jueves, 1 de abril de 2010
El legado del comandante Manuel Marulanda y los caminos de la revolución en nuestra América
INTRODUCCIÓN
Al recordar al camarada Manuel Marulanda, a quien siempre admiré y valoré como uno de los luchadores y conductores revolucionarios más firme, persistente, sagaz, inteligente y abnegado de las insurgencias modernas, pienso siempre en la necesidad de volver sobre el debate de las formas de lucha y de los caminos de la revolución en nuestra América.
La guerra sucia contra el pueblo colombiano se inició a raíz del asesinato de Gaitán y del Bogotazo en el año 1948, y desde entonces se ha tornado cada vez más cruel y destructiva. Ha sido impuesta y asumida con una ferocidad record por la implacable y voraz oligarquía de ese hermano país, por el imperialismo estadounidense y por las altas jerarquías militares colombianas.
El régimen narco-para-terrorista de Uribe, subordinado a las Administraciones de George Bush y de Barack Obama, ha reforzado el terrorismo de Estado y la intervención militar de EEUU
La pertinencia de la heroica y no siempre bien comprendida insurgencia colombiana, justamente iniciada y asombrosamente sostenida durante largos años por sus diversos componentes político-militares; la continuidad de ese combate multifacético, que en 1964 dio inicio a las hoy poderosas FARC, la explica consistentemente esa realidad maliciosamente ocultada o minimizada, así como la imperiosa necesidad de enfrentarla desde su origen hasta la fecha.
Creo, por tanto, sumamente inconsistente poner en discusión la validez de la lucha armada en la Colombia actual, en la Colombia que ha devenido en una plataforma de bases militares estadounidenses y en teatro de crueles operaciones militares y paramilitares.
Pero como esa inconsistencia se expresa desde una visión política- ideológica que a su vez, quizás con ciertas razones aparentes y superficiales, exhorta a descartar totalmente a escala continental la violencia revolucionaria, la insurgencia popular, la lucha armada… es preciso que nos dediquemos a hacer un esfuerzo serio por debatir aquí no simplemente el valor de determinadas victorias electorales progresistas o de izquierda, el valor de lo procesos de reformas avanzadas que tienen lugar en una serie de países del continente, sino también –y sobre todo- los caminos de la revolución en nuestra América.
Los caminos… Esta reflexión resulta más pertinente en la medida existe una lectura interesada, unilateral y reduccionista de los procesos de cambio que se desarrollan en la región dirigida a descartar todo lo que no sea el acceso al gobierno por elecciones y a reeditar el viejo dilema “Vía armada” vs. “Vía pacífica” o “Violencia vs. Elecciones”; potenciando el simplismo aquel que tanto contribuyó a la división de las izquierdas en los años ´60 y ´70 del pasado siglo XX.
Y en verdad no se trata de eso. La realidad actual es mucho más rica y compleja que esa supuesta disyuntiva.
Ruptura de esa trampa mentalHace ya mucho tiempo que no pocos dirigentes y militantes de la izquierda latino- caribeña nos zafamos de esa trampa mental.
Años antes de que el camarada Jorge Schafik Handal escribiera el artículo titulado: “El Debate de la Izquierda en América Latina”, en el que se analizan básicamente las diferentes conductas de las izquierdas del continente respecto al tema de la participación electoral y de los posicionamientos dentro del sistema dominante, se desplegó un gran esfuerzo para aclarar ciertas confusiones, con énfasis en la necesidad de diferenciar y precisar los vínculos entre:
La vía de la revolución y la vía de la toma del poder.Gobierno y poder.Reformas y revolución.
También se insistió en lo relativo a las formas y métodos de lucha, a la sucesión de una y otras en tiempos distintos, a las condiciones para su desarrollo, a su relación con el sujeto o los sujetos sociales de la revolución, a su eventual combinación y despliegue, a su desarrollo desigual por países y al valor de la creatividad popular en todo esto.
