sábado, 15 de marzo de 2014
El año I de Bergoglio/Francisco: un Vaticano (iglesias y “pastores”) para tiempos de crisis
Desde la renuncia de Ratzinger/Benedicto XVI hemos escrito en este blog numerosos análisis, siguiendo la situación del Vaticano y la llegada del nuevo Papa, el argentino Jorge Bergoglio. Intentaremos acá, a un año del acontecimiento, esbozar un análisis más general de la situación presente.
La llegada a la “silla de San Pedro” del argentino Bergoglio ocurrió luego de varios lustros de estancamiento y crisis del Estado Vaticano –crisis que incluye pérdida de fieles en todo el mundo, escándalos por abusos sexuales junto a escándalos financieros (crisis del “Vatileaks” y, especialmente, con el “banco Vaticano”, el IOR) que, de conjunto, llevaron a la renuncia, la primera en 500 años, de Ratzinger/Benedicto–. Ahora bien, ¿qué cambió, qué está cambiando, la Iglesia o la realidad? Respondemos: más esta última que la primera. Los dos anteriores papados, el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, pertenecieron a la “superación” (reaccionaria) de la etapa revolucionaria 1968-1981 (donde Juan Pablo II hizo su aporte para desviar la lucha obrera y de masas, junto a Lech Walesa, en el proceso de Polonia 1980-’81, además de luchar contra los “sacerdotes del “Tercer Mundo” vía los archicorruptos y degenerados “Legionarios de Cristo”), viviendo luego, tranquilamente, en la pax neoliberal de los ’80 y ‘90. (Como recuerda una nota aparecida hoy, a Juan Pablo II “poco le importó la inmundicia en la que se bañaban los Legionarios de Cristo. Su visión política de la Iglesia, su odio al comunismo y a la izquierda lo llevaron a pactar con cuanto demonio estaba en el camino, sean los Legionarios, Videla o Pinochet. Joseph Ratzinger intentó modificar el rumbo [más general de crisis], pero renunció en febrero de 2013 fulminado por las luchas intestinas…”) Pero ahora, con los nuevos tiempos que abrió la crisis económica internacional desde 2007/2008, con las crisis de los bancos y los Estados (y gobiernos), con los (nuevos) planes de ajuste, con el despertar de masas en numerosos continentes (desde los procesos revolucionarios de la “primavera árabe”, pasando por las huelgas y movilizaciones en Europa y las luchas de la juventud en EEUU y varios países de América Latina), se hace necesaria, para las clases dominantes, una Iglesia católica fuerte, con peso, que pueda ser un actor político más en la escena internacional. De ahí la necesidad de alguna figura que “rompiera” con lo previo –aunque el “carisma” y la “mediatización” también fueron atributos de Juan Pablo II– y reposicionara a la Iglesia (“positivamente”) en el concierto mundial.
Así, el (impensado) cardenal argentino, Jorge Bergoglio –de oscuro pasado en la dictadura, como denunció el periodista K Verbitsky, y un cruzado contra el aborto y los derechos democráticos… y también contra importantes artistas, como León Ferarri–, fue elegido Papa, y comenzó una suerte de “operación mani pulite”, junto a otras más…
Para la revista –que se hace eco de las exageraciones– Proceso de México, “Francisco lidera una renovación eclesiástica. Se ha convertido en un nuevo líder planetario. En algunos periódicos como el inglés The Guardian se le ubica como un líder de la centroizquierda mundial. Sus críticas al “capitalismo salvaje” lograron molestar a Ken Langone, multimillonario estadunidense y primer donante mundial de la Iglesia”. Más que “renovación”, simple y puro gatopardismo (obligado por las circunstancias). Para Domingo Bresci, un viejo amigo de Bergoglio, “A Francisco le toca conducir una Iglesia considerada anacrónica, desgastada y desprestigiada, que hacia adentro enfrenta grandes problemas y hacia afuera es inadecuada para los interrogantes del mundo de hoy. Este es el trasfondo de la situación que enfrenta la Iglesia y todas las religiones: un cambio de época, con una crisis civilizatoria de valores, sentidos y proyectos”. Entonces, como ya dijimos, ante un escenario de variadas movilizaciones sociales, Francisco debe “hacerse cargo” de las inequidades y crisis que provocó (y provoca) el neoliberalismo a escala mundial; por el momento, con solo esto: gestos y palabras. (De ahí –por ejemplo– el señalamiento obsecuente de una columna de opinión en Télam sobre los gestos y discursos de que es necesaria “una iglesia pobre(?) para los pobres”: “La cercanía de un Papa con las penurias de los hombres es probablemente el mayor regalo que Francisco puede hacerle a la Iglesia.”) Como admite el cura Eduardo de la Serna: “en los hechos, no ha hecho nada. De las cosas fundamentales que se esperaban de él hasta ahora, no hubo ninguna”. Y más: “No creo que vaya a ser un Papa revolucionario. Hemos ganado en cercanía, es un tipo que tiene mucha calle, pero si pretenden que esto sea una revolución, estamos muy lejos”.
