Cuando está por cumplirse un año de decretada la primera cuarentena en Argentina, el presidente Alberto Fernández habló por cadena nacional para no anunciar nada. En poco más de 10 minutos, hizo un breve repaso de lo sucedido en estos 12 meses, y dijo que quería “contar cómo está la situación”.
Para Fernández hay “tres problemas muy importantes”. En primer lugar la proximidad del invierno, y con él de la segunda ola de contagios coronavirus a nuestro país; segundo, las variaciones de las cepas del virus; y tercero la escasez de vacunas.
La supuesta preocupación no se expresó sin embargo en ninguna medida, más que fomentar el cuidado individual. Esto cuando la suba de casos de los últimos días llevó al promedio diario a unos 8.300 contagios, un 11% mayor que la semana anterior. Incluso, hay situaciones más agudas como la de la Ciudad de Buenos Aires, donde la suba fue del 19%. La llegada de la segunda ola es cada vez más próxima.
En este sentido, las medidas que se tomen previa a la entrada al rebrote son fundamentales. En términos generales, mientras menor sea el promedio de casos mejor parados entraremos a la segunda ola. Pero el gobierno de Alberto Fernández insiste en un “sálvese quién pueda”, sin medidas de restricción a la circulación o en las actividades, ni siquiera el cierre de fronteras con países con alto riesgo epidemiológico como Brasil -que hoy es el epicentro de la pandemia con un promedio diario de 90.000 casos-, fundamental para reducir la circulación de las cepas más letales y contagiosas. Mientras, se flexibilizan los protocolos en las escuelas, que ya carecen de condiciones. La política sanitaria está condicionada a los intereses de las patronales.
Por otro lado, el presidente atribuyó el lento ritmo de vacunación argentino a la escasez de vacunas a nivel mundial por dificultades en la producción, logística e insumos. Pero lo cierto es que la aplicación de las dosis fue lenta en todo momento: durante los primeros dos meses y medio de inmunización el promedio por día estuvo ubicado en 10.000 personas (en los peores días se administraron solo 1.000 dosis). Recién a mitad de febrero, tras el escándalo de la vacunación VIP, aumentaron las inoculaciones diarias, pero pocas veces se superó el número de 120.000.
Por lo tanto, atribuir totalmente la ineficiencia de la campaña de vacunación a la escasez de dosis es, sencillamente, un intento por encubrir la responsabilidad de los gobiernos en el ajuste a la salud. Más si se tiene en cuenta que Argentina aún hay un millón de dosis para utilizar ya distribuidas, que hoy llegan más dosis de la Sputnik V y la semana que viene tres millones de la de Sinopharm.
El cuidado colectivo en el que tanto insiste el presidente es un intento de desligarse de su responsabilidad en las tres cuestiones con las que graficó la crítica situación. Asistimos al aumento de casos y la entrada de nuevas cepas sin un plan sanitario y con un fracaso en la campaña de vacunación.
Lucía Cope
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