En esas reflexiones ocupó entonces un lugar importante el tema de la violencia, sus formas y expresiones, sus modalidades y vertientes.
Recuerdo todo lo que contribuyó al esclarecimiento de estos temas la experiencia vietnamita, especialmente creativa en cuanto la combinación de formas de lucha: política, económica, diplomática legal, ilegal, armada y no armada.
Ayudó mucho, además, el examen crítico y auto-crítico de las experiencias latino-caribeñas de la lucha armada y no armada, de la lucha política y social, de la lucha electoral y no electoral, de las acciones violentas y no violentas, así como la emergencia de nuevos actores sociales y nuevas modalidades de combate.
Nuevas reflexiones sobre la revolución necesariaPor esos vericuetos de la reflexión y del pensamiento fuimos arribando a una visión mucho más integral, abarcadora y profunda; tomando siempre como eje irrenunciable la necesidad de la revolución, en tanto cambio radical en la hegemonía de clase, de género, ideológica, cultural… en tanto cambio de los sujetos sociales en materia de poder y no solo de poder estatal.
Así se fue abordando lo relativo al nuevo poder en cuanto Estado y en cuanto a sociedad, en cuanto a las relaciones de propiedad y a naturaleza del Estado, partidos y movimientos sociales, en cuanto al sistema jurídico político, a la participación y decisión democrática, a la institucionalidad, a las bases constitucionales del sistema y al proyecto estratégico del “no poder” y de la sociedad sin Estado.
Así fueron fluyendo las ideas (volviendo a Marx, a Engels, a Lenin, a Gramsci, a Mariategui, al Che, a Trosky, a Rosa Luxemburgo…; recuperando las cosmovisiones indígenas y el feminismo revolucionario) y los nuevos aportes sobre el tema de poder; enriqueciéndolo todo desde las experiencias vividas y sufridas, capaces de nutrir una estrategia de creación y de ruptura destinada a dar al traste con el viejo orden y a construir el nuevo poder transitorio y la nueva sociedad.
De esta manera de pensar resultó necesario valorar que no era equivalente la vía de la revolución a la vía de la toma del poder central del Estado, ni tampoco era igual hablar de vía de la revolución, o de vía de la toma del poder, o de las vías de aproximación a esos objetivos.
Dentro de esta lógica fue necesario entender que el poder no simplemente se “toma”, sino que se crea, se construye en todos los órdenes, se desarrolla paralelamente, pero que también “se toma” y se reemplaza el aparato estatal con la participación y decisión del pueblo; concebida fundamentalmente la cuestión del poder en relación con todos los pilares de la dominación (clase, género, generaciones, relación con el ambiente…) como liberación y hegemonía, como autoridad bien ganada, como influencia político-cultural decisiva en el tejido social y en las nuevas instituciones, como proyecto transformador de la sociedad, como poder popular. Esto es, no como simple control del Estado y ejercicio de sus capacidades de coerción, pero si como emancipación de todas las opresiones y transición a una sociedad basada en la asociación o comunidad de seres humanos absolutamente libres que requiere de la extinción del Estado.
Vía de la revolución, toma del poder, aproximación a ella y formas de lucha.La vía de la revolución en nuestras sociedades capitalistas-neoliberales y dependientes, es realmente la suma, combinación, articulación y sucesión de formas y métodos de lucha que posibiliten en un cierto periodo histórico el cambio revolucionario y la construcción del nuevo poder hacia una nueva sociedad socialista.
Me refiero tanto a los llamados medios pacíficos como a los violentos, a los armados y no armados, a los institucionales y a los extra-institucionales, a los electorales y no electorales, a los que se circunscriben a la batalla de las ideas y a los que incursionan en el campo de lo militar.
En gran medida la variedad de métodos y formas de lucha empleados por los sustentadores y beneficiarios del orden dominante, determina la necesidad de la variedad de ellos en el camino hacia la liberación y la revolución. Siempre ha sido así históricamente.
