lunes, 27 de enero de 2020

5G: una guerra de rapiña



“Davos teme una guerra fría tecnológica entre EEUU y China”, titula Infobae (23/1), para referirse a la enorme disputa que se desató entre ambos países en torno al 5G. La analogía se viene desplegando en la prensa internacional desde hace por lo menos un año. Incluso, se habla de una nueva “cortina de hierro” que dividirá al globo en dos mitades: de un lado, las regiones que se adapten a las redes chinas; del otro, a las estadounidenses. Sin embargo, el mapa no prefigura ser tan ordenado. Australia, Canadá, Vietnam y Japón se alinearon con los Estados Unidos; Francia, Rusia, Alemania y Brasil apuestan por establecer acuerdos con China. Como sea, antes que a una guerra fría 2.0, asistimos a una nueva guerra de rapiña que sacude al mercado en una competencia a todo o nada por la dominación del mundo (también) digital.

¿Un mundo feliz?

5G es la red móvil de última generación, cien veces más veloz (y hasta podría llegar a ser 250 veces superior) que la actual 4G, con menor latencia (el tiempo que tarda un dispositivo en ejecutar una orden se reduce a un chasquido) y con mayor capacidad de conexión (hasta un millón de dispositivos por kilómetro cuadrado). Por estas redes se podrían desplegar las conexiones de cualquier objeto o artefacto (el tan promocionado Internet de las Cosas), monitorear vehículos o diseñar ciudades inteligentes.
Un puñado de corporaciones controla el mercado en desarrollo de 5G: Ericsson (Suecia), Samsung (Corea del Sur), Nokia Networks (Finlandia), NEC (Japón) y CISCO (EE.UU.). Pero la supremacía es de Huawei (que además ocupa el segundo lugar en la venta de smartphones, tras desplazar a Apple el año pasado) y de ZTE, ambas compañías con sede Shenzhen, el Silicon Valley oriental.
La pretensión estadounidense de desbancar a China explica, en gran medida, la actual guerra económica que, si bien entró en una tregua con la fase 1 del acuerdo recientemente firmado, sigue su curso e invariablemente se profundizará: el sistema que propone Huawei es incompatible con el yanqui. Y más ampliamente: la profundidad de la crisis económica también es incompatible con el equilibrio de una paz imperial.

Hasta prisioneros de guerra

A fines de 2011, durante la presidencia de Obama, los Estados Unidos habían denunciado un supuesto “ciberespionaje chino” y el peligro que suponían las operaciones de las empresas de ese origen a la seguridad nacional. En 2018, los tuits de Trump denunciaron al gigante ZTE por haber vendido tecnología a Irán y Corea del Norte. Ante la amenaza de un bloqueo, el consorcio chino resolvió pagar la multa de 1190 millones e incluso aceptar la condición de retirar a un miembro de su directorio, funcionario del Partido Comunista Chino. Pero la declaración de guerra ocurrió en 2019: Trump ordenó al Departamento de Comercio que incluya a Huawei en la lista de empresas (Entity List) que no podrían hacer negocios en los Estados Unidos. Google cerró filas con Trump y rompió su relación comercial con los chinos quienes, desde entonces, no pudieron seguir vendiendo sus smartphones con el sistema Android. Además, perdió el acceso al mercado de los microprocesadores, que monopolizan las estadounidenses Intel, Qualcomm o Broadcom. Con todo, Huawei prepara sus propios materiales de relevo y el año pasado tuvo un crecimiento del 18% en su facturación.
A esta historia no le faltan ni siquiera prisioneros de guerra: en Canadá sigue detenida con libertad bajo fianza la ejecutiva e hija del fundador de Huawei, Meng Wanzhou, y en China, los canadienses Michael Kovrig (un ex diplomático) y Michael Spavor (un empresario). Mientras se lleva adelante el juicio de extradición a pedido de Estados Unidos, el primer ministro Justin Trudeau acaba de rechazar “llevar a cabo un intercambio de presos” (Europa Press, 21/1).

Estado y Capital

Son dos los argumentos que esgrimen los Estados Unidos para justificar su política de bloqueo contra Huawei. En primer lugar, que compite deslealmente, porque, siendo una empresa privada, cuenta con el apoyo del Estado. En segundo lugar, que amenaza la seguridad del mundo. Estados Unidos insiste en que las redes de comunicación pasarían a estar bajo control del Estado y del ejército chino, en virtud de vías de acceso (puertas traseras) que estos dejan plantadas.
El columnista Zachary Karabell (Wired, 31/11/19) derrumbó ambos argumentos con sencillez abrumadora. Se preguntaba retóricamente: “la relación de Huawei con el gobierno chino ¿es fundamentalmente diferente de los lazos entre el Pentágono y contratistas como Lockheed, Boeing y General Dynamics?” Y agregaba: “todas las grandes compañías tecnológicas han vendido equipos y datos que ayudan a las agencias de inteligencia, ya sean las imágenes de Google Earth utilizadas por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), Amazon desarrollando tecnología de reconocimiento facial para el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, o Palantir que terceriza para el Estado la recolección de datos personales.” Recordaba, también, que “la NSA ha intentado y de hecho ha incrustado (como lo mostraron los documentos filtrados de Edward Snowden) puertas traseras en equipos estadounidenses.”

El caso argentino

En nuestro país, apenas se ha realizado una prueba de 5G, pero las presiones tanto estadounidenses como chinas se conocieron tan pronto despuntó el nuevo año. El 2 de enero, La Nación publicó una entrevista al ex embajador en China, Diego Guelar, que afirmaba en lengua lobista: “Brasil ya ha comunicado que licitará la infraestructura 5G en 2020 y que convocará a China. A mi juicio, nosotros debemos hacer lo mismo.”
A las pocas horas, la Embajada yanqui en nuestro país le respondía con un tuit: "La protección de las #LibertadesCiviles y el respeto a la #Privacidad de cada individuo es nodal para garantizar un buen desarrollo de la tecnología #5G. No todos los proveedores son iguales. Informate".
“¿Quién querés que te espíe: los americanos o los chinos?, se preguntaba el periodista de Wired. En esa guerra estamos hundidos hasta el fondo.

Santiago Gándara

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