domingo, 17 de febrero de 2013
No es una crisis, es el sistema
Entrevista con Jorge Martín, de la Corriente Marxista Internacional
La crisis actual del sistema capitalista permite evidenciar, una vez más, que Marx tenía la razón. Su obra, su pensamiento revolucionario están hoy más vigentes que nunca antes. El pensamiento débil, posmoderno, progre, no ha podido ni tan siquiera comprender la situación que vive el mundo actualmente, mucho menos explicarla y, peor, encontrar las vías para la transformación revolucionaria de la sociedad.
No puede ser de otra forma, porque, en definitiva, a esos intelectuales de cafetín, representantes de ese pensamiento, investidos de una vanidad que raya con la prepotencia, los mismos que exaltan todo lo post, lo light, que abogan por el fin de las ideologías y la lucha de clases, solo les interesa su prestigio como profesionales al servicio del poder dentro de las instituciones académicas universitarias. Igual sucede con los sociólogos, fundamentalmente los abiertamente puestos del lado de la burguesía y el imperialismo, quienes prestan sus servicios a quienes les pagan sus sueldos.
Con Jorge Martín, miembro del Comité de Redacción de la página web “In Defence of Marxism” (www.marxist.com/es), editor de “América Socialista”, revista política de la Corriente Marxista Internacional en las Américas, conversamos sobre la actualidad del pensamiento de Marx en una época en la que no hay otra salida que la de luchar por el triunfo del socialismo.
Jorge, ¿tiene vigencia en la actualidad El Manifiesto Comunista para el análisis de la sociedad capitalista? En este contexto ¿son válidas las categorías usadas por el marxismo de clase social, plusvalía, trabajo asalariado, puesto que hoy se dice que estamos frente a la economía del conocimiento, una economía desmaterializada, una economía que ya no está basada en el trabajo productivo?
En realidad el Manifiesto Comunista es el documento más actual que alguien que quiera entender lo que está sucediendo hoy en día pueda leer. Aunque fue escrito hace casi 165 años, el Manifiesto describe de manera brillante el mundo capitalista que vemos hoy, incluso más que la situación que existía en 1847. Si uno se molesta en leer cualquier texto burgués de aquella época, verá que no tiene más que un interés puramente histórico. El Manifiesto en cambio describe en detalle la dominación aplastante del mercado mundial, las crisis periódicas del sistema capitalista, el surgimiento de la clase trabajadora, la concentración de los medios de producción, etc.
Las categorías marxistas están, si cabe, más vigentes hoy en día que en la época de Marx, cuando realmente el sistema capitalista mundial estaba en su infancia. A los que afirman que la economía capitalista ya no se basa en el trabajo productivo habría que pedirles que se paren a pensar en las cosas que les permiten funcionar durante un día de su vida. ¿Quién y cómo se produce la cama donde duermen, las cobijas que los abrigan, las paredes, ventanas y techo que los protegen de la intemperie? ¿De dónde sale la comida que lo alimenta, la energía con la que la cocinan, el horno y los fogones dónde la transforman en deliciosos platos? ¿Quién produce el auto o el transporte colectivo que los lleva a su lugar de trabajo y quién lo conduce? Podríamos seguir.
En cuanto a la “economía del conocimiento”, si de lo que estamos hablando es del papel de las tecnologías de la información y la comunicación, nada de ello entra en contradicción con el análisis marxista del capitalismo. Marx y Engels explican como “la burguesía no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción”. Las nuevas tecnologías se aplican a la producción para aumentar la productividad del trabajo, el conocimiento por el conocimiento no tiene ningún valor bajo el capitalismo si no encuentra una aplicación en la producción de mercancías.
Si hablamos, por ejemplo, del desarrollo de programas de software, esto lo hacen trabajadores que generalmente trabajan para grandes multinacionales y que reciben un salario a cambio de su fuerza de trabajo. Aunque trabajen delante de una pantalla de computadora y con un teclado, en lugar de apretar tornillos en una cadena de producción, igualmente son trabajadores asalariados de los que se extrae plusvalía. El producto final de su trabajo quizás no se puede tocar físicamente, pero igualmente es una mercancía, en la medida que tiene un valor de uso y un valor de cambio y se vende en el mercado capitalista.