Ni le receta rígida, ni la exclusión de métodos y formas de lucha –mucho menos la unilateralidad en su empleo- pueden conducir a procesos exitosos.
La vía de la toma del poder central del Estado está determinada por las formas y métodos que predominen para producir la ruptura, reemplazo y superación del viejo Estado y de sus instituciones decadentes, lo que incluye su poderoso aparato militar-policial al servicio de la clase dominante (ya sea en su expresión dentro del territorio nacional o como invasión, ocupación e intervención de las fuerzas armadas imperialistas)
La vida nos indica que tampoco en este aspecto hay dogmas, aunque si es claro que se precisa contar no solo con una acumulación política, social y cultural, sino también militar; capaz de vencer la resistencia violenta del viejo orden y de contrarrestar, con o sin confrontación sangrienta, todo el despliegue de fuerza militar dirigido a impedir la transformación revolucionaria planteada.
Las vías de aproximación a la revolución y a la toma del poder central de Estado son en realidad sumamente variadas y siempre previas al desplazamiento total del poder de la clase gobernante dominante.
Ellas incluyen de manera sobresaliente las demandas económicas, sociales, políticas y culturales y los métodos y formas de lucha aglutinadoras de los sujetos del cambio, movilizadoras del pueblo, confrontadoras con los actores políticos y sociales gubernamentales, propiciadoras de cambios sustanciales en las correlaciones de fuerzas.
En unos casos, es la lucha anti-dictatorial o anti-despótica y la movilización contra sus protagonistas.
En otros, las movilizaciones y rebeldías sociales contra las políticas empobrecedoras, contra sus ejecutores y beneficiarios.
En algunas situaciones pueden servir de detonantes las sublevaciones militares o cívico-militares por objetivos muy sentidos por el pueblo.
En otras, el factor dinámico puede ser una gran fuerza electoral capaz de vencer los partidos de la oligarquía, la partidocracia tradicional.
A veces se suceden una y otras produciendo efectos variados de acumulación y aproximación a cambios más trascendentes.
Una victoria electoral, sobre todo si es protagonizada por una fuerza política transformadora, puede ser una vía de aproximación efectiva a la revolución o a reformas profundas que la faciliten; siempre que logre poder en todos los órdenes.
Otras formas no institucionales de conquista del gobierno -que no es sinónimo de conquista del poder (aunque esto resulta ser palanca importante, pero no decisiva)- pueden también servir de vías de aproximación a los cambios propuestos.
Los procesos pueden ser muy variados, muy originales y hasta inéditos; aunque ciertamente en determinados periodos a nivel continental pueden darse, en un buen número de países, situaciones parecidas con caminos parecidos. Nunca, claro está, procesos uniformes o idénticos. Nunca excluyente de diversidades y de situaciones realmente “díscolas” o fuera de serie.
Algo clave es no contraponer métodos, formas de lucha, vías de aproximación, tiempos en su desarrollo y variantes en la ruptura del viejo poder y la construcción de la nueva institucionalidad.
No se trata por tanto de clausurar uno u otro camino, una u otra modalidad de lucha.
Lo que ayer fue posible, hoy puede no serlo. Pero mañana bien podría volver a tener vigencia. Un paso puede servir y hacer posible el otro.
No hay que ponerle camisa de fuerza a los procesos en materia de formas de acción, métodos de lucha y expresiones por el cambio. Más cuando ellos, ellas, brotan de realidades, actores, tendencias y procesos concretos.
El papel de la vanguardia transformadora, la misión del revolucionario(a) es impulsarlo, articularlo, politizarlo, darle conducción y sentido de poder transformador.
Experiencias que ilustran
En una fase de predominio de procesos violentos, Salvador Allende y la Unidad Popular lograron acceder al gobierno por la “vía pacífica”, a través de un proceso electoral.
No se trató, claro estaba, de un nuevo poder.
