Fue un día de furia en la tiranía institucional impuesta por Mauricio Macri. Amenazaba serlo desde prácticamente 72 horas antes cuando la Ciudad de Buenos Aires fue invadida por miles de gendarmes, prefectos navales y policías de diversos uniformes, todos ellos fuertemente armados, especialmente amenazantes. La excusa era defender los intereses de los invitados de la Organización Mundial de Comercio.
El martes se marchó contra esa entidad que asegura el saqueo para los países más ricos y sus amanuenses. Resultado: represión y varios detenidos. El miércoles, 200 mil manifestantes de organizaciones sociales ocuparon el centro de la ciudad gritando contra la OMC pero también contra las “reformas” del ajuste neoliberal, que abarca desde robarle el dinero a los jubilados hasta retrotraer las leyes laborales a la época de la dictadura, cuando el ministro de Economía, Martínez de Hoz escribía el libreto que volvió a repetirse en el 2001 (con el ministro Domingo Cavallo) y ahora resucita nuevamente con Macri y su combo derechista.
Al final de esa gran movilización la Gendarmería (la misma fuerza que asesinó a Santiago Maldonado en la Patagonia) cargó fuerte contra miles de personas que trataron de llegar hasta el Congreso. Ese fue el adelanto de lo que ocurriría el jueves, el mismo día en que el Gobierno, en una jugarreta vergonzosa adelantó la convocatoria parlamentaria para sacar adelante, sea como sea, la ley de reforma provisional que condena a los más veteranos. Esos viejitos y viejitas que trabajaron toda su vida para obtener una compensación jubilatoria miserable.
Desde la madrugada del Día D, los alrededores del Congreso daban cuenta de que la coalición oficialista Cambiemos estaba dispuesta a librar una guerra. Cientos de gendarmes, prefectos navales (los mismos que asesinaron al mapuche Rafael Nahuel), policías de uniforme y sin él, lucían parapetados tras vallas metálicas, mostrando sus armas de manera amenazadora. El Parlamento lucía rigurosamente controlado por donde se lo mirara, esa casa que la democracia burguesa tanto pondera y pone de ejemplo, aparecía secuestrada por fuerzas militares que hicieron recordar aquellos nefastos años donde el Estado de Sitio era casi una costumbre. Tanto fue el cerrojo armado que los propios diputados que querían acceder al recinto fueron golpeados y rociados con gas pimienta, sin ningún tipo de sutilezas. A la luz del día y con total alevosía.
Frente a ese despliegue de fuerza bruta, el pueblo. Las mujeres y los hombres de a pie, trabajadores, estudiantes, miles y miles de militantes de movimientos sociales, defendiendo con el cuerpo, frente a la jauría del dúo de la muerte Macri-Bullrich (su ministra de Seguridad puesta a dedo por la Embajada norteamericana y el Mossad israelí), la exigencia de que la oprobiosa ley no pasara.
Por eso, queda claro que este jueves sumará otra página a la historia de la resistencia y la lucha contra un gobierno que desprecia a su pueblo. Se dio nuevamente la pulseada histórica entre la vida y la muerte, representada por este sistema capitalista que no se detiene ante nada en su viaje por aquilatar aún más sus riquezas surgidas del espolio y el accionar corrupto.
Frente a una multitud que reclamaba pacíficamente, la respuesta fue descomunalmente amedrentadora. Tratando de imponer “disciplina” a balazos, intentando que nadie se les insubordine, pero no conocen (porque viven encerrados en sus mansiones de lujo) de lo que es capaz este pueblo que resistió a una de las dictaduras más brutales del continente y luego, plantó cara al despojo de las sucesivas democracias burguesas que terminaron de destruir lo poco que los militares habían dejado en pie. De allí, de la fuerza que solo da la idea de pelear por una causa justa hay que sacar los elementos de análisis para entender cómo y cuánto se aguantó esta vez la más brutal represión que se recuerda desde aquellas jornadas históricas del 2001. Gendarmes convertidos en Robocops, desquiciados por el odio, balearon durante horas a la multitud provocando numerosos heridos. Policías que no se quedaban atrás en la embestida y gasearon con ácido y pimienta a todo aquel que se les cruzaba en el camino de su vergonzosa cacería. Eran los bulldogs del macrismo totalmente enloquecidos, golpeando a mujeres y adolescentes, disparando a periodistas y fotógrafos, deteniendo al azar a transeúntes o a personas que viven en situación de calle. Tenían impunidad para hacerlo y puede decirse que disfrutaban con el dolor o el pánico que generaban sus repetidos ataques a mansalva.
Sin embargo, la resistencia popular dio otra muestra de coraje, y mientras miles de jóvenes se dispersaban y volvían a plantarse estoicamente frente a las vallas en una Plaza inundada por los gases y el humo de los contenedores de basura ardiendo, puertas adentro del Parlamento la oposición consiguió el milagro de unirse y también presionar para que finalmente se levantara la sesión y la aprobación de la ley quedara, por ahora, entre paréntesis.
Cuando la noticia corrió de boca en boca, la Plaza estalló en júbilo. Miles de voces se unieron en un grito que define la necesidad que aflora en estas difíciles circunstancias: “Unidad de los trabajadores, y al que no le justa, se jode, se jode”. Abrazos fraternos y llorosos en medio de más gases y balas de goma, sonrisas de satisfacción por haberles doblado el brazo, aunque sea momentáneamente, a quienes representan el aspecto más siniestro de una sociedad que pretenden fascistizar lentamente. Y hay que reconocer que en algunos sectores no les va tan mal en el intento, ya que se escuchan voces de energúmenos que piden más represión contra el pobrerío.
En el final un obligado reconocimiento. De nadie más que no sea esa multitud que aguantó a pie firme en la calle, es el mérito de haber logrado esta pequeña victoria en una guerra declarada por los poderosos y que habrá de continuar, sin dudas. La guardia prusiana del Gobierno, desde su rencor y malignidad siguieron durante varias horas más su particular “combate”, atropellando, golpeando con saña y encarcelando a quienes podían atrapar. Esos tipos no tienen arreglo. Son como los que se vieron recientemente en Honduras, en Brasil, en Barcelona o en Palestina. Están preparados para esa triste tarea, incentivados y protegidos, en este caso por una ministra que ha pasado todos los límites en su accionar represivo. Pero esta vez todo su armamento no les sirvió de nada. Enfrente, luciendo como escudo solo la fuerza moral que da el hecho de rebelarse contra la injusticia, se toparon con un pueblo que va a seguir demostrando al mundo que “aquí no se rinde nadie”.
Lo dicho, este jueves fue un antes y un después. El gobierno de los ricos sabe que de aquí en más, no le va a resultar tan fácil continuar con el avasallamiento de derechos y libertades. Esta vez los de abajo le mostraron tarjeta roja.
Carlos Aznárez
Resumen Latinoamericano
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