FALTA RASPUTÍN
El Tribunal Supremo ruso ha rehabilitado la figura del último zar, Nicolás II, ajusticiado por los revolucionarios bolcheviques en 1918 junto a toda su familia, al dictaminar que fue fusilado de forma ilegal.
Concede por tanto a los descendientes de los Romanov la condición de víctimas de un crimen a los ojos de la justicia rusa, algo que venían reclamando desde hace años.
Se trata de una sentencia simbólica que rehabilita la figura del zar Nicolás al considerarlo víctima de una “injustificada represión”. En la práctica, tiene escasas consecuencias.
Los descendientes del último zar podrían reclamar hasta 10.000 rublos, unos 300 euros si hubieran perdido propiedades inmobiliarias durante el periodo soviético.
Lo que dice el Supremo ruso es que el fusilamiento del zar, llevado a cabo por un grupo de bolcheviques según una sentencia de un órgano no legítimo, fue ilegal.
El último de los zares de Rusia fue fusilado el 17 de julio de 1918, junto a su mujer y sus cinco hijos, por un grupo de bolcheviques en la residencia Ipatiev de la ciudad de Yekaterimburgo, en los Urales.
Los cuerpos fueron enterrados en un bosque de la misma propiedad. Los revolucionarios intentaban impedir que se pusiera al frente de las fuerzas contrarrevolucionarias.
No hubo juicio previo.
Los restos atribuidos al zar, su esposa y tres de los hijos fueron hallados en 1979 y, tras ser identificados, sepultados en San Petersburgo en 1998.
Este mismo año se ha certificado que los restos de otros dos de los hijos, hallados en 2007 a 70 metros de donde reposaron los primeros, eran los del zarevich Alexei y la gran duquesa María.
Rusia, en un proceso de enorgullecimiento parejo al desarrollo económico que viene experimentando a lomos de los precios del petróleo, intenta rehabilitar a figuras del pasado y víctimas de la represión política.
El proceso comenzó con Jruschov y continuó con Gorbachov, pero se interrumpió con la caída del régimen soviético.
Una ley, aprobada poco antes de la caída de la URSS, sitúa “el punto cero de la historia legal de Rusia en octubre de 1917” y trata de rehabilitar a los injustamente tratados por el régimen soviético.
Ese documento, que ha permitido rehabilitar a más de 700.000 personas, tiene un alcance limitado y no llega a los que lucharon contra el régimen.
Descendientes de los Romanov y grupos monárquicos llevaban años pidiendo la rehabilitación que han obtenido muchas de los contrarevolucionarios y anticomunistas del ex régimen soviético.
El año pasado, el Supremo estableció que no se podía reconocer a la familia real como víctima de un asesinato por un tecnicismo jurídico: nunca fueron acusados de ningún crimen, por lo que era imposible suprimir esa acusación. La decisión fue recurrida y ahora el Supremo anula esa sentencia anterior.
El veredicto ha sido acogido con satisfacción por la Casa Imperial rusa, encabezada por la Gran Duquesa María Románova, residente en España y que reclamaba desde 2005 la rehabilitación del zar.
“Estoy muy contento por esa decisión, pues se ha hecho justicia y se ha puesto el punto final a este asunto”, ha declarado el abogado de la Casa Imperial, Guerman Lukianov, a la agencia Interfax.
También ha aplaudido la sentencia la Iglesia Ortodoxa Rusa, que canonizó al zar en 2000 como “mártir del comunismo” y que exigía al Estado ruso hacer “justicia histórica” y condenar el magnicidio cometido por los bolcheviques.
Se ha dicho muchas veces que los acontecimientos que tuvieron lugar en Rusia en 1917 constituyen uno de los grandes hitos decisivos de la historia.
Una autocracia corrompida y anacrónica, la de la tricentenearia dinastía Romanov fue derrocada en marzo de dicho año por un levantamiento popular de las por largo tiempo oprimidas masas rusas.
Durante los meses siguientes Kerensky y otros dirigentes burgueses trataron de dar a Rusia su primer régimen liberal burgués.
Pero las privaciones impuestas por la Primera Guerra Mundial y las presiones de los trabajadores, campesinos y soldados unidos en el partido de los bolcheviques liderado por Lenin, pusieron fin a sus aspiraciones.
El 7 de noviembre Lenin y sus compañeros lograron adueñarse del poder en Rusia.
El 9 de marzo de 1917, un cosaco a galope por una calle de Petrogrado, la capital de Rusia Imperial guiñó un ojo a un manifestante obrero con quien se cruzó en el camino.
Puede que haya sido éste el gesto más expresivo en la historia moderna.
Significó que los mejores soldados del Zar Nicolás II iban a abandonarle cuando llegara el momento crucial de someter a las masas de trabajadores revolucionarios que militaban por la ciudad aquel viernes de mañana, el último viernes que vería a un Zar sentado en el trono de Rusia.
En las primeras semanas de 1917 era ya claro para casi todo el mundo excepto, quizás para el Zar y su esposa la zarina Alejandra que los cientos de miles de obreros industriales de Petrogrado se encontraban en un estado de ánimo peligrosamente belicoso.
Las huelgas laborales crecían en número e intensidad.
Durante dos años la nación había estado en guerra con Alemania y la mayoría de las gentes estaban hartas ya de ello.
En lo que a los obreros se refiere, a pesar de su descontento con la guerra y con el gobierno, de su disgusto por la escasez y el costo de los alimentos y del combustible en su mayoría no tenían conciencia de que la ocasión fuera propicia para un derrocamiento violento del régimen. Pero activistas bolcheviques revolucionarios profesionales se habían infiltrado ya en todas las instalaciones fabriles de Petrogrado.
Siempre se había creído que cuando sobreviniera la por tanto tiempo esperada revolución sería tras la brecha abierta por los agitadores bolcheviques, quienes la habían planeado en todos los detalles.
En la mañana del 9 de marzo las calles de la ciudad se hallaban abarrotadas de una gran multitud de obreros en huelga, se estimaban en número 200 mil o sea la mitad de la población industrial de Petrogrado.
Era evidente que se estaba tramando una manifestación y las autoridades recurrieron, precipitadamente a los cosacos.
Los cosacos eran el instrumento tradicional de la monarquía rusa para reprimir a los trabajadores. En el ejército gozaban de privilegios especiales y en muchas ocasiones, sable en ristre en sus poderosos caballos, habían demostrado cuan drástica y eficientemente sabían cumplir las órdenes del Zar.
Como otras veces hicieron corcovear sus caballos entre la multitud o cargaron al galope por orden de sus oficiales. Pero las masas de trabajadores observaron una diferencia; los cosacos esgrimían sus sables con cuidado, no utilizaban sus armas de fuego y las miradas que dirigían a los obreros no reflejaban su proverbial ferocidad.
Surgió entonces el guiño que se haría célebre poco después corrió la voz de que, en efecto una patrulla de cosacos había ahuyentado a unos policías que estaban apaleando a unos trabajadores en un rincón callejero y cuando una patrulla de cosacos al galope volvió a pasar por entre la multitud, los hurras de la gente los aclamaron como si se tratara de un desfile.
El comandante militar de Petrogrado quedó perplejo; la única solución parecía consistir en solicitar más refuerzos. Sin embargo, resultó que la mayoría de los soldados de infantería aún se sentían más inclinados a favor del pueblo que los cosacos , colocaron sus bayonetas en posición inofensiva y muchos de ellos entablaron conversación con los manifestantes.
Hay que considerar que la mayor parte de estos soldados no eran profesionales, sino campesinos que habían sido forzados a la milicia para remplazar a sus hermanos y primos muertos o heridos en la guerra con Alemania.
El 10 de marzo Petrogrado se encontraba en plena erupción. Los tranvías habían dejado de funcionar y mucha gente se había unido a las masas de manifestantes.
La temperatura había descendido muy por debajo de cero, y condensaba la respiración que cual nube de vapor se elevaba de los ollares de los caballos por encima de las masas vociferantes y enardecidas.
La policía abrió fuego. Pero la multitud, en vez de correr despavorida, se lanzó adelante, desarmó y mató a varios policías y asaltó los cuartelillos de los distritos obreros.
Durante la noche se oyeron disparos mientras las llamas se elevaban en los lugares donde habían sido incendiados los cuartelillos de la policía. La situación permanecía oscura e indecisa; nadie sabía a ciencia cierta, salvo los dirigentes bolcheviques, lo que estaba ocurriendo.
Corría el rumor de que la día siguiente, los soldados recibirían la orden de disparar sobre cualquiera que apareciera en las calles de la ciudad.
El domingo por la mañana 11 de marzo, la situación parecía haberse calmado, aunque sólo por el momento. Los trabajadores se echaron nuevamente a la calle y por las puertas del río Nevas, o cruzando el río sobre el hielo cubierto de nieve se encaminaron al sector principal de Petrogrado.
Nuevamente se produjeron incidentes y disturbios. En la Plaza Znamenskaya una multitud de solados hizo fuego contra la muchedumbre matando a cuarenta manifestantes e hirió a otros tantos.
Durante la noche este hecho fue acaloradamente discutido por mucha gente en las reuniones entre los agitadores bolcheviques.
Lo que sucedió a la mañana siguiente, lunes, constituyó el verdadero momento crítico de la revolución.
En diversas partes de la ciudad y especialmente en los distritos obreros, los soldados comenzaron a ayudar a la gente enfrentándose a la policía. A partir de entonces, regimientos enteros se disolvieron mezclándose libremente con los trabajadores e incluso suministrándose libremente con los trabajadores e incluso suministrándoles armas sustraídas de los cuarteles.
Los aterrorizados policías eran ahora perseguidos y pronto se hizo difícil encontrarlos.
Ser sorprendido de uniforme de policía significaba la muerte y el mismo fin se reservaba a los oficiales del ejército que intentaban imponer la disciplina entres sus hombres.
Durante el transcurso de esta asombrosa serie de acontecimientos, los miembros de la Duma fueron totalmente incapaces de reaccionar con suficiente prontitud para adaptarse a la rapidez del proceso revolucionario.
Tras una visita al Palacio Imperial, situado en las afueras de Petrogrado, el Zar había marchado al frente en el momento más inoportuno; el mismo día en que estalló la revolución.
El sabía que la atmósfera de la ciudad era explosiva y, quizá por esa razón, anhelaba la quietud de su cuartel general, que se hallaba muy alejado de la línea de fuego.
“Mi cerebro puede reposar aquí, escribió a su esposa, sin ministros, sin cuestiones inquietantes que requieran meditación”.
Y como Nerón, de quien se cuenta que tocaba la lira mientras ardía Roma añadió; “Adoptaré nuevamente el domin para mis ratos de ocio”.
Pronto iba a disponer de más tiempo del que jamás hubiera soñado para dedicar al dominó.
El lunes 12 de marzo, la marea de la revolución había alcanzado su pleno y era evidente que nada la detendría. Las pocas compañías de soldados que permanecían aún bajo las órdenes de las autoridades no eran de fiar; las patrullas destacadas para establecer una nueva línea de resistencia contra los manifestantes, se unieron espontáneamente a los agitadores y sus armas pasaron a engrosar el arsenal revolucionario.
Algunos vehículos acorazados, sobre los cuales se había desplegado la bandera roja del socialismo, recorrían incesantemente las calles.
Un periodista que ocasionalmente, se encontraba en la turbulenta ciudad, informó que continuaban circulando coches y camiones “repletos de soldados, trabajadores, mujeres, jóvenes y estudiantes, llevando algunos de ellos brazaletes. ¡Dios sabe de donde salían, adonde se dirigían y cuales eran sus intenciones!
Mientras tanto ¿qué era del Zar?
No había renunciado a su trono pese a que sin su consentimiento, la historia ya lo había dejado atrás. El día 13 de marzo, martes por la mañana un miembro del Comité Ejecutivo Soviético que, como muchos otros, había pasado la noche sobre las baldosas del palacio de Tauride envuelto en su capote fue despertado por una pareja de soldados que destrozaban con sus bayonetas una pintura de gran tamaño.