Lo fallido en ese caso no fue alcanzar esa victoria electoral, sino la incapacidad para defenderla y avanzar; la incapacidad política y militar para responder a la violencia y al poder militar de los enemigos de ese proceso. Las limitaciones para producir el paso de ser gobierno al poder real del pueblo.Desafíos similares pueden plantearse, por ejemplo, en procesos actuales como el boliviano y el ecuatoriano, sobre todo si no se mediatizan y asumen con firmeza el camino de profundizar las reformas en dirección a la revolución, a partir de una activa movilización popular y de recreación de las vanguardias transformadoras, hoy casi inexistentes.
No es lógico desde una óptica revolucionaria objetar esos avances logrados por vía electoral (muchas veces precedidos de fuertes confrontaciones sociales), como cualquier otro triunfo electoral de carácter progresista, avanzado, inspirado en la idea de avanzar hacia un proceso revolucionario.Eso no es lo que está en cuestión.
Lo que se discute es si ese logro basta o no basta, si se debe detener la marcha en ese contexto institucional, si se debe o no ir más lejos, si en caso de pretender avanzar hacia un nuevo poder y hacia las transformaciones estructurales, se deben o no ignorar las respuestas necesarias a las consabidas resistencias violentas que eso entraña, si se debe o no ceder frente a las reacciones de bloqueos diversos, con variados grados de violencia, de desestabilización y subversión reaccionaria, de parte de la reacción oligárquica-imperialista.
Si de antemano se debe desistir de la contrapartida revolucionaria y de la respuesta también violenta desde el pueblo en caso de esas obstrucciones reaccionarias.
Si se debe proceder de manera tal que el monopolio de las armas sea eternamente de las derechas y del imperialismo.
Lo que se cuestiona es si hay que declarar definitivamente clausurada la vía violenta, la guerra de guerrillas, las insurrecciones populares armadas, los levantamientos cívico-militares, los contragolpes revolucionarios, las guerras patrióticas contra los invasores, las guerras de todo el pueblo, las guerras asimétricas…Más cuando no estamos frente a oligarquías, derechas políticas e imperialismos caracterizadas por su vocación precisamente pacifista. Eso no esta en la naturaleza del sistema capitalista dominante.
Lo que se cuestiona es que anticipadamente líderes que actúen a nombre de las izquierdas en sus respectivos países y que ganen elecciones con esas banderas, resignen (por los riesgos que conlleva) la necesidad de cambios profundos y se limiten a paliar algunos males, a hacer reformas intrascendentes, a ceder frente a las contrarreformas neoliberales, a contemporizar en vertientes importantes de la dominación oligárquica-imperialista, a moverse parcial y limitadamente con cierta independencia en la política exterior y a plegarse en otros aspectos significativos, o a administrar y moderar inteligentemente el modelo neoliberal.
Lo que hay que debatir es si las izquierdas, después de las recientes victorias electorales y sus ascensos al gobierno, deben limitarse a reformar moderadamente lo existente o deben proponerse reemprender el camino revolucionario comenzando por reformas y transformaciones avanzadas.
En el actual proceso de cambios a nivel continental nos encontramos con actitudes diferenciadas entre sus protagonistas en relación con ese dilema.
La profundidad de las reformas es diferente en Ecuador y Bolivia, por ejemplo, a las que se dan en Brasil, Uruguay y El Salvador. La distancia es mayor respecto a Chile o Argentina.
La experiencia del proceso hacia la revolución en Venezuela es diferente en su origen, como lo fue en mayor grado el camino cubano y el mismo nicaragüense en su primera etapa.
La masacre militar a raíz del “Caracazo”, rompió en Venezuela la quietud del dominio de la partidocracia, de la oligarquía, de las transnacionales y del imperialismo estadounidense, generó como contrapartida del levantamiento militar del MRB-200 encabezado por Chávez.
