miércoles, 26 de agosto de 2020
Trotsky y el partido: ¿Partido de tendencias o partido revolucionario?
La derrota del proletariado alemán a manos del nazismo no despertó ningún tipo de crítica entre los partidos comunistas de la III internacional contra la política oficial de Stalin – y Ernst Thaelmann, su delegado al frente del PC alemán. La constatación de esta falta de respuesta frente a la catástrofe vivida por el proletariado más importante de Europa, llevó a Trotsky a la conclusión de que la Internacional Comunista era irrecuperable para una política revolucionaria. En estas condiciones, lanza la perspectiva de fundación de una nueva internacional y nuevos partidos nacionales.
El problema del entrismo
Desde el punto de vista político, la situación se caracterizaba, por un lado, por una osificación de los partidos comunistas en la táctica de la oposición “clase contra clase” del 3er período, que había llevado a la derrota en Alemania con la política de colocar el centro en la denuncia de los “social fascistas” (su palabra para dar a los socialdemócratas como equivalentes del fascismo) y evitar toda perspectiva de frente único contra los nazis. Por otro lado, por la tendencia a la radicalización de sectores del movimiento obrero, encuadrados en las organizaciones tradicionales socialistas de la II internacional, frente a los avances del fascismo. Esta situación transformaba a grandes organizaciones obreras, como el Partido Socialista Frances (SFIO, sección francesa de la internacional obrera), o el Partido Socialista Obrero Español, en un canal de una intervención revolucionaria de las masas, que chocaba con la política de integración al régimen que dichas organizaciones habían desarrollado desde la primera guerra mundial. Estas tendencias se manifestaban también en la ruptura de grupos o sectores de dichos partidos, que se orientaban hacia la izquierda. Es el ejemplo del SAP alemán, ruptura de la socialdemocracia, del ILP británico entre otros.
Esta radicalización era parte de una reacción del movimiento obrero que, en el año bisagra de 1934, tuvo eventos importantes como la insurrección en Asturias (España), o las huelgas en Norteamérica que conducirán a la formación de la CIO. Del otro lado, el fascismo se consolidaba en Alemania mientras variantes fascistas progresaban también en el resto de Europa.
En este cuadro, en Francia, el 12 de febrero se produce una movilización unitaria de todo el movimiento obrero contra el intento de golpe fascista, con huelga general. La movilización quiebra la línea divisionista del Partido Comunista e impone la acción directa y de masas como método para enfrentar el ascenso del fascismo. Coloca, entonces, una perspectiva para enfrentar los enormes desafíos que la situación política le planteaba al movimiento obrero.
Es en este contexto político que Trotsky desarrolla la posición de intervenir frente a la crisis y los reagrupamientos en el movimiento obrero con la táctica del entrismo. En Francia, propone a sus compañeros el ingreso al SFIO, en España, al Partido Socialista. En EEUU, los trotskistas (que fundarían el SWP) ingresan al Partido Socialista. En Inglaterra, propone ingresar al ILP, un partido que se había desprendido de la II internacional y estaba entre el stalinismo y la IV. En Alemania, propone la fusión con el SAP, que había roto con la socialdemocracia en 1932. Se trataba, sin lugar a dudas, de asumir una táctica para intervenir en una situación urgente, caracterizada por bruscos virajes de las masas y la apertura de situaciones revolucionarias. En el caso de los Partidos Socialistas, se trataba de abrir un cauce para llegar a las masas,en un cuadro de radicalización encausada por esos partidos. En el caso del ILP y el SAP, de explotar una evolución hacia la izquierda proveniente de rupturas de la socialdemocracia, para ligar a dichos agrupamientos y ganarlos a la perspectiva de la construcción de la IV internacional.
