domingo, 25 de marzo de 2018

Un genocidio contra la insurgencia obrera



El golpe genocida del 24 de marzo de 1976 tuvo como objetivo liquidar la insurgencia obrera que recorría a las grandes fábricas y empresas del país. Ante el fracaso del peronismo en ajustar, la burguesía argentina se decidió por la salida de fuerza.

El golpe del 24 de Marzo de 1976 llevó al poder a una Junta Militar que entronó en la presidencia al general Jorge Rafael Videla, acompañado por el Almirante Emilio Eduardo Massera y el Brigadier Orlando Ramón Agosti.
Su objetivo era claro: terminar con la situación de insurgencia obrera y juvenil que desde el Cordobazo del 29 de mayo de 1969 impedía a la burguesía argentina y al imperialismo norteamericano aplicar un plan de ajuste brutal que cambiara la situación en favor de los sectores más concentrados del gran capital.
El golpe no fue esencialmente la respuesta al accionar de la guerrilla, como sostienen sus apologistas. Las organizaciones que reivindicaban la lucha guerrillera habían sido diezmadas luego del pase a la clandestinidad de Montoneros, y el ERP, derrotado con el Operativo Independencia y el asalto a Monte Chingolo.
La finalidad de la Junta Militar fue poner fin a un ascenso obrero y popular que amenazaba con llevarse puesta a la burguesía argentina en medio de una catástrofe económica.
Para lograrlo debía aniquilar a toda una generación de obreros, estudiantes, intelectuales, militantes políticos de algunas fracciones del peronismo combativo y la izquierda, que se plantearon la lucha política abierta contra el imperialismo y el capitalismo.
Esa generación, cuya fuerza motora era la clase obrera, protagonizó una verdadera lucha de clases en el sentido estricto del término, con insurrecciones locales, huelgas salvajes, ocupaciones de fábricas, establecimientos, manifestaciones violentas y hasta una huelga general política entre junio y julio de 1975 desbandó a los líderes de los grupos fascistas que actuaban bajo el amparo del gobierno peronista.
Los obreros pusieron en pie sindicatos clasistas, comisiones internas combativas, grupos de autodefensa y coordinadoras interfabriles. El movimiento estudiantil se lanzó a la unidad activa con la clase obrera y la izquierda comenzó a crecer exponencialmente.
Fue el momento de mayor cuestionamiento al capitalismo argentino de la segunda mitad del Siglo XX. Por eso la burguesía y su Estado le declararon la guerra.

La semiinsurrección cordobesa

El 29 de mayo de 1969 la ciudad de Córdoba amanece con un paro general convocado por la CGT que dura 36 horas y se da una movilización hacia el centro de la ciudad. La eliminación del sábado inglés incentiva la oposición obrera.
La movilización estuvo claramente encabezada por las columnas de los sindicatos Smata, Luz y Fuerza, UOM y la UTA que avanzan hacia el centro de la ciudad. Se movilizan de 3.000 a 4.000 obreros de IKA a la que se suman 1.000 metalúrgicos.
También marchan los obreros de combativas fábricas como Perdriel, Ilasa y Perkins. Así como de IME y la Fiat, estos últimos no organizados. En el caso de Luz y Fuerza la columna había reunido a 1.000 trabajadores mientras que los empleados públicos, bancarios, judiciales, municipales y de comercio también fueron de la partida.
Junto a los obreros industriales, la otra fuerza social movilizada en importancia es la de los estudiantes universitarios que resisten en el Barrio Clínicas. La unidad obrera-estudiantil fue una de las claves de la jornada y un signo de la época.
La dictadura intentó frenar el avance de las columnas y la represión provocó la muerte del joven obrero Máximo Mena que integraba la columna de la planta Santa Isabel de la firma IKA.
La noticia corrió como reguero de pólvora y la ciudad fue ocupada por los obreros y estudiantes que derrotaron a la policía y ocuparon 150 manzanas alrededor del centro, que en una verdadera escena de batallas callejeras y guerra de guerrillas urbana se cubrieron de barricadas, comenzando a coordinarse entre sí para frenar la represión.
Para retomar el control, la dictadura de la Revolución Argentina encabezada por el General Juan Carlos Ongania debió apelar al Ejército que, por la noche del 29 y la madrugada del 30, se enfrentó a nidos de francotiradores que cubrían el repliegue de los manifestantes.
El General Elidoro Sánchez Lahoz, del III Cuerpo del Ejército, uno de los encargados de la represión del levantamiento, dejó una imagen patente de la situación de enfrentamiento: “Me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas”.
La consigna de los manifestantes cordobeses, “luche, luche, luche, no deje de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular”, expresando así una declaración de objetivos propia.
Las masas cordobesas protagonizaron una acción histórica independiente que selló la suerte de la dictadura de Onganía y va a ser el dictak de la época.

