miércoles, 1 de enero de 2020

La carrera armamentista y la guerra comercial: un cóctel explosivo hacia la guerra global



Durante la administración Obama, en 2016, Estados Unidos gastó 611.000 millones de dólares en nuevo armamento. El gasto militar mundial creció en 2018 hasta alcanzar la cifra de 1,82 billones de dólares, destacándose en el mismo Estados Unidos, Arabia Saudita, India y Francia. El imperialismo norteamericano ha invertido en armamentos durante 2018 un 76% más que en 1998 y un 4,6% más que en 2010, y en 2019 un 7% más que en el año anterior. El SIPRI (instituto internacional de Estocolmo para la investigación de la paz) da cuenta de que en dicho año (2018) Estados Unidos erogó la friolera de 649.000 millones de dólares en esta industria de la muerte y en 2019,7 16 mil millones. Durante 2018 China gastó en ese menester 250 mil millones de dólares y Rusia 61.400 millones de dólares.

¿Por qué ocurre la carrera armamentista?

El CIM (Complejo Militar Industrial) es la principal industria del mundo. Se trata para la clase capitalista del motor del desarrollo económico de las últimas décadas, a partir de una demanda incesante de armas por parte de los Estados, que se explica porque las armas se vuelven rápidamente obsoletas frente a los rivales tanto en el plano bélico, como económico y geopolítico, que buscan innovaciones permanentes. De esta forma se pretende superar el impasse económico que ocasionan las crisis de sobreproducción y de la sobreacumulación de capitales. Es que como producto de esa circunstancia se pronuncia la tendencia a la eliminación del capital sobrante y la producción excedente, esto es de la destrucción de fuerzas productivas, una de cuyas manifestaciones es la guerra.
Mediante la carrera armamentista el capitalismo tiene la pretensión de menguar las crisis de sobreproducción y resolver la declinación de la tasa de ganancia, no obstante lo cual lejos de suprimir sus tendencias a la descomposición del mismo, las acentúa y al mismo tiempo desenvuelve aquello que pretende evitar (la tendencia declinante de la tasa de beneficio). Pero la producción de armamento requiere obligadamente la inversión de una mayor proporción de capital constante (maquinaria, equipos, tecnología), que es trabajo muerto que no crea valor, en desmedro del capital variable que paga la fuerza de trabajo, única que crea valor y da lugar a la acumulación de capital mediante la obtención de plusvalía. Al haber más capital constante en la composición orgánica de capital tiene lugar la disminución de la tasa de beneficio.
A propósito, es ilustrativa la visión de Larry Summers (secretario del tesoro norteamericano desde 1999 a 2001 y economista jefe del FMI) en relación a la crisis presente del capitalismo, citado por Pablo Heller en “El capitalismo zombi”: “Alvin Hansen (asesor de los presidentes Roosevelt y Truman) anunció el riesgo de un estancamiento secular a finales de los años 30, a tiempo para asistir al auge económico contemporáneo y posterior a la segunda guerra mundial. Es muy posible que se produzca algún acontecimiento exógeno de gran alcance, que lleve a aumentar el gasto o reducir el ahorro en medida tal que incremente el nivel de interés real por el pleno empleo en el mundo industrial y haga irrelevantes las preocupaciones que he expresado. Descartando la guerra, no está claro que otro tipo de acontecimiento de este calibre tendrá que ocurrir”. Lo dicho por Summers revela no solo la opinión de un autorizado representante del imperialismo, sino que manifiesta claramente la tendencia a la guerra, como expresión de la inviabilidad del progreso humano en el capitalismo en descomposición. Esta tendencia imparable encuentra expresión en la constante demanda de armamento por parte de los Estados, que los obliga a desenvolverlos en aventuras bélicas permanentes y a un endeudamiento billonario en dólares por parte de los mismos. Los beneficiarios de este endeudamiento son grandes fondos de pensión, aseguradoras y bancos que han ingresado hace tiempo en el negocio de la guerra, por ser uno de los más rentables, sino el más rentable: “La industria mundial de las armas nucleares es financiada y mantenida viva por más de trescientos bancos, fondos de pensión, compañías de seguros y gestores de activos…. Esas instituciones realizan sustanciales inversiones en la fabricación de armas atómicas” (Question digital.com).La campaña internacional por abolir las armas nucleares, en un estudio de 180 páginas, señala que las naciones con poderío nuclear gastan cien mil millones de dólares al año fabricando nuevas ojivas, modernizando las viejas y construyendo misiles balísticos, bombarderos y submarinos para lanzarlas. Estas compañías, objeto de la denuncia son: Bae System y Babcock International de Gran Bretaña, Lockheed Martin y Northrop Grumman de Estados Unidos, Thales y Safran de Francia, etc .Los bancos más involucrados con la industria de armas nucleares son Bank of America, Black Rock y Morgan Chase de Estados Unidos ,BNP Paribas en Francia, Allianz y Deutsche Bank de Alemania, Mitsubishi UJF DE Japón, BBVA y Banco Santander en España, Credit Suisse y UBS en Suiza, y Barclays, HSBC, LLoyds y Royal Bank Scotland de Gran Bretaña. Aquí está retratado con gran fidelidad la naturaleza destructiva del régimen capitalista en su etapa imperialista, en nombre de su razón de existir, la tasa de ganancia, por la cual no se ahorra una sola gota de sangre humana.

