En un país que superó el millón de casos detectados de Covid-19 y que ocupa los primeros puestos internacionales en materia de contagios y muertes sobre cantidad de habitantes, que el presidente concluya un discurso de evaluación de la pandemia diciendo que se debe “hacer todo con mucha prudencia” ya que “no estamos en condiciones de decir que nos podemos quedar tranquilos, porque hay un número de contagios importante”, es una manifestación de cinismo. Y su traducción política, un intento torpe de ocultar el fracaso del gobierno en el control de la pandemia.
Efectivamente, al inaugurar el 21 de octubre una nueva etapa de la campaña sanitaria, Alberto Fernández, a falta de datos alentadores, apeló al eufemismo de la “meseta”. “Estamos estabilizándonos en una meseta de 15 mil casos diarios”, dijo, ocultando los datos duros: los contagios no disminuyen, aumentan. Argentina está en el sexto puesto en el ranking mundial con 2.200 casos detectados cada 100.000 habitantes. Y en materia de fallecidos llegó a más de 28.000 muertos, que eleva la mortalidad a 630 fallecidos por millón de habitantes: el doble que hace un mes y en el puesto 11º de una lista de 150 países que tienen una población superior al millón. Superior a Italia, Francia, Suecia y Colombia (datos de la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos). Las medidas de aislamiento más fuerte, hasta mediados de mayo, han permitido que los casos se produzcan a una relativa baja velocidad (curva aplanada), pero siempre en ascenso. Si no se bajan los casos, no baja tampoco la cantidad de fallecidos, esta es proporcional a la cantidad de casos y la edad de los afectados.
Otra muletilla: “en el Amba se mantiene una meseta desde hace varias semanas”. Pero su nivel es altísimo, 5.500 casos diarios, sin bajar o haciéndolo en cantidades no significativas. El famoso “pico”, que solo se puede identificar con un descenso sostenido de varias semanas, no se ha producido. En cambio la curva puede ascender si aumenta la circulación, como lo viene haciendo en las calles, en el trasporte, en espacios públicos y en los trabajos. Y con ello los contagios, las internaciones y los decesos.
Se necesitan medidas efectivas que hagan retroceder los contagios, sin embargo la conducta oficial es la contraria. Basados en el “amesetamiento”, tanto el gobierno de Larreta como el de Kicillof flexibilizan aún más. En CABA se pasa a abrir gimnasios, colegios y el interior de bares y restaurantes, vedados hasta el momento. Lo mismo en la provincia de Buenos Aires, donde además de eso se está proyectando la habilitación del turismo de verano. Una conclusión es evidente, son las cámaras empresarias las que se imponen por sobre los criterios sanitarios, con el refuerzo de la agitación de los medios “opositores” y sectores anticuarentena, que han hecho del “cansancio social” y la crisis económica las banderas para la apertura indiscriminada de comercios e industrias.
La federalización de la pandemia
Es lo que sucedió en las provincias, que mantuvieron abiertas actividades de todo tipo en las primeras etapas de la pandemia cuando tenían pocos casos y ahora viven una situación descontrolada de contagios exponenciales y saturación del sistema de salud. Hoy el interior carga con el 65% de los casos activos y entre el 70 y el 90% de ocupación de camas críticas.
Un drama que ya se ha expresado en pacientes que no consiguen una cama de terapia o que deben ser derivados en arduos trasladados de varias horas de ambulancia, desde el interior provincial a las capitales. En Jujuy, en el norte de Salta, en Neuquén, se han vivido cuadros de hospitales saturados, atendiendo en los pasillos y con alta mortalidad que poco se han reflejado los medios.
Es también la experiencia de Europa. La llamada segunda ola es el producto de la presión capitalista para la apertura de las actividades económicas y recreativas, especialmente en el reciente verano, cuando la pandemia aparecía mitigada pero para nada dominada. Lo que ha llevado ahora a renovar los confinamientos, cierres de actividades y hasta la aplicación del estado de sitio -España, Francia, el norte de Inglaterra o el norte de Italia.
“Detectar”, un talón de Aquiles
Ya se ha vuelto un lugar común el que los confinamientos localizados más la detección, rastreo de contactos y aislamiento, son las armas más eficaces para mitigar la expansión del virus y facilitar el buen tratamiento de los casos que requieren atención hospitalaria. Los infectólogos y epidemiólogos asesores de la Casa Rosada declaran, cada vez más abiertamente, que sus recomendaciones en el tema no son atendidas por el gobierno. Y, curiosamente, no se les responde ni se dan explicaciones. O peor aún: “Todos pensábamos que la pandemia en América iba a durar poquito”, según el ministro González García en Radio Continental.
