lunes, 16 de julio de 2007

7 y 8 de julio de 1975: Una huelga general de masas que conmovió al país



Facundo Aguirre y Ruth Werner


El 4 de Junio de 1975 Celestino Rodrigo, Ministro de Economía, anuncia un paquete de medidas que trascendería bajo el célebre apodo de “Rodrigazo”. Se termina así con el “Pacto Social” que desde 1973 regía la relación entre los patrones, el Estado y los trabajadores. La nueva orientación económica beneficiaba al capital local y financiero más concentrado, excluyendo la concertación con las masas, una política de shock para revertir la crisis económica y permitir una nueva fase de acumulación capitalista lanzando un brutal ataque contra el nivel de vida de los trabajadores. Isabel Perón y López Rega pretendían ganar apoyo burgués e imperialista para fortalecer al gobierno como instrumento de restauración del orden en las fábricas y liquidar a la extendida vanguardia obrera y popular.

Entre las medidas del “Rodrigazo” se encuentra una devaluación del peso con relación al dólar que oscila entre el 80 y el 160% y un aumento sideral de los precios que en algunos casos llega al 180% como en las naftas o el 75% en las tarifas de colectivos. Otra medida que exacerbará el ánimo obrero y predispuso a los sindicatos dirigidos por la burocracia peronista contra el plan fue el anuncio del congelamiento de las paritarias y el establecimiento de los topes salariales.

La respuesta obrera: la gestación de la huelga general

La respuesta de los trabajadores no se hizo esperar y corrió por cuenta de la base obrera y el activismo que le fue imponiendo a la burocracia y a los sindicatos una huelga general que obligará a López Rega a huir del país y a Rodrigo a renunciar sin pena ni gloria.

La punta del conflicto fue la IKA Renault de Córdoba donde el 2 de junio los obreros en asamblea deciden contestar a los todavía rumores sobre el plan económico con un abandono de tareas. El ejemplo ganará a las fábricas del interior del país –esencialmente Córdoba y Santa Fe- y del Gran Buenos Aires. Pese a las derrotas previas sufridas por las vanguardias que venían del Cordobazo, del primer clasismo (Sitrac - Sitram), de Luz y Fuerza Córdoba (Agustín Tosco), del SMATA Córdoba (René Salamanca) y de la combativa UOM Villa Constitución (Alberto Piccinini), la clase obrera de Córdoba, Santa Fe y Mendoza jugará un papel de primer orden en los acontecimientos.

Las medidas de lucha se multiplican y se imponen paros por gremios a escala provincial que en algunos casos toman el carácter de paros regionales. El movimiento se va extendiendo a nivel nacional y el enfrentamiento con la burocracia cobra presión. En la zona norte del Gran Buenos Aires –donde se distinguen por su combatividad los obreros de las automotrices y de los Astilleros de Tigre y San Fernando- se inicia en dos oportunidades la marcha hacia la Capital, intentando llegar a las sedes del SMATA y de la UOM para demandar directamente a los dirigentes. En el primer caso, el intento es liderado por los obreros de la Ford y de astilleros Astarsa, en el segundo por los trabajadores de General Motors. Se producen además ocupaciones de fábrica en la misma Astarsa, y -en Córdoba- Grandes Motores Diesel.

La burocracia sindical –encabezada por Lorenzo Miguel- se ve obligada a cambiar su actitud y exige a Isabel la homologación de los convenios.

Para ello convoca para el 27 de junio a una jornada contra el plan Rodrigo, en apoyo a la Presidente y por la rápida homologación. Sin embargo, por presión de la base se convierte en un virtual paro general y más de 100.000 personas se reúnen en Plaza de Mayo reclamando la renuncia de Rodrigo y López Rega. Por primera vez en toda su historia la clase trabajadora levantará demandas políticas enfrentando al gobierno peronista.