La lucha política de Trotsky por atraer a los elementos intermedios del SAP y el ILP a la IV internacional no tendrá éxito. Sus propios partidarios resistieron el ingreso al ILP, cuyo dirigente, Fenner Brockaway, nunca rompió sus expectativas en el estalinismo. Consecuentemente, se negó a participar en el proceso organizado por Trotsky para refutar los procesos de Moscú. Por motivos similares, el SAP tampoco integraría la IV internacional. Andreu Nin, dirigente de la Izquierda Comunista, la organización española que pertenecía al movimiento troskista, no aceptará ingresar al partido socialista español, avanzando luego en la fusión con el Bloque Obrero y Campesino, de Catalunya, perteneciente a la oposición al stalinismo por derecha, dirigida por Bujarin. Esta orientación cimentó un alejamiento del trotskismo, que se cerró cuando el POUM firmó la plataforma del Frente Popular en España.
De manera tal que el entrismo abrió una breve experiencia, fundamentalmente, en el SFIO Francés y en el Partido Socialista norteamericano. En ambos casos, se trató de experiencias relativamente breves, porque los trotskistas debieron afrontar las expulsiones poco tiempo después. En un texto de 1935, frente a las primeras expulsiones por parte del Partido Socialista, Trotsky realizó valiosas reflexiones sobre el entrismo, el carácter del partido y la cuestión de las fracciones.
Un texto importante: las fracciones y la IV internacional
Trotsky comienza demostrando la existencia, a lo largo de la historia del bolchevismo, de numerosas fracciones. Recordemos que, en un intento de falsificar la historia del partido bolchevique, Stalin sostenía que la prohibición de las fracciones era una característica intrínseca del partido leninista. Nada más alejado a la realidad: el bolchevismo tuvo fracciones que planteaban la no abstención electoral, disidencias numerosas a lo largo de 1917 y luego de la revolución. Solamente en 1921 se prohibieron las fracciones, bajo la presión de las enormes tensiones sociales posteriores a la guerra civil. A partir de esta constatación, Trotsky se pregunta, ¿Puede ser el partido revolucionario una suma de fracciones? Esta pregunta tiene una enorme actualidad en momentos en los cuales se plantea como política la formación de partidos “amplios” o “de tendencias”.
Trotsky sostiene: “El partido revolucionario presenta un programa y tácticas definidas. Esto impone de antemano límites determinados y muy claros a la lucha interna de las tendencias y agrupaciones. Después de la destrucción de las internacionales Segunda y Tercera, esos lineamientos asumen un carácter especialmente gráfico y determinado. El mero hecho de pertenecer a la Cuarta Internacional debe depender necesariamente del cumplimiento de un conjunto de restricciones que reflejan todas las experiencias de los anteriores movimientos de la clase obrera. Pero el hecho de que las limitaciones a la lucha ideológica interna se establezcan a priori, de ninguna manera niega la lucha en sí, dentro del marco de los principios generales. Es inevitable; si se mantiene dentro de los limites señalados, es fructífera”.
Reafirma así el principio de partido, centralista, en el sentido de que la lucha por un programa y una experiencia histórica es la base de unidad del partido, que no puede ser, por lo tanto, a priori, una suma de tendencias. A esta conclusión llega Trotsky a partir del análisis del Partido Socialista Francés. Sostiene que el Partido Socialista Francés había legalizado las fracciones. Bajo control de un ala reformista el Partido perfectamente podía contener una fracción “de izquierda”.
Sostiene Trotsky: “En este sentido, durante mucho tiempo y no sin éxito la sección francesa de la Segunda Internacional se presentó como la expresión más pura de «democracia partidaria». Y formalmente lo es o, mejor dicho, era. Pero, así como la democracia pura de la sociedad burguesa encubre el dominio real del sector más alto de los propietarios, la democracia ideal de la Segunda Internacional oculta el dominio de una fracción extraoficial pero poderosa: la de los arribistas municipales y parlamentarios. Esta fracción, a la vez que se aferra sólidamente al aparato, permite al ala izquierda pronunciar discursos de tono muy revolucionario; pero apenas la auténtica fracción marxista -para la cual la palabra y el hecho van de la mano- empieza a denunciar la hipocresía de la democracia partidaria, la fracción del aparato implementa rápidamente la expulsión”.