Se trató de una especie de insurrección militar impactante. Un acto de rebeldía armada, nada pacífico, que posibilitó una original acumulación de poder militar, garantía posterior de todas las victorias (electorales y no electorales) y transformaciones en paz; paz precaria, amenazada, asechada, no solo por el golpismo violento, sino por los proyectos de intervenciones militares gringas.
Si vemos las revoluciones como procesos, ni tan pacífico ha sido el proceso que ha tenido lugar en la Venezuela bolivariana de los últimos años. Su esencia, pese al peso de la vía electoral después del levantamiento militar de principio de los 90, no es el simple civilismo sino la alianza pueblo-fuerzas armadas.
Se trata, además, de un proceso inconcluso y todavía cargado de las incertidumbres que pueden generar planes funestos del imperialismo, peores que las sediciones anteriores y que el golpe derrotado.
Un proceso constantemente amenazado por la violencia contrarrevolucionaria imperialista y oligárquica, amenazado por el magnicidio, la penetración del para-militarismo colombiano y la intervención directa d EEUU, tal y como lo revelan las recientes denuncias.
Revolución pacífica pero armada, dice Chávez. Por lo que desde ella no es correcto negar “persé” la pertinencia de la vía armada, sobre todo cuando la actual dirección revolucionaria venezolana se ve precisada a diseñar un proyecto de “guerra asimétrica”, de “guerra de todo el pueblo”, frente a las claras intenciones de guerra e intervención del imperialismo estadounidense y del “sub-imperialismo” colombiano.
Cuba tuvo que hacer dos años de revolución armada para vivir 50 años de paz, independencia y conquistas sociales trascendentes, pero nunca jamás ha desistido volver a la vía armada frente a la posible ejecución de los designios violentos de la contrarrevolución imperial. Por el contrario, su determinación ha llegado hasta el punto de darle cuerpo, como medio de autodefensa de masas, a la tesis de la guerra de todo el pueblo de inspiración vietnamita.
Y por eso a la Cuba actual no la han podido derribar, vigente todavía la posibilidad de lograr su continuidad ascendente a través de un relevo generacional y un modelo de orientación socialista más participativo y eficiente.
En Colombia: menos aun
En Colombia existe una especie de engendro macabro en términos de Estado y de poder. Es, seguido del modelo represivo y fascistoide hondureño, la nota más discordante a escala continental.
Un Estado narco-paramilitar, terrorista, feroz.
Un gobierno sintonizado con la lógica guerrerista de los halcones de Washington, decididos al re-despliegue de sus fuerzas militares en toda la región
Una dominación violenta, corrupta, asquerosa, criminal, en todos planos y vertientes, como la caracterizaron el comandante Marulanda y todos los dirigentes e intelectuales revolucionarios de ese país.
Un país con grados elevados de presencia militar estadounidense (siete bases militares) y arrastrado a jugar un papel puntero en los planes de agresión estadounidenses y de conquista militar de la Amazonía; así como en los programas contrarrevolucionarios contra Venezuela y Ecuador.
No hay que repetir aquí los datos que prueban su vocación persistente por el genocidio y las masacres. Esto dura ya 60 años y cada día ese poder se torna más violento y empobrecedor, más excluyente y saqueador. La era neoliberal y el poder de los halcones ha potenciado todo esto en el peor de los sentidos.
La insurgencia, las FARC y el ELN, los movimientos sociales radicales, han sido una necesaria contrapartida; independientemente de cualquier error cometido en su largo y heroico batallar.
Ese mérito estará definitivamente vinculado a la historia, al pensamiento y al accionar de esa leyenda viva y trascendente que el pueblo humilde de bautizó cariñosamente con el sobrenombre de “Tiro Fijo”.
Se trata, por demás, de un importantísimo acumulado político-militar, no solo para enfrentar lo que está cruel realidad depara, sino además lo que viene, que todo indica podría ser peor.