La huelga general política

El 28 de junio Isabel anuncia su negativa a homologar los convenios. El Ministro de Trabajo, Ricardo Otero renuncia. La burocracia quedará enfrentada –a su pesar- al gobierno aunque no toma medidas para ahondar el enfrentamiento. La actitud de los dirigentes es de prescindencia, Casildo Herrera (Secretario General de la CGT) y Lorenzo Miguel (UOM) se van a Ginebra al Congreso de la OIT, de donde regresarán recién el 1º de julio.

Mientras tanto, las movilizaciones obreras espontáneas se extienden en todo el país y tiene lugar una huelga general de hecho. Surgen las coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires que organizarán la mayoría de las movilizaciones, las asambleas y los paros en este corazón del proletariado industrial.

En el interior, no son pocos los casos donde se sobrepasa a la burocracia. En Rosario manifiestan los metalúrgicos hacia la sede UOM, y se ocupa posteriormente la CGT Regional. Lo mismo sucede en Santa Fe. Se paralizarán prácticamente todas las fábricas en Rosario y Córdoba. Desde la zona norte del Gran Buenos Aires se discute organizarse e ir a Plaza de Mayo. Al edificio histórico de la CGT nacional en Azopardo llegan manifestaciones obreras con la consigna “14.250 o paro nacional”, en las que se grita contra López Rega e Isabel, exigiendo sus respectivas renuncias.

En La Plata se decide interrumpir las tareas en la industria y marchar hacia la sede central de la CGT donde se producirán enfrentamientos violentos con la burocracia y la policía que la defiende.

En Capital, los bancarios -y la mayoría de las fábricas- detienen las actividades, mientras columnas obreras se encaminan a la sede de la CGT. Las regionales de la CGT de Córdoba, Mendoza, Rosario, Santa Fe, San Nicolás, La Plata, Ensenada y Berisso y la UOM Rosario, se ven obligadas a llamar al paro, junto a fábricas de Capital y Gran Buenos Aires, fundamentalmente las metalúrgicas, textiles y mecánicas.

Jaqueada por el desafío del gobierno y la movilización de las bases, la CGT llama a un paro de 48 hs. para el 7 y 8 de julio. Por primera vez un gobierno peronista debe soportar una medida de fuerza de estas características. El paro es completo y antes de que la medida finalice, el gobierno cede y da la homologación. Así lo sintetiza un protagonista: “…el 7 y 8 de julio, en mi vida vi una cosa así. Las radios no tenían programa, cada tanto un locutor que decía: la sociedad argentina de locutores se adhiere a la huelga general. No había nada. No te enterabas de nada. Sabías que había huelga nada más.”1

Un doble poder fabril

Durante las jornadas de junio y julio surgirán las coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires, organizaciones obreras democráticas y articuladas desde la base, integradas por los dirigentes y activistas más reconocidos y combativos de distintas fábricas. Desde allí partirán los piquetes para extender el movimiento y consolidar la nueva organización que se está gestando. Serán las asambleas de fábrica donde actúan las coordinadoras las que marcarán en gran parte el ritmo de los acontecimientos. Así reflejó la prensa la situación “La actividad gremial pareció desplazarse por momentos a las fábricas... Hubo asambleas en las plantas industriales en las que se examinó la situación salarial a la luz del receso de las negociaciones paritarias y la eventual incidencia de las medidas económicas en el poder adquisitivo. En uno de esos casos –en las plantas de una empresa automotriz (Ford) los operarios deliberaron prácticamente desde la mañana del jueves (6/6), suspendiendo de hecho sus tareas”2