El desvío

Para evitar que el proceso de insurgencia obrera se siguiera extendiendo, el General Alejandro Agustín Lanusse y luego de los fusilamientos de Trelew, pactan el fin de la proscripción del peronismo y permite el retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina.
El peronismo ganará las elecciones llevando a la presidencia a Héctor Cámpora, que contará con el apoyo abierto de los Montoneros y la Juventud Peronista, quienes colaboraron de esta manera con el objetivo de desviar el proceso de lucha de clases hacia el apoyo a Perón.
Desde la misma asunción del gobierno de Cámpora, la movilización popular arranca literalmente a los presos políticos de las cárceles en el llamado "Devotazo". Con el nuevo gobierno se desarrolla una oleada de conflictos laborales, huelgas y ocupaciones de lugares de trabajo en demanda por condiciones de trabajo, la reincorporación de activistas despedidos, por el control de los ritmos de producción y los períodos de descanso.
Se producen casi 500 tomas de establecimientos en la primera quincena de junio de 1973. Esta incapacidad para frenar la lucha de clases decide la suerte de Cámpora que va a ser derrocado por un golpe palaciego de la derecha peronista luego de la masacre de Ezeiza del 20 de junio.
Perón declaró, luego de los acontecimientos de Ezeiza, que “quien altere este principio de la convivencia, sea de un lado o de otro, será el enemigo común que debemos combatir sin tregua”. Y agregó “deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así aconsejó a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”.
Perón volverá al poder en septiembre de 1973 y su plan para contener el proceso social constaba de dos instrumentos: el Pacto Social y las bandas ultraderechistas de la Triple A.
Con el Pacto Social, buscaba aumentar la rentabilidad de la burguesía nacional firmando un acuerdo entre el Estado, la CGT y la Confederación General Económica (CGE), que tenía por fundamento contener las expectativas de los obreros, fijando un aumento de 20 % del salario y la suspensión por dos años de las paritarias; el congelamiento del precio de bienes y servicios y la imposición de un estricto sistema de control de precios.
Pero fundamentalmente la clave de la política represiva del nuevo gobierno peronista fue el de constituir, bajo el amparo del Estado, y dar vía libre al accionar de las bandas parapoliciales de la derecha peronista que actuaban coordinadamente como Triple A.
José López Rega, Ministro de Bienestar Social, fue el jefe político de dicha organización y ministro estrella de esta fase del peronismo. Los comisarios Villar, Margaride y Morales, nombrados por Perón parte de su jefatura operativa. El criminal de guerra Ustacha, el croata Milo de Bogatich, amigo personal del caudillo y uno de sus cerebros.
El bonapartismo del tercer gobierno peronista tuvo como voz de mando imponer el Pacto Social y la disciplina fabril a los tiros. De la decisión política de Perón, salió la orden de aniquilar a la vanguardia militante de los trabajadores y la juventud. Perón alentará los golpes provinciales contra los gobiernos afines de la izquierda peronista, cuyo símbolo va a ser el Navarrazo.
Los trabajadores, pese a que apoyaban a Perón, resistían protagonizando verdaderas huelgas salvajes y ocupaciones fabriles, del cual el primer Villazo en marzo de 1974 va a ser su hito más importante.
Muerto Perón, las bandas armadas de la derecha peronista van a imponer un reinado de terror a la par que crujía el Pacto Social por la resistencia de la clase obrera y la creciente crisis económica internacional que golpeaba de lleno a la Argentina.

