movilización obrera. Manifestaciones de masas, huelgas y los levantamientos nacionales se desarrollan por todo el territorio sovietico. Los regímenes burocráticos de Europa del este colapsaron ante las revueltas de los trabajadores y las políticas restauracionistas de la burocracia. Bastaron cuatro años de Perestroika para hundir a los regímenes burocráticos. 

 El golpe de 1991

 En agosto de 1991 la KGB llevó adelante un golpe de Estado. Era una especie de confesión del fracaso de la Perestroika como intento de reforma gradual y pacífica del régimen burocrático. El golpe tenía características represivas: su objetivo era imponer, con las tropas en las calles, los planes proimperialistas que eran resistidos por los trabajadores. En un principio, el golpe fue preparado por el mismo Gorbachov, siendo luego desplazado de su dirección por sus vacilaciones.
 Fidel Castro (el líder cubano) apoyó a los golpistas definiéndolos como “salvadores del comunismo”. Otra parte de la izquierda mundial se puso del lado de Gorbachov y Yeltsin. Como el Secretariado Unificado, que los identificó como una variante más democrática. Los golpistas no tenían un pensamiento homogéneo; sólo coincidían en la necesidad de imponer una militarización contra los trabajadores para obligarlos a no hacer huelga. Después, tenían muchas diferencias sobre qué sector sería más privilegiado en el proceso de restauración. El viejo régimen no podía seguir gobernando como antes. El triunfo del golpe también hubiera garantizado una profundización restauracionista comandada por el Partido Comunista de forma bonapartista. Las masas salieron a las calles y se enfrentaron a los golpistas. Rodearon los tanques en los puntos más importantes de las ciudades. En confusos incidentes, hubo tres civiles asesinados por las tropas. 
 Mientras tanto, Gorbachov es detenido e incomunicado en su casa del Mar Negro. Yeltsin, el entonces presidente de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, se atrincheró en la sede del gobierno ruso. Los golpistas dudaron frente a la enorme resistencia popular y la resistencia de Yeltsin, quien, aprovechando la enorme determinación de las masas, se subió a un tanque y llamó a la rebelión para defender el nuevo Estado de derecho. Yeltsin era un ex colaborador de Gorbachov que se había convertido en el máximo defensor de acelerar las reformas. 
 El imperialismo era partidario de la unidad en la URSS. Por eso apoyaron el golpe hasta que fue evidente su fracaso. Pretendía poder repetir en la Unión Soviética la historia de China, donde la masacre de los estudiantes en el 89′ sirvió como marco de estabilidad para una más acentuada penetración del capital financiero. El imperialismo yanqui apoyaba a largo plazo la desintegración completa de la URSS, pero solo si podía ser sustituida por Estados que garanticen debidamente la propiedad privada y la explotación del capital extranjero.

 El contragolpe y la desilusión 

Con la derrota del golpe militar, los acontecimientos en la URSS entraron en una nueva etapa. El viejo régimen burocrático fue reemplazado por un nuevo régimen burocrático abiertamente restauracionista. La victoria popular contra el golpe tuvo un alcance revolucionario, pero el poder no pasó a manos de las masas sino a las de la fracción de la burocracia que se cubrió con las banderas democráticas. Se produjo una gran confiscación política. La falta de dirección revolucionaria de esas masas levantadas las llevó a ceder el terreno a los “reformistas”. El fracaso del golpe provocó un vacío de poder, y las diferentes repúblicas comenzaron a proclamar su independencia. Las burocracias locales, frente al derrumbe del poder central, comenzaron a tomar en sus manos el control de sus Estados locales. 
 Yeltsin después del golpe gobernó por decreto. No le importó toda la demagogia democrática que desarrolló durante el golpe. Uno de sus principales decretos fue la prohibición del Partido Comunista por considerarlo una organización criminal tras haber estado a la cabeza del golpe. Una medida que hería de muerte a Gorbachov, secretario general del mismo. “Brent Scowcroft -quien era entonces asesor de Seguridad Nacional de Bush- escribió años después que ‘el golpe frustrado aceleró la declinación de la autoridad central, en particular la del Partido Comunista’ y que ‘Yeltsin aprovechó cada oportunidad para humillar a Gorbachov y para dejar en claro quién era el que ahora daba las órdenes’. ‘Los signos eran inequívocos. La era Gorbachov había terminado’” (Infobae 21/8/2021). Este proceso en el cual Yeltsin tomó el control del Estado ruso es denominado por algunos historiadores como el contragolpe. 
 El golpe y el contragolpe marcaron el final definitivo de la Perestroika. Y junto con esto también se cayeron las falsas ilusiones sobre la posibilidad de reformas positivas llevadas adelante por la misma burocracia. Como consideraba el Secretariado Unificado, por ejemplo. Una ilusión del cambio desde arriba hacia abajo, de más libertades e igualdad. En concreto, quedó en claro que no existía un tercer camino entre restauración y revolución proletaria. La posibilidad de regenerar al régimen burocrático quedó evidenciada como una vía muerta.
 El 8 de diciembre de 1991 los presidentes de las Repúblicas Soviéticas locales se reunieron en secreto y firmaron un tratado que disolvió la Unión Soviética. Gorbachov, al enterarse, desencajado ingresó al despacho de Yeltsin y le gritó “¿Pero qué ha hecho usted? ¿qué quiere? ¿qué pasará con las armas nucleares? ¿qué sucederá con las Fuerzas Armadas unidas?. A lo cual Yeltsin le respondió “no le voy a responder nada” Gorbachov replicó “pero yo soy el máximo representante del Estado”. Y Yeltsin sentenció “por poco tiempo”(Actualidad RT, 6/12/2021). Gorbachov renunció a su cargo y la Unión Soviética se disolvió el 25 de diciembre de 1991. 

