martes, 24 de julio de 2007
La experiencia socialista de la URSS.
Fernando Hugo Azcurra
La unidad originaria entre trabajadores y medios de producción
Cuando examinamos desde el nivel económico más general la experiencia social de lo ocurrido en Rusia, estremece comprobar la similitud entre la forma socialista adoptada por la URSS con la correspondiente al capitalismo y a sus rasgos distintivo: a) relación entre trabajadores no propietarios con propietarios no-trabajadores (similitud), b) los capitalistas expropiados y un solo capital en el Estado-Partido (diferencia). Al mismo tiempo cabe señalar que no se hubo superado la subordinación y sometimiento del trabajo al capital. Pero aludir así a la situación de lo hecho en la URSS no es otra cosa sino plantear que la unidad originaria entre los trabajadores y la propiedad de los medios de producción, rota por las sociedades de clase y, en particular, renovada en su forma por el capitalismo, ni siquiera hubo de ser encarada como una tarea práctica de política y estrategia de clase de primer orden, y al mismo tiempo como un medio de carácter económico para superar el atraso desde el cual partió la URSS. Dicho de otro modo, bajo la conducción de Stalin, la ruptura de la unidad originaria entre trabajadores y sus condiciones objetivas de producción y autosustento no se produjo ni figuró jamás entre los objetivos a lograr a corto plazo histórico como un ejemplo de la nueva sociedad superadora del capitalismo. (En el cap. 2 de “Imperialismo y Socialismo” hubimos de anticipar algunos conceptos que aquí tratamos)
Ahora bien, esta “unidad originaria” es aquella que corresponde a los trabajadores como dueños de sus condiciones objetivas de producción y sustento, ya que ellos mismos constituyen las condiciones subjetivas; unidad, pues, de los medios, los instrumentos y de los resultados de tal proceso. Unidad que excluye el trabajar para otro en condiciones de subordinación por el procedimiento de la coacción tanto extraeconómica (esclavismo, servidumbre) como económica (trabajado asalariado). Esta autonomización asociada de trabajo, propiedad y producción no es sino la de dueños o propietarios de sus propias condiciones de producción y reproducción que, históricamente pueden ejemplificarse en el comunismo natural o comunidad “asiática” y en el trabajo del campesinado agrícola incluyendo en esta forma la artesanía o industria doméstica.
Marx afirma (“Teorías sobre el Plusvalor”, FCE. 14, p. 375) “Ambas son formas infantiles y poco adecuadas para que el trabajo se desarrolle como trabajo social y se desarrolle, con él, su productividad”. La forma de desarrollo social del trabajo y de su mayor productividad es la que corresponde al modo de producción por el capital y a su contraposición específica: el trabajo asalariado. Ahora bien, esta forma social significa una ruptura profunda entre el trabajo y la propiedad sobre las condiciones de producción, es la ruptura de aquella unidad originaria. Quizás la ruptura más profunda es la del trabajo esclavo ya que en esta modalidad el propio trabajador es concebido como una “cosa” más integrante de las condiciones objetivas.
El capital reproduce y perpetúa aquella ruptura pero bajo sus propias características económicas e históricas, porque, en definitiva, cualesquiera sean las formas sociales del proceso de producción, los protagonistas decisivos son siempre los trabajadores, los medios de producción y la relación jurídica que mantienen con éstos, ya que esto último decide sobre la propiedad de sus resultados (productos). Las formas específicas en la que se combinan trabajadores, medios de producción y la relación jurídica a que da lugar, diferencia las formas económicas de la estructura social. Volver a recuperar aquella unidad originaria de la producción, como es evidente, sólo puede hacerse sobre la base técnica y científica alcanzada por el modo capitalista de producción, la que sólo es posible de ser restaurada por medio de los procesos de cambio social que ya está experimentando la sociedad burguesa y el capital, la solución es, finalmente, de carácter político práctico y no evolutivo-económico. Cuando, como sucede en la realidad socio-política actual, los cambios hacia el socialismo se inician en sociedades atrasadas, el logro de construir tal base es un objetivo político y económico de primer orden. Pero también se vuelve imperativo por medio de qué nuevas relaciones de producción y propiedad se llevará a cabo tal objetivo.