Me refiero a lo que viene en Colombia dentro de la escalada militarista, guerrerista e intervencionista del Pentágono-USA, y a lo que puede venir en esa región, apuntando con fuerza contra los procesos avanzados de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Paraguay después de lo acontecido en Honduras; apuntando hacia la conquista militar de la Amazonia por EEUU y hacia la revocación de los avances políticos en la región.
En tales condiciones, pensar en el camino armado, en la resistencia popular-militar, en la insurgencia armada de los pueblos, es una necesidad; sin desmedro de otras formas de lucha, de una combinación de métodos de lucha y movimientos políticos y sociales alternativos, sin de desistir de frustrar por la vía política los contraataques del imperialismo, las oligarquías y las mafias en el poder.
Así las cosas saltan a la vista lo infundado e inconsistente que es afirmar que la lucha armada “pasó de moda”, o se quedó en la historia, o que en el caso de Colombia es una “excusa” para agredir a otros.
Sugerirle a las FARC que se desmovilice y acceda a la vida pública y legal en el contexto de un Estado con las características descritas y en una situación como la que ha creado el régimen de Uribe y sus socios en Colombia -o lo que podría ser su continuidad con otros rostros- es como pedirle que lo arriesgue todo y se exponga al exterminio, que liquide de sopetón al patrimonio político-militar construido en décadas de sacrificios y pase a ser víctima de seguras retaliaciones sin posibilidad de responder.
Aceptar ahora esa sugerencia, o decidirla por cuenta propia en cualquier otra oportunidad, es sencillamente suicida; porque es un paso hacia un abismo mortal.
Esto equivale a disolver a cambio de nada, o de muy poco, el único ejército popular, irregular antiimperialista, pro-socialista, de Colombia y de esa sub-región. Y digo el único, porque esa misma receta es válida también para el ELN, que es aunque diferenciado y en menor escala, es otro componente de ese ejército y de la contrapartida popular-militar insurgente colombiana.
Más allá de Colombia
Pero tampoco es correcto decretar la clausura de la vía armada a escala continental con los nubarrones de guerra e intervención gringa que se ciernen sobre nuestros países y especialmente en esa zona de Suramérica, y en México (donde existe el EZLN)
La creciente y perfeccionada cadena de bases militares estadounidenses no es para jugar fútbol o pelota, ni la ascendente intervención militar gringa en Haití responde a una vocación humanitaria o a propósitos de paz.
Tampoco lo es la activación de su IV Flota. Ni las operaciones “Nuevos Horizontes” o “Confraternidad con las Américas”, mucho menos la vertiente de la guerra global hacia la Amazonía
Nada de eso.
Cierto que en tiempos recientes, auque precedidas y/o combinadas con otras formas de lucha, los mayores avances políticos se han concretados a través de elecciones.
Pero cierto también es que esto tiene límites y fragilidades más que evidentes, puesto que las amenazas de desestabilizaciones violentas y no violentas, de conspiraciones internas y de intervenciones y guerras imperialistas, son muy reales al trata, en algunos casos de procesos, que se proponen tareas superiores a la contemporización con el status quo.
Por eso, no le veo el sentido revolucionario a los pronunciamientos y/o iniciativas basadas en la negación, cara al presente y al futuro, de la validez del recurso de las insurgencias armadas y en propuestas de desmovilización de lo que se ha podido acumular, ya sea en Colombia (FARC Y ELN), en México (EZLN y otros movimientos político-militares), o en cualquier otro país del continente o del mundo.
Visto este panorama continental y sus perspectivas, la insurgencia armada, la resistencia popular armada, la alianza pueblo y militares patriotas, podrían tornarse cada vez más necesarias en no pocos casos y a escala de Patria Grande. ¡Y en la situación colombiana ni hablar!
Esto es así independientemente de los resultados de las elecciones estadounidenses, dado que el poder permanente, el complejo militar industrial,
las corporaciones transnacionales, la claque militar reaccionaria, la CIA y el sistema de inteligencia, el sionismo y su poder interno real, los petroleros y contratistas vinculados a la guerra, tienen en EEUU más poder decisorio que cualquier presidente, ya liberal, ya conservador.
