El boom acabó. Luego de casi 7 años de expansión, las principales economías del mundo, enfrentan una crisis que parece no tener precedentes. Para analizarla, quienes la describen se remontan a la crisis de 1929, hace casi 80 años. En la superficie, la crisis actual se presenta como una crisis financiera y bancaria. En las últimas dos semanas la caída de varios importantes bancos mayoristas en los Estados Unidos, ha desatado una suerte de corrida mundial contra las instituciones financieras.
Una tras otra las Bolsas de Valores del mundo se desploman. Al ritmo del sol e Internet, caen Wall Street y San Pablo, Tokio y Rusia, luego las bolsas europeas, para recomenzar el ciclo.
El profundo deterioro en el valor de los activos de los bancos y otros agentes de inversión financiera, los ponen al borde de la bancarrota. Frente a esto, mientras muchos pequeños inversores y ahorristas entran en pánico, los Estados de los países centrales caminan a tientas para retomar las riendas, o al menos para frenar un ciclo que amenaza poner en riesgo la estabilidad financiera mundial.
La crisis financiera, la forma de la crisis
¿Estamos en presencia de una crisis esencialmente financiera, ligada a una suerte de “descontrol especulativo” producido por la falta de regulación adecuada? En parte, podemos decir que sí. El proceso de desregulación de las finanzas a escala mundial, iniciado a finales de los años setenta y profundizado en los últimos 15 años, ha mostrado sus límites. Sin embargo, no es esta la verdadera causa de la crisis.
Efectivamente la desregulación ha permitido al capitalismo crear una masa del denominado “capital ficticio” que no tiene relación alguna con la capacidad real del sistema de crear valor. En las últimas tres décadas, el capital mundial en proceso de trasnsacionalización productiva se sostuvo en la desregulación financiera para favorecer su expansión por el mundo. La amenaza permanente de la fuga de capitales en los países díscolos y el peso de la deuda externa, sirvieron como mecanismo de presión para promover en todo el globo el desarrollo de una nueva articulación mundializada del capital. Las grandes corporaciones multinacionales integraron sus procesos de producción a escala global y para ello se sirvieron del capital financiero para la compra de empresas locales privadas y estatales y para la apropiación de las riquezas naturales en los países de la periferia.
En la medida en que la mundialización se fue consolidando, el capital comenzó a desplazarse de manera creciente a espacios de valorización más ligados a procesos especulativos: inversiones inmobiliarias e inversiones en mercados de commodities (mercancías no diferenciadas como las materias primas agrícolas, energéticas, minerales, etc.). La especulación creció de la mano de la creación de “productos derivados” que permitían invertir en activos financieros que representaban “índices” de otros productos financieros y/o activos reales. Es decir, se creó una montaña de papeles de un valor de mercado creciente pero cada vez menos ligado al valor de alguna producción real.
Por esto la crisis financiera golpea con fuerza los precios del conjuntos de las commodities. Por ello, a su vez en la crisis el dólar y el oro se revalorizan, dando cuenta de su centralidad como representaciones de valor social global.
La forma y la esencia de la crisis
Pero esta es la cáscara, la superficie del problema. En el fondo de la burbuja y la crisis no está tanto la desregulación de las finanzas como las tendencias más profundas del capitalismo en la etapa actual.
Como señalamos, el capitalismo en la actualidad expresa una gran tendencia: su reestructuración bajo la modalidad de la mundialización y el saqueo de las riquezas naturales.
Hoy más que nunca el ciclo del capital se encuentra mundializado. En una sucesión de momentos a la vez superpuestos, el capital bajo la forma de dinero, mercancías y procesos productivos se ha globalizado. Muchas de las grandes corporaciones capitalistas ya no son empresas nacionales con filiales en el exterior, sino mega-corporaciones de alcance mundial.
Esto no significa que los Estados nacionales hayan dejado de existir o tener relevancia. Por el contrario, estos Estados se han convertido de manera creciente en medios para la reproducción de los capitales locales (ya no nacionales) a escala mundial, como parte del capital social global. Por ello el imperialismo opera hoy más que nunca como agente del capital en su conjunto.
En el movimiento hacia su transnacionalización, el capital ha revolucionado todos los procesos de producción, incrementando la productividad laboral, mediante el aumento de la explotación y subordinación del trabajo y la acentuación en el uso de tecnologías informáticas, reduciendo de esa forma, sostenida y sistemáticamente, los costos de producción (que incluyen los costos de transporte y logística).
En ese mismo proceso, cada vez más, los territorios ricos en bienes naturales son codiciados por ese capital trasnacional que pretende apropiarse de los mismos, para convertirlos en recursos naturales. Es decir, integrarlos a su circuito particular de valorización a escala global (a su proceso de producción particular) y por ese medio al ciclo del capital social mundial.
Esa gran tendencia que mencionamos, en dos niveles, está en la base de la crisis actual. Por una parte, la presión creciente del capital por la valorización de los territorios abundantes en riquezas naturales se realiza sin consideración por las poblaciones que allí habitan ni la sustentabilidad socio-ambiental de esos territorios o el agotamiento de esos bienes. La estrategia del saqueo, la acumulación por desposesión, constituye una nueva acumulación originaria de capital que destruye todo a su paso e impulsa la actual tendencia al aumento sostenido de los precios de las materias primas.
