domingo, 2 de marzo de 2014

Kirchnerismo: el porvenir de una ilusión



Hace poco un comentarista político afirmaba que Daniel Scioli era “Cristina menos relato”, esto equivale a decir que Cristina desde hace tiempo que se viene “sciolizando” aceleradamente, no ya con el derrumbado sueño de una continuidad política en el gobierno, sino con la esperanza de un final ordenado.

Con la misma lógica podríamos decir que Massa es “Scioli menos Cristina”, es todo lo que a Scioli le gustaría ser y decir si no mantuviese su alianza con el Frente para la Victoria, en pos de intentar capturar esa porción de votos “kirchneristas puros” en caída, que lo consagren en el 2015. Es la imperceptible diferencia entre un habitante del lujoso complejo de Nordelta y un propietario de una casa, con helipuerto y todo, en Villa La Ñata; separados apenas por unos pocos kilómetros de distancia. Pertenecientes al mismo universo social, político y cultural, formados en la cuna del menemismo, aportaron su perfil (bajo) al peronismo que debió “centroizquierdizarse” en la última década, por imposición de las circunstancias, pero hoy quieren ser protagonistas de la nueva etapa.
Es el menú de opciones, en las coaliciones políticas tradicionales con ciertas posibilidades, que deja como legado la década frustrada.
Scioli encontró un relato hecho a la medida de su nuevo no lugar. Dijo al volver de un viaje por los EE.UU. que había que “Dejar atrás los extremos, ni populismo ni liberalismo”. Esta sería la receta para una “Argentina universal”. Cualunquismo vacío típico de “Daniel”, con fuerza, fe y esperanza; pero que cobra fuerte sentido político en estos momentos de virajes.
La competencia de iguales entre el Scioli y Massa (encuentre, si puede, las siete diferencias), como las alternativas políticas más viables del universo peronista, demuestra una regla que tiene la fuerza de una ley histórica: el reformismo es el camino más corto para el fortalecimiento de la derecha. O, dicho epigramáticamente, el mal menor es la vía más rápida hacia el mal mayor.
Y esto, en cierta medida, es un proceso que tiene características continentales, donde Venezuela y Argentina no son más que las expresiones agudas.
Los avances de la llamada “Alianza del Pacífico”, una coalición político-comercial con los principios del viejo “ALCA” e integrada por Colombia, México, Perú y Chile; y la crisis que está produciendo en el seno del MERCOSUR, son una manifestación a nivel geo-político de los límites de los “progresismos” y los gobiernos pos-neoliberales. Se puede haber mandado “al carajo” al ALCA en Mar del Plata, pero no se derrotan sus intenciones sin avanzar sobre las bases materiales que le dan sustento. La continuidad del dominio de los monopolios internacionales y del capital financiero, pese a ciertas regulaciones de un estatismo maltrecho, son garantía de fracaso y de nuevas avanzadas apenas se presenta la oportunidad.
En política interna se manifiesta la misma lógica, y la crisis reciente en la Argentina que culminó en la brusca devaluación mostró de manera transparente esta dinámica. Pese al relato soberanista y de autonomía, una decena de monopolios cerealeros aliados a la “patria chacarera”, llevaron adelante un chantaje con los recursos del país, para multiplicar sus ganancias en cuestión de días.
Esto es así por el simple hecho de que se los dejó ser (y crecer). Allí radica un verdadero “empoderamiento”, con esa especie de monopolio privado del comercio exterior, y no en los impotentes controles de precios que llevan adelante las agrupaciones kirchneristas para llenar el libreto desilachado de 678.
Y esto puede generalizarse a cualquier rama de la economía, desde las grandes empresas del complejo metalmecánico, una de las que mayor déficit comercial aporta -justamente por su nula apuesta a la “industria nacional”-, hasta los bancos o los grandes monopolios alimenticios.
Ahí yacen las fuerzas sociales que aprovecharon los negocios de la década ganada, y actúan hoy para apuntalar un nuevo personal político más “idóneo” en momentos de crisis, agradeciendo al kirchnerismo por los servicios prestados y tratando de exprimirlo lo más posible.
Por ahora, en nuestro país nadie quiere jugar el rol de un Leopoldo López (el líder de la derecha dura venezolana), pero sí, tanto Scioli por adentro, como Massa desde afuera, se postulan para convertirse en un “Capriles triunfante” (el jefe de la línea “blanda”).
La última medida de la nueva ortodoxia, la reprivatización de los ferrocarriles, tuvo el dudoso honor de ser saludada por una nota editorial del diario La Nación, porque pese a los reproches del caso “la sustitución de dogmatismo e irrealidad por un aparente realismo constituye un hecho positivo” (La Nación, 18/2). Hace unos años, un intelectual kirchnerista explicaba cuál era su método y su brújula para ubicarse en política: “miro lo que dice el diario La Nación y hago exactamente todo lo contrario”. Suponemos que estará protestando en la vereda de enfrente del ministro Randazzo, otro con aspiraciones presidenciales, pero que juega en la B nacional de la coalición oficial. Tiene tantas posibilidades de ser presidente en 2015, como Aldosivi de jugar el próximo torneo de la Liberadores.
El vuelco hacia un ajuste ortodoxo, corre a la derecha todo el escenario político del país burgués. Scioli da nacimiento a su relato “ni-ni” y Massa sale a apoyar a la oposición “escuálida” venezolana.
Si en los primeros años de “giro a la izquierda”, el kirchnerismo habilitaba una transversalidad de centroizquierda e ilusionaba a gran parte del arco progresista; ahora habilita alianzas que llegan a su derecha y través de Scioli hasta el mismísimo De la Sota.
Postales de época y toda una confirmación de que la trascendencia a un nuevo movimiento histórico siempre fue una ilusión sin porvenir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario