Recientemente ha salido a la luz pública una grave denuncia hecha por un supuesto “informante” (whistleblower) que trabajó para una contratista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de EE.UU. Para la democracia estadounidense los informantes son personajes modernos polémicos y de relevancia, ya que más de una vez han señalado graves actos de corrupción del gobierno. Así , en 1971 Daniel Ellsberg filtró a la prensa Los Papeles del Pentágono, una obra que demostraba como la administraciones de L. B. Johnson y R. Nixon habían mentido reiteradamente para engañar a la opinión pública de su país y la del mundo, sobre el verdadero progreso de la guerra de Vietnam. Para el ciudadano estadounidense bien informado y relativamente bien preparado, que lamentablemente no es la mayoría, esa fue una señal evidente de que la guerra era un gran engaño. Pero el ciudadano promedio de los Estados Unidos de América está más pendiente del Super Tazón o de la serie mundial de béisbol, e ingenuamente cree en lo que la televisión le dice. No fue hasta que la televisión de la época le empezó a mostrar que lo que proclamaba el gobierno no era cierto, que la población se dividió ante mantener la guerra. Y para ello hay que señalar que los noticieros y reportajes empezaron a mostrar las delicadas protestas estudiantiles en las universidades contra la guerra, cosa que notaron en el pentágono y hoy en día a través de sutiles mecanismos no permiten exponer.
En 1972, William Mark Felt, quien por décadas ocultó su nombre y recibió el apodo de “garganta profunda”, le filtró información clasificada al Washington Post que cimentó el escándalo de Watergate y que culminó en la expulsión de Richard Nixon de la presidencia de EEUU. Nuevamente, aunque todo ello sucedió ante los ojos de los estadounidenses, no fue la mayoría de ellos los que entendían el intrincado escándalo y las implicaciones sociales de las violaciones de las leyes en esa nación. Fue más bien, el acuerdo general de las reales cúpulas del poder en Washington para cobrarle a Nixon la inminente derrota en Vietnam y la necesidad urgente de cerrar un escándalo que amenazaba con crecer y mostrar los verdaderos manejos que dirigen la nación estadounidense, lo que facilitó la salida de Nixon a patadas de la Casa Blanca.
En el 2010 Julian Assange empleando la plataforma Wikileaks en la Internet, divulgó el contenido de numerosos cables diplomáticos que había filtrado el analista militar Bradley Manning y mostraban innumerables mentiras y violaciones a las leyes, de parte del gobierno estadounidense bajo la falsa excusa de estar en guerra contra el terrorismo. La gravedad de las faltas denunciadas hacen ver a los escándalos previos como acciones infantiles, pero sin embargo no cayó ningún emblema del poder de la casa blanca, ni hubo una seria rectificación en las políticas presidenciales. Por el contrario, el gobierno de EE.UU. ha perseguido y hostigado a Assange, quien está por cumplir un año asilado en la embajada de Ecuador que está en Inglaterra, y está por condenar con graves cargos, en sus tribunales, a Manning.
Hace pocos días, Edward Snowden, quien trabajó para una contratista que sirve de apoyo tecnológico para la NSA y aparentemente ha tenido estrechos vínculos con la CIA, hizo una grave denuncia. Señaló que el gobierno de los EEUU espía indebidamente diversas formas de comunicación de cualquier ciudadano. Mencionó proyectos de envergadura para ello como “Prisma”, y especificó que para lograr tal cometido se trastocaba sistemas e infraestructura de empresas privadas de telefonía y comunicación en la red de redes. En las últimas horas añadió que este espionaje se ha hecho en conjunto con agencias de inteligencia británicas y que han espiado hasta a primeros mandatarios del mundo en cumbres diplomáticas y de negociaciones. Hasta ahora, la respuesta de Obama fue explicar con eufemismos y términos, que el ciudadano común difícilmente puede comprender, que solamente se espían los “metadatos” pero no los contenidos de las comunicaciones. Agregó que el cruce de esos metadatos puede conducir a descubrir terroristas y que hay que aceptar que como las técnicas no son infalibles de seguro ocurrirán equivocaciones. Además de ello planteó que la sociedad moderna debe comprender que para obtener seguridad debe sacrificar privacidad. Es decir, contradijo claramente el discurso con el cual llegó a la presidencia por primera vez y que criticaba a su antecesor, George W. Bush, por degradar las libertades y derechos civiles bajo la falsa idea de proteger a la nación. Por si quedara duda alguna de la respuesta de esa administración, casi de inmediato el FBI comunicó que perseguirá a Snowden.