Esa dinámica se conjuga con la tendencial desvalorización del capital en todas sus formas que es parte implícita y necesaria de todo proceso de valorización exitosa. En 20 años de acumulación sostenida casi sin interrupciones y revoluciones constantes en el valor de las mercancías producidas, el capital ha podido sistemáticamente desplazar su crisis, su desvalorización, a nuevos territorios (China, India, América Latina) y luego de manera creciente a los mercados financieros. Esto ha desplazado en el espacio y el tiempo la desvalorización que necesariamente debe sufrir el capital por la reducción sistemática en los costos sociales de producción y la creciente explotación laboral a la que ha sometido al conjunto de la clase trabajadora a escala mundial. Entonces, la desvalorización de las mercancías se manifiesta a través de la crisis, pero sin que ella sea su causa.
En fin, el saqueo de las riquezas naturales explica el carácter estructural del boom del precio de las commodities, a la vez que la desvalorización implícita de las mercancías (la crisis bursátil, con quiebra de bancos y empresas, pero también la devaluación de las monedas en relación al dólar de Estados Unidos y el oro).
La crisis mundial y el capitalismo argentino
La crisis del capitalismo a escala global tendrá consecuencias sobre una economía como la argentina, fuertemente integrada al ciclo del capital transnacional. Tanto en el plano financiero (a través del endeudamiento), como en el productivo (a través de la profundidad de la extranjerización de la economía) y la apertura externa del ciclo del capital local (a través de exportaciones e importaciones que representan la mitad del valor agregado), la economía argentina enfrenta los vaivenes de la producción y reproducción del capital a escala internacional.
Por un lado, la política de endeudamiento sostenida por el Estado argentino tenderá a presentar crecientes dificultades. La necesidad de refinanciar los vencimientos de la deuda y los intereses (unos 15 mil y 5 mil millones de dólares, respectivamente) pondrá a prueba la capacidad del gobierno de acceder al mercado financiero internacional en un contexto en que el riesgo percibido aumenta fuertemente. Estas dificultades comienzan a ser percibidas en el riesgo país, que se ha disparado en las últimas semanas.
Por otra parte, la caída en la cotización internacional de los productos de exportación de Argentina (como fenómeno de coyuntura) pone en riesgo un esquema de superávit fiscal funcional al objetivo anterior. Si la recaudación por retenciones se cae y la economía se ralentiza, será difícil sostener un exceso de ingresos sobre gastos adecuado, máxime cuando las presiones para la recuperación salarial entre los trabajadores estatales continúan. Cabe recordar que los salarios de los empleados del Estado han subido mucho menos que las remuneraciones de los trabajadores formales en el sector privado de la economía y se encuentran aún por debajo de los niveles de fines de 2001.
Ambos elementos se combinan en la economía argentina con la presión estructural a la apreciación del tipo de cambio. Esa presión proviene de la falta de competitividad sistémica del capital en el territorio nacional. A pesar de la pauperización de la fuerza de trabajo en el país (con niveles de pobreza superiores al 25% y más de ¾ de los hogares con ingresos por debajo de la canasta familiar), los bajos niveles de inversión en comparación a las tasas de ganancia del gran capital, y por ende la baja productividad relativa, crean una situación de tendencia permanente a la crisis cambiaria. La falta de "competitividad" aparece cíclicamente bajo la forma de dificultades para sostener la rentabilidad del capital en una economía abierta y, consecuentemente, se manifiesta bajo la modalidad de una presión sobre el dólar.
Por ello, nuevamente, los sectores más concentrados de la industria (Unión Industrial Argentina) aprovechan la crisis mundial para exigir la devaluación del peso, es decir para rebajar los salarios nuevamente. Por ello, también, los sectores de la agroindustria vuelven a la carga con la propuesta de eliminación lisa y llana de las retenciones a las exportaciones.
Por su parte, los sectores más acomodados de la población (capitalistas, los asalariados en función capitalista y los rentistas) ya han comenzado a moderar sus gastos suntuarios. Dado que sus gastos representan la mitad del consumo global, y en particular una porción muy significativa de la demanda de medios de consumo “durable” (autos, electrodomésticos) e inmuebles, la crisis global puede traducirse a corto plazo en una desaceleración persistente de la economía local.
Además, mientras en un marco fuertemente expansivo desde el gobierno se pudieron mantener determinados consensos sobre la base de la expansión del empleo (en su mayor parte precario) y la suba de salarios, ya hace dos años que estos último no crecen por encima de la inflación real. Si la crisis se acentúa, la tasa de creación de puestos de trabajo caerá de la mano con la caída en el crecimiento económico. Si no se crean más de 300 puestos de trabajo al año (y no se crearán si la economía no crece por encima del 4% anual) el desempleo comenzará a subir nuevamente.
Esto junto a la potencial desvalorización del peso (ya iniciada, aunque de manera incipiente) pueden reactivar la conflictividad social, más allá de los intentos de la CGT, la UIA y el gobierno de apuntalar un Pacto Social que “congele la lucha de clases” hasta después de las elecciones de 2009.
Mariano Féliz para Prensa De Frente -
*Investigador CONICET, Docente UNLP, Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social (CECSO). Militante del Frente Popular Darío Santillán.
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