En el contexto de la aguda crisis económica a la que se enfrenta el sistema capitalista, ya no somos sólo los marxistas los que reclamamos la validez de los análisis de Marx, sino que también los estrategas más inteligentes de la burguesía se ven obligados, a regañadientes, a reconocer su validez.
¿Es posible superar un sistema basado en relaciones mercantiles y en el trabajo asalariado?
No solamente es posible sino que es necesario. El capitalismo es un sistema que está en crisis. Las fuerzas productivas que ha creado se rebelan contra los límites impuestos por la propiedad privada de los medios de producción y por el Estado nacional. La actual crisis económica ha provocado la destrucción de 27 millones de puestos de trabajo, llevando el total a 200 millones de desempleados. Dos cientos millones de hombres, mujeres y sobre todo jóvenes condenados a la inactividad, no porque no existan necesidades humanas que cubrir, sino porque los capitalistas, la minoría que es propietaria de los medios de producción, no encuentran un mercado para transformar mercancías en beneficios.
Sobre la base de la planificación democrática de la economía sería posible resolver de un plumazo los problemas del hambre, la enfermedad, la desnutrición, la falta de acceso al agua potable, el desempleo y la pobreza extrema que afectan hoy a cientos de millones de personas en todo el mundo. El único obstáculo es el capitalismo, que se basa no en satisfacer las necesidades de la mayoría, sino en el lucro privado de una minoría. Para superar este obstáculo es necesario expropiar los medios de producción y el capital para ponerlo al servicio de la población.
Ese sería el primer paso hacia una sociedad basada no en la necesidad sino en la abundancia. Y progresivamente la eliminación del dinero y de las relaciones mercantiles, lejos de ser un instrumento de dominación y explotación, se convertirían en un mero mecanismo de control administrativo, para finalmente desaparecer por completo.
¿En qué consiste la teoría marxista de la política? ¿Cómo entender desde el marxismo lo que es la política? ¿Cuál es la diferencia entre la política burguesa y la política revolucionaria? ¿Es posible ser apolíticos?
Desde un punto de vista marxista, toda lucha de clases es una lucha política. Lógicamente, existe hoy en día una amplio rechazo a la “política” en general por parte de jóvenes y trabajadores que entran en la arena de la lucha justamente repugnados por el espectáculo de políticos tanto de derecha como de “izquierda” que siguen fundamentalmente las mismas políticas y todos afectados por escándalos de corrupción. Este es un rechazo sano y saludable. Pero hay que ir más allá. La política no es más que la lucha por los intereses propios y colectivos de los trabajadores y los oprimidos como clase en oposición a los intereses de los capitalistas como clase.
Desde el punto de vista de la clase dominante, la política se limita a ofrecer a los trabajadores la posibilidad de votar cada cierto tiempo por un partido u otro, pero en última instancia todas las decisiones importantes se toman en los consejos de administración de los grandes bancos y empresas. Esa es la política burguesa. Desde el punto de vista de los trabajadores, la política debería ser la lucha por avanzar en los intereses diarios y concretos de la clase oprimida, y la vinculación de esa lucha con el objetivo general de tomar el poder político para poner fin al régimen capitalista de explotación.
La idea del rechazo general a toda la política, en realidad es muy útil a la clase dominante pues si los trabajadores y trabajadoras no participamos políticamente, defendiendo nuestros propios intereses, entonces dejamos la política en manos del enemigo. Lo que es necesario es organizarse de tal forma que las organizaciones, que la clase obrera ha creado a lo largo de décadas y ha mantenido con su esfuerzo militante, respondan realmente a sus intereses.
Puedes explicarnos ¿qué es el reformismo? ¿El reformismo se enfrenta necesariamente a los cambios revolucionarios? ¿El dilema sigue siendo reforma o revolución?
El reformismo es básicamente la idea de que el sistema capitalista se puede ir mejorando, con pequeños parches y reformas, de manera gradual y parlamentaria, hasta llegar a transformarlo por completo. En realidad esto era el reformismo clásico, del dirigente de la socialdemocracia alemana Bernstein por ejemplo.
El reformismo vivió su época dorada durante el boom de la posguerra en los países capitalistas avanzados. Allí sí se realizaron reformas importantes que mejoraron las condiciones de vida de la clase trabajadora, lo que se vino a llamar el Estado del bienestar. Salud y educación gratuitas para todos, viviendas sociales baratas, seguro de desempleo generoso, pensiones de jubilación dignas, licencia por maternidad, guarderías infantiles públicas de calidad, etc. Todo eso fue posible, por una parte, debido a la lucha y la organización de la clase trabajadora y, por otra, debido al largo período de crecimiento económico que el capitalismo experimentó durante casi 3 décadas.
