Del sacudón que vive la sociedad australiana, Djokovic es solo el emergente más rimbombante. En semanas donde las temperaturas alcanzaron récords históricos de más de 50 grados, la variante Ómicron hizo estallar el termómetro sanitario. Australia es uno de los primeros países del mundo en cantidad de contagios, con más de 4300 por millón de habitantes. Podio que comparte con Islandia, Suecia, España y Francia. Lo más espectacular es la transformación de su curva epidemiológica, que pasó de una línea aplanada durante 2020/2021, sin alteraciones, a un risco empinado que creció hasta las nubes.
El cambio brusco en la situación sanitaria se debió a un giro en la política del gobierno del primer ministro Scott Morrison. En el mes de noviembre último, Australia decidió pasar de la estrategia de ‘Covid cero’, que seguía junto a otros países como China y Nueva Zelanda, a la línea de ‘convivencia con el virus’ conocida como ‘nueva normalidad’. Las consecuencias de levantar las barreras sanitarias fueron inmediatas y catastróficas. En dos meses y medio, los contagios llegan a 170 mil diarios y el sistema de salud está completamente colapsado.
Gracias a la anterior política de evitar la circulación viral, Australia todavía ostenta una cantidad baja de muertos por Covid: 100 por millón de habitantes, contra 2647 de Argentina, 2655 de Estados Unidos o 6351 de Perú, que lidera la tabla. Pero la avalancha de contagios puso en jaque a los centros de testeo y saturó rápidamente los hospitales, que debieron suspender las cirugías no urgentes. El número de hospitalizaciones creció exponencialmente y, como ocurre en todas partes, con una fuerte sobrerrepresentación de la población no vacunada (más del 20%).
La respuesta del gobierno de Morrison fue redefinir la categoría de contacto estrecho, que quedó limitada a los convivientes. También redujo las indicaciones de testeo con PCR a solo aquellos que presenten síntomas. La apuesta fue por los test rápidos de antígenos auto-administrados, pero esta estrategia también colapsó: “han desaparecido de los estantes de las farmacias y su precio se ha multiplicado hasta los 15 y 20 dólares australianos” (El Confidencial, 6/1). La pandemia en Australia está fuera de control. Según el sindicato de camioneros, el 50% de los choferes está aislado por Covid.
Esta crisis tuvo un impacto político directo. Morrison de desplomó en los índices de aprobación de las encuestas, cuando tiene por delante las elecciones en el mes de mayo. En este contexto de desborde sanitario, la permisividad en el ingreso de Djokovic, violando el requerimiento de dos dosis de vacunación, fue la mecha que encendió la ira de la población. Según los sondeos, más del 80% está en desacuerdo con la permanencia del tenista en el país. El gobierno debió dar un giro en redondo y ahora Morrison amenaza con deportarlo, a pesar de que el serbio logró recuperar su visado gracias a una eximición médica.
Mientras tanto, los organizadores del Abierto de Australia ya realizaron el sorteo del certamen, que promete una hipotética semifinal entre Djokovic y Nadal. Los sponsors pugnan para que el número uno del mundo pueda jugar el primer Grand Slam de la temporada. Si el gobierno de Morrison termina cediendo a esta presión capitalista, como ya ocurrió cuando desmanteló la política de ‘Covid cero’, podría ir a un choque frontal con la población y liquidar la poca autoridad política que le queda.
El caso australiano muestra lo que la política del contagio masivo tiene para ofrecer.
Julián Asiner
14/01/2022
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