Un analista lúcido de la derecha argentina sugirió alguna vez que los futuros historiadores deberán leer la década kirchnerista no tanto por la emergencia de ese movimiento político, sino por la implosión del radicalismo posterior al 2001. Una mirada reducida a la superestructura política pero que contenía aspectos de verdad. Parafraseando la sentencia, se puede afirmar que la persistencia de Cambiemos (y el resultado de las recientes PASO) tienen su fundamento mayor en la aguda crisis del peronismo, antes que en la densidad o potencia de la coalición que comanda Mauricio Macri.
En las elecciones primarias, el Gobierno triunfó nacionalmente y exageró su victoria, tanto como el peronismo-kirchnerismo había inflado sus expectativas previas y después de los resultados agigantó su derrota.
Primera minoría y diáspora peronista
Los números fríos dictaminaron que Cambiemos ganó cómodamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Córdoba; empató en la estratégica provincia de Buenos Aires (que concentra cerca del 40 % del padrón electoral) aunque se consagra primera Cristina Fernández por unos miles de votos; perdió en Santa Fe (el tercer distrito) y no ganó por la mayoría que esperaba en bastiones “propios” como Jujuy y Mendoza. Las victorias en distritos como Santa Cruz, San Luis o Neuquén tienen alto contenido simbólico, pero no engrosaron cualitativamente la porción de votos que cosechó a un nivel que apenas superó el tercio del electorado: 35 %.
Pese a todo, en la apariencia y autopercepción de los contrincantes, esta clara primera minoría se acrecentó por la lenta pero persistente división que atraviesa el peronismo en los últimos años. Una expresión de su debilitamiento como histórico partido del orden y de la contención.
Las PASO “han dejado un resultado confuso, tanto en lo electoral como en lo político. En la suma nacional de votos –que nunca se presentó oficialmente– Cambiemos habría obtenido aproximadamente el 35 %. Es la primera fuerza política en el ámbito nacional, pero más por la dispersión de la oposición que por un apoyo mayoritario”, afirmó Rosendo Fraga, a quien no puede tildarse de “populista” o izquierdista1.
Ya en 2013 el peronismo había sufrido la escisión de Sergio Massa en la Provincia de Buenos Aires, en 2015 padeció una derrota de grandes dimensiones, primero en la provincia y luego en las presidenciales nacionales. En las recientes elecciones primarias, Cambiemos volvió a salir primero en la suma de votos de todo el país.
Luego del triunfo macrista en 2015, una parte importante de los gobernadores, legisladores y el grueso de los dirigentes sindicales burocráticos del peronismo, siguió el principio –muy peronista– de “ir en auxilio del vencedor”: cogobernaron con Mauricio Macri en este poco más de año y medio de gestión. El kirchnerismo (o cristinismo), si bien en muchas ocasiones votó en contra de leyes propuestas por el Ejecutivo, cumplió el triste papel de encubrir “por izquierda” (mejor dicho, por centroizquierda) a esta coalición de hecho, convocando a la unidad electoral de “traidores y traicionados”. Unidad que finalmente se concretó con una parte del aparato de los intendentes de la provincia (y en algunos otros distritos), pero no con Florencio Randazzo que obtuvo una porción minoritaria pero clave para el “empate” de Esteban Bullrich con Cristina Fernández.
Los resultados mantienen la continuidad del equilibrio catastrófico que también atraviesa al (no) liderazgo en el peronismo: Cristina Fernández obtuvo los votos necesarios para sostenerse como una fuerza minoritaria pero significativa dentro del movimiento, pero no los suficientes para liderar unificadamente al resto de la “federación”. Los que se postulaban como candidatos a la renovación hacia un peronismo “moderado” que eche lastre con el kirchnerismo, fueron derrotados, esencialmente Juan Schiaretti en Córdoba y el tremendo porrazo de Randazzo en la provincia. Por último, los que ganaron (el celebrity salteño Juan Manuel Urtubey, el camaleónico tucumano Juan Manzur o el “renovador” sanjuanino Sergio Uñac) no tienen, por ahora, el peso específico para conducir al conjunto del peronismo.
