El proceso político que condujo al 17 de Octubre arrancó con el golpe militar del 4 de junio de 1943, que entronizó en el gobierno a una fracción militar de características nacionalistas.
El movimiento obrero estaba partido en dos. Durante la década del 30, se habían cristalizado dos grandes tendencias, que, pocos meses antes del golpe de 1943, dieron lugar a la formación de la CGT nº 1 y la CGT nº 2.
“La principal diferencia radicaba en que quienes apoyaban a la CGT nº 2 aspiraban a que la central tuviera una participación más activa en las cuestiones de política nacional e internacional, en forma coordinada con los partidos políticos, mientras que los que sostenían a la nº1 se inclinaban por una actitud ‘neo-sindicalista’ de prescindencia política, limitación a las reivindicaciones específicamente gremiales y buena relación con el gobierno, cualquiera que éste fuera. Algo similar a lo que poco después Perón definiría como ‘sindicalismo político’ y ‘sindicalismo gremial’, respectivamente” (Hugo del Campo, Sindicalismo y Peronismo, pág.108). En síntesis: un sector propiciaba la integración burguesa del movimiento sindical a través de un frente popular de los partidos obreros (PC y PS) con la UCR y los conservadores y el otro buscaba una integración orgánica al Estado.
La CGT nº 2 estaba constituida por socialistas y comunistas que eran partidarios, luego de la ruptura del pacto Hitler-Stalin, de alinear a la Argentina con los imperialismos yanqui e inglés. Durante la década del 30, este sector llevó adelante una activa política de colaboración de clases, como se manifestó en “el acto del 1º de Mayo de 1936, celebrado en forma conjunta por la CGT, el PS, el PC, la UCR y el Partido Demócrata Progresista” (ídem, pág. 98). Marginado de esta CGT (conocida como la de la calle Independencia) había un grupo minoritario, dirigido por los llamados “sindicalistas” (agrupados en la CGT Catamarca y en la USA, Unión Sindical Argentina), con muy buenas relaciones con el gobierno de Ortiz. Entre sus dirigentes, estaban Luis Gay (telefónicos) y Tramonti (ferroviarios).
Hugo del Campo comenta que “la CGT… reunía en esos momentos (1936) más de 289.000 afiliados. Dos años después, en su primer Congreso, la USA sólo contaba con 33 organizaciones y menos de 27.000 cotizantes, que en 1941 se reducirían a 14.000”.
La CGT, “antes del comienzo de la guerra, había sido unánime en condenar al nazi-fascismo”, pero cuando se firmó “el pacto germano-soviético, los comunistas sostenían la más estricta neutralidad ante la contienda ‘inter-imperialista’” (ídem). “Es traición a la causa del proletariado incitarlo a defender la causa de la ‘democracia’ practicada por los gobiernos del imperialismo aliado….”, decía entonces el PC, quien acusaba de “lacayos del imperialismo” a los dirigentes socialistas de la CGT. Pero la invasión de Hitler a la URSS, en junio de 1941, llevó a los stalinistas a plantear la lucha por “el triunfo de la causa de la libertad y la victoria de las Naciones Unidas”.
La división de la CGT que tiene lugar en 1943 no repite el esquema de 1935, porque un grupo de dirigentes socialistas, como el ferroviario Domenech —que había presidido, con Pérez Leirós como vice, la CGT (Independencia) de 1936— hizo causa común con los “sindicalistas”, para formar la CGT nº 1. “Agreguemos que fue Domenech quien, en la asamblea ferroviaria celebrada en Rosario el 9 de diciembre de 1943, donde Perón hizo sus primeras armas ante un auditorio obrero, tuvo la iniciativa de darle el título de ‘primer trabajador argentino’, hecho que luego negaría, pero que ningún dirigente de la época deja de recordar ni olvida mencionar” (ídem.113). La novedad, entonces, es que se había producido un giro de un sector socialista a las posiciones de los “sindicalistas”.
Una de las primeras medidas del golpe de 1943 contra el movimiento obrero, fue el allanamiento del periódico del PC (La Hora) y la detención de dirigentes del PC, como José Peter, de la carne, entre otros. La CGT nº 1 se mantuvo prescindente ante estos hechos y abogó por la “esperanza de que el nuevo gobierno no dificulte el desarrollo normal de las organizaciones obreras…”.
