Naomi Klein/Avi Lewis
El texto reproducido a continuación es el prólogo a la versión inglesa del libro compilado por el colectivo Lavaca: Sin Patrón: Argentina’s Worker-Run Factories (Haymarketbooks, Londres, 2007)
El 19 de marzo de 2003 estuvimos en el techo de la fábrica de cerámica Zanon, filmando una entrevista con Cepillo. Nos mostró cómo los trabajadores habían logrado evitar que la policía armada los desalojara, defendiendo su lugar de trabajo democrático con tirachinas y las pequeñas bolas de cerámica que normalmente usaban para golpear la arcilla patagónica con la que se hace el crudo para fabricar baldosas. La puntería era impresionante. Ese mismo día, las bombas comenzaban a caer sobre Bagdad.
Los periodistas nos preguntábamos qué hacíamos allí. ¿Por qué era tan importante que estuviéramos en esa fábrica -en el punto más austral de nuestro continente- junto a un grupo de trabajadores radicales, escuchando unos relatos que evocaban a David y Goliat, mientras un Apocalipsis de bombas nucleares caía sobre Irak?
Lo que nos atraía de Argentina -a nosotros y a muchos otros- era ser testigos de la explosión de activismo que nació con la crisis del 2001, una gran cantidad de nuevos movimientos sociales que no se limitaban a criticar duramente el modelo económico que había destruido al país, sino que también se preocupaban por construir alternativas locales en medio de las ruinas.
Durante el período de la crisis hubo distintas respuestas populares, desde asambleas de vecinos y clubes de trueque, hasta la reaparición de partidos de izquierda y movimientos masivos de desempleados; pero la mayor parte del tiempo transcurrido en el año en que estuvimos en Argentina lo pasamos con los trabajadores de las “empresas recuperadas”.
Como informaron los medios de comunicación, los trabajadores argentinos respondieron al desempleo rampante y a la fuga de capitales mediante la toma de las empresas tradicionales que habían quebrado, para reabrirlas y gestionarlas democráticamente. Se trata de una vieja idea que volvió a aparecer, actualizada para nuevos y brutales tiempos. Los principios son tan simples y tan elementalmente equitativos, que cuando se los considera según fueron formulados por los trabajadores en su libro, parecen evidentes de suyo antes que radicales: “Formamos la cooperativa con el criterio de salarios iguales y decisiones básicas tomadas por asambleas; estamos en contra de la separación del trabajo manual e intelectual; queremos la rotación de cargos y, antes que nada, la posibilidad de remover a los que fueron elegidos como nuestros dirigentes”.
El movimiento de fábricas recuperadas en Argentina no es demasiado significativo en cuanto a su escala, alrededor de 170 empresas y 10.000 trabajadores. Pero luego de seis años, y comparado con otros movimientos nuevos en el país, ha logrado sobrevivir y aún dispone de una fuerza silenciosa, incluso en medio de la “recuperación” profundamente desigual del país. Su tenacidad está en función de su pragmatismo: se trata de un movimiento fundado en la acción, no en los discursos. Y aunque lo que característicamente define su accionar –recuperar el control de los trabajadores sobre los medios de producción— tiene una potente carga simbólica, es todo menos simbólico. Significa alimentar a las familias, recuperar el orgullo destrozado y abrir una ancha ventana de esperanza.
Al igual que otros tantos movimientos sociales emergentes en todo el mundo, los trabajadores de las fábricas recuperadas están volviendo a escribir esa vieja historia sobre la posibilidad de lograr el cambio. En lugar de seguir los diez pasos del plan para la revolución, los trabajadores han rebasado la teoría, al menos hasta conseguir nuevamente trabajo. Los teóricos argentinos van a la zaga de los trabajadores de las fábricas; intentan analizar algo ya logrado, y copntundentemente.
Esas luchas han tenido un impacto tremendo en la imaginación de los activistas de todo el mundo, al punto que ya hay más papers premiados sobre la recuperación de fábricas que fábricas recuperadas. Pero también ha renacido el interés naciente por la democracia en el puesto de trabajo, desde Dublín a Melbourne, pasando por Nueva Orleáns.