Las bases estructurales de esta larga agonía fueron graficadas por el politólogo y sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga en un interesante artículo publicado en el diario La Nación2. Para el cura politólogo, que además es director de Centro de Investigación y Acción Social (CIAS), el peronismo tiene su propia grieta en las bases sociales que históricamente le dieron sustento: una división que es producto de la precariedad e informalidad laboral, las fracturas y fragmentación social y un aumento de la dependencia de los poderes territoriales y la potencialidad del Estado. Y hoy el Estado (o los principales estados) están en manos de Cambiemos.
Por su parte, en una revisita a su clásico artículo “Los huérfanos de la política de partidos”, el sociólogo Juan Carlos Torre interroga:
Más concretamente, la pregunta que quiero colocar es la siguiente: ¿le llegó al peronismo su 2001? Esto es, ¿la dinámica del colapso partidario que arrasó al polo no peronista está hoy acaso a las puertas del polo peronista amenazando su condición de partido predominante?3.
Torre también encuentra el fundamento de esta llegada con delay del efecto 2001 al corazón del peronismo, en la fractura y fragmentación de lo que llama sus históricas bases populares.
Lo que no está señalado en estas sugerentes lecturas es la responsabilidad del peronismo (político y sindical) en esta situación: el menemista produjo la avanzada sobre los derechos sociales y laborales de la clase trabajadora; y el peronismo “posneoliberal” (kirchnerista) sostuvo sus pilares esenciales, pese a la extraordinaria e inédita expansión económica habilitada por múltiples factores. La burocracia sindical fue la garantía en todos los casos, sin discriminación alguna hacia las orientaciones políticas de los distintos gobiernos.
En un artículo que ya tiene tres años, analizábamos el itinerario del peronismo desde su época de clásico nacionalismo burgués que se apoyó en sus orígenes en la clase trabajadora, hasta nuestros días:
De conjunto, la experiencia del peronismo post dictadura es la de un creciente debilitamiento de sus lazos y su “anclaje de clase” en el movimiento obrero, por diversas formas de hacer base en las capas medias, acorde a la relación de fuerzas sociales y políticas nacional e internacional. Y como consecuencia de esto el debilitamiento de la identidad histórica del movimiento obrero y los sectores populares con el peronismo4.
En suma, la crisis del peronismo tiene causas mucho más profundas que los errores tácticos de sus referentes para las alianzas electorales. La siempre latente crisis de representación que dejó en el ambiente el 2001 (que fue desviado o contenido, pero no derrotado) y que condenó al radicalismo a ser un muleto del PRO, ahora aplica sus efectos ácidamente disolventes sobre el peronismo.
La hegemonía que no es
En este contexto, son exageradas las lecturas que comenzaron a hablar de una “nueva hegemonía”5.
En primer lugar, porque los propios números de las PASO imponen un límite a esa percepción. Cambiemos alcanzó un tercio del electorado y “empató” en el distrito estratégico. Si en octubre ampliara considerablemente su distancia (y diera vuelta el resultado en la provincia de Buenos Aires), la aseveración podría tener mayor pertinencia. No es lo que augura la inmensa mayoría de los analistas que pronostican para octubre la repetición grosso modo del escenario de agosto.
En segundo lugar, porque una cosa es la victoria parcial en las urnas de las primarias y otra muy distinta la “traducción” de ese triunfo a un cambio cualitativo de la relación de fuerzas sociales y sobre todo con el movimiento obrero, hacia quien apuntan todos los cañones de los gobierno de los CEO. Es tan indudable el hecho de que el Gobierno profundizó un ajuste que afectó al conjunto de los sectores populares como que aún no es el ajuste que el universo empresario reclama y necesita para dar una salida capitalista a la crisis argentina. El “gradualismo” fue el homenaje que Cambiemos debió rendir a la relación de fuerzas. Las divisiones que atraviesan a la dirigencia sindical muestran dos aspectos de una realidad contradictoria: su crisis, producto de las transformaciones y fragmentación del mundo de los trabajadores y, a la vez, la necesidad de darle forma a una tendencia más reformista (con pose combativa) en posible alianza con una fracción “vandorista” que trate de contener el malestar obrero, para no dejarlo en libre disponibilidad para las corrientes clasistas que son una realidad en el movimiento de los trabajadores.
