viernes, 21 de agosto de 2020
La ciencia es asfixiada por el capitalismo que la convierte en dudable
En estos tiempos que transitamos el bombardeo de opiniones “científicas” contradictorias, hace parecer que la posibilidad de arribar a lo cierto se hace más lejana. La verdad, así, parece inalcanzable.
¿Acaso es que, como dicen algunos, el mayor conocimiento adquirido por el avance de la ciencia nos va mostrando que la naturaleza, las relaciones humanas y el pensamiento tienen infinitas aristas que hacen imposible su comprensión? Entonces, ¿resulta cierto eso de que cuanto más escarbamos, menos sabemos? ¿Que nada es como creemos y todo es cuestionable e incluso depende, como dice el dicho, “del cristal con que se mira”?
Si fuera así, los seres humanos no hubiésemos sido ni seríamos capaces de modificar las realidades, de crear nada, de construir nada… Todo se desvanecería al disiparse la nube de lo proyectado o planificado, al tiempo que, en su dilución, dejara expuesta la aparición de una realidad inasequible.
Pero las cosas no son así. La práctica, con sus errores de cálculo, sus correcciones, sus perfeccionamientos, sus avances, sus retrocesos, etc., nos han demostrado que no solo vamos conociendo la realidad sino que, la posibilidad de transformación de la misma, nos confirma que lo que vamos conociendo es tan real, tan verdadero, que podemos no sólo haber llegado hasta un cierto nivel de conocimiento, sino que podemos seguir avanzando y resolviendo problemas que aparecen como nuevos, en una escala ascendente, hacia el conocimiento infinito de una materia infinita.
El presente es muy contradictorio. Por ejemplo, la humanidad ha resuelto vuelos espaciales capaces de instalar vehículos en el planeta Marte que nos dan información sobre la existencia de mares remotos que dejaron vestigios de vida marciana. Se pueden tomar fotos de los anillos de Saturno capturando detalles de los mismos hasta llegar a ver trozos de piedra gigantes y otros del tamaño de una pelota de golf, pero no se ha resuelto el problema del hambre, la ocupación en tareas productivas de millones de personas carentes de posibilidades de resolver su existencia, la contaminación ambiental que atenta contra la naturaleza y el propio ser humano como parte de la misma, la salud del planeta ante la aparición del Covid19, frente a lo cual hay “autoridades” sanitarias y gubernamentales que proponen una solución basada en restricciones que vulneran la sociabilidad natural de los seres humano mientras que otras “autoridades” proponen soluciones contradictorias y divulgan oficial, o extraoficialmente, sus opiniones.
Así también surgen vacunas que se fabrican contra reloj que aparecen como el remedio para frenar una “pandemia” que otros se niegan a llamarla así, al tiempo que otros fabricantes de vacuna cuestionan su eficacia y muestran la propia como la efectiva, en una carrera vertiginosa impulsada por señores millonarios y empresas que les pertenecen (Ver nota del domingo pasado publicada en esta misma página).
La pregunta es: ¿qué es lo que se interpone entre la capacidad de seguir avanzando como humanidad para la resolución de viejos y nuevos problemas que se nos plantean?
Cada día resulta más claro a los ojos de las grandes mayorías, que la “ciencia” está tironeada por intereses que, como una sombra, no se despegan de la misma y que no permiten que aquella florezca con todo su esplendor, franca, cristalina y útil para todos los seres humanos.
Los negocios burgueses en donde se disputan miles de millones de dólares, deforman la ciencia, la someten, la aprisionan, desfiguran o retacean los conocimientos logrados y adquiridos imponiendo y ejerciendo el “derecho de patente” o mediante la difusión de información falsa para que las empresas competidoras no sepan cómo fabricar lo mismo y no cuestionen el monopolio del producto. Así y todo, a pesar de esos negocios, se les cuela contradictoriamente, el arribo a ciertas verdades que no pueden dejar de reconocer. Pero esto último es obra de la propia competencia entre capitales que pelean y se espían entre sí, o del protagonismo de los trabajadores en todos sus niveles, desde quienes ejecutan las tareas más simples hasta las más complejas, dado por la división del trabajo y la masividad con la que se ponen en funcionamiento todas las fuerzas productivas, lo cual permite, sin que nadie pueda evitarlo, que los conocimientos se filtren y se constituyan en patrimonio de la humanidad.
El ocultamiento, el retaceo y la falsedad, nos hacen vivir en un mar de dudas sobre a quién creerle, pues sabemos o sospechamos que detrás de cada información científica, hay un negocio en puerta capaz de generar miles de millones de dólares para un determinado puñado de capitalistas que usufructúan para sí el trabajo de millones de seres humanos quienes actúan en forma cooperativa en unidades productivas colectivas interconectadas por redes cada vez más amplias y más complejas que surcan todo el planeta.
Desde sus primeras crisis de superproducción y con la tapa puesta en las últimas décadas del siglo XIX, cuando el sistema capitalista comenzó a transformarse en imperialismo como consecuencia de que la libre concurrencia devino monopolio, el carácter progresivo que significó esta sociedad respecto al sistema feudal anterior, se extinguía irremediablemente convirtiéndola en sociedad reaccionaria, inútil y regresiva para las necesidades humanas, sus aspiraciones y su relación con la naturaleza.
A partir de allí, lo que ya se insinuaba desde sus orígenes, se extendió impunemente y se generalizó cubriendo a todo el contexto social y todo lo producido por él, detrás de la mentira, el ocultamiento y la especulación. Todo lo producido, fabricado, conocido, investigado, difundido por el capital, llevaría en forma creciente y aumentada, el germen de los negocios y expectativas de ganancia y tendencia a la eliminación del competidor amenazante.
Al lado del “secreto” de la plusvalía (expropiación del trabajo del proletario que se transforma en ganancia burguesa) que se empeña en sostener como tal, la burguesía, ha colocado prolijamente a todas las obras surgidas de su capital, incluida la ciencia, el conocimiento, la educación, la justicia, la salud, y cada una de sus medidas políticas, sociales y económicas impulsadas sólo para acumular y reproducir el capital y el sistema, aunque ello implique el sacrificio de millones de seres humanos, seres vivientes de otras especies y la naturaleza en su conjunto.
La conclusión a la que debemos llegar como clase obrera y sectores populares afectados y sufrientes por el sostenimiento porfiado de este sistema de explotación irracional por parte de la burguesía monopolista, es que sus medidas son todas igualmente cuestionables; que detrás de cada una de ellas existe la especulación, y que nada bueno para los pueblos puede esperarse de las mismas.
Ante ello, los trabajadores, los hacedores de todo lo existente, somos quienes estamos interesados en saber, sin tapujos, los caminos y atajos que nos llevan entender y dominar las leyes que nos permiten modificar a favor de nuestro interés y aspiraciones el mundo que nos rodea.
Por eso, no sólo es necesario sino que constituye un compromiso de supervivencia humana y natural el luchar firmemente por la destrucción del capitalismo con sus barreras que impiden la fluidez y socialización de las verdades científicas, sin especulaciones, y contra los gobiernos de turno que se empecinan en sostener el sistema, para la implantación del socialismo que beneficie colectivamente a los pueblos y los reivindique como hacedores de sus propias historias y procuradores, por lo tanto, de la búsqueda de las verdades necesarias para la infinita transformación que somos capaces de generar, libre de toda especulación, en beneficio del ser humano y el mundo.
PRT
18/08/2020
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