El movimiento argentino es, al mismo tiempo, el producto de la globalización de las alternativas, y uno de los fenómenos que ha logrado mayores adhesiones. Los trabajadores argentinos tomaron prestado de otro de los grandes movimientos latinoamericanos –el Movimiento de los Trabajadores rurales sin Tierra (MST), en el que más de un millón de personas reclamaron la tierra improductiva para ponerla en manos de la producción comunitaria– la consigna ”Ocupar, Resistir, Producir”. Precisamente uno de los trabajadores nos dijo que el movimiento argentino estaba haciendo “lo mismo que el MST, pero para las ciudades”. Tuvimos ocasión de ver una protesta en Sudáfrica, que resumió su nueva impaciencia con una consigna estampada en las camisetas de los manifestantes: “Dejemos de pedir; empecemos a tomar”.
Pero, en la medida en que, por las mismas razones, surgen sentimientos similares en distintas partes del mundo, hay una urgente necesidad de compartir de un modo aún más amplio las historias y las herramientas de resistencia. De aquí la perentoria importancia de la traducción de Sin Patrón: Argentina's Worker-Run Factories : es la primera vez que contamos con un retrato completo en lengua inglesa del movimiento de fábricas recuperadas.
El colectivo “Lavaca”
El autor del libro es la cooperativa de trabajadores Lavaca. Cuando estuvimos filmando nuestro documental La Toma, nos topábamos con miembros de Lavaca dondequiera que había luchas de trabajadores: en la Corte, en la Legislatura, en las calles, en las fábricas. Ahora, se cuentan entre los más refinados y prometedores periodistas del mundo.
Y el libro es típico de Lavaca. Eso significa que comienza con un montaje –un marco teórico descaradamente poético—, para luego cambiar a una escena de lucha y de hechos duros: los nombres, los números y el modus operandi del verdadero robo armado que fue la crisis argentina. Con tal escenario de fondo, el libro comienza a relatar luchas individuales, la mayoría de las cuales en forma de testimonio de los propios trabajadores.
Es un enfoque hondamente respetuoso con las voces de los protagonistas, pero al mismo tiempo con mucho espacio reservado para comentarios de los autores, por momentos humorísticos, y a ratos, feroces. En el texto se da un juego entre la cooperativa objeto del libro y la que lo produjo. Varias cosas merecen comentario.
En primer lugar, la cuestión de la ideología. Entre los sectores de izquierda, hay quienes lo consideran un movimiento frustrante por no ser abiertamente anticapitalista; se irritan porque es compatible con la economía del mercado y piensan que el control de los trabajadores es una nueva forma de explotación. Otros creen que el cooperativismo –que es la figura legal elegida por la mayoría de las empresas recuperadas— es en sí mismo una capitulación, e insisten en que sólo la completa nacionalización estatal podría ser capaz de lograr que la democracia laboral se convirtiera en un proyecto socialista de mayor alcance.
En las voces de los trabajadores, con su variadas posiciones, se advierten esas tensiones y las complejas relaciones y luchas de los partidos de izquierda de Argentina. Los trabajadores que pertenecen al movimiento recelan por lo general ante la posibilidad de ser cooptados por alguna agenda política, pero tampoco están en condiciones de rechazar ningún tipo de apoyo. Mucho más interesante resulta observar el tipo de politización y de lucha de los trabajadores, que comienza con el imperativo más básico: Los trabajadores quieren trabajar y alimentar a sus familias. En el libro se puede observar el modo en que los nuevos y poderosos dirigentes obreros de la Argentina de hoy han descubierto la solidaridad por una vía que empezó siendo esencialmente impolítica.
Tanto para quienes consideran que la ausencia de una ideología propia es una debilidad trágica, como para quienes lo ven como una fuerza renovadora, el libro deja claro de manera precisa que las empresas recuperadas desafían el ideal más preciado del capitalismo: la santidad de la propiedad privada.