El plan de ajuste peronista y la huelga general

En marzo de 1975, el gobierno lanza el operativo Serpiente Roja del Paraná para liquidar a la combativa Unión Obrera Metalúrgica de Villa Constitución. La asonada contrarrevolucionaria fue financiada por la patronal de Acindar de la familia Acevedo, cuyo vicepresidente no era otro que José Alfredo Martínez de Hoz.
La derrota del segundo Villazo decidió entonces al gobierno peronista a lanzar un plan de ajuste antipopular.
El 4 de junio de 1975 Celestino Rodrigo, ministro de Economía designado por Isabel y López Rega, anuncia un paquete de medidas que trascendería bajo el célebre apodo de “Rodrigazo”.
El mismo fue diseñado por Ricardo Zinn, hombre del gran capital agrupado en el CEA y a posteriori asesor del ministro de economía de los genocidas José Alfredo Martinez de Hoz.
Ricardo Zinn, también será el mentor intelectual del actual presidente Mauricio Macri y funcionario del Gobierno menemista en los ’90. Se trataba de un ajuste que beneficiaba al capital más concentrado, una política de shock para revertir la crisis económica.
Entre las medidas tomadas se encuentra una devaluación del peso con relación al dólar que oscila entre el 80 y el 160% y un aumento sideral de los precios que en algunos casos llega al 180% como en las naftas o el 75% en las tarifas de colectivos.
Otra medida que exacerbará el ánimo obrero y predispuso a los sindicatos dirigidos por la burocracia peronista contra el plan fue el anuncio del congelamiento de las paritarias y el establecimiento de los topes salariales.
La respuesta de la clase obrera fue inmediata y desembocó en grandes jornadas revolucionarias que empujarán a la burocracia sindical integrante de las bandas fascistas a ponerse al frente de las movilizaciones por miedo a perder el control y en una huelga general que obligo al gobierno peronista a retroceder, a la renuncia de Rodrigo y López Rega.
Durante las jornadas de junio y julio de 1975 surgirán las coordinadoras interfabriles. Estas organizaciones expresaban un doble poder fabril basado en las comisiones internas y cuerpos de delegados que disputaban a la patronal el control del lugar del trabajo y a la burocracia la dirección de un sector del movimiento obrero.
Las coordinadoras aglutinaron a una importante fracción de los trabajadores industriales y de los servicios, cerca de 130.000 teniendo en cuenta su representación fabril, y disputaron en el territorio de la fábrica el poder a los capitalistas.
Divididas territorialmente agrupaban a 129 comisiones internas y cuerpos de delegados de las principales empresas de la industria, en las zonas Norte, Sur, Oeste, La Matanza del Gran Buenos Aires, La Plata-Berisso-Ensenada y Capital, sin contar su peso relevante en la región de San Lorenzo y Córdoba.
Rosa Luxemburgo escribió alguna vez que “del huracán y la tormenta, del fuego y la hoguera de la huelga de masas y de la lucha callejera surgen, como Venus de las olas, sindicatos frescos, jóvenes, poderosos, vigorosos”. Las comisiones internas, los cuerpos de delegados, las coordinadoras interfabriles fueron la “Venus de las olas” que organizaban el ascenso obrero, en la tormenta social de las Jornadas de junio y julio de 1975.
En ellas estaba lo más combativo de la vanguardia obrera que tenía su base en las comisiones internas y cuerpos de delegados de fábricas y establecimientos que se contaban entre los más importantes del país.

La guerrilla fabril

Así consideraba la cuestión la Embajada norteamericana en diciembre de 1975 mostrando su preocupación por el crecimiento de las Coordinadoras Interfabriles: "Con la excepción de unos pocos sindicatos, los actuales dirigentes sindicales nacionales están hoy en día virtualmente divorciados de los trabajadores que representan.
Su autoridad se ha erosionado al punto que sindicatos paralelos de masas, por lo general denominados “comités de lucha” de fábrica, o “comités coordinadores” han virtualmente remplazado a los dirigentes sindicales electos en negociaciones al nivel de la planta.
Invariablemente, esos comités de bases son mucho más militantes que sus dirigentes legítimos. Como resultado, las huelgas “ilegales” y las tácticas de los gánster se están convirtiendo cada vez más en algo muy común.
Desde el punto de vista de muchos dirigentes militares, políticos y de los trabajadores, esa militancia incrementada es provocada por subversivos de izquierda que intentan ganar el control de la clase trabajadora.
Mientras que ese punto de vista no está basado en su totalidad en un análisis objetivo dado que muchos creen que toda militancia obrera es lo mismo que subversión.
Balbín, presidente del Partido Radical (UCR), comentó a los medios en una entrevista que estaba altamente preocupado dado que era obvio que “la guerrilla fabril está sirviendo intereses extranjeros”.
El diputado nacional Antonio Troccoli, quien representa la provincia de Buenos Aires, le dijo a Emboff, el 24 de noviembre, que los terroristas fabriles eran una “influencia desastrosa” y que ellos controlaban las principales plantas industriales en el gran Buenos aires.
El senador Eduardo Angeloz, quien representa la provincia de Córdoba, se lamentó ante Emboff que muchas de las fábricas en Córdoba estaban controladas por el ERP y Montoneros y que la gerencia en esas fábricas ahora negocia directamente con los comités internos controlados por terroristas más que con los dirigentes sindicales electos".
Frente a este cuadro donde la crisis amenazaba la estabilidad capitalista, las patronales se deciden a la salida golpista.