Esto explica el porqué Barack Obama -que logró despertar, captar sentimientos anti-guerreristas y pro-paz y generar ilusiones posiblemente más allá de sus límites y compromisos sistémicos soterrados- le ha dado continuidad a la política de guerra de EEUU.
Las presiones imperiales han sido y seguirán siendo inmensas en todos los planos, como igual su determinación de aplastarnos por la fuerza. Pero “quitarse presiones” abandonando ejes esenciales del nuevo proyecto revolucionario, haciendo concesiones a costa de la profundización y ampliación de los procesos, podría conducir a una incontenible mediatización, camino a la liquidación, de esta promisoria ola transformadora.
Recordemos lo que nos enseñó el querido Che: al imperialismo no lo podemos ceder “ni un tantito así”. Por eso en lugar de desarmarse, los movimientos populares y los procesos avanzados en marcha, deben pensar en armarse más y mejor. Y esto es válido tanto desde el punto de vista teórico-político, como desde el punto de vista militar.
En lugar de desmovilizarse, las FARC, el ELN, el EZLN, el EP y otras organizaciones insurgentes, deben pensar en armarse y fortalecerse en todas las vertientes del quehacer revolucionario. Igual los componentes y las estructuras más avanzadas dentro de los procesos que procuran avanzar hacia nuevas revoluciones.
El estigma contra las rebeldías armadas, promovida por la dictadura mediática estadounidense, ha logrado una gravitación sumamente negativa…Esto hace extremadamente difícil la pelea por su reivindicación, pese al rol de las armas en la gesta de Bolívar y los próceres de América y en todos los episodios y gestas heroicas de nuestros pueblos.
Pero por difícil que sea, es preciso rechazar el chantaje y poner cada cosa en su lugar; más cuando se avecinan momentos en que desarmarse conceptualmente en ese aspecto podría resultar fatal.
Y para terminar debo decir algo que me sale del alma:
Cuando leo y oigo todo lo que la mafia uribista le atribuye a las computadoras de Reyes y de Iván Ríos, cuando escucho todos esos planes para adquirir cohetes y elevar la capacidad de combate de las FARC-EP, cuando oigo decir del traspaso de altas tecnologías militares a los movimientos subversivos, cuando leo sobre los portentosos planes de expansión de la insurgencia armada –sabiendo que no es cierto, y aun conociendo la perversidad y los fines nefastos que lleva a esos señores a verter tantas y tan grandes mentiras- desearía de todo corazón que todo eso -y mucho más- fuera absolutamente cierto y se estuviera ejecutando.
Porque en verdad-verdad, no hay nada tan desgraciado, tan fatal para la humanidad, como un imperio con tantas armas, con tan alta tecnología militar, con tanta vocación destructiva, con tanta capacidad genocida… sin la contrapartida política-militar necesaria para detener sus fechorías y derrotar sus pretensiones totalitarias.
Eso lo tuvo siempre presente el Che desde su aguda visión continental y mundial del proceso liberador. Lo llevó también en la mente y en el corazón de manera muy persistente el comandante Marulanda que nos legó así en ese plano una construcción político-militar admirable.
Ambos fueron ejemplares continuadores de Bolívar, que amó la paz sin renunciar a la insurgencia necesaria para liberar la Patria Grande.
Ese gran objetivo está pendiente y sospecho que va a requerir de las más diversas y consistentes formas de lucha, resistencias y ofensiva.
Que en días recientes la espada de combate del Libertador haya sido rescatada por las FARC-EP y traspasada a nuestro naciente Movimiento Continental Bolivariano (MCB) es un hecho premonitorio de un porvenir pleno de combates inevitables y liberaciones necesarias.
¡BOLÍVAR VIVE, LA LUCHA SIGUE!
26 marzo 2010, Caracas
Narciso Isa Conde
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