Las consecuencias humanas y económicas de la carrera armamentista

Empujadas por la necesidad de garantizarse un mercado cautivo que permita la realización de superganancias la clase capitalista y sus estados se han lanzado a la carrera armamentista. Esa carrera ha tenido como consecuencia guerras con secuelas catastróficas para la humanidad. Se trata de guerras locales que han dejado daños irreparables en términos de muertes y refugiados. El Alto comisionado de la ONU para refugiados da cuenta de que los desplazados de sus hogares y territorios dentro y fuera de las fronteras de sus países suma en lo que va del siglo 21, 45.200.000 personas. En este plano, la guerra de Siria ha contado con once millones de desplazados, Sudán del sur sufrió parecidas consecuencias: cuatro millones de habitantes, y Yemen 264.000, Pakistán y Afganistán, como consecuencia de sus respectivas guerras expulsaron a 1.195.000 víctimas de sus hogares. La cantidad de muertes producidas por estas guerras de saqueo es menor, pero no menos impresionante: en la segunda guerra del Congo, entre 1998 y 2003 murieron tres millones de víctimas; en Siria la cantidad de muertos fue de 353.935, en Irak desde 2003 hasta febrero de 2019 se contabilizaron 288.000 muertos (informe del Syrian observatory of human rights). Los factores centrales de estas guerras, además de sostener el negocio de armas, ha sido el saqueo de fuentes de energía, riquezas acuíferas, alimenticias y minerales. (Puede afirmarse que el consumo de plata, níquel y cobre con fines militares supera a Asia, África y América Latina juntos, y que la voracidad con la que se realiza conduce a su agotamiento.) Gran parte de estas guerras fueron estimuladas por la lucha por el mercado petrolero: en Nigeria por la construcción de un oleoducto desde África hasta Europa; en Yemen por el dominio del golfo de Adén, ruta obligada de la mayoría de los barcos petroleros. En todas estas aventuras bélicas de saqueo han intervenido las potencias imperialistas, a veces con mediaciones de naciones títeres: en Somalia fue el ejército etíope respaldado por el imperialismo norteamericano, en Yemen fue el ejército saudí con armamento norteamericano y británico. En la segunda guerra del Congo la fuerza militar estaba formada por 115.000 efectivos de la Fuerza Militar de Paz de las Naciones Unidas, una organización que expresa los intereses de las naciones imperialistas.
El endeudamiento ha traído consecuencias enormemente negativas para la economía norteamericana. Solamente la guerra de Irak le ha ocasionado a Estados Unidos un endeudamiento de tres billones de dólares, en el contexto de los 23 billones de deuda pública de la mayor potencia imperialista, un 107% de su PBI. El mismo es en parte, consecuencia de la carrera armamentista, pero también y fundamentalmente a las exenciones impositivas y subsidios de las que se benefician las grandes corporaciones, con una disminución anual de la recaudación de 90.000 millones de dólares anuales.