El golpe genocida

Los militares fueron preparando el golpe desde el ensayo general del Operativo Independencia iniciado en enero de 1975, donde desaparecieron más de 250 delegados y activistas azucareros y funcionaban centros clandestinos de detención en los ingenios.
Derrotada militarmente la guerrilla del ERP en Tucumán, más tarde en Monte Chingolo y con los Montoneros en retirada, el plan golpista tiene por finalidad liquidar la organización militante de la clase trabajadora.
En diciembre de 1975 el Brigadier Jesús Capellini lanzará un golpe fallido que provocó la inmediata reacción de la CGT que convoca a un paro general que sera acatado masivamente por los trabajadores. La intentona constituyó un globo de ensayo de los militares que temían a la movilización obrera.
En la entrevista del periodista de derecha Ceferino Reato al genocida Jorge Rafael Videla, este último confiesa como fueron preparando el terreno y negociando con la burocracia sindical: "Lorenzo Miguel se llevaba muy bien con Massera, como era público, y nosotros, el ejercito, nos llevábamos muy bien con Casildo Herreras, desde el momento que él me había respaldado durante la crisis en la que prácticamente el ejercito le impuso a Isabel mi designación como comandante en jefe, el 28 de agosto de 1975. En las negociaciones previas Casildo Herreras prometió que la CGT no se movilizaría en apoyo al gobierno par enfrentarse con nosotros".
Casildo Herreras huirá el 23 de marzo del 76, un día antes del golpe. Desde Uruguay declararó "Yo me borré". Frase que marca a fuego a una burocracia sindical traidora. Lorenzo Miguel se mantendrá junto a Isabel sin intentar movilizar a los trabajadores en su defensa.
El 24 de marzo, 200 fábricas pararon contra el golpe. Eran las comisiones internas y cuerpos de delegados de las coordinadoras y otras fábricas combativas del país realizando su último gesto heroico contra la avanzada golpista

El baño de sangre

Para frenar la insurgencia la burguesía intento varias políticas contrarrevolucionarias. El retorno de Perón, por su ascendencia sobre la clase obrera y la juventud radicalizada de entonces fue fundamental.
José Ignacio Rucci explicó el retorno del líder justicialista en los 70 en los siguientes términos: "Perón se fue del país para evitar un baño de sangre; y fíjese como se escribe la historia: tiene que volver al país para evitar un baño de sangre".
Paradójico, quien eso suscribía fue el jefe de una burocracia sindical que llevó adelante la masacre de Ezeiza e integró las bandas criminales de la Triple A y sucumbió bajo las balas. Pero la historia se encargara de desmentirlo. Perón propicio un baño de sangre y luego de su muerte el peronismo fue incapaz de evitar un descenlace sangriento.
El genocidio beneficio al gran capital del CEA que fue premiado con el manejo del Ministerio de Economía; a la Sociedad Rural que nombró a Jorge Zorreguieta, padre de la reina Máxima de Holanda, en Agricultura.
Los bancos agrupados en ADEBA recibieron el manejo de las finanzas mediante el chicago boy Adolfo Diz, la Camara de Comercio impuso a Walter Klein. Los partidos políticos apoyaron en distinta medida a la dictadura brindándoles funcionarios. La UCR, que hoy integra la coalición Cambiemos, encabeza la lista con 310, el PJ le sigue con 169, a pesar de ser víctima del golpe.
La Iglesia a través de Pio Laghi cumplió un papel fundamental de apoyo al genocidio. recordemos que Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco I, otorgó un doctorado honoris causa de la USAL al genocida Emilio Massera. Con la patria contratista surgen grandes grupos empresarios uno de cuyos emblemas es el Grupo Macri que paso de 7 a 47 empresas durante el reinado del terrorismo de Estado.
Terry Eagleton nos recuerda que "Una civilización que solo se guía por su experiencia presente es ciertamente pobre. Si el pasado debería enervar a los modernizadores liberales (...) No es solo porque gran parte de él amenaza con socavar su optimismo, también porque contiene legados que podrían contribuir a una transformación del presente mucho más profunda de lo que a ellos les gustaría".
La insistencia de la impunidad a los genocidas por parte del gobierno de Cambiemos tiene que ver con esta necesidad de cerrar las puertas a que se juzgue los crímenes del pasado. impunidad que el kirchnerismo que se auto-proclamo gobierno de los derechos humanos intento volver a erigir poniendo al criminal de lesa humanidad Cesar Milani al frente de las FFAA.
La historia también nos enseña que clase obrera argentina supo enfrentar decididamente al capital apelando a métodos y organizaciones de combate de los más variados.
Señalemos al pasar, que la política de las organizaciones guerrilleras que, más allá de sus diferencias, combinaban una guerra de aparatos ajena a la lucha de clases real y la estrategia de un frente de colaboración de clases con la burguesía progresista, colaboraron en el desarme político de la vanguardia para luchar por la dirección del movimiento de masas.
La clase obrera argentina pagó con su sangre la falta de independencia política y la ausencia de una dirección que actuara con una estrategia revolucionaria.

Facundo Aguirre

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