Guzmán enumeró todos los indicadores que justifican el tipo de cambio oficial vigente. Superávit comercial y equilibrio en la cuenta corriente del balance de pagos y un ascenso de precios correlacionados con la devaluación morigerada del peso comercial. Debió haber explicado entonces por qué las acciones de compañías locales cotizan por el suelo, si cobran los precios justos y tienen un tipo de cambio equilibrado, y además pagan salarios cada vez más bajos – un 30% menos que en 2018. La suba de la divisa extranjera por el ascensor la atribuyó entonces a las “expectativas” – una variable a la que recurren los economistas burgueses cuando sus diagnósticos no cierran. En su descuido, a Guzmán le pasó desapercibido que mientras él discurseaba, su superior, Alberto Fernández, había ido a Vaca Muerta a anunciar una suba del precio del gas de pozo, no en pesos sino en dólares y por encima del precio internacional. Es decir que en el sistema equilibrado de Guzmán el estado vacía el bolsillo de los contribuyentes para aumentar las tarifas de las gasíferas. Con estas salidas aumenta el déficit fiscal y se crea una crisis de financiamiento del sector público, mientras cae el poder adquisitivo del consumidor y aún así suben los precios de la canasta familiar. El Tesoro subsidia también a las de servicio domiciliario e industrial (gas, luz).
El tipo de cambio, en un sistema dominado por los flujos de capitales, sobre todo de corto plazo, el comercio exterior cumple un papel subordinado en el establecimiento de la cotización entre las monedas. Eso lo vivió Macri, a finales de 2017, cuando una suba de la tasa de interés en EEUU inició la salida de capitales que había arrancado a principios de 2016, más todo lo que esos capitales ganaron en el entretiempo. La cotización de la moneda está condicionada a los movimientos financieros. Macri, de nuevo, devaluó el peso de 9 a 15 el dólar, y en seis meses el peso se revaluó a su poder adquisitivo previo por el ingreso neto de dólares. Los países del Golfo y Arabia Saudita no calculan ya el precio internacional que les resulta redituable de acuerdo al costo de producción del petróleo que extraen – a eso suman las necesidades financieras del Tesoro para los gastos de capital del Estado, sean industriales, inmobiliarios o militares. Si Guzmán hiciera lo mismo para Argentina, necesitaría un ingreso de dólares por exportación suficiente para el giro de trabajo y las utilidades de los exportadores y para recoger impuestos que financien un déficit fiscal de cuatro billones de pesos. Además, necesitaría financiar el rescate de empresas en quiebra o, por caso, un mayor dragado de la Hidrovía, para el comercio interno y externo de Argentina. Es claro que el monto de exportaciones del país no da para tanto, por lo que debería buscar el faltante en el mercado de capitales del exterior o doméstico. El del exterior está cerrado y el interno reclama tasas de interés reales altas, cobertura contra la devaluación y plazos cortísimos. El reclamo de los potentados de IDEA de que Argentina se ajuste a estas exigencias, es un método conocido como “lecho de Procusto” – si el cadáver no entra en el féretro, hay que cortarlo. El capitalismo viene haciendo esto en Argentina desde hace 70 años, algunas veces más, otras menos. Hace décadas que la inversión industrial (distinta de la inmobiliaria) neta (descontadas las amortizaciones) es negativa; el stock de capital productivo ha disminuido en forma considerable.
La corrida contra el peso cuenta con el aval político de la gran burguesía. Es una apuesta para quebrar el Banco Central y el Tesoro; el primero tiene patrimonio negativo y el segundo flujos (ingresos menos egresos) también negativos.
La corrida está financiada con el dinero que le dio el propio gobierno, al financiar la pandemia con mayor endeudamiento con los bancos y los fondos financieros, en muchos casos con gran gasto fiscal, porque se trata de créditos subsidiados. El Banco Central ha vendido dólar futuro a los especuladores a un precio subsidiado, de modo que una devaluación oficial a la fecha de vencimiento de esos contratos les reportaría beneficios colosales. El valor de los contratos futuros supera los u$s7 mil millones de dólares. Los tenedores de estos contratos tiran algunas decenas de millones de dólares para hacer subir la cotización de dólares alternativos, con la intención de consumar ese negociado. Los sojeros retienen el grano con la misma finalidad y otro tanto ocurre con aceiteras y otros exportadores.
Guzmán intenta atrapar los pesos de los especuladores con el ofrecimiento de otros negociados, diferentes al dólar. Es lo que ha hecho al aumentar la deuda del Tesoro. Ahora, informa Clarín, volvería a ofrecer Leliqs a agentes no bancarios, como había ocurrido hasta la crisis macrista. Las Leliqs se transan todos los días, a diferencia de los depósitos bancarios que se inmovilizan al menos por un mes. El ministro dice que quiere ganar tiempo para restaurar la 'estabilidad' con un acuerdo con el FMI. Quizás lo esté perdiendo, ese tiempo. Porque infla todavía más el capital dispuesto a salir del país. Con cuatro millones de desocupados (formales) y un salario mínimo que llegará a los 21 mil pesos en marzo próximo, la burguesía no ve otra salida redituable que apostar por la declaración de quiebra de Argentina - varios escalones arriba de un default. Tiene razón Guzmán cuando advierte que todo esto producirá una crisis política gigantesca, algo en que los especuladores coinciden.
La pandemia amenaza con una quiebra del capital mundial, porque ha puesto al desnudo sus contradicciones insuperables en una escala nunca vista, y ha demostrado con ello su incompatibilidad con las necesidades de la humanidad entera. La lucha por el socialismo internacional, que es siempre la lucha por un gobierno de trabajadores, vuelve a la agenda del mundo, mucho más que en el pasado.
Jorge Altamira
16/10/2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario