jueves, 29 de abril de 2010

Aportes para un debate sobre política sindical


La mayoría de los conflictos se originan por reivindicaciones de carácter económico pero el fortalecimiento del conjunto de la clase debe constituirse en la principal aspiración. En ese marco, desarrollar la conciencia de clase y afianzar la organización obrera son dos elementos que tienen que servir de guía. Aquí, puntos de partida para un debate subterráneo sobre política sindical, que rara vez sale a la superficie. Por Pablo Ghigliani y Alejandro Belkin.

Por ANRed - L

Una serie de conflictos -tales como los del Garraham, Telefónicos, Subterráneos, Casino, FATE, Mafissa, DANA o Lavaderos Virasoro- fueron liderados por una nueva camada de activistas sindicales, resultado de la combinación, diversa en cada caso, de jóvenes muy combativos sin experiencia sindical o partidaria, militantes de las organizaciones de izquierda y ex militantes desencantados. Podríamos aventurar que mientras los más jóvenes fueron el fermento de la movilización, los últimos constituyeron (Casino, Mafissa) o se disputaron (FATE, Subterráneos) la dirección. Aunque en ocasiones ésta recayó casi por completo en manos del activismo joven (DANA, Praxair). Esta nueva camada de activistas se apoyó en el descontento acumulado de los trabajadores a través de años de retroceso de los salarios y deterioro de las condiciones de trabajo. En una coyuntura política y económica favorable, estos objetivos económicos se conjugaron con objetivos más amplios, de tipo organizativo, que condujeron en ocasiones a la renovación, y en otras a la creación, de cuerpos de delegados, comisiones internas, comisiones paritarias, etc., y que tuvieron como resultado una mayor participación del colectivo laboral. Si en la mayoría de los casos estos conflictos empezaron auspiciosamente, justo es reconocer, que luego la mayoría de los casos culminaron con decenas (y a veces centenares) de despidos, destrucción de las organizaciones gremiales al nivel de empresa y pérdida de conquistas en un clima de vendetta patronal. Lo que naturalmente se tradujo en desmoralización, apatía y despolitización.
Sería falso atribuir estas derrotas exclusivamente a errores de conducción. Tampoco se trata de caer en el anti-izquierdismo partidario: la presencia de militantes de los partidos de izquierda fue un factor esencial para que estos conflictos tuvieran las características apuntadas y sobresalgan por sobre el resto. Pero pensamos que en casi todos ellos es posible observar una serie de concepciones y prácticas muy arraigadas que pueden haber obstaculizado la adopción de caminos alternativos cuando las relaciones de fuerza comenzaban a tornarse desfavorables. En otras palabras, que estas concepciones y prácticas condujeron a políticas sindicales desafortunadas. Tratar de comprender en qué consistieron los errores cometidos es la motivación central que nos impulsó a escribir estas líneas.
La construcción de otro tipo de sindicalismo es una tarea ardua. Cada paso se encuentra plagado de problemas que no pueden resolverse apelando a fórmulas mágicas o simples consignas universales. Cada situación requiere una reflexión profunda y específica para encontrar los caminos más adecuados. No hay recetas. Pero la generalización es un momento imprescindible de todo análisis político y hemos decidido correr el riesgo con la intención de quitarle la sordina a un debate actualmente en curso.
En situaciones que podemos denominar «normales», cuando el poder de la burguesía no corre riesgo alguno, los conflictos sindicales no deciden el destino de la revolución. Por esa razón, es desatinado considerar a cada huelga como la última gran confrontación. Motivados en su inmensa mayoría por reivindicaciones de carácter económico, cada conflicto sindical no es más que una compulsa (más o menos importante) dentro de una cadena de disputas permanentes entre el capital y el trabajo. Esta consideración es importante para no quemar todas las naves en cada enfrentamiento que se nos presenta. Por lo general, todo conflicto sindical que no termina en una derrota estrepitosa, finaliza en alguna mesa de negociación, donde se establecen las condiciones del «armisticio». Si la derrota es completa, no hay negociación alguna, sólo imposición. En este sentido, las medidas de lucha que adoptemos deberían tener por objetivo llegar a esa mesa de negociación en la mejor relación de fuerzas posibles.
