domingo, 26 de enero de 2014

La semana trágica 1919



Argentina. Fin de década, bajo sofocante enero y sofocado gobierno de Hipólito Yrigoyen.
La metalúrgica Vasena del barrio porteño de San Cristóbal posee sus depósitos en el margen sur de la ciudad; Nueva Pompeya. Hacia allí van las chatas que transportan la producción, repicando sobre adoquines desparejos que anticipan el espeso sonido de la tragedia.
Pedro Vasena era un burgués próspero y despiadado, necesitado de proteger sus ganancias de las causas que la guerra mundial había engendrado: la suba de precios de las materias primas y del petróleo. Lo haría aumentando la explotación obrera y reduciendo los salarios descomunalmente.
El obrero de Vasena, inmigrante o hijo de éste, figuraba entre los peores pagos de la Capital y su vida transcurría bajo el espionaje patronal, las persecuciones, sanciones, multas y golpizas para quienes ejercían actividad sindical.
Entre el infierno y la fábrica Vasena no hay diferencias sustanciales, así también parecen creerlo los vecinos: “se había vuelto casi imposible vivir cerca de la fábrica(...) Eramos perseguidos contínuamente por la policía” (denuncia publicada en La Vanguardia del 20/12/18).
Con extrema justicia Pedro Vasena había sabido recoger el odio y el resentimiento. Sentimientos que no tardarían en estallar.
La emboscada
Para principios de 1919, el costo de vida se dispara con la inflación. El salario real disminuye y la desocupación crece. Pero esta situación no cohíbe a la clase obrera que se encuentra en plena recomposición de sus fuerzas. Desde fines de 1918 había resurgido una significativa oleada de conflictos como el de los marítimos (el gremio más poderoso del país). También están en paro los 800 obreros de Vasena por la jornada de 8 horas, aumento de salarios, pago de horas extras, supresión del trabajo a destajo y reincorporación de los despedidos por actividad gremial.
El 7 de enero de 1919, piquetes esperan a las chatas de la empresa para que no ingresen a los depósitos. Sobreviene la emboscada. Los vehículos son conducidos por rompehuelgas armados que abren fuego contra los manifestantes. El tiroteo es secundado por la policía “sembrando terror entre los huelguistas y los transeúntes que corrían despavoridos por las calles por encontrarse sin recursos para hacer frente a los atacantes”. 4 muertos y 40 heridos. La Semana Trágica había comenzado.

La respuesta

El mismo día de la matanza, la FORA anarquista agita la huelga general mientras el Partido Socialista (PS) trata de impedirla. Prudencia y mesura, será el único programa levantado por el PS.
Sin embargo, ya para el día 8, la huelga general comienza a latir, aunque todavía limitada a algunas fábricas y a un número de sindicatos anarquistas.
Las horas y la actitud de Vasena, negándose a recibir a los huelguistas y declarando que no hará más concesiones, irritarán más los ánimos.
Para el 9 está previsto el entierro de las víctimas. Ese día los hechos se precipitan, alcanzado el movimiento una magnitud y una profundidad por todos inesperada.
La totalidad de la fuerza industrial de la Capital entra en paro y a inicios de la tarde el transporte deja de funcionar. Piquetes de huelguistas recorren las calles, son incendiados tranvías, vehículos de la empresa y las oficinas de Vasena rodeadas por manifestantes que impiden la salida de la cúpula patronal de la Asociación Nacional del Trabajo (ANT), presente para apoyar al burgués Vasena. Los pobres de las barriadas se unen a la lucha. La juventud y los anarquistas son los más decididos. Se asaltan las armerías para defenderse de los ataques de la represión. De este modo la huelga irá adquiriendo características semiinsurrecionales.
El gobierno entra en pánico. Ahora se encuentra acorralado, tanto por la derecha conservadora que reclama la represión más enérgica como por un movimiento obrero decidido a enfrentarlo. La Unión Cívica Radical se moviliza en defensa de Yrigoyen y éste deja correr a la acción de las bandas fascistas organizadas en la Liga Patriótica.
La tendencia inicial del gobierno radical a arbitrar entre el conflicto obrero–patronal (sobre todo en los servicios) se diluye: Yrigoyen se apresta a actuar como verdugo del pueblo.
Esa misma tarde es designado al frente de la policía Elpidio González. Debut humillante: el Jefe se presenta en Vasena tratando de convencer a los obreros para que emprendan la retirada. No contentos con sus palabras, éstos incendian su auto obligándolo a retirarse en un taxi.
Mientras tanto, las calles por donde pasará el cortejo se van colmando. El “gentío es inmenso: decenas de miles, 200.000 afirman los anarquistas”.
Para la noche del 9, el General Luis J. Dellepiane moviliza tropas de Campo de mayo y se impone como comandante de la represión. Pasa a concentrar bajo su mando a 10.000 hombres, entre policías, bomberos, soldados y la marina.
Los nuevos incidentes y los muertos reavivan el fuego, haciendo que la huelga alcance su máxima expresión entre los días 10 y 11 de enero. El movimiento parecía volverse imparable.

