El rescate y las medidas de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro son salvatajes “socialistas” para los capitalistas de Wall Street.
Por Fernando Hugo Azcurra *
“¿Acaso está en el fundamento del sistema capitalista, sobre todo el financiero, ocuparse de los pobres?”, se pregunta Azcurra.
Nouriel Roubini, economista, profesor de la Escuela de Negocios Stern de Nueva York, afirmó que lo desencadenado en estos últimos días constituye “el comienzo de la declinación del Imperio Americano”, y señala además que “el rescate financiero a Freddie y Fannie es socialismo para los ricos, quienes tienen contactos con Wall Street. Es la continuación de un sistema corrupto en el cual las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan”. Por esta crisis habrá pérdidas crediticias millonarias, cientos de bancos pequeños en Estados Unidos y Europa quebrarán, la Corporación Federal de Seguros de los Depósitos Bancarios (FDIC por su sigla en inglés) no podrá socorrer a todos los bancos porque no dispone de la
magnitud descomunal de dinero necesaria para esta ocasión. Lo que señala Roubini, respecto de que el rescate y las medidas de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro son salvatajes “socialistas” para los capitalistas como clase, es, económica y sociológicamente, una apreciación certera. Pero no es nueva. Ya Karl Marx había mostrado y demostrado en El Capital esta conducta de los capitalistas, que se basa en una relación estructural de funcionamiento del modo de producción capitalista; Marx lo llamaba el “comunismo capitalista”, nacido del proceso objetivo mismo de producción y cambio capitalista.
Se puede entender, pues, que el comportamiento “socialista” de la burguesía financiera americana cuando acude por medio de “su” Estado a “salvar” a los banqueros privados y a sus negocios a costa de los dineros públicos (administrados privadamente por y para el capital) está dictado por relaciones sociales estructurales poderosas que le imponen la adopción de políticas para salvar el barco común de la clase capitalista financiera a costa de perjudicar a las clases populares y a la sociedad toda. Lo puntualizado anteriormente se vuelve importante en términos de análisis político. Se multiplican los artículos, opiniones, en los cuales se dejan ver exposiciones de estilo admonitorio, hasta de carácter moral: la situación de crisis se ha precipitado por los enormes “errores” de administración de los negocios inmobiliarios de los bancos, ayudados por las “imprevisiones” de las oficinas y/o organismos gubernamentales de supervisar tales operaciones. También se suele añadir la –ahora– “mala administración de la FED por Alan Greenspan”, que con su política de bajísimas tasas fomentó irresponsablemente no sólo el surgimiento sino la permanencia de la burbuja especulativa que se difundiría con insólita rapidez por el mundo de las finanzas. Se achaca, pues, a impericia, desaprensión y desmanejo de funcionarios, quienes tenían en sus manos los instrumentos necesarios y la autoridad correspondiente para evitar caer en tales desmadres.
Estas argumentaciones de censura yerran en lo fundamental: no advierten que rentistas, banqueros, financistas, empresarios, gerentes, directores, junto con el funcionariado del Estado, no son otra cosa que la personificación de las relaciones capitalistas de producción que constituye la estructura de funcionamiento en las cuales ellos se desenvuelven. El capital como unidad de todo el sistema es el sujeto que “dicta”, por las leyes que lo rigen, la finalidad (ganancias) y los medios (explotación del trabajo y especulación) de los individuos que lo representan, les dicta cómo deben “comportarse” para alcanzar la valorización de la inversión: encarnan como personas al capital que es su amo y deben hacer lo que éste “exige” y no lo que el funcionario o el empresario individual quiere o “cree” que debe hacerse. Actúan, pues, cómo autómatas cuando creen hacerlo con libertad y discernimiento propio; y el capital se desempeña como “cosa” que piensa y decide por sí, pero a través de ellos. La cosa se personifica y las personas se cosifican: es el mundo fantasmal pero existente de la enajenación de la sociedad capitalista. ¿No son racionales entonces? ¡He aquí lo notable! ¡Sí lo son! Y por serlo, y tal como lo son, se producen las crisis. ¿Contradicción en el argumento? No, contradicción de la realidad: la racionalidad del capital individual (obtener ganancias) llevado a su límite máximo a la explosión como irracionalidad (crisis) del capital total.
Pero tampoco son mejores aquellas posiciones que se asientan en una denuncia moral, manifestando que docenas de miles de millones son para salvar a los bancos y nada para salvar a las personas, expresiones que con una indignación honesta se denuesta la conducta de banqueros privados y funcionarios públicos, los primeros porque se mueven en espacios opacos, en los que pululan los engaños y la corrupción, pero que son muy rentables para ellos; y los segundos por ser corresponsables de la crisis al tener una actitud permisiva y hasta de complicidad con los bancos. Todo lo señalado es justo e irreprochable. Pero, ¿acaso está en el fundamento del sistema capitalista, sobre todo el financiero, ocuparse de los pobres, de los hambrientos? El dominio del capital no es para “solucionar” aquellos problemas sociales porque son el resultado del funcionamiento mismo del capital: las asimetrías sociales (desigualdades) son “su” producto, no son “errores”; no son “casualidades”; no se deben a “impericias”, ni a “insensibilidad”: son inevitables bajo este sistema. Claro que tener conciencia profunda de esto no significa “justificar” de ningún modo tales situaciones, ni aquellas conductas, pero a fuer de verdad hay que subrayar que el discurso cínico del capital lo acompaña desde su nacimiento.
* Docente e investigador UNLuján y UBA.
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