Las expulsiones de los trotskistas llegaron, justamente, porque en una situación de aguda lucha de clases y tendencias a la guerra, cuestionaron una democracia de partido “amplio” y “de tendencias” totalmente funcional al ala derecha social patriota. La “democracia de partido” en este sentido, cumplía el objetivo de que las frases revolucionarias del ala izquierda le cubrieran las espaldas a las capitulaciones del ala derecha. “Dado que los bolcheviques no ingresaron al partido reformista para adaptarse al mismo, sino para combatirlo, el choque con la fracción dominante estaba predeterminado”. Por lo tanto, “Si los socialpatriotas expulsan a los revolucionarios y no viceversa, es culpa íntegramente de la relación de fuerzas: sobre esto nadie se hace la menor ilusión”.
La colaboración estable entre reformistas y revolucionarios es una expresión de adaptación política. En la medida en que los revolucionarios enfrentan consecuentemente la orientación de adaptación al régimen, el choque de tendencias es inevitable. ¿Quién termina expulsando a quién?, es una cuestión de relación de fuerzas. Quienes pretenden presentar una larga y estable permanencia entre alas derechas e izquierdas en partidos amplios como una expresión de la política de “entrismo” de Trotsky, se equivocan de palmo a palmo. O la política de los revolucionarios choca con el centrismo o se adapta al mismo. La diferencia no es solamente formal (integrar o no cierto partido), sino con qué política lo integra la izquierda. En la medida que desarrolle una política revolucionaria, el choque es inevitable.
Las tendencias y el partido revolucionario
Establecido esto, Trotsky analiza la cuestión de las tendencias dentro del partido revolucionario. Sostiene entonces que “el contenido fundamental de la vida partidaria no reside en la discusión, sino en la lucha. Si las discusiones interminables alimentan a las discusiones interminables, el único resultado son la decadencia y la desintegración. Pero si la discusión está enraizada en la lucha colectiva, sometiéndola a la crítica y preparando sus nuevas etapas, la discusión es un elemento indispensable para el desarrollo”. Dicho esto, sostiene Trotsky, no puede equipararse la lucha fraccional contra un aparato contrarrevolucionario a la que existe al interior de los partidos revolucionarios. El escisionismo como método es ajeno a la lucha revolucionaria común. Veamos:
“En la lucha fraccional contra los reformistas, los revolucionarios suelen recurrir a medidas extremas, si bien, por regla general a las luchas fraccionales la conducta de los reformistas es mucho más despiadada y tajante. Pero en este caso, ambos bandos se aprestaban a efectuar la ruptura bajo las condiciones más ventajosas. Quienes transfieren tales métodos al trabajo en la organización revolucionaria revelan, o bien inmadurez política y la falta de sentido de responsabilidad, o bien ese individualismo anarquizante que en la mayoría de los casos se oculta bajo principios sectarios; o bien, finalmente, que son elementos extraños a la organización revolucionaria”.
Es con estos métodos, juzgando el carácter de clases de los agrupamientos, colocando la lucha de partido como el elemento determinante, que Trotsky, en 1940, rechazó la pretensión de la minoría del SWP de discutir públicamente sus documentos. A juicio de Trotsky, la minoría estaba ansiosa por mostrar a la opinión pública democrática que, en el punto de la defensa de la URSS, era diametralmente opuesta al punto de vista mayoritario en el partido.
En años recientes se han citado estas experiencias de entrismo para justificar sumarse al NPA francés, un intento de licuar la experiencia de los partidos obreros y socialistas a un movimentismo difuso o para ingresar al Partido Laborista inglés o el Partido Demócrata yanqui a apoyar dirigentes reofmristas como Corbyn o Sanders. La utilización que ha hecho la izquierda de la experiencia del entrismo para fundamentar la adaptación a una colaboración permanente con partidos “de tendencias” o armados “amplios” con tendencias reformistas predominantes, no se condice con la política de Trotsky, cuyo objetivo era la formación de partidos revolucionarios, de combate, unidos por un programa y una experiencia histórica.
Juan García
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