Se desprende de lo que venimos diciendo, que aunque la mayoría de los conflictos se originan por reivindicaciones de carácter económico, el fortalecimiento del conjunto de la clase debe constituir hoy nuestra principal aspiración. En ese marco, desarrollar la conciencia de clase y afianzar la organización obrera son dos elementos que tienen que servirnos de guía en todas nuestras actividades.
Para la mayoría de los trabajadores, la huelga no es un objetivo deseado, recurrimos a esa medida sólo cuando se han agotado todos los otros caminos posibles, constituye una suerte de último recurso. Es falsa la premisa compartida por gran parte de la izquierda partidaria: que los trabajadores no luchamos porque somos traicionados por las direcciones sindicales. Nadie va a la huelga por gusto. Por eso, en los casos que no se encuentre otra salida y se decida iniciar un conflicto gremial, es importante mantener abierto en todo momento canales de negociación. En otras palabras, se deben combinar hábilmente las medidas de presión directa y los mecanismos diplomáticos. Negarse a utilizar cualquiera de las dos vías limita nuestro margen de maniobra y las posibilidades de triunfo.
Antes de iniciar una huelga, se deben tener en cuenta las relaciones de fuerzas. Deben existir posibilidades ciertas de victoria. Insistimos, posibilidades, no garantías absolutas. Se debe recurrir a la lucha directa porque entendemos que existen probabilidades de ganar y no porque nuestro reclamo sea justo. Salvo extrañas excepciones, todos nuestros reclamos son justos, pero no siempre se puede luchar abiertamente. Consecuentemente, es un error mantener invariablemente el llamado a la lucha sin reparar en las relaciones de fuerza. Es peligroso exagerar las condiciones objetivas para empujar a los compañeros a la lucha directa.
Es conveniente que quienes lideran el conflicto se muestren dispuestos a terminar con las medidas de fuerza. Que no aparezcan agitando la confrontación por la confrontación misma. Ello termina desalentando a los compañeros que no ven una salida al problema en el que se encuentran; además, ello enajena los aliados externos y la opinión pública. En algunos de los conflictos mencionados, en cambio, la tendencia predominante fue redoblar permanentemente la apuesta, ir siempre por más, hasta el punto de trastocar desfavorablemente las relaciones fuerza. En este sentido, es interesante la táctica que se dieron los trabajadores del subte. Ellos dejaron en claro en todo momento que los responsables exclusivos del conflicto eran los patrones y que ellos, los trabajadores, estaban dispuestos a retomar las tareas de forma inmediata, pero la empresa, con sus actitudes, se lo impedía.
Una debilidad de las tácticas empleadas en algunos de los conflictos derrotados fue la incapacidad para forjar un amplio arco de alianzas que permitiese sostener la confrontación. Sus conducciones se dieron por satisfechas con el apoyo que encontraron en los sectores más combativos. Por el contrario, toda alianza implica una transacción; en una alianza ambas partes deben ceder, aceptar posiciones que no son de su entero agrado. Para ello, puede ser necesario incluso, moderar el discurso, esto es, evitar proclamas grandilocuentes que no suman fuerzas reales al conflicto, ni son efectivas desde el punto de vista ideológico. Muchas veces las consignas lanzadas durante los conflictos estuvieron alejadas de la realidad y respondieron a slogans abstractos, sin relación alguna con los objetivos por los que los trabajadores se encontraban luchando.
En este sentido, cuando se decide una medida de fuerza todas las acciones se deben subordinar al objetivo de conseguir el triunfo. La política de alianzas, los acuerdos circunstanciales (incluso con la burocracia), los contactos con diversas fuerzas políticas, las movilizaciones, la consulta a la base, etc., todo debe ser puesto exclusivamente al servicio del triunfo del conflicto y del fortalecimiento de la clase como tal.