¿Por qué es tan importante señalar la necesidad de la supresión de esta ruptura de la unidad y de su forma social antagónica? Lo es ya que lo que se juega consiste en el comienzo de la superación de las sociedades de clase milenariamente existentes. Y además porque fuera de los trabajadores asalariados, por debajo de ellos si se quiere, no existe otra clase explotada y que, en potencia, haya de ocupar el lugar de aquellos quienes, a su vez, ocuparían el lugar de clase explotadora. Esto sería un sin sentido social y económico que no encuentra sustento en el proceso real de las sociedades de clase y en particular en la sociedad burguesa. Esta extinción de las clases por medio de la liberación de la clase explotada es la eliminación de ella misma y de toda diferenciación de clase, es por ello mismo la construcción de otras relaciones sociales y productivas, es la erección de otra sociedad.
Por esta razón no atacar el centro vital de la estructura de clases es continuar manteniéndola, es continuar repitiendo las mismas relaciones y las leyes de su funcionamiento. Fue esto lo que se pudo encontrar en la URSS (e incluso diríamos en toda experiencia de cambio profundo que no acometa como objetivo político superar este divorcio social y productivo). La fuerza de trabajo de los trabajadores continuó siendo una mercancía en la URSS por cuyo uso se pagaba un salario a cargo del Estado-partido y los medios de producción se situaban lejos y por encima de ellos, ajenos a ellos. Las condiciones subjetivas de la producción y las condiciones objetivas no se reunieron, reiterando con ello las bases sociales de una producción clasista.
Pero veamos de más cerca esta relación entre trabajadores no-propietarios quienes venden el uso de su fuerza de trabajo, y Estado propietario que usa tal fuerza.
La relación económica de los trabajadores y el Estado socialista
Las características típicas de la relación entre trabajador asalariado y las empresas bajo el socialismo realmente existente pueden resumirse de la siguiente manera:
-el trabajador es considerado como “libre”, sin ataduras personales ni de subordinación social de ningún tipo;
-el trabajador vende el uso de Ft por tiempo, día, semana, mes, etc. y el Estado la usa productivamente;
-el trabajador acepta las condiciones establecidas por las empresas del Estado para el uso de Ft; en rigor éstas están ya establecidas para toda la clase dado que se concebía al Estado como la clase misma en el poder;
-el trabajador no vende mercancías ya que no es un productor dueño de sus condiciones objetivas de producción. No trabaja para sí sino para otro.
-el trabajador recibe un W por su trabajo;
-el trabajador produce mercancías y valor por encima de las necesidades de su reproducción y, por tanto, es generador de un excedente;
-el trabajador no es dueño de los medios de producción por lo que tampoco es dueño de los resultados del proceso productivo (masa de mercancías), aun cuando formalmente se sostuviera que la propiedad estatal era la forma colectiva de propiedad;
-el trabajador en estas condiciones reproduce materialmente y en valor su fuerza de trabajo;
-el trabajador tampoco es dueño del excedente;
La relación económica específica entre trabajadores y capitalistas
Examinemos ahora la condición estructural de la relación productiva entre el trabajador “libre” y la posición del propietario de los medios de producción bajo la forma productiva y social capitalista. Es esta una relación de producción resultado de toda una larga etapa histórica de luchas, robos, confiscaciones, etc. (acumulación originaria) para subordinar a los trabajadores al capital, que se va gestando en el seno de la sociedad feudal. El capital, primero se monta formalmente en los modos existentes de trabajo y producción y las va socavando; luego, poco a poco, se vuelve realmente dominante con su propia técnica y bajo el comando directo del capitalista. Se constituye el modo específicamente capitalista de producción.