En esas condiciones parecía normal, por lo menos en los países capitalistas avanzados, pensar que un proceso gradual de reformas iría limando las aristas del capitalismo. Eso fortaleció la dominación de las ideas reformistas en el movimiento obrero de esos países. Sin embargo, las crisis capitalistas de 1973 y 1979, pusieron fin a esa época.
El capitalismo ya no podía permitirse conceder ni siquiera algunas migajas que sobraran de la mesa del patrón. Empezó toda una época de contra-reformas y ataques que han ido destruyendo gran parte de las conquistas del pasado. Incluso cuando los partidos social-demócratas han llegado al poder no han aplicado políticas reformistas. La actual crisis del capitalismo pone de manifiesto, incluso de manera más aguda, la imposibilidad de conseguir reformas significativas y duraderas en el marco de un sistema senil.
Algunos describen este período como “neo-liberal” o argumentan que las políticas de austeridad están motivadas por criterios ideológicos. Aunque obviamente la clase dominante trata de establecer un andamiaje ideológico para sus políticas, lo cierto es que la crisis económica no les permite conceder ninguna reforma.
Los revolucionarios no estamos contra las reformas, al contrario, participamos de manera seria y consecuente en la lucha por defender o conquistar cualquier reforma seria que mejore las condiciones de vida, de trabajo y los derechos democráticos de la mayoría. En su obra clásica “Reforma o revolución”, la gran revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo lo explica claramente en respuesta a los reformistas dentro del movimiento socialdemócrata:
“ La lucha cotidiana por las reformas, por el mejoramiento de la situación de los obreros en el marco del orden social imperante y por instituciones democráticas ofrece a la Socialdemocracia el único medio de participar en la lucha de la clase obrera y de empeñarse en el sentido de su objetivo final: la conquista del poder político y la supresión del trabajo asalariado. Entre la reforma social y la revolución existe, para la socialdemocracia, un vínculo indisoluble. La lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin.”
Lo que diferencia a revolucionarios de reformistas pues, no es la lucha por las reformas, sino el que los reformistas piensan que es posible reformar el capitalismo, mientras que los revolucionarios estamos convencidos que el mismo debe ser abolido de manera revolucionaria. Si las ideas reformistas fueron siempre utópicas, en el contexto de la más severa crisis capitalista desde los años 30, hoy en día lo son todavía más.
¿Se puede cambiar el mundo sin tomar el poder?
La idea, defendida por algunos intelectuales como Holloway, de que es posible cambiar el mundo sin tomar el poder, aunque puede parecer atractiva, y en cierta medida es una reacción contra el estatismo estalinista del siglo 20, en realidad no tiene ni pies ni cabeza.
La clase dominante, lo es en virtud de su propiedad de los medios de producción, pero se dota de un Estado (“cuerpos de hombres armados en defensa de la propiedad privada” como dijera Engels), para defender esa dominación. El poder estatal es parte integrante de la dominación capitalista. El poder económico no se puede separar del poder político.
La idea de que uno puede simplemente “salirse” del capitalismo, crear “espacios liberados” o “autónomos” en los que el capitalismo cesa de existir, y que de alguna manera esos espacios se van a extender hasta que el sistema capitalista no pueda ya funcionar, es utópica y refleja además una profunda incomprensión del carácter de fondo del sistema capitalista.
Además de tener muchos puntos en común con el gradualismo reformista, es una concepción profundamente idealista. Se argumenta que si convencemos a una mayoría, mediante el ejemplo voluntarista de unos cuantos, de que se puede vivir “fuera del capitalismo”, entonces el resto nos seguirá. Sin embargo las cosas no son tan simples. El capitalismo no es un modo de vida, sino un conjunto de relaciones sociales y de poder y eso es lo que hay que transformar para poner fin al mismo.