En tercer lugar, la situación internacional no acompaña armónicamente al proyecto de Cambiemos, con fenómenos políticos versátiles e inestables, “populistas” a lo Trump o tendencias como el Brexit inglés; en disputa con la persistencia de las políticas neoliberales o globalizadoras en China o Alemania6. Macri impulsó la vuelta a un mundo justo en el preciso instante en que se estaba yendo.
Junto con la inexistencia de una crisis explosiva que actúe como disciplinante (como sucedió en la génesis menemista o la kirchnerista que inauguró el duhaldismo), todos estos elementos impiden hablar de una nueva hegemonía a la que todavía le queda mucho por recorrer sin descartar que no sucumba en el intento.
Triunfalismo y discurso del miedo
Estos límites no niegan que el triunfo electoral no haya impulsado a Macri a redoblar su discurso ofensivo, más decisionista; incluso algunos hablaron de “más peronista”.
El gobierno hizo un lujurioso festejo (manipulación de los datos mediante), como si hubiese arrasado, habló del nacimiento de una nueva era de por lo menos 20 años.
El ajuste es “gradual”, pero el Gobierno viene desplegando un relato de mayor dureza y agites represivos frente a cualquier reclamo de los trabajadores. Existieron casos de represión directa (los desalojos de la Panamericana en el paro del 6 de abril o en PepsiCo). Amenazas, incluso, a la propia burocracia sindical con el despido de dos funcionarios como respuesta a la marcha de la CGT el 22 de agosto pasado y advertencias de restringir el uso de los fondos de las Obras Sociales para obligarla que desarrolle su faceta entreguista hasta el final.
Agita también una nueva reforma laboral flexibilizadora que se acerque lo más posible a la reforma esclavista que se votó en Brasil.
Esta prepotencia y discurso del miedo puede tener en lo inmediato un efecto “moral” entre los trabajadores, fortaleciendo las tendencias conservadoras y el temor en el que se apoya la burocracia sindical y que impulsan también las patronales. No implica un cambio en sí mismo de la relación de fuerzas, pero es un factor a tener en cuenta para calibrar el desenvolvimiento y la respuesta de los trabajadores sin impresionismos. Y no caer en las explicaciones burdas (y un poco gorilas) que ven una invasión de masas con incurable síndrome Estocolmo.
Santiago Maldonado: desaparición forzada y crisis
Sin embargo, este mismo discurso áspero que soltó la correa de las descompuestas fuerzas de seguridad argentinas, tuvo la primera consecuencia, tan grave como predecible: la desaparición forzada de Santiago Maldonado. La responsabilidad de la Gendarmería es cada vez más evidente, tanto como la complicidad por encubrimiento de parte del Ministerio de Seguridad que comanda la inefable Patricia Bullrich. Las primeras respuestas que contenían el siniestro aura del “algo habrán hecho” se deslizaron en los discursos oficiales y no hicieron más agrandar la crisis política de este caso aberrante. El conocimiento de los hechos fue dejando en ridículo las operaciones que incluían un combo de sospechosos ataques, incendios en la ciudad de La Plata, sin cámaras ni huellas, sin testigos y con autos prendidos fuego que estaban dados de baja. Hasta un expolicía denunciado enérgicamente como otro desaparecido y luego encontrado de caravana timbera en un casino.
El caso Maldonado interpeló un reservorio que es parte de la relación de fuerzas: la defensa de las libertades democráticas y la lucha histórica por el castigo a los genocidas y a sus métodos. La reacción de los familiares, organismos de DDHH, la izquierda y sectores progresistas, así como la enorme repercusión pese al (una vez más) pérfido rol de los medios oficialistas, creó una crisis en el gobierno y empujó al cambio de carátula de la casusa hacia la “desaparición forzada” e implicó un reclamo masivo en los medios, en las redes y en la calle7.
