Mientras tanto, en otros lugares, empieza a tomar forma la idea de fundar la revista literaria El grillo de papel (prohibida en diciembre de 1960); los obreros del Frigorífico Lisandro de la Torre continúan su huelga y un grupo de profesores universitarios analiza la propuesta elaborada por Arnaldo Orfila Reynal, José Babini y Boris Spivacow para poner en funcionamiento a la Editorial Universitaria de Buenos Aires. Propuesta inicial esta que, bajo la consigna “Libros para ser libres”, hizo que Eudeba se constituyera en la principal casa editora de habla hispana.
Luego de la dictadura económico-militar de los años 1966-1973, con el retorno a la vida democrática, bajo la impronta de Arturo Jauretche, Rogelio García Lupo y Mario Hernández (1973-1974), Eudeba retoma el espíritu inicial e impulsa la publicación de libros que trasuntan el zeitgeist de la época, como: Neocapitalismo y comunicación de masas, de Heriberto Muraro, Teoría del Hospital, de Ramón Carrillo, o La Revolución chilena, de Salvador Allende.
Verano de 1977. El Proceso usurpador que irrumpe el 24 de marzo de 1976 avanza, en medio de su plan represivo, con el despliegue de la propuesta neoliberal formulada por Martínez de Hoz y su equipo. Propuesta que permite agudizar la tendencia hacia la concentración económica, duplicar la deuda externa del país y que se dictara la Ley de entidades financieras (21.516) aún vigente. Entretanto, desde la resistencia a la dictadura, Rodolfo Walsh va dando sentido a su Carta abierta a la Junta, que piensa difundir el 24 de marzo cuando se cumpla el primer año del golpe cívico-económico-militar.
En la mañana del 26 de febrero de 1977, en tanto el sol se filtra entre los árboles de la Plaza de los Dos Congresos y los transeúntes de la calle Rivadavia ven modificada su escena cotidiana, una partida militar, ante la mirada impotente de los trabajadores de la editorial, cubre la vereda con paquetes conteniendo miles de libros. Libros que son sustraídos de los depósitos de Eudeba, con destino al Comando del Cuerpo 1 del Ejército, para ser incinerados días después en las piras bárbaras. Así, entre los 60 mil ejemplares confiscados podemos identificar obras diversas como; Medicina del Trabajo, Montonera y Caudillos en la Historia Argentina, Dependencia y Empresas Multinacionales. De esta manera, las fuerzas demoníacas --que inspiraron las hogueras de 1933 en la Bebelplatz o las piras de 1980 en un baldío suburbano de Sarandí y que se expresaron en la frase de Johst, reiterada por Baldur Von Schirach: “Cuando escucho la palabra cultura saco mi revólver”-- se reencarnan en el rito siniestro de destrucción de ese otro cuerpo: los libros.
Sin embargo, algunas de las obras sobrevivieron, en silencio, resguardadas con celo en desvanes o en el recuerdo de sus lectores. Otras, años después, fueron reapareciendo en librerías y reediciones. Entonces, de vez en cuando, los escritos se hacen presentes, asomándose desde los estantes de las bibliotecas. Invitándonos a relecturas, a nuevos diálogos --más allá de los tiempos, la pulsión de muerte y la censura-- entre autor y lector.
Carlos Cruz
Expresidente de Eudeba (1992-1997).
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