Las ideas de Holloway se basan en gran medida en la experiencia de los zapatistas en México. La lucha de los campesinos pobres indígenas de Chiapas es sin duda heroica, y su levantamiento contó con simpatías muy amplias entre todos los oprimidos de México y mucho más allá. Sin embargo, la estrategia zapatista ha quedado desacreditada en la práctica. Al renunciar a la lucha por tomar el poder en México, su movimiento ha quedado reducido a la lucha por una autonomía cultural limitada en una parte del país. Los jóvenes de las comunidades zapatistas siguen siendo obligados a emigrar para encontrar un sustento a otras zonas del país, a las regiones turísticas o petroleras. La agricultura de subsistencia no puede ofrecer una salida a los millones de trabajadores y pobres de México. La dirigencia zapatista, al llevar hasta su extremo la idea de que todos los políticos son iguales, de que no podemos participar en la farsa electoral burguesa, finalmente se aislaron de uno de los movimientos más importantes que han visto los oprimidos en México en mucho tiempo: la lucha contra el fraude electoral a López Obrador en el 2006.
La experiencia de las fábricas ocupadas en Argentina y en otros países, también demuestra en la práctica que es imposible construir islas de socialismo rodeadas de capitalismo, enclaves de una nueva sociedad, dentro de la vieja. Las fábricas necesitan insumos, fuentes de crédito, necesitan colocar sus productos en el mercado capitalista, etc.
Recientemente en un artículo sobre Grecia, Holloway proponía como alternativa a los brutales planes de austeridad “la vuelta al campo, los huertos urbanos, las ollas populares”. Aquí vemos realmente la estrechez de miras de ésta teoría. Una cosa es que muchos griegos, sin empleo, sin ingresos, sin casa, se hayan visto obligados a volver al campo, o a plantar unas hortalizas en un huerto para subsistir. Pero ¿realmente se puede proponer eso como una alternativa al capitalismo? La salida en Grecia es la unidad de la lucha obrera para derribar al gobierno, la nacionalización de la banca y las grandes empresas bajo control obrero, para tomar control de la economía y poder planificarla democráticamente en interés de la mayoría. Esto debería ir acompañado por un llamamiento internacionalista a los trabajadores de Europa y del mundo a seguir el mismo camino y levantar un movimiento de solidaridad con la revolución griega.
Los trabajadores de la Acería Griega han ocupado las instalaciones y llevan más de tres meses en huelga. ¿Acaso la alternativa para ellos es abandonar la fábrica y ponerse a cultivar tomates en el balcón de su casa? Su lucha pasa por la nacionalización bajo control obrero de la empresa, para poder poner esos medios de producción, condenados a la inactividad por la crisis capitalista, a funcionar en beneficio de la mayoría, usando el acero para construir hospitales, puentes, escuelas, etc.
Definitivamente no se puede cambiar el mundo sin poner fin al sistema capitalista, y eso pasa por la toma del poder político y económico por parte del pueblo trabajador, por los que producen toda la riqueza.
¿Se debe participar o no políticamente en el régimen parlamentarista burgués?
El régimen parlamentarista burgués no es más que una fachada bonita para la dictadura del capital. Sin embargo, por el momento, la mayoría de la población no lo ve de esta manera. Como consecuencia, los revolucionarios debemos participar en el parlamento, pero sin ninguna ilusión en el mismo, sino para utilizarlo como altavoz, como plataforma para la explicación de las ideas revolucionarias. Los bolcheviques en Rusia, mientras no tuvieron el apoyo suficiente como para oponer al parlamentarismo una auténtica democracia soviética, participaron hasta incluso en las más restrictivas elecciones a la Duma (parlamento) zarista, y utilizaron de manera muy hábil a los parlamentarios electos para hacer propaganda pública de la necesidad de una revolución y para denunciar al régimen zarista.
En los países europeos más severamente afectados por la crisis, incluso la farsa del parlamentarismo burgués empieza a quebrarse y mostrar de manera más abierta su auténtico carácter. En Grecia e Italia hemos visto la sustitución de gobiernos elegidos democráticamente en elecciones burguesas, por gobiernos “tecnocráticos” compuestos de representantes directos de los banqueros y capitalistas, a los que nadie eligió.
Esto lleva a un descrédito cada vez más amplio de los políticos burgueses y del régimen parlamentario burgués en general. En el Estado español por ejemplo, uno de los gritos de guerra del movimiento de los “indignados” ha sido: “que no, que no, que no nos representan”. Al mismo tiempo vemos el aumento en los votos para aquellas opciones de la izquierda que aparecen como un punto de referencia alternativo (por ejemplo Izquierda Unida en España, el KKE y Syriza en Grecia).
