Pertenezco a mi clase y a algunas ropas,
voy de blanco por las calles sucias.
Melancolías, mercaderías me acechan.
¿Debo seguir hasta la náusea?
¿Puedo rebelarme sin armas?
La flor y la náusea | Carlos Drummond de Andrade (1945)
La transformación de una estructura es un fenómeno político. La dinámica de cambios en los procesos sociales causa tensiones que son propios de la diferencia y de la contradicción de la práctica política. Por lo tanto, sería ingenuo, deshonesto, pensar o afirmar que en estos procesos de transformación no conllevan conflictos. En cualquier sociedad las tensiones sociales van a estar presentes y esta no es una particularidad de Argentina.
En nuestras sociedades injustas y excluyentes no es difícil encontrar, en muchos sectores, respuesta al aparato represivo del Estado que impone sus líneas con la utilización de la fuerza. Parece obvio, todavía es menester observar cómo la construcción de una narrativa puede transformar el oprimido en violento, cuando en realidad esta supuesta violencia es sólo una defensa. Los métodos de respuesta a la violencia del Estado no son homogéneos porque las formas de violentar a los miembros de la sociedad tampoco lo son. Si pensamos en analizar las respuestas de las calles a la autoridad del Estado, no se puede dejar de comprender que, en la sociedad, no somos iguales.
Las últimas análisis sobre las protestas -también desde las izquierdas, lo que es bastante preocupante- desvelan una miopía propia de quienes poco consideran la realidad concreta por un lado, y por lo otro es una reproducción de lo dicho por los medios hegemónicos de comunicación. Esta narrativa de “los violentos” y de “los infiltrados” comienza con la protesta por la aparición de Santiago Maldonado y es validada por el conjunto de la sociedad y por parte de la militancia. Un nítido intento de debilitar a los movimientos sociales. Hacer responsable de la represión del Estado a las personas que resisten con sus cuerpos en una situación de conflicto desproporcional es legitimar la represión e inaugurar un proceso de criminalización de los grupos en resistencia. Es la implementación de una sociedad policial y punitiva, que busca, a través del miedo del otro, defenderse de un enemigo creado por quienes construyen el sentido común.
Esta narrativa también se basa en el juego político de la “no política”. En las protestas de los docentes, Macri salió a apelar que los reclamos no fueran políticos, aun no tardó mucho en decir que el movimiento espontaneo de rechazo a sus mediadas lesa-derechos era un intento de desestabilizar a su gobierno. Los periódicos apelan a la legitimidad, a las instituciones de la república y a la legalidad, sin embargo, también muestran de forma selectiva las imágenes de la represión y la respuesta a ella.
Frente a estos hechos que deben multiplicarse a partir de la forma “mano dura” de gobernar de Macri, hay una preocupación real por parte de muchos -tal vez los más comprometidos con este espacio-tiempo- de abrir canales de comunicación en la sociedad de forma que los que resisten, no importando el color de su bandera, puedan juntos discutir las formas de resistencia con franqueza y honestidad.
Las iniciativas tan conocidas por quienes ya pasaron procesos políticos tan simbólicos como la desaparición de los 30 mil y de las protestas de 2001 deben servir de punto de partida para encontrar salidas que no sean convirtiendo aliados en enemigos. Hay que buscar en la memoria e intentar seguir a partir de los acúmulos ya generados por todos aquellos y aquellas que dejaron su sudor, sangre y vidas por las páginas de la historia. En este sentido, nosotras desde Virginia Bolten preguntamos: ¿A quienes sirve criminalizar a las resistencias?
Editorial Virginia Bolten
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