Paso a la izquierda
En este escenario, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) resistió la polarización en distritos como la provincia y Ciudad de Buenos Aires e hizo destacadas elecciones en Jujuy, Mendoza, Neuquén, Santa Cruz y Salta.
En la provincia de Buenos Aires, con Nicolás del Caño a la cabeza de lista de diputados (y Néstor Pitrola en senadores) se notó un sensible desplazamiento de los apoyos del FIT hacia sectores obreros y populares. Esto es más evidente en Jujuy, donde el obrero de recolección de residuos y militante del PTS, Alejandro Vilca8, alcanzó casi el 13 % de los votos en una elección histórica, un fenómeno que también se repite en Neuquén con el dirigente del PTS Raúl Godoy, que además es obrero de cerámica Zanón y actual legislador provincial y obtuvo el 7 %, y Mendoza con la actual senadora provincial Noelia Barbeito (PTS) que casi alcanza el 9 %. El FIT también realizó buenas elecciones en Santa Cruz (8 %) y Salta (7 %).
Hay un desafío inmediato hacia las generales de octubre en la pelea por la consagración de diputados allí donde es probable y posible (Buenos Aires, Mendoza, Jujuy, Córdoba, entre otras).
Pero a la vez, hay una tarea estratégica en el marco de la nueva crisis del peronismo. Si toda crisis esa una oportunidad, la crisis histórica que atraviesa el peronismo, es la madre de todas las oportunidades.
Con una combinación de lucha política por la conciencia de los trabajadores, combatividad como la que demostraron los obreros y obreras de PepsiCo, una orientación de frente único obrero (unidad y diferenciación) hacia las organizaciones que se postulan para contener y regular la pelea contra el ajuste que Macri tiene en agenda y una batalla por la recuperación de los sindicatos; puede hacer avanzar el clasismo y abrir el camino hacia un partido propio de la clase trabajadora.
Junto a ocupar la primera fila en la lucha por las libertades democráticas (como ahora con el caso Maldonado) y con un programa y orientación para que la clase trabajadora pueda imponer su salida hacia el conjunto de los sectores populares oprimidos, la izquierda clasista puede avanzar en perfilar una respuesta anticapitalista contra el programa rabiosamente empresarial de la coalición Cambiemos.
La nostalgia en torno a la reconstitución de las bases sociales históricas del peronismo, no puede ser más que pura ilusión. Ninguno de los peronismos realmente existentes puede (ni quiere) pelear por la unidad de la clase trabajadora y de esta con los sectores populares (en gran parte porque son responsables de la actual división). Es una tarea monumental a la que solo aspira la izquierda anticapitalista y una apremiante necesidad para evitar que la crisis la paguen (una vez más) los trabajadores. A la pretendida hegemonía de los CEO se le debe contraponer la única hegemonía a la altura de presentarle batalla: la hegemonía de la clase obrera.
Fernando Rosso
La Izquierda Diario
Notas:
1.Rosendo Fraga, “Unas PASO que gana el Gobierno, pero que no resuelven interrogantes”, Nueva Mayoría, 15/08/2017.
2.Rodrigo Zarazaga, “El peronismo tiene su propia grieta”, La Nación, 23/08/2017.
3.Juan Carlos Torre, “Los huérfanos de la política de partidos revisited”, Revista Panamá, 10/08/2017.
4.Juan Dal Maso y Fernando Rosso, “Peronismo, kirchnerismo y pos-peronismo”, Blog “El violento oficio de la crítica”, 08/08/20145. (http://elviolentooficio.blogspot.com.ar).
6.Fernando Rosso, “Cambiemos: ¿una nueva hegemonía?”, Revista Panamá, 22/08/2017 y La Izquierda Diario, 24/08/2017.
7.Ver sobre este tema el dossier de este número de IdZ.
8.Al respecto ver conversación con Myriam Bregman en este número.
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