Que el trabajador sea “libre” significa que es propietario de su fuerza de trabajo, y lo es en tanto diferenciación de las formas de producción anteriores conocidas, las de trabajo esclavo y trabajo servil. Bajo el capitalismo ya no existen aquellas formas de subordinación personal en las relaciones de producción en las que el trabajador carece de entidad autónoma como sujeto de contrato por tanto como ente de juridicidad. Si éstas fueran las condiciones entonces no habría posibilidad alguna de relaciones capitalistas. El capital exige la contraposición de trabajadores que se presenten como “dueños” de lo que venden, no sea que alguien pudiera reclamar para sí la propiedad de aquellos e impidan la formalización contractual.
Los trabajadores, entonces, se ven obligados a “ofrecer” a las empresas sus capacidades productivas para poder sostenerse como individuos y como clase, funciona la coacción económica. A los trabajadores en esta transacción mercantil les interesa: primero vender para comprar, esto es, vender el uso de su fuerza de trabajo (mercancía), percibir un salario (dinero) para luego con él adquirir los productos para su consumo (mercancía). El circuito es pues mercancía-dinero-mercancía. Esto señala la segunda circunstancia: los trabajadores necesitan acceder a los valores de uso mercantiles sin los cuales no podrían subsistir ni ellos ni su familia.
El interés de los empresarios capitalistas es comprar para vender. Compran con dinero (en realidad invierten) medios de producción y el uso de la fuerza de trabajo; reúne a ambos en el proceso de producción mediante el cual obtiene una masa de mercancías valorizadas que venden recuperando la inversión acrecentada en un plus o excedente. El circuito es dinero-mercancía-dinero. Al empresariado capitalista lo motiva el valor de cambio y no el valor de uso, le importa recuperar el dinero invertido incrementado y así proseguir en períodos subsiguientes. Entre ambas clases sociales las transacciones se realizan mediante dinero y mercancía y, sin embargo, las posiciones que ambas categorías ocupan en la relación no son simétricas. Los trabajadores participan en el movimiento mercantil simple, en tanto los empresarios hacen actuar al dinero como capital y es éste el movimiento vital para ellos.
Ahora bien, la forma particular del cambio entre trabajadores y capitalistas, no entre “trabajo” y “capital”, objetiva una diferenttia specifica respecto del trueque y del cambio entre mercancía por dinero: en principio se trata de una relación monetaria o económica, o sea no de subordinación personal como en las formas históricas anteriores y, en segundo lugar el dinero bajo la forma del pago salarial adquiere el derecho de uso por parte de los empresarios sobre el trabajo vivo y la jornada laboral de los trabajadores.
Esta particular relación se compone de dos momentos o procesos claramente diferenciados: el momento formal y el momento real, que el capital y la economía burguesa no distinguen, y que en realidad son dos tipos de cambio entre trabajadores y capitalistas. El primer momento expresa la relación contractual: compra de la fuerza de trabajo; el segundo se refiere al trabajo en proceso, a la actividad misma de producción y por este medio la transformación inmediata del trabajo vivo en generadora de capital, es su objetivación como realización del capital que produce capital por medio de la explotación económica de los trabajadores.
El momento formal se da, pues, como compraventa de la fuerza de trabajo, por tanto se desenvuelve como cambio en el ámbito de la circulación entre dinero y mercancía, se presenta como una transacción común entre partes, una de las cuales vende y la otra compra, surge o se da una relación jurídica contractual entre “iguales” en un mercado particular en la que, por hipótesis, se decide sobre salarios, jornada laboral y otras condiciones. De manera que, a esta altura, lo que debe destacarse es que: a) no se trata de un cambio de mercancías, el trabajador NO le vende mercancías al empresario, por tanto, b) los trabajadores venden el uso de una capacidad y no una “cosa” mercantil; c) los empresarios se comprometen al pago por el uso de la fuerza de trabajo, que es en potencia dado que aún no la utilizan, d) el dinero hasta aquí funciona idealmente como medio de compra ya que los empresarios pagarán luego de usarla durante el lapso estipulado días, semana, mes, etc. En este momento formal no aparece excedente alguno.
