domingo, 17 de septiembre de 2017
Los lápices no pierden su filo
Los jóvenes son un factor explosivo en la historia, capaz de poner en jaque al poder existente con sus ideas y su cuerpo. Ésta es la amenaza que la dictadura pretendió borrar aquel septiembre de 1976, y es el legado que retomamos hoy en las calles.
¿Qué escriben nuestros lápices?
A mediados la década del 60, el boom económico posterior a la Segunda Guerra Mundial llegaba a su fin y el capitalismo mostraba los límites de su recuperación. El imperialismo desparramaba su napalm en Vietnam y los pueblos oprimidos levantaban su cabeza. Fue entonces cuando en todo el mundo –desde Europa hasta Latinoamérica-, obreros y estudiantes confluyeron en luchas que cuestionaron el corazón del sistema. En Argentina, este proceso tuvo su expresión en distintos hitos cuyo punto culminante fue aquella gran gesta de la clase obrera argentina: el Cordobazo.
En 1970, durante el ascenso revolucionario más importante de la historia argentina, codo a codo con los jóvenes trabajadores, los universitarios y los secundarios tuvieron un protagonismo indiscutible. Un ejemplo fue la pelea que desarrollaron a lo largo de 1975 en La Plata y otras ciudades que, lejos de limitarse al boleto estudiantil, mostraba los mejores elementos de una generación que sostenía en alto las banderas de la insurrección.
Por ello, cuando en septiembre del año siguiente, la dictadura -a cargo del Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires- chupó y torturó a diez de estos jóvenes, lo hizo como parte de un plan sistemático para borrar a la vanguardia que constituía su mayor amenaza. Tenían entre 14 y 17 años y eran, en su mayoría, militantes. Claudio de Acha, Horacio Úngaro, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, María Clara Ciocchini y Daniel Alberto Racero aún continúan desaparecidos, y Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler lograron sobrevivir.
Cinceles del futuro
Gustavo Calotti, uno de los estudiantes que vivió luego de haber sido sometido en los Centros Clandestinos de Arana y el Pozo de Quilmes, la Comisaría 3 de Valentín Alsina y la U-9 de La Plata, afirmaba: “Se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo de ésta un símbolo que vació el contenido”. Esto no es casual. Las clases dominantes se han empeñado una y otra vez en limar el filo rebelde de nuestra historia, negándola o convirtiéndola en un instrumento para sus propios fines. Son aquellos que reivindican discursivamente a la “juventud maravillosa” pero alertan que los tiempos han cambiado, que ya no se necesita pelear para alcanzar nuestras conquistas. Los que, con su cinismo habitual, apoyan a candidatos enemigos de los laburantes y los jóvenes, mantienen la precarización laboral y las policías asesinas así como la impunidad de ayer y de hoy, pero instituyen el 16 de septiembre como “Día Nacional de la Juventud”.
El pensador marxista Walter Benjamin entendía que “la imagen de los antepasados esclavizados” constituye, para los explotados, “el nervio de su mejor fuerza”. Para él, la propia revolución podía ser entendida como un “salto de tigre al pasado” y, en este sentido, decretaba: “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza”.
A lo largo de la última dictadura militar desaparecieron 250 jóvenes entre 13 y 18 años y, de acuerdo con la CONADEP, el 21% del total de los perseguidos y encarcelados provino de secundarios y universidades. El propio Ramón Camps, a cargo del operativo de septiembre del 76, justificó los secuestros por el "accionar subversivo en las Escuelas". Lejos de ser una“revuelta estudiantil y utópica”, como muchas veces se pretende, los secundarios se alzaron para transformar radicalmente al mundo.
Para nosotros, desde la Juventud del PTS en el Frente de Izquierda y las agrupaciones No Vamo a Calmarno y En Clave Roja, el día de hoy no es una fecha para conmemorar pasivamente. Sino que es un día de memoria viva, donde marchamos contra las fuerzas represivas, los burócratas sindicales, las cúpulas eclesiásticas y los entregadores, que fueron los aliados del Proceso y continúan hoy garantizando la represión y la persecución.
Por eso, hoy marchamos para exigirle al Estado la aparición con vida de Santiago Maldonado y que no se transforme en otro monumento a la impunidad como es el caso de Julio López. Nosotros no contraponemos desaparecidos con desaparecidos, luchamos contra la impunidad y contra los encubridores de ayer y hoy, y este lunes nos va a encontrar otra vez en las calles, 11 años después de la desaparición de Julio López.
Magalí, referente del Carlos Pellegrini y la agrupación En Clave Roja nos dice: “41 años después, las fuerzas represivas siguen fieles a su rol. A mí no me van a contar lo que son, mi abuelo fue asesinado por la triple A, en el 2014 enfrentamos a la gendarmería en LEAR, hace unos meses en el desalojo de Pepsico, y todos los días se quieren meter a los colegios tomados y amedrentarnos. No les tenemos miedo, los enfrentamos en todos lados. Por eso yo retomo la lucha por cambiar este sistema de raíz que dieron nuestros compañeros desaparecidos de la Plata y toda su generación.”
Los lápices siguen escribiendo porque no vamos a dejar que conviertan en papel mojado lo que fue marcado a fuego. La pregunta está planteada: ¿qué vamos a escribir hoy? En momentos de convulsión, los jóvenes se muestran como un factor decisivo para girar el curso de los acontecimientos. Lo que está en disputa es cómo nos preparamos y bajo qué banderas lo hacemos.
Jazmín Pecci
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