Desde el punto de vista jurídico y político, la causa del control obrero en Argentina no es simplemente una consecuencia de los salarios impagados, de los beneficios evaporados y del vaciamiento de los fondos de jubilación. Los trabajadores defienden de una manera refinada su derecho moral a la propiedad –en este caso, a la propiedad de las máquinas y de los edificios—, que no está fundado en lo que se debe a ellos personalmente, sino en la deuda con la sociedad. Las empresas recuperadas se proponen como remedio frente a los subsidios a las corporaciones, a la corrupción y a los subsidios públicos otorgados a los propietarios en el momento mismo en que llevaban a la quiebra a sus empresas, poniendo su riqueza a buen recaudo y abandonando a comunidades enteras en la alborada de la exclusión económica.
Lecciones para Norteamérica
Este argumento, obviamente, es muy útil en lo inmediato para los EEUU. Pero esta historia es más profunda que los subsidios a las corporaciones: y precisamente por eso, la experiencia argentina podría resultar interesante para Norteamérica. Se ha convertido en una verdad axiomática para la izquierda la constatación de que el desplome argentino fue resultado directo de la ortodoxia impuesta por el FMI y adoptada de manera entusiasta en la era neoliberal de los 90. En el libro queda claro que en Argentina –en el mismo momento de la ocupación de Irak— aquellas pretendidas obviedades sobre la eficiencia del sector privado fueron historia inventada para camuflar la irrupción de una forma de saqueo expatriador de recursos perpetrado a gran escala por una pequeña camarilla de elites. Privatización, desregulación y flexibilidad laboral; ésas fueron las herramientas que permitieron una transferencia masiva de riqueza pública a manos privadas, por no hablar de la conversión de las deudas privadas en públicas. Como los magnates de Enron, los hombres de negocios que recorren las páginas de este libro aprenden la primera lección de capitalismo, y con ella se quedan: la codicia es buena, y a mayor codicia, mejor. Como dice un trabajador en el libro: “Son tipos que se levantan por la mañana pensando cómo atornillar a la gente. ¿Cómo reconstruiremos esta Argentina que esos tipos destrozaron?”.
En el libro podemos encontrar una respuesta a esa pregunta, una potente historia de transformación. La premisa básica del texto es que el capitalismo no sólo produce bienes y servicios, sino también identidades. Cuando el capital y sus maletilleros volaron, no sólo quedaron empresas vaciadas; quedó un país vacío, que vinieron a llenar las personas cuyas identidades –como trabajadores— también habían sido expoliadas.
Como nos escribió uno de los organizadores del movimiento: “Recuperar una empresa es un trabajo inmenso. Pero el verdadero trabajo es recuperar al trabajador, y recién hemos comenzado”.
El 17 de abril de 2003 estuvimos en Buenos Aires frente a una cerca instalada en la Avenida Jujuy, junto a los trabajadores de Brukman y un gran número de simpatizantes. Detrás del vallado había un pequeño número de policía armada custodiando la fábrica. Después del brutal desalojo, los trabajadores decidieron volver a trabajar en sus máquinas.
Ese mismo día, en Washington, DC, la USAID (Agencia Estadounidense de Ayuda Exterior) anunció que había elegido a la Corporación Bechtel como primera contratista para la reconstrucción de Irak. Comenzaba el atraco en serio, tanto en EEUU como en Irak. La crisis provocada intencionadamente fue un modo de ocultar la transferencia de miles de millones de dólares procedentes de impuestos a un puñado de corporaciones políticamente bien ubicadas.
Los argentinos ya habían visto esa película: saqueo indiscriminado de la riqueza pública, explosión del desempleo, destrozo del tejido social, pavorosas consecuencias humanas. Había cincuenta y dos obreras costureras en la calle escoltadas por otros miles que intentaban recuperar algo que ya era suyo. Era éste, efectivamente, el lugar en que teníamos estar.
Naomi Klein es la autora de No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies (Picador) y, más recientemente, Fences and Windows: Dispatches From the Front Lines of the Globalization Debate (Picador). Avi Lewis dirige para la Canadian Broadcasting Corporation la serie “On The Map with Avi Lewis”, un espacio televisivo que consagra media hora diaria al análisis de noticias internacionales. En 2004 dirigió La toma, una película sobre el nuevo movimiento argentino de trabajadores que ocupan fábricas abandonadas, que fue premiada en el Festival de Venecia y ganó el premio del Jurado Internacional en el American Film Festival en Los Ángeles.
Traducción para www.sinpermiso.info: María Julia Bertomeu
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