Se trataba de un retrato al óleo de Nicolás II, lienzo que estaba siendo cortado y separado del marco con acompañamiento de varias maldiciones.
Aquella mañana el propio Nicolás se encontraba en su tren particular intentan do regresar al palacio de Tsarskoe Selo, ubicado en un suburbio de Petrogrado. Deseaba reunirse con su familia sin dilación.
Pero las líneas ferroviarias que conducían a Petrogrado habían sido tomadas por los revolucionarios y pronto se hizo evidente que estos se proponían impedir el paso del tren imperial.
Nicolás abandonó, por consiguiente, su primitiva idea y se dirigió al puesto de mando de uno de sus generales establecido en Paskov, adonde llegó el miércoles 14 de marzo.
Al día siguiente fue informado de que la opinión del comité temporal de la Duma y de los generales con mando en todos los frentes de batalla, era que debía abdicar.
El Zar, al escuchar esta noticia, permaneció imperturbable.
Dos miembros de la Duma llegaron de Petrogrado para recibir la abdicación firmada por Nicolás y él les escuchó con una mirada de paciente aburrimiento, mientras le exponían ampliamente la necesidad de este paso.
La única condición sobre la cual insistió fue que trono no debía pasar a su hijo, un muchacho de doce años de salud delicada, sino a su hermano el gran Duque Miguel.
Los dos miembros de la Duma partieron para Petrogrado, en la noche del jueves 15 de marzo, llevando consigo el documento de abdicación.
Antes de acostarse, Nicolás escribió en su diario; “Para salvar a Rusia y mantener el ejército en el frente he decidido dar este paso. A la una en punto de la tarde dejé Paskov apesadumbrado; a mi alrededor sólo he visto traición, cobardía y engaño”.
Aún así pronto su tristeza encontró alivio al darse cuenta de que las responsabilidades del Imperio, que nunca fueron de su agrado, habían sido descargadas de sus hombros como por encanto. “Dormí largo y bien”, reza al comienzo de la nueva página de su diario.
“Claridad de sol y escarcha, leo mucho a Julio César”.
Una semana más tarde fue confinado en su propio Palacio de Tsarskoe Selo, junto a su esposa Alejandra.
Al mismo tiempo, en el Palacio de Tauride de Petrogrado el proceso revolucionario seguía su curso.
El 15 de marzo, el Comité temporal de la Duma, de acuerdo con el Soviet de Petrogrado, había anunciado la formación de un Gobierno Provisional, en gran parte compuesto por el mismo grupo de hombres, que gobernaría el país hasta que pudiera proclamarse “una asamblea constituyente” nacional.
Tal asamblea contaría con representantes del país entero, los cuales decidirían en su momento qué clase de orden político había de regir en Rusia en lo sucesivo. Una cosa era ya cierta; no sería una Monarquía, ni bajo el gran Duque, que comprendió claramente la situación, renunció juiciosamente a ocupar el trono.
Por lo pronto estaba claro que el Soviet de Diputados de los Obreros y de los Soldados iba a funcionar como una especie de congreso o parlamento oficioso; poco podía lograr el Gobierno provisional sino contaba con su aprobación.
Por ejemplo el 14 de marzo el Soviet dio a los soldados de la guarnición de Petrogrado la célebre orden Nro.1.
Este decreto fue interpretado como una medida para democratizar el ejército: los soldados se beneficiarían de los mismos derechos que los demás ciudadanos excepto en el momento concreto en que estuvieran de servicio; y las armas iban a estar bajo el control de los hombres alistados en el Soviet, no bajo el de los oficiales.
Aún más, las órdenes dictadas por la comisión militar de la Duma “serían cumplidas sólo en aquellos casos en que no contradijeran las órdenes del Soviet de Diputados de los Obreros y de los Soldados”.
Se ha dicho que la orden Nro.1marcó el comienzo de una larga pugna entre el gobierno provisional y el Soviet, conflicto que sólo llegaría a resolverse tras una segunda revolución acaecida unos ocho meses más tarde; la Revolución Comunista de noviembre de 1917.
