El poeta italiano Dante Alighieri describió en “La divina comedia” nueve círculos del infierno destinados a distintas “pecadoras” y “pecadores” a quienes se les aplicaba diferentes “penas”, entendidas como castigo. Los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio de toda Latinoamérica fueron el décimo círculo -que hoy protagonizan las cárceles legitimadas desde las cimas políticas-, ocupados por personas que no respondieron a las exigencias del Estado en terrorismo y convirtiéndose en las receptoras de los más atroces tormentos.
Esas cuevas, en simulado desconocimiento de la sociedad cómplice acerca de lo que sucedía entre 1976 y 1983 en Argentina, funcionaron sobre esta área del país en varios sitios. La Escuelita ubicada en los fondos del Batallón 181 de Neuquén, la Comisaría de Cutral Có, la sede neuquina de la Policía Federal y la Comisaría Primera de Cipolletti fueron los lugares elegidos por el gobierno de facto para torturar, amedrentar, violar y asesinar en la subzona 52. En el marco del tercer tramo de los juicios por delitos de lesa humanidad en la región, se realizaron inspecciones oculares por cada uno de ellos.
La Escuelita
En junio de 1976, unos meses después de instalada la dictadura cívico militar, comenzó a funcionar el centro clandestino de detención, tortura y exterminio que se conoció como “La Escuelita”. La construcción ya existía en los fondos del Batallón de Ingenieros de Construcciones 181 y era utilizada previamente como matadero, depósito y caballeriza, pero cuando la sede de la Policía Federal dejó de ser un secreto para la parte de la sociedad que buscaba a sus hijas, hijos, amigas, amigos, hermanas y hermanos, convino instalar allí el “LRDT” (Lugar de Reunión de Delincuentes Terroristas, como les llamaban entonces, o Lugar de Reunión de Detenidos Transitorios, como pasaron a llamarlos cuando tuvieron que comenzar a dar respuestas ante la justicia). Funcionó en el lugar hasta 1978. En 1996, con el objetivo de borrar la historia creyendo que los rastros más significativos del horror estaban en las paredes, La Escuelita fue demolida, aunque en el 84 algunas víctimas acompañadas por organismos de DDHH y periodistas lograron ingresar sin permiso.
En donde hoy no hay nada, en aquella época habían dos edificaciones: una en la que las víctimas permanecían atadas de pies y manos en cuchetas y con los ojos vendados, y otra en la que se realizaban las sesiones de torturas que incluían golpes y picana eléctrica en todo el cuerpo, dejándose los simulacros de fusilamiento para el patio.
Treinta y dos de las personas que pasaron por allí continúan desaparecidas. Por ese descampado con manchas invisibles de sangre, en agosto del ´76 Hugo Inostroza Arroyo logró fugarse tras un frustrado intento de suicidio promovido por el agotamiento de los golpes, la electricidad y la sensación de que ya nada más podía aguantar. En abril del ´77 José Luis Albanessi fue asesinado durante una sesión de tortura en la que su corazón dejó de funcionar.
Las y los sobrevivientes del Centro Clandestino que estuvieron presentes durante el primer recorrido “formal” por el predio, pudieron dar cuenta de la veracidad con la que todos estos años sus sentidos exaltados les hablaron permitiéndoles relatar experiencias no visuales ante distintas autoridades judiciales. Luis Genga, Silvia Botinelli, David Lugones, Dora Seguel, Pedro Maidana, Isidro López, Rubén Ríos, Oscar Paillalef y Benedicto Bravo respiraron hondo y volvieron a pasar por el sitio en el que fueron destrozados.
Entre el barullo del imponente shopping ubicado a pocas cuadras y del centenar de autos por minuto que transita la cercana ruta 22, a escasos metros de donde estaban conversando víctimas podía escucharse el eco de sus voces. Si de la escena se borran los factores que no entorpecían la tranquilidad auditiva de la década infame y se cambian las conversaciones por gritos de terror y de suplicio, es imposible que alguien, mucho menos en el Batallón, haya ignorado lo que estaba sucediendo en la hoy inexistente construcción.
Un árbol caído pareció mostrarse como una metáfora de lo que no se logró. “Era el álamo donde nos golpeaban la cabeza cuando nos sacaban”, dijo David Lugones señalando el muerto tronco en el suelo y explicando que por allí era el trayecto al lugar en el que se las y los torturaba, a quince metros aproximadamente de donde permanecían secuestrados. Golpearlos en ese álamo, describió el sobreviviente, era una diversión para ellos.
Pero las fiestas siempre se terminan y el árbol se suicidó tal vez como quiso hacerlo Rubén Ríos después de todo lo que pasó en ese lugar. Nunca respondieron qué hicieron con las y los desaparecidos, pero el cuerpo de la naturaleza permanece para recordar que las lágrimas siguen rodando en muchos rostros por las noches y hay sensaciones que no se mueren.
La Federal
Orlando “Nano” Balbo fue secuestrado el mismo día que se anunció que el golpe cívico militar del ´76 se había instalado en Argentina. Permaneció dos años en cautiverio en distintos centros clandestinos del país, pero su primer destino fue el que le quitaría, entre otras cosas, la audición: la sede de la Policía Federal en Neuquén. Allí fue sometido a interrogatorios y torturas en las que el agente de inteligencia Raúl Guglielminetti desplegaba todo su odio.
Nano entró otra vez en el edificio ubicado en Santiago del Estero 136 sabiendo que esta vez saldría por sus propios medios. Más de tres décadas atrás, el maestro había sido sacado por la fuerza para ser trasladado a la cárcel de Rawson, donde continuaría su calvario hasta que en el ´78 y gracias a la ayuda del obispo Jaime de Nevares pudo exiliarse en Italia.
Pasados treinta y ocho años, Nano descubrió que había muchas reformas en el lugar, pero que seguía allí la tabla de la mesa en la que se sentaba Guglielminetti durante los interrogatorios devenidos en sesiones de tortura interminables. Tras la inspección ocular, el sobreviviente contó que el genocida condenado el año pasado en el marco del segundo tramo de los juicios por delitos de lesa humanidad en la región “se sentaba en la punta de la mesa y yo estaba sentado en una silla metálica, al alcance de su mano siempre, que iba mi cara a cada rato”.
El sótano de la sede de la Federal, al que tanto Balbo como otras y otros testigos víctimas hacen referencia en sus declaraciones, fue sellado y ya no se puede acceder a él. Como el edificio de La Escuelita, desapareció, como desaparecieron hombres y mujeres que fueron guardados allí en los inicios de la última dictadura.
El lugar es una casa grande, ubicada a mitad de cuadra. El horario de la visita en democracia coincidió con la siesta y el silencio -pese a ser pleno centro de la ciudad- imperaba por sobre los incesantes ruidos cotidianos. Nano gritó cuando lo torturaban, mientras sufría, esperando ayuda. Los gritos de las víctimas eran el secreto mejor guardado en aquellos tiempos, el nexo de la complicidad civil que recién ahora se empieza a nombrar.
Soledad Arrieta (CARTAGOWEB)
No hay comentarios:
Publicar un comentario