En el momento real se da el consumo efectivo (es el “uso”) de la fuerza de trabajo por parte de quien la ha comprado: es el momento en el ámbito de la producción. En este momento no hay cambio en el sentido formal, sino un “perfeccionamiento” del contrato del momento anterior: el propietario dinerario y de los medios de producción ya no es comprador y el trabajador no vende mercancía alguna. Son características de este momento: a) el trabajador ha quedado realmente subordinado a los capitalistas; b) el proceso de trabajo es dirigido y controlado por el capitalista que es quien toma las decisiones y dicta las órdenes; c) El propietario “usa” lo que ha comprado, esto es el valor de uso de la fuerza de trabajo, y el trabajador se la entrega del único modo que puede y debe hacerlo: trabajando. d) El trabajador materializa ahora valor en la masa de mercancías correspondiente a la jornada laboral pactada; e) aquí es cuando aparece la diferenttia specifica del intercambio entre trabajadores y empresarios capitalistas: el trabajador produce al trabajar durante la jornada laboral, más valor de lo que ella le cuesta al empresario; f) el dinero, respecto del trabajador, funciona ahora realmente como medio de pago.
Ahora bien, el trabajador no trabaja hasta reproducir sólo el valor de su fuerza de trabajo sino que debe seguir trabajando todo el tiempo de la jornada laboral que es más extensa. Pues bien, este hecho marca indeleblemente que el valor de uso de la fuerza de trabajo es en sí mismo el fundamento del valor de cambio, ésta es la razón por la cual es su uso el que crea un valor de cambio de magnitud mayor que el que ella misma contiene. ¡Este es el secreto de la voracidad capitalista en cuanto al trabajo y la extensión de la jornada laboral! Vemos que la clave de la explotación del trabajo por el capital está en el momento de la producción y no en el de la circulación, en esta última los intercambios son de carácter equivalente, en la otra se produce más de lo que el capitalista ha invertido, es otra manera de decir que el cambio entre trabajo vivo y trabajo materializado es desigual siendo ésta es la fuente del excedente. El pago del salario a posteriori de su consumo, digamos en la quincena o al mes, oculta esta situación y da la apariencia que el salario es el pago “justo” por toda la jornada de trabajo. El momento formal se superpone al real y se muestra como el único intercambio; el cambio real entre trabajo vivo y objetivado queda subsumido en aquél como cumplimiento “equitativo” del contrato por parte del trabajador.
La especificidad del socialismo realmente existente
Pues bien, todas estas singularidades que caracterizan con precisión la explotación de la fuerza de trabajo por el capital y por tanto la subordinación del trabajador a los capitalistas, si las analizamos con atención, son claramente similares a lo que sucedía con la clase trabajadora bajo la URSS. Se estructuró y subsistió la separación entre las condiciones subjetivas y objetivas bajo una nueva modalidad: la de la concentración, no sólo en un polo, sino en un único propietario de las condiciones objetivas que repetían su condición de capital aunque ya no hubiera capitalistas; podría pensarse en que el proceso de “colectivización” del agro (década del 30) desmentiría esto pero sin embargo este proceso no fue otra cosa que una gigantesca y acelerada “expropiación” del campesinado ruso, lo que dio lugar a que formalmente existiera la propiedad cooperativa, pero realmente estaba atada y subordinada a la dirección y los planes del partido-Estado. Y fue esta peculiar forma social de producción la que constituiría la base de los acontecimientos histórico-políticos de la década del 90 en la URSS y en los países europeos socialistas.
Esta monopolización de los medios de producción en el Estado como único capitalista en un polo, determinó la continuación de la expropiación de los trabajadores y el mantenimiento de la relación de trabajo asalariada como el otro polo de una contraposición antagónica. Podría hasta pensarse que en realidad lo que la URSS y los países socialistas europeos constituían eran una variante o modalidad socio-económica “asiática” de producción con industrias y producción masiva de mercancías, pero nunca que fuera un capitalismo de Estado. En esta variante del modo capitalista de producción se parte de la existencia de propietarios capitalistas y de relaciones de intercambio y acumulación; requiere la libertad del capital y del trabajo en condiciones de libertad de intercambio, de libertad y movilidad del capital sobre todo, sólo que estas fuerzas están subordinadas a la acción económica del Estado. Capitalismo de Estado (¡y financiero!) es el actual de la sociedad burguesa, con la producción socializada enormemente extendida, con su regulación de mercados, con el control de la circulación monetaria, con la implementación de los estabilizadores automáticos (seguro de desocupación, pensiones, jubilaciones, salarios mínimos, etc.).
Hay que decir, sin embargo, que esta figura (capitalismo de Estado) no es exclusivamente característica del modo capitalista de producción; bien puede ser una figura socio-productiva de transición entre un sistema y otro, dependiendo de hacia dónde se dirija, si a estabilizar el capitalismo o a abrir paso a una forma socialista, o sea en manos de qué clase esté el poder estatal. ¡Y es así! Después de la etapa del comunismo de guerra en Rusia, Lenín abogó incansablemente ante el partido sobre la necesidad de pasar por una etapa de tal naturaleza como medio de reactivar la economía postrada de Rusia por esa época y al mismo tiempo como forma de sostener las fuerzas principales de la Revolución: al proletariado en unión con el campesinado, que necesitaban paz, pan y trabajo. Era un procedimiento de consolidar el poder proletario del Estado. Se puede apreciar que esto es muy diferente de lo que acontecería a partir de los años 30, y más aún de lo que ya se había estructurado en los años 50.
Es preciso subrayar que esta figura de polos de concentración social es también similar a la que se observa hoy bajo el capitalismo monopolista financiero, que manifiesta, como ya vimos, una tendencia a la concentración única del capital en manos de los capitalistas financieros y opuestos a la masa de trabajadores asalariados. El capital financiero como representante del capital en su conjunto y su cada vez más ostensible concentración y eliminación de rivalidades tiende a parecerse a lo que se produjo en la URSS: un capital único, pero en el que, dentro de su propio seno, surgen fuerzas que le exigen desandar tal camino y volver a recrear las condiciones de la competencia, si no de la etapa primaria como multiplicidad de oferentes y demandante, al menos como monopolios que rivalizan. La competencia es la multiplicidad de los capitalistas, es la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale decir, es el comportamiento del capital en cuanto capital. El proceso de producción fundado en el capital despliega la competencia como su ley interna y es la condición de su desarrollo como modo de producción que transforma las fuerzas productivas en propiedad del capital. La competencia es la naturaleza interna del capital, es su determinación esencial que se presenta y se realiza como acción recíproca de la diversidad de capitales entre sí (aun en las condiciones monopolistas como competencia monopolista)
Marx dice “…que es la tendencia interna puesta como necesidad exterior. El Capital existe y sólo puede existir como muchos capitales, por tanto su autodeterminación se presenta como acción recíproca de los mismos entre sí” (K. Marx “Grundrisse” 1972, II, siglo XXI p. 167). La competencia es de modo general, la forma en que los capitalistas hacen que predomine su modo de producción. Por esta razón la burguesía y sus acólitos reaccionan siempre con virulencia contra todo lo que se oponga a aquella y buscan “volver sobre sus pasos” históricos: las guerras productivas y comerciales la fuerza a “concentrarse” y “centralizarse”, a acelerar el proceso de acumulación y arruinar a los competidores sea quitándolos de los mercados sea absorbiéndolos, y como reacción a esta situación exige la “eliminación” de ese momento real por otro de restauración de aquellas antiguas condiciones que ya no pueden volver nunca más pero en las que piensan como un “paraíso perdido” del capital. Su comportamiento de clase se da entre ciclos de euforia concentradora y ciclos de reclamos desconcentradores. Ambos momentos son actuantes pero opuestos y generadores de inestabilidades económicas y políticas. Pero el capital monopolista financiero es la realidad más profunda de su existencia actual y el capital no puede avanzar yendo hacia el capitalismo liberal.
