martes, 14 de enero de 2020
El desafío de preservar los bosques nativos para mitigar la crisis climática
Deforestación en Amazonas
Las zonas de bosques, permanentemente amenazadas por el capitalismo, cumplen un rol fundamental en el balance del sistema terrestre.
Spoiler: esta nota no propone una salida individual (que algunos planten árboles por aquí o por allá), aunque esa famosa y trillada frase que invitaba a "plantar un árbol" muestra cierto sentido en el marco de la crisis climática global.
El contexto es de emergencia: según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), “la extensión geográfica actual del uso de la tierra, la gran apropiación de múltiples servicios de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad no tienen precedentes en la historia humana” [1].
Una aclaración preliminar: los gases de efecto invernadero retienen parte del calor de la atmósfera, sin el cual la temperatura terrestre sería de -18 ºC. Son necesarios y contribuyen al equilibro del sistema de la Tierra. No obstante, una concentración excesiva de estos deriva en el sobrecalentamiento de la superficie terrestre. El dióxido de carbono se destaca por su cantidad; se libera con la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas, hulla), madera y actividad volcánica.
Para los científicos del IPCC, “la temperatura promedio sobre la tierra para el período 2006–2015 fue 1.53 °C más alto que para el de 1850–1900 y 0,66 °C mayor que la media global”, considerando otros componentes del clima. Al aumentar la temperatura de la tierra y cambiar los patrones de precipitaciones se alteraron el inicio y el final de las estaciones, se redujo el rendimiento de cultivos regionales y la disponibilidad de agua dulce, poniéndose más estrés sobre la biodiversidad y aumentando la mortalidad de los árboles. Aquí llegamos a la clave del asunto, ya que de ellos se trata este artículo.
Una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global, proviene del uso de la tierra, en particular las emisiones de dióxido de carbono a causa de la deforestación, las emisiones de metano del arroz y el ganado rumiante y las de óxido nitroso en el uso de agrotóxicos. No obstante, “los ecosistemas terrestres también absorben grandes cantidades de carbono”, asegura el IPCC, que revela que “existen muchas opciones de gestión de la tierra para reducir la magnitud de las emisiones y mejorar la absorción de carbono”, mitigando así los efectos de la crisis climática.
Década tras década, los bosques nos han venido “salvando” de una mayor concentración de dióxido de carbono, provocada por la enorme cantidad de combustibles fósiles que el capitalismo quema desde hace más de un siglo. Y es que son sumideros naturales de carbono, capaces de absorber y capturar mediante la fotosíntesis el dióxido de carbono de la atmósfera, devolviendo oxígeno a la misma. Gracias a este almacenamiento se reduce la concentración de dióxido de carbono en el aire, lo cual impacta favorablemente en el balance de la temperatura terrestre.
No obstante, hay incertidumbre alrededor de si estos sumideros seguirán existiendo, lo cual sin duda alteraría el ciclo de carbono y profundizaría la aceleración del cambio climático. Según condiciones particulares de cada región, incendios devastadores (cuya intensidad, adelantamiento y extensión se vinculan a su vez con la crisis climática) y deforestación con el fin de “despejar” tierras para agroganadería pueden provocar tanto enfriamiento como calentamiento.
Existe un consenso acerca de que, habida cuenta de la magnitud actual de las emisiones de gases de efecto invernadero, las medidas para reducirlas en agricultura, ganadería y silvicultura [2] tendrían potencialmente un efectivo significativo para mitigar el cambio climático y beneficiar también a la biodiversidad y los ecosistemas.
El IPCC calcula en su informe que el área global total de bosques se redujo un 3 % desde 1990 (un 5 % desde 1960). Reforestar, con mezclas de especies nativas, especialmente en áreas que retienen fragmentos de bosques nativos, puede propiciar la recuperación de biodiversidad y ecosistemas con beneficios a nivel social y ambiental.
En resumidas cuentas, la reforestación es una medida de mitigación de la crisis climática que contiene beneficios colaterales para la adaptación y la conservación, incluidos el hábitat para la biodiversidad, control de inundaciones (“lo peor está por venir”, dicen en Australia tras los incendios forestales), mayor fertilidad y reversión de la degradación del suelo. Por supuesto, no todo es color de rosas: uno de sus potenciales efectos perjudiciales puede ser la competencia por la tierra, con impactos indeseables en el precio de los alimentos, la biodiversidad, los ecosistemas no forestales y la disponibilidad de agua.