Los parlamentarios revolucionarios sin embargo tienen que romper abiertamente con las normas y costumbres del parlamentarismo burgués. En primer lugar deben renunciar a los privilegios y prebendas que acompañan el cargo. Un diputado que quiere representar a la clase obrera debería percibir el mismo salario que el de un obrero cualificado, y entregar el resto al movimiento obrero. Un diputado obrero debería convertirse en el portavoz de todas y cada una de las luchas de los trabajadores en la arena parlamentaria para darles de esta manera la más amplia publicidad. En Gran Bretaña en los años 80, la tendencia marxista Militant logró elegir a 3 diputados al parlamento nacional dentro de las listas del Partido Laborista precisamente sobre la base de la consigna “diputado obrero, sueldo obrero”. La participación de los revolucionarios en los parlamentos burgueses no debe de ser un fin en sí mismo, sino una herramienta auxiliar en la lucha de clases, complementando y amplificando la acción en la calle.
¿Cómo explicar desde la teoría marxista las categorías de democracia y la de dictadura del proletariado?
La llamada “democracia”, democracia burguesa en realidad, no es más que una fachada de la dictadura del capital. Es decir, se garantizan formalmente una serie de derechos democráticos, siempre que el ejercicio de los mismos no amenace el poder, los privilegios y la propiedad de la clase capitalista. En cuanto estos se ven amenazados, la clase dominante no duda en recurrir a métodos dictatoriales de dominación, como vimos gráficamente en el golpe de Estado de Pinochet en Chile en 1973.
Pero incluso en un régimen formalmente democrático, el poder real reside en los propietarios de los medios de producción que tienen la capacidad económica para decidir sobre el destino y el empleo de millones. También controlan los medios de comunicación para moldear la opinión pública, compran y venden políticos para defender sus intereses, etc. La democracia y la igualdad bajo el capitalismo son ilusorias. Como dijo el escritor francés Anatole France, “la ley, en su majestuosa igualdad, prohíbe por igual, al rico y al pobre, dormir bajo un puente, mendigar en las calles y robar pan”.
La dictadura del proletariado no es más que otro nombre para la democracia obrera. Bajo el capitalismo tenemos una dictadura ejercida por una clase minoritaria sobre otra, mayoritaria. Bajo la dictadura del proletariado, es la clase trabajadora, la mayoría de la sociedad, la que ejerce el poder y lo defiende contra una minoría explotadora que quiera restaurar el viejo régimen. La democracia obrera en realidad, no es más que un régimen transitorio, en la medida en que el socialismo crea un régimen de abundancia, la necesidad de un aparato estatal va desapareciendo.
Recomiendo la lectura de los textos de Marx y Engels sobre la Comuna de París y el clásico texto de Lenin “El Estado y la Revolución” para una explicación más detallada de estos conceptos.
¿Tienen vigencia los planteamientos hechos en el Manifiesto Comunista respecto a la organización revolucionaria de la clase trabajadora?
Totalmente. La clase trabajadora, por el lugar que ocupa en las relaciones capitalistas de producción, es la única clase que potencialmente revolucionaria de manera consecuente. Eso no quiere decir que no precise de, y deba buscar el apoyo de, otras capas en la sociedad, como el campesinado en aquellos países en que tiene un peso específico en la sociedad, los pobres urbanos, las capas bajas de la pequeña burguesía, etc.
En las recientes huelgas masivas en defensa del sistema de pensiones de jubilación en Francia vimos dos ejemplos de esto. Por una parte, los trabajadores de las refinerías, un sector altamente organizado y que había conquistado condiciones de trabajo y salariales superiores a otros sectores, se lanzó a una huelga indefinida con bloqueos de las instalaciones. La medida rápidamente generó la simpatía y solidaridad de amplias capas de la población y llegó a paralizar prácticamente la vida económica de todo el país. Eso demostró el poder potencial de incluso un grupo numerosamente pequeño de trabajadores. El otro ejemplo fue la huelga de los trabajadores de los transportes de seguridad que distribuyen el dinero a las sucursales bancarias y cajeros automáticos. Una huelga que en pocos días amenazaba con paralizar la vida financiera del país.
