domingo, 1 de octubre de 2017

Meritocracia: el discurso de Cambiemos para borrar a las clases sociales



El discurso oficial presenta al emprendedor individual como una nueva figura social. Pero el intento ideológico de borrar la lucha de clases tiene su génesis y sus límites.

“Hacer de Chile no una nación de proletarios, sino de emprendedores”.

En 1977 Augusto César Pinochet pronunció la frase que encabeza este artículo. El concepto de emprendedor no solo sonaba en el país transandino. Bajo el régimen de Margaret Thatcher, se repetía con frecuencia en Gran Bretaña. A ambos lados del Atlántico, la clase capitalista buscaba liquidar la lucha de clases.
La llamada derecha democrática de Cambiemos postuló, casi desde la cuna, la figura del emprendedor como arquetipo social. Gabriel Vommaro ilustró como el lenguaje de los mundos sociales del PRO se traducía en discurso de campaña. El empresariado “exitoso”, que razonaba solo a partir de su propio mérito, se creía llamado a forjar un país a su imagen y semejanza.
La meritocracia apareció como una suerte de nueva doctrina a expandir desde el poder político. Si ese discurso enraíza en el gran empresariado, encuentra un interlocutor privilegiado en las clases medias. Allí cuaja fuertemente la idea de que el individuo, en base a sus méritos, puede consagrarse.
Se ha hecho un lugar común repetir que el anclaje político y electoral de Cambiemos se apoya en ese triunfo del ideal del individuo sobre lo colectivo. Para decirlo en términos políticos, el “ciudadano” desplazó al “proyecto”.
Ese duranbarbismo extendido –que llegó hasta las filas del kirchnerismo- propone además renegar de todo discurso ideológico. La “cercanía” vendría a superar cualquier postulado conceptual.
Paradójicamente, mientras se afirma que la ideología no tiene importancia para la política, se acepta como absoluta una premisa completamente ideológica: la de la ampliación constante de la clase media y la del triunfo del individualismo.
La autopercepción de amplias capas de la sociedad como “de clase media” parece elevarse a norma. En un reciente número de Le Monde Diplomatique, Julio Burdman escribía que un “73 % de los argentinos se autoperciben como clasemedieros”. Afirmaba entonces que parecía una buena idea postular un partido político para la clase media.
La idea de la creciente hegemonía de Cambiemos se sostiene en parte sobre ese postulado. La clase media, que se realiza a sí misma, es el sujeto central al cual se busca interpelar política y culturalmente.

Historia de una idea ideologizada

“No existe una cosa llamada sociedad. Hay hombres y mujeres individuales, y hay familias”. Margaret Thatcher.

Pero si la clase media aparece como una suerte de agujero negro que traga a asalariados y capitalistas, eso no es más que el resultado de una derrota política, social e ideológica de la clase obrera.
El joven investigador británico Owen Jones dirá que “la retirada de la clase social fue el resultado de las continuas derrotas sufridas a manos del thatcherismo triunfante”. El escenario de su agudo análisis es Gran Bretaña. Agregará que “en vísperas de la cruzada thatcherista, la mitad de los trabajadores estaban sindicados. Hacia 1995, el número había caído a un tercio (…) no parecía haber nada que celebrar por ser de clase trabajadora. Pero el thatcherismo prometió una alternativa. Dejad atrás la clase trabajadora, dijo, y uníos a las clases medias de propietarios” (Chavs, la demonización de la clase obrera).
Con especificidades, el proceso alcanzó dimensión internacional. Como escribe Pablo Semán, las últimas décadas presenciaron una “transformación estratégica”: aquella “que pone en el centro al individuo y sus demandas de realización, autonomía y consumo” (¿Qué quiere la clase media?).
En la Argentina contemporánea el inicio de ese vector tiene fecha precisa en el calendario: 24 de marzo de 1976. Desde esa madrugada la clase capitalista, al tiempo que buscó cerrar un proceso de movilización revolucionaria obrero y popular, sentaba las bases para una ingeniería social que liquidara lazos de solidaridad y asegurara un orden afín a sus intereses.
Ernesto Laclau construyó su teoría de la hegemonía postulando la autonomización completa de la ideología en relación a las determinaciones de clase. La idea de una extensión de las clases medias sin fronteras rinde homenaje a la concepción forjada por el ya fallecido intelectual.

Panamericana y Henry Ford (o las clases sociales no han muerto)

“No es la existencia de clases lo que amenaza la unidad de la nación, sino la existencia del sentimiento de clase”. (Documento oficial del Partido Conservador. Citado en Owen Jones).
El límite que afronta el relato que ubica a las clases medias y al individualismo en creciente ampliación es, precisamente, la existencia de las clases sociales. Burguesía y proletariado, en sus configuraciones contemporáneas, están ahí por más que el focus group no lo indique.
El obrero de una multinacional automotriz como VW o su compañero de una petrolera como Shell pueden, subjetivamente, sentirse parte de la clase media. Sus ingresos y forma de vida pueden incluso elevarse sobre los de un comerciante o un profesional. Ser “de clase media”, como idea, puede conquistar la cabeza de una porción de los asalariados.
Sin embargo, ahí está el mando capitalista para recordarle que su lugar en el mecanismo de producción está atado a los vaivenes de la tasa de ganancia. Suspensiones, despidos, turnos rotativos, extensión de la jornada laboral, recortes salariales. El despotismo de fábrica se impone sin más moderación que aquella que pueda oponer la resistencia obrera. Capital y trabajo se enfrentan por esa porción de la riqueza que ha sido definida como plusvalía.
Daniel Bensaid, uno de los intelectuales marxistas más importantes de las últimas décadas, ilustraba la noción de clase para Marx como “una totalidad relacional” que se define a partir de un “sistema de relaciones estructurado por la lucha” (Marx Intempestivo).
La relación es estructuralmente antagónica a partir del momento en que la ganancia del capital se desprende del trabajo no pago a la clase trabajadora. Lucha de clases, para decirlo más claro.
En el discurso oficialista, la figura abstracta del emprendedor remite al sujeto individual que se hace a sí mismo. Pero su expresión real muestra al capitalista que explota trabajo asalariado. Marcos Galperín, el CEO de Mercado Libre -que Macri supo mostrar como modelo- posiblemente lo ilustre. Hace pocas semanas pidió la implementación local de la esclavista reforma laboral brasilera.
El CEO de Mercado Libre habla con la voz de su clase social. La reforma laboral aparece como el horizonte trazado por el Gobierno de Cambiemos. Brasil funciona como el espejo en el que mirarse en pos de avanzar sobre las conquistas obreras y debilitar su poder de resistencia. La Argentina que viene después de octubre posiblemente haga entrar en cortocircuito la idea de “ser de clase media”.

Las clases y los individuos; los reclamos y las calles

Igualar clase media a individualismo implica, además, una limitación conceptual. A pesar de la diversidad de intereses nacidas de ese heterogéneo lugar que ocupan en la sociedad, las clases medias actúan como colectivo en diversas circunstancias.
En la última década y media fueron protagonistas de procesos que alternaron entre los extremos del arco político. Protagonizaron el recordado “Que se vayan todos” en el diciembre caliente de 2001. Más acá en el tiempo fueron actores centrales de los cacerolazos contra el cepo cambiario. Con una década de diferencia, el bolsillo individual actuó como motor de la acción colectiva.
Los analistas que establecen una correlación cuasi lineal entre esas franjas sociales y la perdurabilidad política de Cambiemos no deberían olvidar que la traición no es privativa del peronismo. Las clases medias abandonaron aceleradamente al Gobierno de Fernando de la Rúa.
Clases sociales e individuos se definen en una relación dialéctica. Si una clase no es la simple suma de voluntades e intereses particulares, estos no dejan de ser al mismo tiempo, el motor de eventuales acciones colectivas.
El entramado entre intereses individuales y reclamos colectivos está lejos de agotarse en el mero interés económico. Solo una visión mecanicista –ajena al marxismo- podría pensar que detrás de toda exigencia está el bolsillo.
Las demandas de ciudadanización o la pelea por la conquista de nuevos derechos entran constantemente en la esfera pública. Diversos colectivos reclaman lo que el Estado capitalista dice poder garantizar o aquello que, en los marcos de una política de ajuste, se propone eliminar.
La acción política colectiva se despliega asimismo a partir de problemas estructurales irresueltos. Citemos sólo un ejemplo. En la Argentina macrista, la cuestión del genocidio sigue estando en el fondo -como definió Marcelo Leiras- de una grieta real. La que divide a quienes prefieren el silencio/olvido de quienes luchamos contra la impunidad. Esa tensión es fuente permanente de movilizaciones masivas. Lo evidenciaron el rechazo al 2x1 de la Corte Suprema o en la concentración del pasado 1° de septiembre por la aparición de Santiago Maldonado. En la tarde de este domingo seguramente una multitud volverá a invadir las calles del país con ese reclamo. Allí estaremos.

Orden meritocrático y lucha de clases

Las calles, las plazas, los lugares de estudio y de trabajo. Mal que le pese a Cambiemos, allí se sigue desplegando el conflicto social y la acción política colectiva. Fracciones de las clases sociales o grupos con diversas demandas se ponen en movimiento y ocupan la palestra. El orden meritocrático sigue aún lejos de convertirse en el más común de los sentidos.
Indudablemente los avances del individualismo como ideología no pueden separarse de las derrotas previas en la lucha de clases. Allí, como se ha balanceado más de una vez, la responsabilidad de las corrientes políticas que dirigieron o influenciaron al movimiento de masas, fue central. En la Argentina, esa responsabilidad lleva el nombre global de peronismo.
Como señalamos en un debate reciente, Cambiemos aparece hoy como la herramienta política del gran empresariado para avanzar en imponer nuevas condiciones de flexibilización y precarización sobre la clase trabajadora. Esa es su apuesta central en las actuales condiciones de la economía mundial. En el terreno de las ideas, la meritocracia acompaña ese plan.
Lo que digan las urnas el 22 de octubre preparará el terreno para el despliegue de la lucha de clases. Será allí donde se verá el futuro del proyecto cambiemita. A pesar de tanta ideología y tanto relato, nuevamente la lucha de clases volverá a demostrar su potencia como motor de la historia.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

No hay comentarios:

Publicar un comentario