La vida (no tan) secreta de los árboles
En Carbono forestal: una solución esencial natural para el cambio climático, un trabajo de Paul Catanzaro (Universidad de Massachusetts Amherst) y Anthony D’Amato (Universidad de Vermont), se explica: “Los bosques absorben dióxido de carbono de la atmósfera para generar energía a través de la fotosíntesis. Los árboles luego usan esta energía para mantenerse y crecer. A través de este proceso, los árboles capturan carbono en forma de madera y otra materia orgánica, como las hojas. De hecho, la mitad del peso de un árbol consiste en carbono almacenado”.
Para los autores, hay dos conceptos asociados a este proceso: almacenamiento de carbono y secuestro de carbono. Aunque se suelen usar como equivalentes, cada uno tiene un significado específico y alcanza su nivel máximo en diferentes momentos durante el desarrollo forestal. El almacenamiento de carbono es la cantidad que se retiene en una reserva de este gas dentro del bosque, mientras que el secuestro de carbono refiere al proceso de eliminar este de la atmósfera para su uso en la fotosíntesis, lo que deviene en el mantenimiento y crecimiento de plantas y árboles.
La cantidad de carbono que se almacena en los bosques varía con el tiempo y dependerá de la edad de estos, especies de árboles que los componen, perturbaciones naturales y humanas, características del suelo y su tipo de uso agrícola previo. Hablando del tiempo, entonces, cuanto más viejos sean los bosques, más carbono almacenan en forma natural en varias fuentes (su parte superior, las raíces, las ramas y hasta las hojas que se caen). Con el tiempo, hasta los árboles muertos ayudan a aumentar la capacidad de un bosque antiguo para almacenar carbono en distintos reservorios. Catanzaro y D’Amato ponen expectativas en que se obtendrán resultados a partir del crecimiento en el diámetro de los árboles, así como en las reservas de madera muerta de árboles moribundos y la acumulación de carbono orgánico del suelo por el crecimiento y la descomposición de las raíces.
Preservar y restaurar los bosques nativos que ya existen es una medida mucho más efectiva que plantar nuevos árboles o crear nuevos espacios forestales, que con suerte tardarían una década en almacenar cantidades significativas de carbono. No hay tiempo, dice la ciencia. Y plantar árboles en cualquier lugar no necesariamente es algo positivo para los ecosistemas. Es necesario recuperar sus “servicios ambientales” (que almacenen carbono en lugar de liberarlo), que además pueden generar puestos de trabajo en sus comunidades.
¿Y por casa cómo andamos?
Mientras el planeta se cubre de nuevos bosques (en general con fines comerciales) en países como Chile, China, Grecia, India, Estado español y Marruecos, entre otros, los antiguos bosques, los originales, siguen desapareciendo. Argentina, por ejemplo, prometió plantar un millón de hectáreas, pero mientras tanto el antiguo Gran Chaco en el norte sigue desapareciendo, reemplazado por enormes campos del monocultivo de soja para alimentar a los animales de granja del mundo.
Los brutales incendios en el Amazonas, Indonesia y, más recientemente, Australia han encendido las alarmas en todo el mundo y llamaron la atención sobre el peligro de perder estas enormes fuentes de biodiversidad, que a su vez son factores de balance para el sistema terrestre.
En Argentina, décadas de desmontes ilegales y masivos en Chaco, Córdoba, Salta, Santiago del Estero y Jujuy al servicio de terratenientes, mineras y negocios inmobiliarios que se llevan puesta la ley de bosques (26.331) han “pelado” drásticamente los bosques nativos, con el correlato de inundaciones, expulsión de comunidades aborígenes y millones de hectáreas del monocultivo de soja resistente al glifosato y otros pesticidas cancerígenos, prohibidos en otras partes del mundo.
Nuestros árboles no mueren de pie: los matan el capitalismo y su voracidad extractivista. Es de ellos que el movimiento de trabajadores, jóvenes y científicos contra la crisis climática debe preservarlos.
Valeria Foglia
@valeriafgl
Lunes 13 de enero | 19:06
[1] Cambio climático y tierra: un informe especial del IPCC sobre cambio climático, desertificación, degradación de la tierra, gestión sostenible de la tierra, seguridad alimentaria y flujos de gases de efecto invernadero en los ecosistemas terrestres, 2019
[2] Actividad ligada a bosques y regiones forestales.
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