Los medios de comunicación anuncian que uno de los asesinos de la masacre de 16 jóvenes presos políticos, el 22 de agosto de 1972 en la base naval de Trelew, en la Patagonia argentina, fue detenido y liberado bajo fianza en Miami, tradicional madriguera histórica de asesinos escapados de la justicia de varios países de la región.
Allí cohabitan terroristas anticubanos, torturadores haitianos de varios golpes militares, contrarrevolucionarios venezolanos, paramilitares colombianos y otros prófugos, que han recibido refugio.
Se trata del entonces teniente de corbeta Roberto Guillermo Bravo, oficial superior presente en los hechos criminales dirigidos por el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa, quien también se refugió, por un tiempo, en Miami.
Los jóvenes argentinos fueron masacrados después de un intento de fuga, durante el gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse.
Se revelan, ahora, los nexos de los delincuentes anticubanos con este asesino, reclamado por las autoridades argentinas para ser juzgado por delitos de lesa humanidad. Un criminal es liberado por las autoridades norteamericanas bajo fianza, cuando desde 1983 es buscado para ser juzgado por las atrocidades cometidas. Estos delitos no prescriben y Estados Unidos es signatario de convenios y leyes internacionales, que lo deben obligar a custodiar y entregar a delincuentes como este, que pueden escapar para seguir impunes.
Los nexos fidedignos de los terroristas anticubanos con los criminales argentinos, tiene larga data, incluso mucho antes del 24 de marzo de 1976, cuando se produce el golpe militar en Argentina, que da inició a los ocho terribles años de la última dictadura militar en ese país.
Estos aumentan y consolidan en el marco del Operativo Cóndor, cuando decenas de contrarrevolucionarios de origen cubano actuaron como sicarios de las operaciones urdidas por los gobiernos militares participantes para exterminar a sus opositores políticos.
Anticubanos, agentes de la CIA en la DISIP de Venezuela tomaron parte en esta Operación, como Rafael Rivas Vázquez Galdos, Ricardo Morales Navarrete, José Vázquez Blanco y otros.
Luis Posada Carriles, siempre agente de la CIA y a cargo de un aparato de investigaciones paralelo y con fuertes nexos en la DISIP, envió al terrorista Rolando Otero Hernández, que se hacia llamar Cóndor, a los golpistas chilenos, que ya contaban con la experiencia de los asesinos Orlando Bosch Ávila y Guillermo Novo Sampol, enrolados en la DINA desde antes del 11 de septiembre de 1973.
El general de división argentino Tomás Sánchez de Bustamante, realizó un periplo por Indochina, para adquirir experiencias en represión, durante su estancia en Vietnam, buscó un especialista en interrogatorios que obtuviera información, sin dejar morir al interrogado mientras fuese útil.
Allí la CIA le recomendó a uno de sus agentes dorados, el anticubano Félix Ismael Rodríguez Mendigutía, quien servía en la agresión contra el pueblo vietnamita, junto a otros mercenarios nacidos en Cuba y residentes en Estados Unidos, que se sumaron a esa guerra infame.
Con las mejores recomendaciones y una hoja de vida represiva pródiga en operaciones ejecutadas, Rodríguez Mendigutía, fue transferido por la Agencia a Buenos Aires, como asesor de Sánchez de Bustamante, al lado del cual permaneció durante dos años entre 1971 y 1973, precisamente cuando se produce la mencionada Masacre de Trelew.
Ese mismo general argentino dirigió la represión contra la multitud que se congregó en el aeropuerto de Ezeiza, en la capital argentina el 17 de noviembre de 1972, para recibir el general Juan Domingo Perón, quien regresaba al país, después de largos años de exilio.
Los nexos entre los terroristas anticubanos y los represores argentinos están reiteradamente sustentados por la historia, muchos de ellos todavía conviven en su cubil en Miami.
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