Argentina es uno de los países del mundo que menos test por millón de habitantes ha realizado desde el inicio de la pandemia. Se ubica en la posición 74 en una lista de 140 países. Los testeos en el país llegan apenas a 60 mil por millón de habitantes, mientras países de Europa como Dinamarca realizaron 820 mil por millón o Israel 460.000.
Otro déficit: solo se testa a los que tienen síntomas. “No se está detectando a los individuos convivientes estrechos y familiares. Si se hiciera, el número de casos sería más alto. No se detectan a los presintomáticos (que están contagiados pero aún no manifestaron los síntomas) ni los asintomáticos, según Valentina Viego, docente de la Universidad Nacional del Sur e investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales. Si bien no se publican datos, hay señales de que los lugares de aislamiento para sospechosos y asintomáticos se han utilizado muy poco. “En algunas jurisdicciones los positivos fueron aislados fuera del hogar (hoteles), pero en la gran mayoría el aislamiento se cumplió dentro de la vivienda sin más asistencia que la llamada telefónica de un operador, propagando el contagio al resto de la familia”(ídem). Tampoco se informa sobre la existencia y distribución de reactivos, fueron aprobados varios test rápidos de desarrollo nacional que sustituirían importaciones, pero el alcance de su uso es desconocido.
Dos más dos no es cuatro
Súmese a todo esto que el sistema estadístico en el país es inadecuado y el fraccionamiento de la carga de datos -entre provincias, municipios, estatales, privados y obras sociales- ha arrojado errores abultados. La provincia de Buenos Aires corrigió la cifra de muertes de 3.500 casos subregistrados. La falta de carga de test negativos, atribuido a la falta de personal y lo engorroso del trámite, arroja cifras deformadas de positividad en la mayoría de las regiones. Datos imprescindibles al momento de tomar medidas epidemiológicas basadas en la evidencia en cada una de ellas. De todos modos el índice de positividad sobre los testeos realizados es muy alto, entre 60 y 40%, lo que indica la insuficiente cantidad de pruebas realizadas. El nuevo operativo Detectar Federal para las provincias y su inversión de 10 mil millones de pesos, no ha llegado a aplicarse por lo menos en la mitad de ellas.
El cuadro actual y un programa necesario
Con todo, el problema más preocupante reside en la aplicación de las “recomendaciones” del Poder Ejecutivo para la ampliación de la restricción de circulación en las ocho provincias más críticas. Es una incógnita. Desde principios de agosto la dinámica de contagios se federalizó a todo el país, evidenciando la pérdida de control del sistema de salud respecto de los mismos.
La aplicación de las medidas queda librada al criterio de gobernadores e intendentes. Gobiernos como el de Mendoza directamente las rechazaron. No hay federalismo que justifique la ausencia de un plan nacional centralizado que atienda el interés común del país en el combate a semejante flagelo. Ayer el Amba, hoy el interior, forman parte de un país único con gran circulación entre regiones. Con la liberación del turismo, por ejemplo, el interior llevará el virus a la costa atlántica, la CABA a las sierras de Córdoba y así de seguido.
La clave consiste en que no hay voluntad política para resistir la presión capitalista y organizar un plan sanitario único y centralizado para todo el país, con un mapa de confinamientos localizados según las regiones. Con inversión de recursos y personal suficiente en operativos masivos de rastreo, detección y aislamiento y la centralización de todos los sistemas de salud y estadísticos bajo un comando único. En Europa, espantada por los rebrotes, se están emitiendo leyes y decretos de confinamiento de cumplimiento obligatorio para las comunas o provincias.
Debe agregarse, claro, la duplicación de la inversión en salud pública, especialmente para la protección y reforzamiento del personal, con foco en jerarquización y salarios que, evitando el pluriempleo, reduzcan el agotamiento, los contagios y la cuarentena de servicios enteros, que son causa de deterioro de la ya débil estructura sanitaria argentina. Finalmente, pero no menor, el trasporte y los lugares de trabajo, fuentes importantes de contagios: los protocolos y su cumplimiento debe quedar en manos de los trabajadores, para superar el boicot patronal generalizado existente, funcional a sus intereses económicos.
Para el “cansancio social” hay un antídoto eficaz, $30.000 mensuales para todo el que no tenga ingresos (en España son 500 euros); triplicación del presupuesto para ayuda alimentaria y saneamiento de barrios carenciados; prohibición efectiva de despidos y suspensiones.
Que los recursos no alcanzan es otra manifestación del cinismo oficial, cuando millones de dólares se fugan diariamente y se pagan a mafias de usureros internacionales. El impuesto a las grandes fortunas duerme en las oficinas del Congreso. Ante la inoperancia criminal gobernante, las organizaciones populares deben atacar esos flancos.
Sergio Villamil
No hay comentarios:
Publicar un comentario