Un estudio arrojó que el 94% de los trabajadores argentinos sufre burnout o síndrome de desgaste profesional, el cual se manifiesta como un proceso prolongado de agotamiento, desmotivación y estrés. Con este índice Argentina es el campeón regional, delante de Chile y muy por encima de Panamá (83%) Ecuador (79%) y Perú (78%).
El síndrome de burnout es el padecimiento que sufre una persona como fruto de factores asociados al ámbito laboral. Jerry Edelwich y Archie Brodsky, expertos en psiquiatría, lo han definido como una pérdida progresiva de idealismo, energía y propósitos. También fue descripto como un proceso a través del cual tiene lugar una disminución de la realización personal.
En el estudio participaron 4.386 personas, de las cuales 1.549 son argentinas. El porcentaje que obtuvo el país representa un salto de 14 puntos con respecto a las estadísticas de 2021. Un 52% de los trabajadores afirmó sentir cansancio extremo, un 41% negativismo en relación al trabajo y un 23% manifestó que su eficacia para trabajar cayó.
A su vez, un 79% aseveró que siente estrés, un 75% que está desmotivado, un 30% que no encuentra tiempo para dedicarle a su familia y un 28% que sufre insomnio. El burnout, asimismo, puede desatar en las personas cuadros depresivos o de ansiedad, irritabilidad, dificultad para la concentración, insomnio, migrañas, dolores musculares, entre otros problemas.
Los trabajadores que lo sufren suelen tener mucho contacto con otras personas, horarios de trabajo excesivos, salarios bajos; y los lugares en los cuales desenvuelven su actividad se caracterizan por la primacía de una regimentación patronal extrema. El personal sanitario (médicos, psicólogos, odontólogos, trabajadores sociales, etc.) y el administrativo, los telemarketers y los empleados de comercio forman parte de un universo laboral en el cual el terreno es propicio para el desarrollo de burnout.
No es la primera vez que se difunden estadísticas así de alarmantes sobre estrés laboral; entretanto, sigue sin haber intervención alguna del Ministerio de Trabajo o de Salud para atender esta problemática. Por el contrario, asistimos a una avanzada contra los derechos laborales y los convenios colectivos, en paralelo a un vaciamiento de las obras sociales; todo lo cual deja vulnerables a los trabajadores frente a estos padecimientos y sin posibilidad de atenderse.
La situación económica y social de Argentina es un factor que alimenta las tendencias de la clase obrera a sufrir este síndrome. Un informe de la Fundación Mediterránea estimó que la masa de ingresos fijos que reciben los trabajadores (formales e informales, jubilados y planes sociales) caerá interanualmente un 14% en 2023. Entre 2011 y 2023 se produjo un decrecimiento del 15% de la remuneración en el empleo formal privado. Los salarios informales, por su parte, cayeron casi 30 puntos interanuales en agosto.
En mayo, el 13% de los ocupados que trabajaban entre 35 y 45 horas semanales (3,1 millones) se encontraba buscando otro empleo. La mitad de los que se embarcaron en esta tarea es pobre. Gremios como la construcción, servicio doméstico, comercio, gastronomía, manufactura y el transporte, que se caracterizan por tener importantes cantidades de precarización laboral, nuclean muchísimos trabajadores que sufren burnout. El gobierno del Frente de Todos y las patronales han trabajado mancomunadamente para llegar hasta acá.
Este estado de cosas se agravará en el período por venir. Es que la clase capitalista tiene en carpeta avanzar en la implementación de reformas “estructurales” reaccionarias, con el objetivo de reducir más los salarios y eliminar derechos laborales (aguinaldo, indemnizaciones, etc.), en vistas a agrandar la tasa de explotación hasta sus límites físicos y psíquicos. Massa y Milei compiten por mostrarse como los más dispuestos a seguir esa agenda.
El crecimiento del estrés laboral refuta también los argumentos a favor del emprendedurismo o el trabajo “autónomo”, que encubren una realidad de trabajo precario, a destajo o que incentiva la autoexplotación para llegar a fin de mes; todo esto conduce, a la vez, a una extensión de la duración e intensidad de la jornada de trabajo. Lejos de dotar al trabajador de mayor libertad, lo condena a la incertidumbre y la ausencia de estabilidad, aumentando las probabilidades de que sufra patologías.
Estos padecimientos son un producto de la alienación y de la enajenación del trabajo, que bajo el capitalismo es una carga pesada. No solo es trabajo forzoso, que los trabajadores se ven obligados a realizar para no morir de hambre. El obrero, además, se relaciona con el producto de su trabajo como si fuera un objeto extraño, que no le pertenece a él sino a otra persona (el propietario de los medios de producción) y se le aparece como algo hostil.
Tampoco trabaja en función de desarrollar sus potencialidades individuales, sino que por el contrario lo hace bajo control y supervisión de otros, en función de acrecentar las ganancias de un capitalista. El tiempo que labora es tiempo que no le pertenece y la frustración pasa a primer plano cuando lo que hace ni siquiera le permite mantenerse económicamente.
Bajo el régimen social vigente, asimismo, el aumento de la productividad del trabajo no emancipa al hombre del trabajo (no redunda en un aumento de su tiempo de ocio) sino que lo vuelve más alienante, con operaciones repetitivas y automáticas, a la par que empuja a millones a la calle. Para que el trabajo deje de ser una fuente de padecimientos, los trabajadores debemos emanciparnos de la explotación social capitalista.
Nazareno Suozzi
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