La nieve había caídos sobre la ciudad. Caminando por las calles de Petrogrado, ahora casi vacías, un miembro del comité ejecutivo del Soviet experimentó una sensación de intenso júbilo a pesar de su fatiga:
“Caminaba, escribió mas tarde; a través de la ciudad libre de la nueva Rusa. ¿dónde estaba el zarismo?.
Se había desintegrado en un instante. ¡Tres siglos para edificarlo y tres días para su fin!.
Cuando Nicolás fue depuesto de su trono por la revolución de marzo de 1917, perdió la que en muchos aspectos constituía la monarquía más poderosa del mundo.
La vasta extensión geográfica de Rusia tan solo comparable a la de Norteamérica, su inmensa población alrededor de 148 millones de habitantes en 1917, y sus abundantes recursos naturales, eran la base de su poderío, pero su clave era el peculiar carácter del gobierno zarista.
En 1905 uno de los grupos de un movimiento nacionalista de protesta lo componían los obreros de las fábricas que constituían gran parte de la población trabajadora especialmente en San Petesburgo y sus alrededores.
La policía se había dado perfecta cuenta de que los socialdemócratas estaban haciendo una enérgica propaganda a favor de este importante grupo y adoptó un procedimiento singular para contrarrestar la influencia marxista.
Atrajo secretamente a un sacerdote conocido por el nombre de “el cura Gapón”, cuya tarea consistía en conducir a los trabajadores a una organización “socialista”.
La policía esperaba que esto sirviera para calmar la exaltación de la gente y para mantenerse, al mismo tiempo, al corriente de las auténticas actividades revolucionarias del proletariado.
Sin embargo el cura Gapón se hallaba más interesado por el bienestar de los obreros de lo que la policía creía.
Para impulsar las demandas en pro de mejores condiciones de trabajo y también para apoyar el movimiento a favor de los derechos civiles, el domingo 22 de enero de 1905, decidió organizar una “marcha” gigantesca sobre el palacio de Invierno de San Petesburgo. No debía haber violencia alguna, los trabajadores llevarían simplemente estandartes religiosos, cantarían canciones patrióticas y manifestarían al gobierno su unánime deseo de una sociedad más liberal.
La multitud, unas doscientas personas, se dirigió lenta y pacíficamente hacia el palacio en la mañana del domingo invernal; pero los guardias del Zar y la policía se pusieron nerviosos y sin previo aviso abrieron fuego.
El cura Gapón fue una de las primeras víctimas, hubo unos doscientos manifestantes heridos y unos ciento cincuenta muertos.
Cuando la noticia de esta matanza se extendió por Rusia, se levantó un enorme clamor de protesta. Inmediatamente los obreros de las fábricas se declararon en huelga y policías y funcionarios del gobierno fueron asesinados en los pueblos y ciudades.
Nicolás no se dio cuenta en absoluto, de que había provocado un estallido revolucionario. Una organización radical respondió a esto asesinando al tío del Zar, el gran duque Sergio, Nicolás redactó un manifiesto en el cual incitaba a todos los rusos leales a que dieran su apoyo a la autocracia.
Pero en 1905 el espíritu revolucionario fue debilitándose. Efectivamente cuando se celebraron elecciones para la Duma, los resultados favorecieron a los liberales moderados “Kadetes”. Sin embargo, incluso ellos mismos aparecían como demasiado liberales a los ojos del Zar, y ya desde buen principio se produjo un enfrentamiento entre la Duma y el gobierno.
El nacimiento de un heredero del trono, se vio empañado muy pronto. El niño había heredado de su madre una enfermedad congénita, la hemofilia por la cual el más insignificante rasguño es causa de una gran hemorragia.
En medio de una situación de grandes preocupaciones para la familia real, hizo su entrada en palacio Grigori Efimovich, el llamado Rasputín, que fue presentado a los zares por una gran duquesa. La dama dijo que había oído innumerables narraciones acerca de la “curación por la fe” que ejercía su protegido.