De modo que el capital no sólo no puede pensarse como un capital, sino que es completamente improbable que pueda darse en la realidad como una nueva fase del propio modo capitalista de producción. La URSS ejemplificaría esta dramática verdad:
El capital único estatal poseía el modo de explotación del capital pero sin capitalistas, bajo un modo de producción que no le era propio por lo cual generó un antagonismo social que debía resolverse. Tanto en el caso del monopolismo financiero cuanto del social-estatismo esta contradicción impele a sus clases sociales a una resolución. En el primer caso, monopolismo, Estado, capital financiero, llegado a este cenit lo lleva al borde de una resolución política de carácter completamente opuesto a la concentración monopólica: las fuerzas productivas apremian hacia el cambio de relaciones de producción por caminos asociados o cooperativos. Pero esta solución sólo es posible que se verifique en la realidad como cambios políticos transformados en objetivo conciente de los trabajadores. De lo contrario, en manos de la propia burguesía monopolista financiera la salida será a la burguesa y por ello se convertirá en políticas desesperadas y peligrosas de volver hacia atrás a “recrear” las condiciones de la “sana” economía de la inversión y de la competencia.
En el segundo caso, el de la URSS y el ex - campo socialista, se presentó parecida encrucijada socio-económica a tenor de las relaciones establecidas. A partir de la expropiación de los capitalistas como paso ineludible y necesario, la continuidad en la solución de la encrucijada y su antagonismo consistía en una solución positiva: la creación de relaciones asociadas de producción tales como empresas de propiedad cooperativa y/o empresas de propiedad estatales con gestión autónoma de los trabajadores y políticamente bajo su conducción y dirección como dominadores del Estado y de la sociedad; o bien al no avanzar hacia esa nuevas formas, la propia necesidad intrínseca del capital único le impondría volver a “recrear” las condiciones de la multiplicidad de capitalistas por un lado y mantener la multiplicidad de trabajadores por el otro, reestableciendo el momento jurídico formal del intercambio y la explotación del trabajo, por tanto, hacer estallar hacia atrás tal sistema y poniendo a capitalistas y trabajadores como propietarios “iguales”.
Las discusiones, debates, escritos, etc. a partir de la década del 50 respecto de las categorías económicas y su predominio en el “socialismo real”, el funcionamiento de la “ley” del valor, el papel de los precios, la decisiones de inversión rígidamente centralizadas, la cuestión de la rentabilidad de las empresas, los argumentos sobre la necesidad de un “socialismo de mercado”, etc. pusieron el centro del dilema en las relaciones “mercantiles” y de capital, con lo cual por medio de ellos “hablaba” el Capital y la necesidad de ponerse él como “libre”, móvil, sin obstáculos, y no a los trabajadores como la clave política para la solución socio-económica.¿Qué o quién decidiría este antagonismo? Pues la relación de fuerzas de los antagonistas: los capitalistas ocultos, camuflados, como burocracia ortodoxa partidaria-estatal y los trabajadores, sin fuerza teórica, política y/o sindical para comprender la situación y lo imperioso de luchar por dar un vuelco hacia la izquierda no hacia el capitalismo, o sea construir la salida hacia adelante. Lo que ocurrió fue la salida hacia atrás mediante un gigantesca revolución anticomunista dirigida por los, hasta horas antes, “comunistas fanáticos” que, tal como se evidenció ni eran comunistas ni tampoco eran fanáticos defensores de los trabajadores. Ahí están hoy en la Rusia burguesa ¡exactamente los mismos que constituían la “nomenclatura” y no otros que fueran opositores y “revolucionarios”!
De manera que bajo el caso del monopolismo financiero si no se pugna por un cambio hacia delante derrocando al capital, éste retrocederá y lo hará de cualquier forma, se anunciará así un futuro ominoso: una especie de putrefacción histórico-económica; y en el segundo caso en toda experiencia socialista que avance desde aquel primer paso (expropiación de los capitalistas) sin dar el paso hacia el modo de producción asociado estará acechado por la reacción y la vuelta hacia atrás.