Muchos activistas suelen comportarse como si las demostraciones de heroísmo y entrega fueran lo más importante, aún a costa de la derrota, en lugar de ganar o transigir algo con los menores costos posibles tanto para los trabajadores como para la organización. Actúan así como si la acumulación de fuerzas en el mediano y largo plazo fuera un producto del ejemplo y no de la efectividad en sostener y fortalecer la organización y avanzar en la conciencia de los compañeros. Parecen confiar en que tarde o temprano sus esfuerzos serán reconocidos por los compañeros, hartos ya de las traiciones de las conducciones burocráticas. Pero ese momento nunca llega.
En nuestra opinión, un problema grave es que para la mayoría de los partidos de izquierda, los conflictos sindicales parecen ser sólo una oportunidad para perseguir sus objetivos políticos generales: huelgas revolucionarias, crisis políticas, tirar gobiernos, perforar techos salariales, despertar al movimiento obrero, etc. Son de este modo evaluados por parámetros ajenos y externos al conflicto puntual, y así, la definición de las tácticas apropiadas pasa a un segundo plano. Peor aún, se trata de parámetros desmesurados: como si semejantes objetivos pudieran ser el fruto de una huelga aislada, generalmente marginal desde el punto de vista de su impacto sobre la estructura económica o del poder político. De modo similar, cualquier espacio ganado a la burocracia sindical (comisiones internas, cuerpos de delgados, seccionales, etc.) es considerado la «punta de lanza» de la lucha contra toda la jerarquía gremial, la patronal, el gobierno y -¿por qué no?- el imperialismo. Es decir, se le exige a los compañeros que a duras penas han logrado desplazar a la burocracia, por ejemplo, de un cuerpo de delegados, que lideren la reorganización del conjunto del movimiento obrero argentino. Este tipo de políticas, exigir a un organismo obrero más de lo que puede dar, termina en la mayoría de los casos en derrotas que abortan precisamente los procesos anti-burocráticos que debemos vigorizar. En lugar de avanzar sobre la burocracia, se termina retrocediendo.
Las huelgas no se decretan, se construyen. Antes de salir al paro debemos preparar a la base, política y organizativamente. Quizás sea conveniente empezar por pequeñas acciones y tímidos reclamos, que vayan retemplando el ánimo de lucha de nuestros compañeros. Y para esta construcción son vitales las caracterizaciones concretas y determinadas de la situación y del enemigo. Sin embargo, en lugar de verdaderas caracterizaciones, lo que predomina es un discurso paternalista que repite hasta el hartazgo lo que ya todos sabemos: los dirigentes del gremio son burócratas y traidores, la patronal es explotadora, el gobierno defiende a los capitalistas.
La consulta a las bases es otro de los elementos claves para lograr el triunfo y construir otro tipo sindicalismo, democrático y participativo. Sin embargo, no se debe hacer un fetiche de las asambleas. Privilegiar cualquier forma organizativa de forma permanente, en cualquier tiempo y lugar, es incorrecto. Las formas democráticas deben adaptarse a las circunstancias. En algunos casos serán las asambleas, en otro caso se podrán combinar pequeñas asambleas por sector con el funcionamiento ágil del cuerpo de delegados, etc. Entendemos que no debemos atarnos a un único mecanismo de decisión y consulta a las bases. Cada momento del conflicto nos exige una forma diferente de ejercer la democracia obrera.
Por último, sigue sin superarse el pecado capital de la izquierda partidaria: medir el éxito de las luchas por el crecimiento de sus respectivas organizaciones y no por la auto-organización de la clase.
Insistimos en que se trata de reflexiones motivadas por la dinámica de los conflictos que en los últimos años señalaron el camino hacia un nuevo tipo de sindicalismo y no de recetas. Lejos de nuestra intención. Imaginamos que la primera objeción será que algunos de los puntos mencionados encierran el peligro del oportunismo. Tal vez. Pero bien vale el riesgo, porque muchas de las tácticas sindicales que hemos venido persiguiendo por años tienen un primer y grave problema: han demostrado ser ineficientes para ganar y acumular fuerzas.

(Artículo originalmente publicado en la Revista platense Tinta Roja Nº 3 / Agosto 2009)

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