La cumbre virtual del Mercosur que se realizará al cumplirse 30 años de la formación del bloque, el 26 de marzo, graficará el dislocamiento comercial de la región y el completo declive que atraviesa la asociación de los cuatro países que lo componen, cuyo comercio intrarregional está un 35% debajo del pico histórico de 2011. Las presiones por una flexibilización para permitir la firma de tratados bilaterales de libre comercio y por reducir los aranceles externos ilustran, más que rivalidades nacionales y diferencias ideológicas entre los gobiernos, las consecuencias sociales de la inserción colonial en el mercado mundial.
El brasileño Jair Bolsonaro, el uruguayo Luis Lacalle Pou y el paraguayo Mario Abdo Benítez llegan a este cónclave habiendo concertado una posición común por la flexibilización de las cláusulas del Mercosur que obligan a los países a negociar en conjunto todos los acuerdos de libre comercio con otras naciones o bloques comerciales. Hay una serie de tratativas con Canadá, India, Singapur o la Alianza del Pacífico, entre otras, que se encuentran trabadas, pero ello solo en parte se debe a las reticencias de Argentina, como revela que tras el aval de Alberto Fernández continúa empantanada la firma del acuerdo con la Unión Europea por los reparos que pone el capital agrario del viejo continente y los industriales sudamericanos -sectores que se verían perjudicados por una liberalización comercial y reducciones arancelarias.
Resulta que la esencia del Mercosur es un listado de aranceles comunes fijados sobre las importaciones exteriores, que llegan hasta alícuotas del 35% como en el caso de la industria automotriz. El planteo de eliminar o reducir significativamente estas barreras arancelarias, defendido abiertamente por Bolsonaro, es visto como un tiro de gracia para importantes sectores de la industria regional que aseguran que no pueden competir con la producción de otras latitudes. Hacia el encuentro del 26 fue publicado un comunicado conjunto de las representaciones patronales de los cuatro países (Unión Industrial Argentina, Confederación Nacional de Industria -Brasil-, Unión Industrial Paraguaya y la Cámara de Industrias del Uruguay) en el que se oponen a cualquier modificación inconsulta del Arancel Externo Común y el Régimen de Origen del Mercosur.
Los reclamos empresarios denotan una marcada primarización productiva de la región, volcada a la exportación de commodities: «nuestros países no aumentan su participación en la producción y exportaciones de manufacturas mundiales». El retiro de Ford de Brasil puso en primera plana esta tendencia. La propuesta patronal es sin embargo parasitaria, ya que además de sostener estos aranceles proteccionistas exigen que los gobiernos concreten ajustes fiscales para «ordenar la macroeconomía» y ganar competitividad a fuerza de nuevas reformas laborales contra las conquistas obreras.
Esto plantea un conflicto de intereses con los pulpos sojeros y ganaderos que dominan el comercio exterior en los cuatro países, y cuyas exportaciones se pretenden incrementar justamente con la firma de acuerdos de libre comercio. Esto vale aún para el gobierno de Alberto Fernández, que viró de posición respecto de las negociaciones con la Unión Europea, en el marco de toda una política económica orientada a obtener con la venta de soja los dólares necesarios para el repago de la deuda al FMI y el capital financiero. Es esta dinámica colonial lo que disloca el comercio regional, ya que todos los países compiten en la exportación de carnes y cereales a los mismos destinos. Es una muestra de que los problemas no se deben, como dijimos, a rivalidades nacionales, sino incluso a conflictos intercapitalistas dentro y fuera de los propios Estados.
Lo dicho se expresa más crudamente aún en los socios menores del Mercosur. A 30 años de la firma del Tratado de Asunción que le dio origen, el balance para Uruguay y Paraguay es lapidario: ambos registran un marcado déficit en la balanza comercial dentro del bloque, y en estas décadas han sufrido una fuerte contracción de su parque industrial (particularmente visible en las alimenticias) en beneficio de artículos producidos en Argentina y Brasil. Algo similar podemos observar respecto de la pendiente integración de Bolivia -en lo que insistirá Alberto Fernández en la cumbre-, ya que desde el acuerdo de «complementación económica» de 1997 lo único que comprensa el crecimiento del déficit es la venta de gas; es decir que en la nación del altiplano los beneficios son acaparados puramente por los pulpos petroleros.
No hay mejor muestra de estos 30 años de Mercosur para evidenciar la incapacidad de las burguesías nacionales en avanzar en una integración regional. De hecho, el comercio intrarregional nunca superó el 17% de las exportaciones totales de los países que lo componen, y actualmente representa apenas un 13%. Las devaluaciones sucesivas de monedas refuerzan el dislocamiento. Lo que se incrementó, en efecto, fue la mayor injerencia del imperialismo. Estados Unidos se valió de ese marco para imponer una política de seguridad coordinada por el Departamento de Estado (Ley Antiterrorista inclusive), y China se convirtió en el principal comprador de productos primarios y vendedor de manufacturas e insumos industriales. Los efectos recesivos de las trabas a las importaciones dispuestas por el gobierno argentino -por la sequía de las reservas del Banco Central- son expresión de esta dependencia. La flexibilización del bloque apunta en la misma dirección.
Otra conclusión importante del proceso de las últimas tres décadas es la debilidad de las burguesías industriales criollas, que carecen de la capacidad de motorizar un desarrollo productivo de las naciones de Sudamérica por su postración al imperialismo y su carácter de socios menores de un régimen de saqueo. La crisis capitalista agudiza la ausencia de inversiones, razón por la cual la competitividad solo busca incrementarse a costa de la flexibilización laboral, la devaluación monetaria y beneficios impositivos. Habla de una clase social parasitaria.
La única forma de avanzar en una integración regional real es romper con esta inserción colonial en el mercado mundial, lo cual requiere medidas de fondo que solo puede llevar adelante la clase obrera, como el desconocimiento de las deudas externas fraudulentas y la nacionalización de la banca y el comercio exterior, resortes fundamentales sobre los cuales desarrollar en común a la región. Es la perspectiva de la lucha por una federación socialista de América Latina. La rebelión del pueblo paraguayo y la enorme movilización popular contra el gobierno de Bolsonaro en Brasil (en el marco de una catástrofe sanitaria) muestran el hartazgo de las masas y un camino hacia adelante.
Iván Hirsch
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