La clase obrera, por lo tanto, potencialmente tiene el poder para tomar el control de la sociedad. Lo que se requiere es una dirección revolucionaria que esté a la altura. Esta dirección no se puede simplemente proclamar sino que tiene que ganarse el derecho a dirigir a la clase, mediante su intervención en todas y cada una de las luchas de los oprimidos. En palabras de Marx:
“Los comunistas no forman un partido aparte de los demás partidos obreros.(…) Los comunistas no se distinguen de los demás partidos proletarios más que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto. Los comunistas son, pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocarse el movimiento proletario.” (El Manifiesto Comunista, Marx y Engels, 1848)
¿Cómo comprender el movimiento de los Indignados y Ocupa Wall Street?
Estos movimientos son extraordinariamente sintomáticos. Reflejan un estado de ánimo cada vez más amplio de oposición instintiva al sistema capitalista, que se ha ido acumulando durante años y que ha salido a la superficie con la actual crisis económica.
Consignas como “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, “somos el 99%”, “no es una crisis, es el sistema”, sacan a la luz la oposición existente entre la mayoría de la población que tiene que vender su fuerza de trabajo para asegurarse un sustento y una minoría parasitaria, no electa, que se enriquece cada vez más a costa de ese 99%. Esta es una conclusión profundamente revolucionaria y a la que han llegado capas cada vez más amplias de la población. Es cierto que el papel decisivo en esos movimientos lo ha jugado la juventud, como no podía ser de otra manera y como suele suceder a lo largo de la historia. Pero la juventud no es más que un barómetro sensible de los estados de ánimo generales en la sociedad. Tanto en EEUU como en España, por ejemplo, todas las encuestas de opinión realizadas muestran como el 80% o más de la población apoya estos movimientos y sus objetivos.
El que en los EEUU, el país capitalista más poderoso del mundo, se haya planteado la idea de una huelga general como sucedió en Oakland, California, contra la brutal represión al movimiento Ocupa, es también muy significativo. Estos movimientos, además de cuestionar al propio sistema capitalista, reflejan la idea muy avanzada de que es posible hacer algo para cambiar la situación, rompen con el fatalismo y el escepticismo del “no hay alternativa”. Inspirados por los levantamientos revolucionarios en Túnez y en Egipto, millones de personas en los países capitalistas avanzados han llegado a la conclusión de que la única manera de cambiar las cosas es mediante la acción revolucionaria de las masas en las calles.
Estas dos conclusiones -el sistema no sirve, podemos cambiarlo mediante la movilización– son por sí mismas muy importantes. Es cierto que estos movimientos carecen de una alternativa clara al sistema capitalista y que en ellos hay todo tipo de ideas confusas al respecto. ¿Cómo podría ser de otra manera? El movimiento apenas acaba de iniciarse, empieza a despertar.
La tarea de los marxistas es la de participar activamente en el mismo, insistiendo y resaltando sus elementos más positivos, señalando al mismo tiempo cuál pensamos que debería ser el camino a seguir. Entrar en un diálogo compañero y paciente con las nuevas capas de jóvenes que se unen a la lucha para, en la práctica, demostrar la utilidad y la superioridad de las ideas del marxismo para la lucha revolucionaria.
Sociedad civil, ciudadanía, multitud vs. clase social. ¿Cuál de ellas es válida?
En realidad estos conceptos de “sociedad civil”, “ciudadanía”, “multitud”, etc., no hacen otra cosa que esconder el verdadero carácter de la sociedad capitalista y las contradicciones en su seno. Ciudadanos somos todos, desde el banquero especulador que recibe bonificaciones millonarias mientras deja a cientos de miles de familia sin casa, hasta el trabajador de la construcción que es despedido y no puede permitirse un techo sobre su cabeza. ¿Qué intereses comunes tenemos? Ninguno. La multitud tampoco significa nada en realidad.
Incluso en el caso de las revoluciones en Túnez y en Egipto, las masas salieron a las calles, ocuparon las plazas y se enfrentaron al ejército y la policía. Pero el factor clave en el caso de Túnez fue una serie de huelgas generales regionales que culminaron en una huelga general en la capital. En el caso de Egipto, el movimiento había sido precedido por una oleada huelguística y el ejército decidió apartar a Mubarak de en medio, justo cuando la clase obrera estaba empezando a entrar en la escena de forma organizada.
El capitalismo se basa en la contradicción central de una clase dominante, propietaria de los medios de producción y una clase desposeída, que no tiene más que su fuerza de trabajo (manual o intelectual) para vender. Es sobre la base de este análisis científico que debemos ver cuál es el sujeto revolucionario.
Dax Toscano Segovia
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