El modo producción asociado
Es posible apreciar, pues, la importancia de abordar la superación de aquella separación con un programa no sólo económico sino y, fundamentalmente, estratégico político. Y aquí se muestra como crucial y notable abordar la cuestión de las formas de propiedad colectiva o el “modo de producción asociado” en su forma específicamente cooperativa, porque en su seno se suprime el antagonismo entre capital y trabajo aun cuando, como no puede ser de otro modo, esta forma productiva deberá transcurrir entre dificultades y conflictos de toda índole. Las formas asociadas o cooperativas deben considerarse, entonces, teóricamente y prácticamente como la modalidad de transición hacia aquél modo asociado de producción y camino seguro de derrocamiento del capitalismo en cualquiera de sus etapas y formas de desarrollo. No es casual que tanto la sociedad burguesa cuanto la burocracia de la ex - URSS vieran en esta forma cooperativa un enemigo a combatir sin cuartel.
No hay que olvidar que, curiosamente, el pensamiento de V.I. Lenín a este respecto fue silenciado a lo largo de toda la vida de la URSS. Lenín tuvo en cuenta esta modalidad de transición y reflexionó sobre ella ya desde la Nueva Política Económica e insistirá siempre en su importancia para la construcción socialista hasta sus últimos días de lucidez, veamos sólo un ejemplo: “… siendo la clase obrera dueña del poder del Estado y perteneciendo a este poder estatal todos los medios de producción, en realidad sólo nos queda la tarea de organizar a la población en cooperativas. Consiguiendo la máxima organización de los trabajadores en cooperativas, llega por sí mismo a su objetivo aquel socialismo que antes despertaba burlas justificadas, sonrisas y una actitud de desprecio por parte de quienes estaban convencidos, y con razón, de la necesidad de la lucha de clases, de lucha por el poder político, etc…debemos comprender …que el régimen social al que en el presente debemos prestar un apoyo extraordinario es el régimen cooperativo” (V.I.Lenín, “Obras escogidas”, Editorial Progreso, Moscú, tomo 3, pp.808-810, “Sobre la cooperación”). Véanse además “Nuestra revolución”; “Cómo reorganizar la inspección obrera y campesina” y “más vale poco pero bueno”, que constituyen parte de los últimos escritos. No construir este camino, no superar aquella separación llevó a la restauración capitalista, y hasta podríamos decir que volverá a suceder si no se comprenden la importancia y profundidad teórico-práctica de clase de esta solución.
Podrá parecer a esta altura del desarrollo de los acontecimientos políticos y económicos mundiales algo así como una apelación al lirismo o a una utopía ingenua y extravagante. Pero veamos esta vía cooperativa, colectiva o asociada. Si los trabajadores son dueños de sus condiciones objetivas de producción y, bajo formas cooperativas en empresas (el tamaño de las mismas no altera la situación) intercambiarán sus propios productos. Eliminados los capitalistas y la propiedad privada de los medios de producción, la relación productiva asociada significa que: a) los trabajadores no son ya asalariados; b) los medios de producción cesan de ser capital, dominadores y opuestos a los trabajadores, c) los resultados del proceso productivo ya no son mercancías productos del capital, es decir que dejan de ser mercancías capitalistas; d) el plustrabajo ya no adopta la forma de la ganancia del capital. Los intercambios, pues, ya no serán entre capitalistas entre sí y entre éstos y los trabajadores, con la finalidad de la ganancia.