Ese peso “simbólico” (y político) de un Papa supuestamente “renovador” se expresa también en un enorme merchandising (y también, en algunos curros locales: ver acá y acá), en un aparato de propaganda para difundir y hacer (aún más) popular a Francisco; y, también, se expresa en la política argentina: toda la clase política (kirchneristas incluidos) fueron a besarle la mano al nuevo mandatario del Estado Vaticano. (Todos y todas, con excepción del opositor a los K Massa –cosa que alegra al “realpolitiker” blog de Abel, que no repara que eso, sencillamente, puede cambiar fácilmente y que la figura del Frente Renovador también consiga su bendita foto–.) Todos y todas… incluida la presidenta CFK, quien tendrá un nuevo encuentro con il capo del Vaticano en breve. Esta “línea” (mundial) papal, de pacificación, si funciona en líneas generales para países movilizados (como Brasil) o situaciones de crisis aun más graves (como la guerra abierta que pretendía lanzar EEUU contra Siria, detenida por la mediación de Francisco y de Rusia –y por ello las nominaciones de Putin y el Papa para el “Nóbel de la paz”–) funciona en Argentina como un bálsamo preventivo ante los (cada vez mayores) síntomas de la crisis del fin del ciclo K: “hay que cuidar a la presidenta”, manda Bergoglio y acatan los políticos, empresarios y burócratas sindicales. Como escribió un analista de “la corpo” mediática opositora, “El Papa contribuye como puede –y puede bastante– a pavimentarle el camino a Cristina para que el final sea el final de una gestión y no un Apocalipsis.”
Pero hay más: todo esto surge de analizar la política vaticana “puertas afuera”; porque puertas adentro, Francisco tiene (otras) importantes crisis que resolver: el tema de los abusos sexuales, que le viene demandando millones (en indemnizaciones y abogados) a la Iglesia, alguna “depuración” de sacerdotes acusados y cuestionados –lo que dañó grandemente la imagen de la Iglesia hasta el presente–, por un lado. Y, por otro, el tema de “las cuentas”: las finanzas Vaticanas. Si el actual Papa ha aprendido algo de la “doctrina peronista”, puede ser el tema de “la conducción”. Por ello nombró un Consejo de 15 miembros (entre católicos y laicos –“economistas expertos”–) para administrar las finanzas del Estado Vaticano junto a la Secretaría de economía; un consejo “que tendrá autoridad propia para delinear políticas y no será un simple órgano consultivo de la secretaría”, según dijo Lombardi, encargado de hacer prensa. El objetivo: “mejorar la coordinación y la vigilancia sobre los asuntos económicos-administrativos”.
¿Funcionará esto? El periodista Marcelo Larraquy –autor de un libro sobre este Papa– dijo a la revista Proceso ya linkeada, que la línea de Francisco consiste en “reformas internas, de manera quirúrgica, interna, de manera colegiada”. Cosa que sucede aprovechando la ruptura del “pacto conservador” de la etapa previa, y “elevándose” el popular Francisco, así, como un Bonaparte, por entre las fracciones en pugna. Por ello se pregunta una nota del diario mexicano La Jornada (pensando que una verdadera reforma debería llegar hasta un “Concilio Vaticano III”): “¿Podrá Francisco cambiar la Iglesia desde arriba? ¿Hasta qué punto las iglesias locales seguirán al Papa en la renovación que propone? ¿Realmente tendrán gran calado las reformas estructurales de la Iglesia? ¿O será una renovación de saliva?”.
Si tomamos en cuenta la cantidad de desafíos, internos y externos, que tiene Francisco, y su ideología y política (dice su amigo Bresci: “el Papa Francisco está dentro de la ancha avenida del peronismo, y dentro de ese peronismo, creo que es un conservador popular, porque dentro de la izquierda no estaba”), es evidente que habrá mucha “renovación”… gatopardista (gestos para la tribuna, cambios cosméticos, hasta “tácticas audaces” en pos de una “nueva militancia” “social-cristiana”), “reordenamientos” internos… y un relanzamiento de cruzadas políticas (conservadores-populares) ante los conflictos sociales por venir.
Demian Paredes
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