El neoliberalismo se constituyó en un nuevo modelo hegemónico en la historia del capitalismo, sucediendo al regulador-keynesiano o de bienestar social, como se quiera llamarlo. Realizó su diagnóstico sobre el agotamiento del modelo anterior y se propuso reorganizar el sistema capitalista en su conjunto, conforme a sus principios liberales reciclados para un nuevo período histórico.
Fue un modelo absolutamente hegemónico, que logró extenderse de la forma más universal posible: de Europa Occidental a Estados Unidos; de América latina a China; de Europa Oriental a Africa, de Rusia al sudeste asiático. Tuvo crisis precoces –a lo largo de la década de 1990, en México, en el sudeste asiático, Rusia, Brasil, Argentina–, pero se mantuvo hegemónico, sin ningún otro proyecto alternativo que le disputase esa categoría. Suscitó grandes movilizaciones en su contra –como las iniciadas en Seattle, que desembocaron en los Foros Sociales Mundiales–, siguió tropezando, como en la Organización Mundial de Comercio, con el adelgazamiento del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, pero continuó siendo el único modelo globalizado. Después de algún tiempo, la propuesta híbrida de China permitió que surgiera la expresión Consenso de Pekín, en lugar del de Washington, pero girando siempre en torno de las adecuaciones de las políticas de libre comercio.
Las potencias centrales del capitalismo ya habían sido víctimas de la desregulación y del potencial de ataque del capital especulativo, entre ellas Gran Bretaña en los ’80, objetivo del megaespeculador George Soros. Pero todo ataque especulativo tenía a Estados Unidos como beneficiario; toda fuga de capitales encontraba a la Bolsa de Nueva York como refugio. Se sabía que ese carnaval especulativo sólo encontraría límite cuando el principal beneficiario de la misma se convirtiera también en víctima. Ese momento llegó.
Las medidas emergentes, como siempre, hieren la doctrina neoliberal, con intervenciones directas y masivas del Estado –como ya había sucedido desde la primera crisis neoliberal de México, en 1994–. Pero, ¿significaban el fin del neoliberalismo? ¿Es posible retomar los procesos regulatorios globales –un nuevo Bretton Woods– que frenen estructuralmente la libre circulación de capitales y la reviertan por procesos de desregulación económica, esencia misma del neoliberalismo?
Nada indica que eso sea posible. No existe una lógica racional del sistema capitalista que haga que sus agentes –de grandes corporaciones de estados dominantes– integren una lógica superior del sistema. Esa es una de sus contradicciones estructurales, entre dominación global y apropiación privada.
La actual se trata de una gran crisis capitalista –se dice que la mayor desde la de 1929–, que puede abrir camino para la construcción de un modelo alternativo. Sin embargo, por el momento no se vislumbra en el horizonte ningún modelo que pueda tener ese papel, ni siquiera de manera embrionaria; a lo sumo existen versiones híbridas, como las políticas económicas de China y Brasil. La propia proliferación de gobiernos conservadores, nada innovadores en sus políticas, ubicados en el centro del capitalismo, indica que nada de nuevo puede provenir de ellos en sustitución del modelo agotado.
Todo indica que entre la crisis del modelo precozmente envejecido y las dificultades para el surgimiento de uno nuevo, mediará un período más o menos prolongado de inestabilidades, de sucesivas crisis, de turbulencias. Porque lo que se agota no es únicamente un modelo hegemónico, sino también la hegemonía política de Estados Unidos –los dos pilares de sustentación del presente período político, que sustituyeron al modelo regulador y a la bipolaridad mundial. Y tampoco en este terreno surge en el horizonte una potencia –o un conjunto de ellas– en condiciones de ejercer una nueva hegemonía.
El neoliberalismo no termina, pero se agota, dando paso a un período de disputa por alternativas en las que –por el momento– sólo se ve aparecer propuestas superadoras en América latina. Gana así la región un protagonismo –junto con China– en la proyección del mundo futuro para toda la primera mitad de este siglo, en la disputa entre lo viejo –que se resiste a morir y produce crisis con consecuencias por todos lados–, y lo nuevo, que comienza a anunciar el posneoliberalismo, un mundo solidario, desmercantilizado, humanista, del que el Foro Social Mundial de Belem –del 27 de enero al 1º de febrero– será una muestra pluralista y vigorosa de alternativas al neoliberalismo.
Emir Sader *
* Sociólogo brasileño. De La Jornada, de México. Especial para PáginaI12.
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