Las guerras tecnológica, energética y comercial echan combustible a favor de la tendencia a la guerra

En 2018 el déficit comercial norteamericano aumentó 621 mil millones de dólares, según datos publicados por el Departamento de Comercio de Estados Unidos. el transcurso de ese año hubo una pérdida neta en el comercio de bienes y servicios de 59 mil millones de dólares. Huawei ha desplazado a Apple en las ventas de celulares, se desenvuelve una vigorosa batalla entre la OPEP, que ha decidido bajar la producción de petróleo y los Estados Unidos que han recurrido al fracking, aumentando su producción para bajar el precio y desplazar a sus competidores. Aunque en los días recientes ha habido una tregua entre China y Estados Unidos para eliminar las barreras arancelarias mutuamente, ésta tiene un carácter efímero y precario por la pretensión yanki de que las importaciones de sus productos a China se dupliquen. Los choques entre la Unión Europea y Estados Unidos por la competencia entre Lockheed y Airbus en el campo aeronáutico irrumpieron en la reciente cumbre de la OTAN cuya existencia tiene futuro incierto y se ha creado una organización de defensa europea sin la presencia de Estados Unidos. También Estados Unidos impuso barreras arancelarias al acero y al aluminio de la Unión Europea sumándola a la impuesta antes a China. Para agravar el cuadro de disputas entre Estados Unidos y Rusia, Trump ha anunciado el 19 de diciembre sanciones contra ésta por la construcción de un gasoducto, el Nordstream 2, que pasa por debajo del mar Báltico y que beneficiaría a países de Europa occidental, especialmente a Alemania. Las sanciones serán aplicadas a Gazprom (empresa rusa) y a otras empresas asociadas europeas: Uniper, Shell, Wintershall, OMV, Engie y Dea) y consisten en el congelamiento de activos y quita de visas a Estados Unidos a las empresas mencionadas. Ucrania, Polonia y los países bálticos apoyan la decisión yanki en nombre de que el gasoducto (construido en un 80%) va a ser un factor de sometimiento a Rusia. A su turno las principales naciones imperialistas de la Unión Europea se oponen a la sanción. Como podemos observar esta disputa sin duda agrava el cuadro de guerra comercial, y por añadidura agrega combustible a la potencialidad de un estallido bélico generalizado.
La situación descripta, el creciente endeudamiento norteamericano para financiar la carrera armamentista ha agravado su crisis, que impacta socialmente sobre las masas norteamericanas debido a la disminución en gastos de salud y educación, como así también en las naciones oprimidas y sus pueblos y clases obreras, cuyas respuestas han sido en muchos casos de rebeliones y alzamientos populares (Argelia, Sudán, Argelia, Egipto, Irak, Chile, Colombia, Ecuador, Haití, Puerto Rico, Panamá, etc.). Estamos asistiendo a un choque objetivo entre el imperialismo expoliador y belicista, que financia su carrera armamentista endeudando a las naciones oprimidas y a sus trabajadores, y la insurgencia obrera y popular que puja por abrirse paso para que la crisis la paguen los capitalistas. Es el socialismo o la barbarie. Construir el partido obrero de la revolución socialista mundial y dotar de una dirección revolucionaria a las masas insurgentes es el desafío. Es que la carrera armamentista y las guerras que hemos enumerado no son sino la consecuencia de la tendencia al colapso y la catástrofe, intrínsecas al régimen capitalista en su etapa de decadencia, y solo se puede terminar con ellas y con el peligro de una conflagración a escala planetaria terminando con su germen.

Roberto Gellert

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