Estas organizaciones expresaban un doble poder fabril basado en las comisiones internas y cuerpos de delegados que disputaban a la patronal el control del lugar del trabajo y a la burocracia la dirección de un sector del movimiento obrero. Organizadas zonalmente (norte, sur, oeste, La Plata-Berisso y Ensenada, y Capital Federal), serán los obreros de las grandes metalúrgicas y automotrices los que estarán a la cabeza de fábricas como la Ford, General Motors, Astilleros Astarsa, Del Carlo, Tensa, Editorial Abril, La Hidrófila en la zona norte; Indiel, Santa Rosa, Man, entre otras, en oeste; Rigolleau, Saiar, Alpargatas, Cattorini, frigorífico Serna y las grandes líneas de colectivos en la zona sur; Propulsora Siderúrgica, Astilleros Río Santiago, Peugeot, Petroquímica Sudamericana, el frigorífico Swift, en La Plata Berisso y Ensenada. En Capital los trabajadores del subte y los choferes organizarán la coordinadora Interlíneas, mientras que comisiones internas de la Asociación Bancaria, coordinarán su actividad y demandas. El 1º de julio, La Opinión destaca que “Las fábricas de la capital y alrededores quedaron en su mayoría paralizadas cuando sus operarios resolvieron detener actividades, algunos permanecieron en los establecimientos, otros se encaminaron a la sede de la CGT (...). En ningún caso quedó constancia de decisiones tomadas por la respectivas conducciones gremiales”.3 El 3 de julio las Coordinadoras organizarán una marcha de miles de obreros hacia la Capital, siendo interceptadas por un despliegue policial inusitado a la altura de General Paz en zona norte y en Puente Pueyrredon en zona sur. La burocracia las desautoriza declarando que “…exhortan a todos los trabajadores a mantenerse férreamente unidos, solidarios y disciplinados a sus legítimos organismos de conducción gremial y no dejarse utilizar por elementos que aprovechando la difícil situación por la que atraviesa el país quieren llevar a una perturbación que impide resolver los grandes problemas…”4.

La huelga del 7 y 8 obliga a retroceder al gobierno y provoca la caída de Rodrigo y López Rega. La burguesía se espanta ante la posibilidad de que todo el gobierno cayera en forma revolucionaria. Lamentablemente la JTP (brazo sindical de Montoneros) hegemónica en las Coordinadoras –acompañada por el resto de la izquierda de entonces- no plantean la caída de Isabel colaborando en frenar al movimiento y permitiendo que la burocracia divida a la base obrera y descomprima la situación, reubicándose en apoyo del nuevo gabinete. Sin embargo, la experiencia de esta fenomenal huelga política de masas marcará el descenlace del gobierno de Isabel, decidiendo a la burguesía y el imperialismo por la salida del golpe.

Las contradicciones que atraviesan a la clase obrera -la que surge de la crisis de la conciencia histórica que la unía al peronismo-, la de sus organizaciones tradicionales que estaban siendo sobrepasadas por el proceso de autoorganización obrera, y la de su soledad en el plano de la lucha de clases debido a la ruptura de la alianza obrera y popular y la ausencia de independencia política, se verán agravadas por la política conciliadora de la izquierda peronista y por el alternativismo que predicaban tanto la guerrilla del PRT-ERP como los propios Montoneros. La ausencia de un partido obrero revolucionario y socialista, cuya estrategia fuera desarrollar el frente único obrero y la constitución de nuevas organizaciones, para profundizar el enfrentameinto contra el peronismo atentará para que la clase obrera de una salida a la crisis nacional. En estas cirscunstancias, la huelga política no se elevará a un plano más ofensivo de lucha por el poder. Por el contrario, las acciones obreras posteriores quedarán en el plano de la lucha reivindicativa y aunque en febrero y marzo de 1976, un movimiento –dirigido por las Coordinadoras – se perfila contra el Plan Mondelli, las cartas ya están echadas y las potencias oscuras que preparan el golpe, son una realidad.
1 Alejandro, ex secretario general Comisión Interna de Avon (zona norte).

2 Clarín del 7 de junio de 1975.

3 Diario La Opinión, 1º de Julio de 1975.

4 Diario Clarín, 4 de Julio, 1975.

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