Según un estudio del CEUR/CONICET, el avance de este cultivo a expensas del algodón disminuyó la producción agropecuaria de la provincia. Además, los puestos de trabajo se reducen y las ganancias se concentran en pocas manos.
En Argentina, la soja avanza con paso arrasador. Más de 20 millones de hectáreas. Casi el 60 por ciento de la superficie cultivada. Desde que, en 1996, se autorizó la introducción de transgénicos, el proceso de sojización, o sustitución del cultivo tradicional de una región por soja, no para de crecer. Gracias al combo tecnológico de las semillas genéticamente modificadas (GM) y los cuestionados agroquímicos, fue posible expandir este cultivo hacia tierras poco fértiles y con climas no muy favorables para la agricultura, como el Noroeste y Nordeste argentino. Así, entre 1997 y 2013, el área sembrada con soja en todo el país se incrementó en más de 13 millones de hectáreas. ¿Un negocio redondo? No para todos.
En la provincia del Chaco, la soja ocupa ya un 37,3 por ciento de su superficie cultivada, a expensas de la progresiva reducción de la tierra antes destinada a su cultivo principal: el algodón. Al mismo tiempo, persisten altos niveles de pobreza. Para el segundo trimestre de 2013, una décima parte de los habitantes de Resistencia, la capital provincial, vivía en condiciones de indigencia, en tanto un 42,9 por ciento eran considerados pobres.
Ante estos números, el economista Agustín Mario, becario del CONICET en el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR), se propuso analizar el impacto económico de la sojización en Chaco. Para ello, construyó analíticamente un escenario alternativo en el que la superficie con soja se hubiera mantenido fija desde la campaña 1998/99, cuando comenzó a extenderse de manera acelerada. Así, concluyó que entre esa campaña y la de 2012/13, por cada 100 hectáreas más de soja, hubo 44 menos destinadas al algodón. Pero esto no significó una mejora económica, sino que el valor bruto de la producción agropecuaria de la provincia disminuyó significativamente: 2.548 millones de dólares respecto de la situación real.
“Como en el sector agropecuario la cantidad de tierra es limitada, cuando aumentás la siembra de un cultivo, lo hacés en detrimento de algún otro, de manera que hay que considerar las características propias de cada cultivo. En el caso del Chaco, se observa que el valor de la producción hubiera sido más alto si la tierra se hubiera usado para algodón. Básicamente tiene que ver con los rendimientos de cada cultivo”, señala a TSS Mario, cuyo trabajo fue dirigido por Alejandro Rofman (CONICET/UNSAM).
En Chaco, el rendimiento de la soja es menor que en la región pampeana debido principalmente a la dispersión de las precipitaciones, ya que suele haber extensos períodos sin lluvias, sucedidos por otros con abundantes precipitaciones, que pueden generar inundaciones. Pero incluso en el caso de que la soja cotice mejor en el mercado y se obtengan mayores ganancias, como sucedió en solo dos campañas dentro del período analizado (2009/10 y 2010/11), eso no implica necesariamente un “derrame” de las mismas al conjunto de actores involucrados en la producción.
“Lo que quería enfatizar con este trabajo es que hay que discutir cómo se decide el uso de la tierra. Los actores sociales que deciden cómo usar el suelo están mirando sus propias ganancias. El cultivo de algodón genera una serie de encadenamientos mayores que el cultivo de soja ya que, por ejemplo, se destina mucho más dinero a salarios en el primer caso que en el segundo”, explica el economista. Entonces, la sojización produce una ecuación que no favorece a la mayoría: menos puestos de trabajo, más ganancias concentradas en pocas manos.
Por otro lado, el investigador advierte que la sojización no solo reemplazó hectáreas destinadas a la producción de algodón. “Con la discusión de la ampliación de la frontera agropecuaria, muchos autores plantean que se puede hacer más soja sin sustituir nada, como si no hubiera nada en esas tierras. La relación que yo encontré para el período analizado dice que, en promedio, por cada 100 hectáreas más de soja, hubo 44 menos de algodón. Pero en las restantes 56, pudo implicar sustitución de otros cultivos, de ganadería y de bosques nativos”, remarca.
De todos modos, Mario considera que no se trata de “ponerse del lado de un cultivo”. Durante mucho tiempo, la economía del Chaco dependió fuertemente del algodón, que llegó a transformarse en un monocultivo. “Además del riesgo de poner todos los huevos en la misma canasta, tenés el problema de la no rotación de los suelos y, en el mediano o largo plazo, una tendencia a la disminución de los rendimientos”, puntualiza el investigador. “Lo deseable es que se generen herramientas para diversificar la estructura productiva de la provincia, que en lo que respecta a indicadores sociales sigue siendo una de las más atrasadas del país”, concluye.
Nadia Luna
Agencia Tecnología Sur-Sur
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