Mientras tanto, a través de la Dirección Nacional del Trabajo (DNT) comenzaba un activa política de reuniones y acuerdos con los sindicatos enrolados en la CGT nº 1 y también con la fracción socialista de la CGT nº 2. Cuando el presidente Ramírez, apenas asumió, decretó precios máximos para algunos productos, la CGT nº 1 salió en su respaldo. Lo mismo hicieron Pérez Leirós y Borlenghi, quienes después de una entrevista con el ministro del interior, respaldaron las medidas “para abaratar la vida y los alquileres”. Entretanto, la represión contra los comunistas era implacable: “una treintena de ellos eran enviados a la cárcel de Neuquén”.
Sin embargo, la actitud del PC frente a la huelga de la carne, en agosto de 1943, sería decisiva para minar el ascendiente de los “comunistas” en el movimiento obrero y facilitar el ascenso de Perón. José Peter fue traído por Perón desde la cárcel de Neuquén para negociar en el Ministerio de Guerra el levantamiento de la huelga…, a lo que Peter accedió, actitud que fue presentada en una multitudinaria asamblea obrera como una contribución… para no dejar desabastecidos a “los aliados”. El coronel Mercante, mentor de la negociación Perón-Peter, y presente en la asamblea, comentó que “aunque Peter no mencionó la circunstancia de que su liberación se debía a Perón, éste fue un detalle que no escapó al conocimiento de los trabajadores” (ídem, 127).
Luego de la sustitución de Ramírez por Farrell, Perón pasó a ocupar los cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión. Con estos tres puestos en la mano, Perón sancionó numerosos decretos a favor de los trabajadores, como el medio aguinaldo; tuvo una activa intervención en la vida sindical; siguió atrayendo a dirigentes sindicales, en especial del PS; a la vez que comenzó a tejer una vasta reglamentación del derecho de huelga y de organización sindical.
La crisis de octubre de 1945
Los sectores oligárquicos y principalmente la gran burguesía industrial (UIA), con el apoyo del PC y del Partido Socialista, pasaron a reclamar el desplazamiento del gobierno militar y la asunción del gobierno por la Corte Suprema, para implementar un plan de “institucionalización”. Meses antes, con el auspicio del embajador norteamericano Braden, habían constituido la Unión Democrática.
El 9 de octubre, una fracción del Ejército, con el apoyo de las otras armas, destituyó a Perón, en un virtual golpe de Estado, que fue ruidosamente festejado por la Unión Democrática. La destitución y la posterior detención de Perón estuvo plagada de vacilaciones, marchas y contramarchas, que pusieron de relieve la división que reinaba en el gobierno y en las Fuerzas Armadas. Sólo así se explica que Perón, apoyado por un fracción del gobierno y del Ejército, logrará realizar un acto de despedida como secretario de Trabajo “en la puerta de dicha Secretaría, desde donde hablaría el coronel Perón, exponiendo los motivos de su renuncia y para despedirse de los trabajadores. Que sería transmitido en cadena oficial de radiodifusión y que desde ese día 9, por la misma red de emisores, se pasarían los anuncios pidiendo la concurrencia de los trabajadores a dicho acto, que se efectuaría al otro día 10, a las 19 horas” (Cipriano Reyes, Yo hice el 17 de octubre, pág. 207).
La peculiar destitución de Perón, con despedida en cadena y acto oficial, expresaba el fraccionamiento del aparato del Estado y de las Fuerzas Armadas. Según Reyes, se reunieron 50.000 personas, en tanto que Luis Monzalvo sostiene que “la concurrencia de los trabajadores fue numerosa e importante, aunque se notaron ausencias entre los principales miembros de los organismos directivos de los sindicatos” (Testigo de la Primera Hora del Peronismo, pág.184). Allí Perón “enumeró tres decretos que él había dejado firmados para que el general Farrell los pusiera en vigencia… aumento de sueldos y salarios, salario mínimo vital y móvil y participación en las ganancias, para despedirse con ‘del trabajo a casa y de cada al trabajo’” (ídem, pág. 208/209).
El 12, “una compacta muchedumbre se apretujaba frente a los balcones del Círculo Militar y se extendía sobre el césped de la Plaza San Martín, donde se habían dado cita los antiperonistas”, para festejar la caída de Perón y “que se entregara el poder a los miembros de la Suprema Corte de Justicia” (Hugo Gambini, El 17 de octubre de 1945, pág. 37). Ese mismo día Perón fue detenido y trasladado a la isla Martín García, en medio de las vacilaciones de los encargados de detenerlo.
La crisis política abierta reflejaba una división estratégica en las clases dominantes, incluido el imperialismo mundial (yanquis e ingleses) y abarcaba a todas las instituciones del Estado y la burguesía (el clero, las FF.AA., la policía, las cámaras empresarias, etc.)