Esto ocurría en 1905 y durante los años anteriores el barbudo campesino de Siberia había estado vagando por Rusia como una especie de “anciano” peregrino errante, o “hombre de Dios” como el mismo se llamaba.
Poco se conocía en realidad a Rasputín, pero en Siberia tenía una amplia y curiosa reputación. Rasputín en castellano depravado, era su apodo debido quizás a un infatigable acoso a las muchachas.
Rasputín era el joven más vicioso del lugar, pero pronto pareció estar dotado de una “extraña percepción” y de poderes proféticos que le confirieron cierta aureola de santidad.
Apareció con sus camperas y su caftán y desde el primer momento se comportó con la real pareja con excesiva familiaridad.
Les saludó como si fueran viejos amigos: al poco tiempo, les llamó “padrecito” y “madrecita”, besándoles tranquilamente donde quiera que se encontraran.
Ambos se sentían profundamente impresionados ante Rasputín por su mirada penetrante e hipnotizadora y su aire de misteriosa autosuficiencia, como si conociera algún secreto único o poseyera alguna fuerza sobrenatural.
En 1912 Rasputín empezó a convertirse en una figura política importante. Su intimidad con la familia real ya era bien conocida y muchas personas que deseaban favores o noticias, o que querían influir al Zar en sus decisiones, merodeaban a su alrededor.
Aunque él no parecía ser personalmente codicioso, excepto cuando se trataba de la buena comida, el buen vino y las mujeres hermosas, aceptaba regalos fácilmente.
A cambio redactaba una nota con su propia mano, aunque casi no sabía escribir, para solicitar un favor de algún funcionario. La nota solía decir: “Mi querido amigo, hazlo. Grigori”. Habitualmente esto bastaba.
La combinación de su creciente poder político y sus notorios excesos sexuales hicieron de Rasputín un importante motivo de discusión de la cuarta Duma, elegida el mismo año de 1912.
En general los miembros de la Duma eran conservadores, pero conservadores o liberales, el espectáculo que ofrecía aquel campesino barbudo viviendo lujosamente y gozando de una situación privilegiada era superior a las fuerzas de las mayorías de las clases elevadas. Además para los que se oponían al régimen la alarmante influencia de Rasputín fue un poderoso argumento que usaron en contra de la monarquía absoluta.
Al mismo tiempo otra importante figura empezó a destacarse en la política rusa, la de un hombre completamente distinto a Rasputín. Se trataba de Alexander Kerensky, el miembro de la Duma que después de la revolución de marzo serviría de enlace entre el Gobierno Provisional y el Soviet.
En 1912 Kerensky era uno de los tres “abogados políticos” nombrados por los miembros de la tercera Duma para investigar un asesinato acaecido en una mina de oro de Siberia.
La policía había realizado una matanza brutal como la tristemente célebre y famosa del “domingo sangriento” en 1905; murieron ametrallados alrededor de doscientas personas, entre las cuales se contaban obreros, mujeres y niños.
La oposición entre el gobierno y la Duma alcanzó su punto culminante, en 1913, se celebró fastuosamente el 300 aniversario de la dinastía Romanov y la Duma fue deliberadamente humillada en todas las ceremonias.
Hubo un momento de gran emoción cuando en la Catedral de Kazán, Rasputín, tomó asiento en uno de los lugares reservados a la Duma.
Rodzianko, su presidente agarró al “hombre de Dios” por su túnica y sin más contemplaciones, lo echó de la iglesia pese a los esfuerzos de Rasputín por amedrentarlo con su penetrante mirada.
En opinión de Kerensky, Rasputín era “como símbolo del declinante zarismo”.
En la Primera Guerra Mundial fue cuando los soldados de las principales naciones beligerantes empezaron a usar cascos de acero: “el sombreo de lata” se convirtió casi en un símbolo.
Rusia sin embargo, era una excepción, sus solados llevaban gorras de paño con visera, que les daban un aspecto más airoso, pero que no los protegía contra las balas o la metralla en absoluto.
Esto dice mucho acerca del papel que Rusia desempeñó en la guerra.