El congreso de EEUU inició una tímida consulta a los directores de las agencias de inteligencia involucradas que no llegó a nada serio, y en dónde se repitió sin pruebas reales, el estribillo que gracias a ese espionaje se han evitado numerosos ataques terroristas. Por su parte, la reacción de la población mundial nuevamente ha sido débil. Esto produjo un aumento en la ventas de la obra “1984” de George Orwell en un 700%, que describe una sociedad con un gran hermano que espía a todos y controla sus vidas en modo totalitario. Pero, hasta ahora, no hay ninguna iniciativa cierta que ponga en jaque al poder que está promoviendo la espeluznante y falsa idea de que para estar seguro debemos renunciar a nuestra privacidad en la vida. Que debemos aceptar como obligatorias las tácticas propias de los estados policiales y lo más grave aún, que es el gobierno estadounidense el propietario de tales datos.
Lo grave de todo esto, no es que mentes enfermas por el poder elaboren proyectos que parecen tener como inspiración la serie de TV “Persona de Interés”, ya que resulta posible comprender que frente a algún tipo de poder que por largo tiempo se mantenga, será natural que surja algún tipo de corrupción. Lo deprimente es que la sociedad esté tan aterrada, o dominada por un egoísmo mayúsculo para mantener sus comodidades mundanas, como para que no reaccione cuando le dicen tamañas mentiras. Lo que decepciona hoy en día es que, a pesar de las delicadas experiencias pasadas, los informantes, individuos que en general trabajaron en relevantes puestos dentro del gobierno estadounidense; actuando por creencias de valores y razones morales, señalan a ese mismo gobierno como corruptos o delincuentes. Sin embargo, al final es el gobierno denunciado quien los juzga y determina si es válido su señalamiento.
En cuanto a las absurdas respuestas de Obama, hay que señalar que los “metadatos” son un concepto técnico ambiguo que puede ser resumido como “datos acerca de otros datos” y deja abiertas interpretaciones de cuanto refiere a los contenidos. Por otra parte, el cruce de Metadatos puede conducir a reconocer, comprender o identificar datos, pero cuando Obama dice que cruzar metadatos conduce a identificar terroristas habría que preguntarse: si ningún humano puede establecer por adelantado quién es terrorista o no lo es ¿podrá hacerlo algún programa de computación? ¿Es más inteligente un software que un humano? Como actualmente eso no es cierto, únicamente puede ser reconocido si se dispone de alguna declaración o mensaje donde se exprese que existe el propósito o la información de que se va a cometer un acto terrorista. Y para ello, hay que conocer el contenido de los datos.
A esto hay que agregarle, que suponiendo que los metadatos de toda la gente, estuvieran únicamente en manos del gobierno de EEUU, habría que preguntarse ¿que evitará que se filtren y lleguen a manos indebidas? ¿puede el mismo gobierno de EEUU que no pudo proteger sus cables diplomáticos, hacerlo con los metadatos? Y si existen contratistas que manipulan tales metadatos, como la empresa para la que trabajaba Snowden, ¿no están estos ya en manos de terceros que generalmente son de carácter privado? Si se ha espiado a los primer ministros y altos representantes mundiales ¿fue ello para combatir a terroristas? ¿quién está a salvo? A ninguna de estas consideraciones importantes se refirió Obama, ni ningún periodista le preguntó.
La última pérfida idea que queda pendiente de ser refutada es la de que para proteger a alguien hay que espiarlo. La misma se le puede refutar apelando a uno de los fundadores de la patria estadounidense, Benjamin Franklin: “Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad.”
Alberto Salazar
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