¿Quién fue el artífice de la huelga?

¿Semejante acción de masas había sido causada por los anarquistas? Es difícil creerlo. La FORA V Congreso ya no tenía el peso de antaño.
Entonces, ¿cómo dilucidar este hecho insólito, de hombres y mujeres saliendo a la lucha a pesar de la falta de consignas claras y ante la ausencia de una dirección vigorosa que los convocara?
La tradición de un movimiento obrero forjado en luchas durísimas contra el régimen conservador cuenta como factor de peso. También, el odio generado por la acción represiva. Pero la miseria y el aumento en la explotación actuaron como factores fundamentales a la hora de la respuesta (el trabajador recibía un salario promedio menor de la mitad de lo requerido por la familia obrera).
Por otra parte, el fin de la guerra había dado paso a la revolución en Europa, esparciendo con la potencia de un huracán los aires de emancipación por todo el globo. La revolución además de ser posible, latía vigorosamente y salpicaba a todas las clases sociales generando los debates más acalorados. Bajo este “espíritu de época” se entiende la radicalidad del movimiento desatado y también el grado de virulencia con que la burguesía respondió para aleccionar a la clase trabajadora.
A la pregunta inicial de quién fue el artífice, habrá que contestar que la Semana Trágica tendría un alto carácter de espontaneidad. Según el historiador David Rock, “fue manifiesto que ninguna de las facciones dirigentes reconocidas de la clase obrera desempeñó una parte significativa en la organización de la huelga, en su liderazgo o conducción. En realidad esas fueron las cualidades de las que careció más notablemente el movimiento: un plan, una serie de objetivos, una cadena de comando articulada y coordinada. Esto reflejó en el estilo de la acción, en su incoherencia y en su tipo de agitación, tumultuosa y sin timón…”.
Más allá de sus límites, el proletariado argentino hacía surgir de sus entrañas un ardiente grito de venganza y de solidaridad provocando un estado de lucha de clases intenso.

La capitulación de la FORA IXº Congreso

Desde el inicio de la Semana Trágica, la FORA sindicalista de IXº Congreso se vio sobrepasada y no mostró disposición a la lucha, permaneciendo a lo largo de la crisis completamente alejada de los principales centros de acción. Buscó siempre limitar la extensión de la huelga y separó a sus poderosos sindicatos del movimiento general. Recién el día 9 a la noche, cuando ésta ya era un hecho consumado, la convocó con la intención de controlarla. Aún así, sus esfuerzos fracasaron estrepitosamente.
El 11 de enero, el gobierno acorralado llama a negociar a Vasena (quien se ve obligado a otorgar concesiones) y se entrevista con la FORA IX Congreso prometiéndole la libertad de los presos y mediar en las huelgas marítimas y ferroviarias.
Como resultado de las gestiones, la FORA IX Congreso, junto al PS, llaman a levantar la huelga que, en los hechos, nunca había convocado o sólo lo había hecho de manera estrictamente formal.
Repudiaron los actos de violencia acusando de éstos a “elementos ajenos a la clase obrera” (palabras similares utilizaba el gobierno y los conservadores para justificar la represión a los anarquistas). Así le facilitaron al gobierno establecer el estado de sitio y dejaron abierta la puerta para que éste redoblara la represión hacia el anarquismo.
Pese a todo, la huelga sigue hasta el 13 y se extiende a otros puntos del país como Rosario, Bahía Blanca, Paraná y Mar del Plata, para terminar de apagarse recién el 15. Sin dirección, con los anarquistas diezmados y obligados a dar por finalizado el conflicto, la Semana Trágica llegaba a su fin. El rol conciliador de la FORA IXº Congreso había sido clave para liquidar el proceso en curso.
Las demandas conseguidas por los obreros de Vasena tuvieron un costo altísimo. A partir de aquí, la clase obrera asistía al hundimiento del anarquismo y a la consolidación de una burocracia sindical en los sindicatos de masas.