Para cada empresa podrá ocurrir, entonces, que sus trabajadores deberán reponer en los productos producidos: 1º) el costo de los medios de producción como amortización por el uso de la maquinaria, equipo, etc. de acuerdo a la relación valor/vida útil; 2º) crearán un nuevo valor consistente en la magnitud de su remuneración (ya no salario) + el excedente (ya no ganancia capitalista), pero que les pertenece a ellos mismos como dueños colectivos de los medios de producción, dueños por tanto de los resultados del proceso de producción. Y estos intercambios se darán con empresas del Estado y, si los hubiere, con trabajadores independientes, todo en una red de vinculación mercantil no capitalista. Y esto no es para nada impensable ¡es lo que la experiencia capitalista más desarrollada está ya mostrando hasta el hartazgo! ¡sólo que bajo la forma que le es propia: la del dominio del capital! Elimínese al capitalista ¿y qué queda? No otra cosa que la producción y gestión por parte de la masa de trabajadores con una socialización y tecnología de las más avanzadas, pero con una apropiación en adelante colectiva.
Para concluir digamos que las formas cooperativas o asociadas + poder estatal en manos de trabajadores + formas de propiedad privada personal, tienen en definitiva que constituir la clave de la sociedad socialista y objetivo que no deben ni pueden faltar en las metas y programas de cualquier partido de los trabajadores que se proponga como finalidad superar al capitalismo. Si los trabajadores no se sienten “dueños” de los Mp. si sólo se los tiene por tal en la “representación” partidaria o estatal pero no en los hechos cotidianos no habrá salida real, superadora y el capitalismo tardará mucho más en desaparecer. ¡Propiedad colectiva de los Mp! es el grito de guerra actual ¡Estado de los trabajadores! es el fantasma ominoso de la sociedad burguesa. ¡El socialismo, aún como tránsito histórico, es el gobierno de los trabajadores, por los trabajadores y para los trabajadores! No somos anarquistas no sostenemos éstas consignas como la arenga y la actividad de “la” multitud en la cual cualquier grupo político o de trabajadores pueden hacer lo que les venga en gana ¡No! Será imperativo atender al problema mayúsculo que impondrá a los trabajadores la relación concreta del funcionamiento de la autonomía cooperativa ajustándolo con los fines social generales por medio de la planificación establecida por parte del Estado, y sobre cuyas específicas modalidades todo lo que pueda decirse hoy es irrelevante ya que dependerá siempre de las relaciones de fuerza de las clases involucradas, el estado de las fuerzas productivas, la madurez de los trabajadores y la organización que tengan o de la que carezcan, etc. etc.
Los trabajadores, pues, tendrán que volver a rescatar sus objetivos y sus formas políticas orgánicas para cumplir con aquéllos objetivos; con el poder del Estado en sus manos administrar la libertad y democracia para el pueblo ¡no para los propietarios, no para los burgueses y sus aliados! ¡Sí para los trabajadores asalariados! ¡Sí para los trabajadores que con estos cambios no sólo sellan definitivamente “el derrumbe de las murallas del pasado” sino que abren las “puertas de la historia” en el advenimiento de su propia desaparición como clase!
* Fernando Hugo Azcurra. Economista.
Realizó estudios de postgrado en Historia económica en la facultad de ciencias económicas de la Universidad Nac. de Buenos Aires (UBA)
Se desempeñó como profesor en las facultades de Ciencias Económicas y de Filosofía y Letras de la UBA.
En la actualidad se desempeña como profesor de Historia Económica en el CBC de la UBA.
Ha sido profesor de macroeconomía de la Universidad del Salvador.
Se desempeña como profesor de Historia Económica de la Universidad de Lomas de Zamora.
Profesor de Economía I y Economía II de la Universidad de Luján.
Ha dictado diversos cursos de postgrados. Actualmente está dictando un taller de postgrado sobre Marx y Sraffa en la Univ. De Luján.
Es autor de "Democracia y proceso socialista en Argentina" (1985); "La nueva alianza burguesa en Argentina" (1987); Empresas del Estado y economía en Argentina" (1989); "Marx y la teoría subjetiva del valor" (1993); "Fundamentos de macroeconomía" (2003) y "Capital y excedente" en colaboración con Alejandro Fiorito (2005) y "Teoría macroeconómica" (2006).-
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