 Del fin de las ideologías a la barbarie de la restauración

 El vicedirector de Planeamiento del Departamento de Estado de los EE.UU, Francis Fukuyama, desarrolló toda una teoría sobre el “fin de la historia” en 1992. La tesis sostenía que a partir de la caída del muro de Berlín, la caída de los países del este y la caída de la URSS, se abría una nueva situación; la “posguerra fría”. Consideraba el triunfo eterno del capitalismo liberal frente a la supuesta caída final del comunismo. “El optimismo del punto de vista de Fukuyama es, entonces, completamente empírico y por lo tanto, mistificador, basado en una apreciación superficial (no científica) de esos acontecimientos” (Revista en defensa del marxismo n°2, “Capitalismo y fin de la historia”).
 Fukuyama se basaba en la enumeración de las nuevas democracias que recorrían el globo, sin notar sus claras diferencias. Y en los países del este las viejas burocracias eran más partidarias de las dictaduras, aunque utilizaran fachadas democráticas. Pero al capital le duró poco su “victoria eterna”. Las nuevas bancarrotas capitalistas, las guerras imperialistas y las crisis políticas, así como las rebeliones que sacuden nuevamente al mundo, demuestran la necesidad de una alternativa frente a la barbarie del capital. A pesar de haber incorporado la plusvalía de los obreros de los países del este y China, el capitalismo no ha podido zafar de sus propias contradicciones. 
 La crisis del efecto tequila del 94′ se globalizó rápidamente. El Argentinazo en el 2001, de hecho, fue parte de una crisis internacional. Luego, vendría la crisis financiera del 2008, con la explosión de la burbuja inmobiliaria. Y la crisis actual de guerra comercial, que está llevando al mundo a una recesión similar a la de los años 30′. A causa de la crisis del sistema capitalista la lucha de clases está más viva que nunca. Con la irrupción del 14 y el 18 en diciembre en Argentina del 2017, pero también con ejemplos como el Chubutazo que acaba de obtener un gran triunfo popular. Con la rebelión en Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia, con el común denominador de tener por enemigo al imperialismo, al FMI y a sus políticas de hambre. Y, como si todo esto fuera poco, la enorme rebelión acontecida en el mismísimo Estados Unidos en 2020. O la rebelión de los chalecos amarillos en Francia que recorrió Europa. 
 La restauración en la URSS no transformó a Rusia tampoco en una gran potencia capitalista. Al contrario, amenaza con transformarla en una colonia del imperialismo. Ya en la Federación Rusa, para impedir que el remate de las empresas públicas terminara con la disolución nacional, Yeltsin fue sustituido por Putin. Quien desde hace 20 años viene garantizando un proceso de restauración “ordenado” con un régimen bonapartista. “Su rol ha sido el de arbitrar entre las facciones mafiosas que pujan por apoderarse de la propiedad estatal de la época soviética” (El régimen bonapartista de Putin. Prensa Obrera 4/9/2020). Hoy en Rusia existe un creciente desmantelamiento de la infraestructura técnica e industrial. Su economía se sostiene esencialmente en la explotación gasífera y petrolera. Pero el cuadro de la guerra comercial mundial y de las sanciones norteamericanas ha agravado su declive.
 La pandemia del Coronavirus empeoró su situación. Se produjo una caída del PBI por detectarse más de un millón de casos. Una gran demostración de inoperancia de la casta bonapartista y su desesperación por la recesión inminente. Hoy Rusia está al borde de una guerra con Ucrania. Moscú está produciendo desplazamientos de tropas a la frontera para una posible invasión. El imperialismo yanqui y europeo ya adelantaron que no lo permitirán. Y están utilizando este incidente para profundizar la guerra comercial contra el gobierno de Putin. Seguir llevando la restauración hasta las últimas consecuencias, liquidando las empresas estatales que quedan, amenaza con llevar a Rusia a la barbarie. La de la desintegración, la de la desindustrialización y de las guerras. 

 Leo Furman

No hay comentarios:

Publicar un comentario