Conclusiones

La Semana Trágica puso en cuestión quién era el dueño de la ciudad y, en consecuencia, abrió una crisis de gobierno (aunque ésta fuera cerrada rápidamente por la represión).
En el campo burgués la cuestión del poder recorrió todo el accionar. Pero en el frente proletario, la falta de una dirección política se desplegó en toda su magnitud. Ni anarquistas ni sindicalistas tenían una estrategia de poder.
La orientación de la FORA IXº Congreso haría prevalecer el carácter corporativo de sus gremios y en consecuencia adormecería todo lo que pudo la energía de las masas. El historiador Edgardo Bilsky demuestra cómo en la reunión de delegados del día l0, la FORA IXº Congreso desiste de aunar las demandas de los distintos sindicatos en conflicto y limita la huelga sólo a los sucesos de Vasena. Los sindicalistas se opondrán a levantar un programa de unidad obrero y popular que contemplara el aumento de salarios para todos los trabajadores, la reincorporación de los despedidos en anteriores conflictos, reducción del costo de alimentos y alquileres, derogación de las leyes represivas y la libertad de todos los presos políticos.
Por su parte, los anarquistas de la FORA Vº Congreso desplegaron una enorme combatividad. Sin embargo, su llamado a la huelga general revolucionaria carecía de una orientación concreta contra el gobierno o el poder establecido. Tampoco levantaron una política para unir a todos los sectores obreros en lucha, ni a la clase trabajadora con el pueblo pobre en organizaciones comunes.
La radicalización obrera, al carecer de una dirección capaz de levantar una política a la altura de las circunstancias, arrojó que los hechos fueran desarrollándose de manera caótica, sin ideas ni objetivos claros. Se necesitaba un partido revolucionario experimentado y con autoridad, que orientara la huelga general contra el poder político e impulsara organismos de autodeterminación de las masas. Una política hacia los sindicatos para que éstos impulsaran la creación de organismos más amplios (como los soviets o consejos obreros), única forma de agrupar a todos los sectores en lucha y preparar la autodefensa generalizada.
La espontaneidad de las masas no alcanzó a crearlos, pero lo cierto es que existía una tendencia a la unificación que incluía también a los sectores medios empobrecidos.
¿Era posible armonizar las distintas demandas y a la vez defenderse de la represión estatal y para-estatal de la Liga Patriótica? “La historia ya ha respondido a este problema: por medio de los soviets (Consejos) que reúnen los representantes de todos los grupos de lucha. (…) Los soviets no están ligados a ningún programa a priori. Abren sus puertas a todos los explotados. Por esta puerta pasan los representantes de las capas que son arrastradas por el torrente general de la lucha. La organización se extiende con el movimiento y se renueva constantemente y profundamente. Todas las tendencias políticas del proletariado pueden luchar por la democracia del soviet sobre la base de la más amplia democracia” (León Trotsky, Programa de transición).
Federaciones como la FOM y FOF podían desempeñar un papel progresivo en tiempos de relativa calma, pero eran organizaciones concebidas como instrumento de presión. Había llegado el momento en que la lucha reivindicativa se convertía en lucha política (esbozando incluso elementos de guerra civil), y dicha orientación para los sindicatos no podía más que desempeñar un papel reaccionario.
En manos de la FORA IXº Congreso, los grandes gremios cumplirán un rol auxiliar del Estado burgués y así los sindicalistas terminaron traicionando una de las más grandes gestas de la clase obrera argentina.

Hernán Aragón

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