La detención de Perón avivó esa división, pero la CGT no se apresuró en tomar ningún medida. Un grupo de sindicalistas, entre ellos Monzalvo, se había entrevistado con el general Avalos, quien había “garantizado el respeto a las conquistas obreras”. El 16, el Comité Central Confederal decidió por 21 votos a 19 una huelga para el 18 que, según Cipriano Reyes, fue divulgado en los diarios recién el propio 18. La declaración de paro no reclamaba la libertad de Perón, sino que se oponía a la entrega del gobierno a la Corte y exigía “el mantenimiento de las conquistas sociales y ampliación de las mismas” y que “se termine de firmar inmediatamente el decreto ley sobre aumento de sueldos y jornales, salario mínimo vital y móvil, participación en las ganancias y que se resuelva el problema agrario mediante el reparto de la tierra al que la trabaja y cumplimiento integral del Estatuto del Perón” (ídem, pág. 242, extraído del diario La Prensa del 18/10/45).
Un día antes del previsto para el paro, sin embargo, los obreros se lanzaron a la Plaza de Mayo para exigir la liberación de Perón. Cipriano Reyes comenta que la iniciativa partió de Berisso. Angel Perelman (Cómo hicimos el 17 de Octubre) reconoce que no se sabía “quién largó la consigna”. Al mediodía del 17, “la actitud de la policía comenzó a cambiar” y Perelman comenta que cuando pasaron ante algunas seccionales, los vigilantes gritaban “Viva Perón”. Un sector del Ejército y de la policía dejaron correr la manifestación.
La reacción de la clase obrera fue inesperada tanto para la reacción burguesa-imperialista —que confiaba en que el PC y el PS eran un seguro de contención de las masas— como para Perón y el aparato que lo rodeaba (Perón sostuvo, ya destituido, que su carrera política estaba terminada— “en cuanto me den el retiro me caso y me voy al diablo”, dijo ya recluido en el Hospital Militar (La Vida de Eva Perón, Borroni-Vaca, pág. 110).
Esta irrupción, en medio de una descomunal división y vacilación en el alto mando militar, determinó que una concentración relativamente pequeña (40.000 personas) no sufriera ninguna represión y transformara por completo la crisis política. El propio alto mando que destituyó a Perón planteó entonces su libertad y su traslado a los balcones de la Rosada, como la única autoridad que podía “encuadrar” a las masas. Perón fue liberado sobre la base de un acuerdo político: primero, eliminar toda movilización autónoma de las masas, y, segundo, dirimir la crisis política a través de la contienda electoral (institucionalización), que debía realizarse cuatro meses después: el 24 de febrero de 1946. El Ejército se colocó como árbitro entrre las dos fracciones burguesas que se comprometían a respetar el encuadre electoral de la crisis.
El mismo 17 de octubre, ante la muchedumbre reunida, el discurso de Perón fue claro: “… Sé que se habían anunciado movimientos obreros; ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido como un hermano mayor que retornen tranquilos a sus casas…”.
También los incipientes grupos trotskistas se alinearon en torno a estas dos alas. Abelardo Ramos, entonces “socialista puro” (contrario a la consigna de la liberación nacional), sostenía a través de la revista Octubre que “el coronel Perón explota en su provecho esa política traidora del stalinismo y consigue arrastrar a algunos sectores obreros políticamente atrasados detrás de su aventura demagógica”. Nahuel Moreno, aún en 1949, sostenía que el 17 de Octubre de 1945 había sido “una movilización fabricada y dirigida por la policía y militares, y nada más” (en Revista Revolución Permanente, 21/7/49).
También para la UOR (otro grupo socialista puro) “la movilización peronista del proletariado tuvo un sentido profundamente reaccionario”. En cambio, para Posadas (grupo GCI) “Perón se apoya en las masas y para nada sobre la policía y el Ejército”, cometiendo el error inverso al de Ramos y Moreno. (ver En Defensa del Marxismo nº 2, diciembre de 1991).
El 17 de Octubre torció la disputa dentro de la clase obrera entre la fracción proimperialista (PS y PC) y la estatizante nacionalista (laborismo). No hubo ningún atisbo de independencia política de la clase obrera, que actuó como furgón de cola en el enfrentamiento nacional entre Perón y el imperialismo yanqui, lo que facilitó la completa estatización de los sindicatos. A partir de entonces, el 17 de Octubre será celebrado como el Día de la Lealtad a la jefatura burguesa de Perón.
Julio Magri
Prensa Obrera #468, 10/10/1995.
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