La combinación de las mudanzas en el gobierno, con las terribles derrotas del ejército ruso frente a los cañones alemanes provocaron en el pueblo un profundo pesimismo. Se había perdido el fervor patriótico de 1914 que fue sustituido ahora por la desesperación de comprender que la derrota era inevitable.
Por ejemplo los generales rusos viendo como los alemanes se adentraban en territorio ruso, decidieron poner en práctica lo que hicieron sus predecesores en 1812 cuando Napoleón invadió sin éxito la Madre Rusia, esto es la política de la “tierra calcinada” consistente en destruir, a medida que se retiraban los ejércitos rusos, todo aquello que pudiere ser útil al enemigo; incendiar las cosechas, dinamitar los sistemas de aprovisionamiento de agua y volar los puentes.
En otoño de 1916 las escasez de alimentos y el alto costo de la vida constituían un grave problema.
Rasputín fue asesinado la noche del 29 de diciembre de 1916 por algunos aristócratas rusos que, con engaños le hicieron ir a los sótanos de una palacio de Petrogrado. La policía encontró el cadáver con heridas producidas por un arma de fuego, apuñalado brutalmente golpeado, lo habían atado y luego lo lanzaron al río Neva.
El 23 de octubre en el transcurso de una reunión bolchevique se adoptó una resolución en pro de la insurrección definitiva. Lenin estuvo presente en dicha reunión, la víspera había llegado clandestinamente de Finlandia con su barba afeitada y disimulando una calvicie con una peluca.
Tres días más tarde el Soviet de Petrogrado organizó un comité militar revolucionario, cuyo supuesto propósito era organizar la defensa de la capital contra un posible ataque alemán. En vez de ello, el Comité dominado por los bolcheviques influyó respecto a la nueva insurrección de manera que los soldados estuvieran dispuestos a alzarse en armas contra el gobierno de Kerensky para salvar la revolución.
El sitio del Palacio de invierno fue muy parecido a las batallas durante la insurrección. Los ministros de Kerensky se hallaban protegidos por unos doscientos cadetes militares, los nerviosos miembros de un batallón de mujeres, montones de fusiles y una enorme provisión de refinados vinos almacenados en las bodegas durante los tiempos zaristas. Tras infructuosos intentos de reunir tropas que apoyaran a Kerensky regresó disfrazado a Petrogrado.
Cuando los bolcheviques ordenaron su detención huyó a Inglaterra y fue uno de los más famosos exiliados rusos muriendo en 1968 a los ochenta y nueve años de viejo.
Entre 1918 y 1920 los británicos y muchos otros -incluyendo soldados norteamericanos que fueron puestos bajo el mando británico- hicieron grandes esfuerzos para destruir el país de los Soviets.
18 naciones en total invadieron a la joven república soviética, deteniéndose apenas a las puertas de Moscú donde fueron derrotados.
En el verano de 1917 tras algunos meses de cómoda reclusión en Tsarskoe Selo Nicolás II y su familia fueron trasladados a Tobolsk Siberia. Allí el Zar pudo tomar sol con sus hijos en el tejado de un granero y estudiar en la mesa comedor que hacía las veces de escritorio.
Los bolcheviques que asumieron el poder en noviembre les pusieron guardianes más severos, restringieron la comida de los cautivos y finalmente en abril de 1918 los trasladaron a Ekaterinburgo en los Urales.
Cuando los contrarrevolucionarios avanzaron hacia el oeste pareció que Nicolás podría ser rescatado y recobrar el poder.
Pero el 16 de julio los guardianes bolcheviques condujeron la familia real a una de las dependencias de la planta baja donde ajusticiaron a todos sus miembros.
DESDE LA PERESTROIKA EN ADELANTE MUCHOS COLABORADORES DE LOS NAZIS HAN SIDO REIVINDICADOS POR EL GOBIERNO RUSO.
AHORA SE RESCATA LA FIGURA DEL ZAR NICOLÁS II.
SOLO FALTA HACER OTRO TANTO CON EL DEPRAVADO RASPUTÍN.
ÉL SIGUE MIRANDO A LOS MONÁRQUICOS DEL PASADO DESDE LA TUMBA CON SU MIRADA PENETRANTE.
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